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Rod Serling entra en la dimensión desconocida

Rod Serling entra en la dimensión desconocida

Otro 28 de marzo, el de 1975, hace hoy 48 años, la televisión, que tras haber iniciado su programación regular en 1936 generalizó sus emisiones internacionalmente mediado el pasado siglo, y desde entonces se ha convertido en el medio de comunicación de masas más representativo de su tiempo, pierde prematuramente a uno de sus talentos más preclaros. Un genio de la pequeña pantalla y de la gran ficción, con independencia del formato, que respondía al nombre de Rodman Edward Serling. Más conocido como Rod Serling, hoy se lo llevan las ondas a esa dimensión desconocida en donde “todo es posible”. Así rezaba el eslogan de la serie que estrenó el dos de octubre de 1959, The Twilight Zone (La dimensión desconocida en la parrilla española), que en su primera temporada permaneció un lustro entero en antena.

"La muerte de Rod Serling se hace sentir tanto entre las audiencias, que comienzan a hacer cuanto es preciso para poner en marcha una nueva temporada"

Ejemplo y pórtico de entrada a una edad prodigiosa de la ficción catódica estadounidense, en sus sucesivas temporadas, la obra sobrevivirá a su creador. Llegada la hora del último fundido a negro, Serling es un personaje público. Al igual que Hitchcock, servía de anfitrión a cada nueva entrega, a cada nuevo viaje a la fantasía. Aunque —a diferencia del maestro inglés, que empezó a emitir en 1955— Serling presentaba el capítulo siguiente al final del ya visto. Pero para la CBS, cadena original de ambas propuestas, el orden de factores no altera el producto: la muerte de Rod Serling se hace sentir tanto entre las audiencias, que comienzan a hacer cuanto es preciso para poner en marcha una nueva temporada. Habrán de pasar diez años para que se vea.

Quienes conocieron al ya finado cuando era un niño —nacido en Siracusa (Nueva York) en la Navidad de 1924—, al saber que ha emprendido el viaje del que nunca se vuelve, le recuerdan en aquellos primeros días, cuando hacía preguntas y más preguntas sin detenerse a esperar la respuesta. Puede que aquel fuera el pilar de su inagotable y desbordante fantasía. Y también le recuerdan cuando hacía pequeñas puestas en escena, figuradas, sin atrezo, sin figurantes y, menos aún, semovientes. Sólo él, el pequeño Rod, para leer en voz alta e interpretándolos —como queriendo ya ir a una adaptación televisiva— los diálogos de los pulp, esos impagables pulp que de antiguo venían siendo una fuente inagotable de la mejor narrativa breve estadounidense.

"Fue un maestro de la narrativa fantástica, más allá de géneros y formatos. Y desde luego, si hay que reducir sus múltiples talentos a uno solo, ése fue el don de la fantaciencia, especialmente la televisiva"

Hebreo de nacimiento —con el tiempo el amor le haría convertirse a la fe de su chica, el unitarismo universalista, para casarse con ella—, cuando su país entró en la Segunda Guerra Mundial quiso batirse contra los nazis. Con tal fin se alistó en los paracaidistas estadounidenses, donde, finalmente, fue enviado con su regimiento a Nueva Guinea, a la guerra del Pacífico. De modo que serían los japoneses, que no los nazis, aquellos a los que combatiría en la jungla cuerpo a cuerpo. Aun así, comprobó que la muerte puede sobrevenir cuando menos se la espera durante un descanso en los combates, cuando un camarada fue decapitado frente a él accidentalmente: uno de los cajones de provisiones, que les lanzaban desde el aire los aviones de la intendencia, le cayó encima. Eso de que la última hora pueda llegar cuando menos se espera habría de ser un motivo recurrente en su fantasía.

De vuelta a casa, la guerra —aunque le ha colmado de condecoraciones por su coraje en los combates— le ha cambiado hasta el punto de que en los años 60 será uno de los mayores pacifistas del panorama audiovisual estadounidense. De hecho, todo esa no violencia, que subyace en el Taylor que llora a la humanidad, allí donde se extendió Nueva York, en la última secuencia de El planeta de los simios —el clásico del cine de ciencia ficción, dirigido en 1968 por Franklin J. Schaffner sobre un libreto de Serling y Michael Wilson—, en la novela original, publicada por el francés Pierre Boulle en 1963, no aparece ni por el forro. Vamos, que ni siquiera existe el personaje de Taylor.

Aunque también escribió para John Frankenheimer Siete días de mayo (1964) no es de ley recordar a Serling como un cineasta. Fue un maestro de la narrativa fantástica, más allá de géneros y formatos. Y desde luego, si hay que reducir sus múltiples talentos a uno solo, ése fue el don de la fantaciencia, especialmente la televisiva. Merecedor del Hugo, que todavía hoy sigue siendo uno de los premios más prestigiosos de cuantos distinguen la ciencia ficción, también deja en su haber varios Emmys, que son otro tanto en cuanto a la experiencia televisiva.

"Ante la imposibilidad de escribir él personalmente todos los libretos, recurrió a maestros del género como Richard Matheson"

Esa brillante trayectoria, que un día como hoy tocó a su fin, arrancó cuando Rod Serling comenzó a escribir para la radio, al volver de la guerra. No tardó en hacerlo para una agencia que vendía sus guiones a varias cadenas. Se hizo notar en todas ellas. Ya andando los años 50, su agente, Blanche Gaines, tan despierta para la venta de los libretos como Rod para la fantasía, le sugirió que comenzase a escribir para ese medio. Fue entonces cuando, quien hoy lloran esos miles de telespectadores apasionados con sus propuestas, descubrió el camino por el que estaba llamado.

Todo fue ir a mejor. Hasta que en 1957 entró en contacto con un responsable de la CBS, William Dozier, y el gran Rod le convenció para poner en marcha The Time Element, un mediometraje de 25 minutos que hoy conocemos como el episodio 0 de La Dimensión desconocida, aquel extraño ámbito en el que había sitio para el terror, el suspense, la maravilla, el desasosiego y ese amor, por supuesto, que no debe faltar en ninguna parte. Ante la imposibilidad de escribir él personalmente todos los libretos, recurrió a maestros del género como Richard Matheson.

Después hubo más éxitos televisivos —Galería nocturna (1970-1973) sin ir más lejos—, pero aquel día como hoy, Serling se nos fue a la dimensión desconocida. Fue un momento estelar. Siempre lo es la partida de alguien cuyas ficciones dejan tan buen recuerdo en la memoria colectiva. Es como si alcanzase la eternidad merced a ellas. Así se escribe la historia.

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