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Serrat, aquellas pequeñas cosas y un tiempo de rosas

Serrat, aquellas pequeñas cosas y un tiempo de rosas

Cahill parece estos días Siberia: debe haber un metro de nieve. No sólo calles y aceras: caminos, prados y cerros yacen bajo un manto blanco que lo uniforma todo y que me recuerda Madrid cuando yo era un niño que subía a la sierra en busca de la nieve. Y no precisamente para esquiar, un entretenimiento que estimaba pijo, qué tendría yo en la cabeza, más pájaros aún que ahora. A lo que íbamos a la sierra mis amigos y yo era a hacer el animal en los cortados de Pedriza y a subir Peñalara con nieve hasta la cintura. La sierra de Guadarrama, madrileña y segoviana, no es el Everest, pero en invierno da el pego; allí aprendimos a usar crampones, leer mapas y manejar la brújula, que no es ninguna tontería: saber por dónde sale el sol y de qué lado sopla el aire es importante en la vida. Por la noche, en el tren de vuelta a casa, canturriábamos “titiritero, alé hop” con ayuda de una guitarra averiada mientras en las máquinas de discos de toda España sonaba la Cançó de matinada, es decir, Canción de madrugada. Me acuerdo de estas tonterías porque de pronto el Serrat se jubila y es como si se jubilara la Cibeles.

"Serrat es nosotros: un Manolo Escobar middle class. Una vez coincidimos personalmente en una gasolinera y, de tan familiar, ni lo reconocí"

Serrat es nosotros: un Manolo Escobar middle class. Una vez coincidimos personalmente en una gasolinera y, de tan familiar, ni lo reconocí. O sí, pero pensé que me sonaba por haber sido mi vecino de apartamento durante unas vacaciones en Gandía. “Perdone”, le inquirí. “¿No nos conocemos?” Él me miró con cara de partirme la cara y no contestó: pensó que le tomaba el pelo. Me pasa mucho, que la gente piensa que le tomo el pelo, pero no: soy así. Por desgracia, las percepciones y creencias de la gente son las que son y hay que vivir con ellas. En cualquier caso, no terminé de quitármelo de la cabeza. “¿Y de qué conozco yo a este tío?” Una hora después, entrando ya en Fraga, una ciudad de Huesca, caí en la cuenta. “¡Coño, el Joan Manuel!” Una epifanía, como la del niño de los donuts. “¡Oivá! ¡La cartera!” Viajaba con mi amigo Hidalgo, el sabio estudioso de Bécquer, a dar unas conferencias en el Círculo Católico de la localidad. En la radio sonaba lo de “colgado de un barranco duerme mi pueblo blanco”.

"Quizá por eso el llamado Noi del Poble Sec caía mal al franquismo. Por luminoso y porque, además de la guitarra, tocaba las narices"

Las rimas de Serrat son un poco de andar por casa, pero iluminaron años oscuros. Quizá por eso el llamado Noi del Poble Sec caía mal al franquismo. Por luminoso y porque, además de la guitarra, tocaba las narices, si no algo más íntimo. Hoy puede parecer mentira, pero la primera vez que Serrat se hizo popular desde Málaga a Gijón fue cantando en catalán. Nada desaforado, que si la tieta, que si els vells amants, unas canciones que sonaban tremendas porque a la derecha española la parla catalana se le ha antojado siempre tremenda. Eso ha otorgado a los catalanes, incluso a algunos singularmente cortos de mollera, un prestigio infundado y a Barcelona, aura de cosmopolita. Barcelona es tan cosmopolita como Ávila, sólo que en catalán, una cosa que vestía mucho cuando mandaba Franco. La democracia ha puesto el catalán en su sitio, que es lo que tiene la democracia, que hace que se noten los grumos de las cosas, lo cual está muy bien: verlos es la manera de arreglarlos. En fin, que entonces tú decías lo que fuera en catalán y sonaba importante. En el instituto teníamos un compañero con acento y le llamábamos así, El Catalán, aunque fuese de Murcia. “Collons, que soy de Totana”. Le dio lo mismo, cuanto más lo decía, peor, y con El Catalán se quedó. También teníamos El Bolo, que era de Toledo, El Moro, que era de Tetuán, y El Inglés, que era yo. “Jodó, que no soy inglés”. También me dio lo mismo: cosas de Madrid. El catalán de Totana se había pasado la vida en Sabadell y lo volvíamos loco con Serrat. “¡Catalán! ¿Qué dice?” A veces nos pasábamos el recreo oyendo casetes y poniendo caritas trascendentales. “¡Soc el drapaireeeeeeee….!” chillaba a voz en cuello Serrat. Y nosotros, “va, tú, Catalán, cojones”. Y el murciano. “Dice que es trapero”. Nuestro Catalán, falso y todo, nos desengañaba a marchas forzadas. “Venga, Catalán, no jodas…” No podíamos creer que el gran Serrat no emitiera graves pensamientos capaces de poner el mundo patas arriba. Y Serrat, con la voz de lata que le imponía el altavoz primigenio del aparato. “¡Compro ampolles i papers! Compro draps i roba bruta, paraigües i mobles veeeells”. Pese al desastroso altavoz, el vozarrón del joven Serrat era el impactante vozarrón de un poeta que nos conmovía a traición, sin darnos cuenta, como un ladrón que acecha detrás de la puerta. “¡Sooooc el drapaireeeeeee…!” repetía. “Va, tú, Catalán, enróllate, tío, conio, ostiaputa”. Y el otro, riguroso como si le estuviera haciendo traducción simultánea a un consejo de administración. “Soy el trapero y compro botellas, ropa usada, paraguas y muebles viejos”. Decepción absoluta. “¡Catalán, eres un cabrón…!” Y así todo: no sabíamos más, teníamos quince años… y, a lo tonto, han pasado más de 50, la fiesta se acaba y hay que ir recogiendo. En fin, gracias por tanto, don Joan Manuel. I molts d’anys!

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Josey Wales
Josey Wales
1 año hace

Supongo que es vanidad juvenil pensar que uno vivía en un tiempo opresivo. Mi adolescencia transcurrió muchos años después de morir Franco y lo que me parecía opresivo es no poder estudiar en español, no poder decir ¡viva España! sin buscarte un problema o quejarse de que los hijos de los vencedores de la guerra civil abrazaran el nazionanismo para mantener y amplificar el trinque.