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Ritos del crimen en México

Es en la fuerza armada donde el crimen organizado se apoya para quitar la vida, secuestrar, arrebatar propiedades y obligar a cualquiera a pagar el llamado «derecho de piso», esa infame franquicia de la que se erigen acreedores solo para no destrozar un patrimonio y beneficiarse del trabajo ajeno. Es lo que el ensayista Claudio Lomnitz ha bautizado como «soberanía negativa», una forma de gobierno en la sombra que ha surgido en México por la fuerza de las armas de grupos criminales que han acabado por imponerse en una gran parte del territorio mexicano. Lomnitz (Chile, 1957), antropólogo social afincado en México desde hace varios años, explica a fondo esta inquietante idea en su más reciente libro Para una teología política del crimen organizado, obra coediatada por Editorial Era y El Colegio Nacional. La soberanía negativa, como observa el ensayista, comprende una serie de procesos diseñados para generar terror, pues una de las cosas que sucede con esta emoción es que genera pánico y nos empuja a no querer saber nada del ambiente en que tiene lugar. Así que el efecto de la política del terror, como explica Lomnitz, es generar poca comprensión; pero el problema es que necesitamos comprensión para salir de la violencia, para ver que hay una tensión entre el rechazo emocional normal y la necesidad de empezar a dialogar para entender estos procesos y salir de ellos. En este libro, Lomnitz aborda el tema del canibalismo como un fenómeno derivado de la soberanía negativa que, a diferencia de crímenes como el homicidio, las desapariciones o el cobro de piso, no es un fenómeno estadísticamente importante, si bien desde un punto de vista cultural y del análisis de la moral pública y privada sí es importante por el nivel de transgresión que implica. “Siempre ha habido ejemplos de canibalismo a lo largo de la historia moderna de México y de cualquier otro país», sostiene Lomnitz, «pero son de otra índole a lo que hoy pasa, pues se trata de casos de crímenes pasionales, de algún sociópata o casos de consumo de carne humana en situaciones extremas como naufragios». Pero hoy, destaca el antropólogo social, se trata de casos de transgresión. En ese sentido, Lomnitz observa que la reaparición del canibalismo en México tuvo lugar en los años 80 del siglo pasado, cuando en las afueras de Matamoros se hallaron 11 cuerpos desollados como ritual de un culto manejado por Adolfo de Jesús Constanzo. “Se trataba de rituales con gran secrecía, pero también se trató de proteger a un círculo de personas que querían mantener su identidad oculta». A partir de ese momento, el fenómeno del sacrificio y el canibalismo, dice Lomnitz, ha ido evolucionado en México en los últimos 20 años y hoy en día se usa en los grupos del crimen organizado como rito de iniciación para nuevos miembros o para poner a prueba las lealtades. Se trata, en efecto, de una «evolución horrible», como la califica Lomnitz, que tiene que ver con relaciones de secrecía, de lealtad (reclutas que tienen que probar carne humana) y, más recientemente, que se usa con fines propagandísticos para introducir pánico tanto en grupos armados rivales como en la población en general, que sufre este atroz martirio sin que las autoridades atisben ni de lejos la brutal y profunda transformación que han ido experimentando las mafias que imperan en México. Una lección muy dura que es indispensable comprender.

DIEZ AÑOS SIN JUAN GELMAN

"Cuenta José Ángel Leyva que hasta un día antes de su muerte fue despidiéndose de sus amigos, y pidió que sus cenizas fueran llevadas a Nepantla, cuna de Sor Juana Inés de la Cruz"

Poco antes de morir, un 14 de enero de 2014 hace exactamente diez años, el poeta Juan Gelman se sentía como un corredor de fondo tras cruzar la meta: se notaba exhausto y satisfecho, aunque en realidad, confesaba, le quedaba algo así como un vacío. «Solo veo la claridad de lo irrecuperable», le dijo a su amigo José Ángel Leyva. El escritor, nacido en Buenos Aires en 1930, reconocía que México no había sido el país de su exilio, sino el lugar de su elección, de su nueva familia, el sitio donde había decidido vivir para siempre y donde finalmente había cumplido con las metas de lucha por la memoria de sus muertos. Como recuerda Leyva, en México había recibido grandes reconocimientos a su obra, luego de que fueran localizados los restos de su hijo Marcelo Ariel en un bidón, en el fondo de un canal, y después ocultos en la fosa común de un cementerio, a finales de 1989, año en que llegó a México. La historia también había tratado de desagraviarlo en 2013 con un acto en Uruguay en memoria de su nieta Macarena, nacida en cautiverio antes del asesinato de la madre, Claudia García Iruretagoyena, para entregarla en adopción a la familia de un militar, quien la registró como propia. En ese año final hablaba a los amigos de un libro que titularía Recuerdos, una especie de autobiografía en prosa poética donde iba reconstruyendo el tejido de su memoria y aquellos asuntos que aún escocían su corazón y que seguramente habían quedado pendientes en el que fue su último poemario publicado en vida: Hoy, una obra escrita entre 2011 y 2012 en la Ciudad de México, posterior al que Leyva dice que se veía como la obra epigonal de su poesía: El emperrado corazón de amora (2011). Cuenta José Ángel Leyva que hasta un día antes de su muerte fue despidiéndose de sus amigos, y pidió que sus cenizas fueran llevadas a Nepantla, cuna de Sor Juana Inés de la Cruz, para estar más cerca de su admirada poeta y desde donde su voz, una década después, sigue expandiéndose por todo el universo.

JOSÉ AGUSTÍN NO SE VA

La noticia corrió como la pólvora. Hace unos días el hijo del escritor José Agustín publicaba en una red social que su padre acababa de recibir la extremaunción, “realizada por el sacerdote católico/zapatista José Luis”, viejo amigo del autor, y agregaba que José Agustín estaba «un escalón más cerca del cielo». Sin embargo, horas más tarde y tras borrar esa triste publicación, daba marcha atrás y anunciaba que su padre estaba «bastante mejor y más tranquilo», y agradecía el amor, la solidaridad y las oraciones de todos los lectores, explicando que el autor de De perfil sigue “vivo y luchando». Ya lo dijo Shakespeare: «El destino es el que baraja las cartas, pero nosotros somos los que jugamos».

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