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Siddharth Kara: «La transición ecológica está basada en una hipocresía»

Siddharth Kara: «La transición ecológica está basada en una hipocresía»

En el Congo ya no les cortan las manos por no cumplir con la cuota de caucho, pero las cosas no están mucho mejor que en los tiempos del explorador Henry Morton Stanley. Ahora sus habitantes están condenados a contaminarse para conseguir el cobalto con el que se elaboran nuestras baterías de litio; las que van a salvar al primer mundo mientras se condenan los del tercero. Si antes era el rey Leopoldo II —que exprimió para su beneficio personal desde 1885 hasta 1909 este vasto territorio del centro de África— el que se lucraba con las ricas materias primas del Congo, ahora se benefician de ellas las multinacionales tecnológicas gracias a la explotación de los mineros artesanales —muchos de ellos menores de edad—. Antes estaba Bélgica, y ahora China; siempre hay alguien acechando en las tinieblas. Ya no está Joseph Conrad para contarlo en una novela, pero, afortunadamente, hay periodistas, como Siddharth Kara, que se resisten a que la verdad siga oculta. En Cobalto rojo (Capitán Swing), Kara denuncia las condiciones infrahumanas a las que están sometidos los trabajadores de la minería del cobalto en la República Democrática del Congo, e interpela a nuestras conciencias, las de los consumidores de este mineral.

Hablamos en Zenda con Siddharth Kara sobre empresas que nos animan a comprar sus productos y mirar hacia otro lado, de la maldición del Congo, acerca de la nueva esclavitud en el cinturón del cobre de África y de encontrar la esperanza entre tanto horror.

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—El coche eléctrico es una de las grandes esperanzas para frenar el cambio climático, pero su autonomía depende de una remota ciudad de Congo, Kolwezi. No parece ni viable ni sostenible. 

—Ahora mismo, la extracción de cobalto en la República Democrática del Congo no es sostenible. Se trata de un proceso destructivo, dañino y violento que ha costado daños incalculables en las poblaciones y también en el medio ambiente del corazón de África. Y este problema también afecta a nuestro medio ambiente, visto de una forma global. El propósito de mi libro es tratar de llevar la verdad y hacer oír las voces de las personas que trabajan en esta cadena de suministros, de cuya explotación depende el mundo.

—Las grandes compañías tecnológicas publicitan sus buenas prácticas en la cadena de suministros y alardean de su inversión en sostenibilidad, pero todas dependen del cobalto de Congo. Algo no cuadra.

"La tragedia es que estas compañías se presentan a sí mismas como las campeonas de los derechos humanos, de la sostenibilidad y de las buenas prácticas empresariales"

—No. No cuadra. La suma no da. Es una ficción. Esas frases de marketing de las compañías de vehículos eléctricos, que hacen gente que está en la cima de la cadena de suministros, no valen nada, son papel mojado. La verdad es lo opuesto a lo que ellos dicen. En la parte baja de esta cadena de suministros se producen acciones violentas contra la población del Congo y contra el medio ambiente de este territorio. La tragedia es que estas compañías se presentan a sí mismas como las campeonas de los derechos humanos, de la sostenibilidad y de las buenas prácticas empresariales. Pero eso es solo palabrería para poder vender sus productos. Si fuese cierto lo que dicen, no estaríamos teniendo esta conversación, no existiría el libro Cobalto rojo. El mensaje de estas empresas es el mismo que se ha usado siempre para explotar a los más débiles, a personas empobrecidas: las condiciones no son tan malas. Nos invitan a comprar sus productos y a mirar a otro lado.

—Después de leer su libro queda una idea muy fuerte: en nuestra agenda verde del primer mundo escondemos que hay un trabajo sucio que se hace en el tercer mundo. 

—La transición hacia las energías renovables, hacia una sostenibilidad ecológica, es una hipocresía absoluta. Estamos diciendo que queremos preservar nuestro medio ambiente y darles un planeta más verde a nuestros hijos e hijas, destruyendo el medio ambiente y la vida de los niños de otros países. La transición ecológica está basada en una hipocresía. Podemos tener otra relación entre el norte y el sur, otras aspiraciones y otra realidad para los países de África. Creo que es totalmente factible que las empresas en lo alto de la cadena y los gobiernos de Occidente hagan esfuerzos, en el Congo, por ejemplo, para ayudar y acompañar a esta transición verde. Pero todos ellos solo buscan conseguir objetivos y les da igual pasar por encima de cualquiera, no les importa violentar las vidas de los congoleños. Para poder tener todos un planeta verde hay que apostar por otro tipo de transición ecológica.

—Congo es uno de los países con más materias primas, algunas de ellas muy demandadas, como el cobalto, el wolframio y el zinc. Sin embargo, cuanta más riqueza más empobrecidos están los congoleños. ¿Por qué no ha conseguido este país gestionar sus recursos?

"Congo nunca tuvo una oportunidad para ponerse en pie y explotar sus materias primas"

—Esa es la condena y la maldición del Congo. Nunca se les dio la oportunidad de beneficiarse de sus propios recursos porque siempre estuvieron en manos extranjeras. Esto se remonta a la época en la que los europeos nos encontramos por primera vez con la población del Congo, en 1482. Desde el principio los habitantes de este país han sido vistos, y utilizados, como esclavos. Esto es algo ocurrió sobre todo durante la colonización belga. Después de su independencia, el presidente elegido democráticamente, Patrice Émery Lumumba, defendió que los recursos naturales del país debían estar en poder de los congoleños, pero los belgas no quieren dejar este negocio. Lumumba es asesinado y llegó un dictador sangriento como Mobutu. Congo nunca tuvo una oportunidad para ponerse en pie y explotar sus materias primas.

—Poco ha mejorado la vida para los habitantes del Congo desde que se publicó El corazón de las tinieblas, de Conrad. ¿Es Congo un país maldito? ¿Hay alguna esperanza?

—En cierto sentido, nada ha cambiado desde la época que Conrad narra en su libro. Antes estaba el caucho y ahora el cobalto. Podemos decir que es un lugar maldito, porque ningún sitio en el mundo ha sido explotado como este. Pero creo que sí que hay esperanza. Siempre tiene que haberla. La historia nos ha enseñado que cuando se revelan los horrores aparecen líderes morales que no aceptan las injusticias. Por nuestra parte, debemos cambiar nuestras necesidades de recursos minerales. Y para lograrlo los periodistas debemos dar la información a los consumidores de lo que está pasando en África. Congo puede tener un futuro más justo, pero depende de todos nosotros; debemos ser más consecuentes y tener en cuenta lo que sufren para nuestra comodidad.

—En un momento del libro destaca que pocos niños van a clase en Congo. Y los que lo consiguen lo hacen solo hasta los 13 o 14 años, después de haber recibido una enseñanza muy rudimentaria. ¿Puede estar ahí la clave de lo que está ocurriendo?

—Las empresas que se benefician con el trabajo infantil en la producción de cobalto deben dar un paso adelante: construir escuelas, comprar libros y uniformes, pagar a los maestros, darles comida a esos alumnos… Congo es un país muy pobre. La mano de obra es baratísima. Estas corporaciones se llevan el cobalto por unos céntimos. La cifra por crear y mantener esos colegios es ridícula en comparación con los enormes beneficios que obtienen de la venta de sus productos. Deben ser responsables de las condiciones laborales y vitales de aquellas personas que hacen posible que ellos se enriquezcan.

—A las mujeres no les va mucho mejor en estas excavaciones de cobalto.

"Las mujeres son siempre las que más sufren: agresiones, acosos sexuales, violaciones... Es una gran injusticia"

—Las mujeres son siempre las que más sufren: agresiones, acosos sexuales, violaciones… Es una gran injusticia. Trabajan todo el día en unas condiciones peligrosas y dañinas, cobrando menos que los hombres por el mismo trabajo, y luego vuelven a la casa para encargarse de las labores domésticas y de la crianza de los hijos. Un saco de cobalto extraído por una mujer va a ser peor pagado; ellas trabajan más por menos dinero. Todos los esfuerzos para mejorar la situación de la minería en Congo deben enfocarse en las mujeres. He visto adolescentes con bebés atados a la espalda trabajando en la minería. Sabemos cuál es el destino que espera a esos niños. A eso es a lo que me refiero cuando digo que las empresas deben hacer frente a su responsabilidad. No pueden saquear los recursos de un país a cambio de unas moneditas.

—Vamos a afianzar conceptos. ¿Cuál es la diferencia entre la minería artesanal y la industrial? Si es que hay alguna.

—Una de las conclusiones más importantes del libro es que no hay una diferencia real entre esos dos tipos de minería. Las empresas tecnológicas y de los vehículos eléctricos, que están en la cima de la cadena de extracción del cobalto, dicen que la minería es industrial, realizada con tecnologías modernas, sostenibles, verdes… La minería es artesanal, pero no porque sea algo manual como hacer pan, sino porque las familias excavan con sus propias manos desnudas, sin ninguna herramienta. Hay que ir a las minas de Congo a comprobar cómo se consigue este mineral; allí está la verdad. No es un proceso industrial. Una parte de los sacos de la llamada minería industrial son llenados por los mineros artesanales, que sacan el cobalto con sus manos y los venden a los comerciantes. Luego estos comerciantes se los venden a las minas industriales.

—¿Estamos sometiendo a esos mineros artesanales a una nueva esclavitud?

"Es una esclavitud en un contexto moderno: gente expuesta a trabajos peligrosos por muy poco dinero, que solo le permite subsistir, sobrevivir"

—En muchos casos es lo que está ocurriendo. Es una esclavitud en un contexto moderno: gente expuesta a trabajos peligrosos por muy poco dinero, que solo le permite subsistir, sobrevivir. Este sistema está diseñado con esta finalidad: conseguir grandes beneficios con muy poco gasto, con poca inversión. Las compañías extranjeras extractivistas compran áreas enormes de África para realizar estos trabajos. Hay una de estas zonas que tiene el tamaño de Londres, y está completamente destruida por los trabajos para conseguir minerales. Las personas que vivían ahí se tienen que marchar, su única opción para sobrevivir es cavar para sacar cobalto. Esta es la esencia de esa nueva esclavitud.

—¿Qué enfermedades presentan los mineros artesanales de Congo y los del resto del cinturón del cobre de África?

—El cobalto es tóxico al tacto, a la respiración. Cualquier persona que esté excavando con sus manos lo toca, y respira sus partículas a diario. Además, el cobalto se encuentra en otros minerales pesados, como el uranio. Los efectos en estos trabajadores son terribles. Hay una catástrofe en materia de salud entre los mineros: enfermedades neurológicas, respiratorias, de la piel… Y todo ello sin ninguna asistencia médica. Muchas de esas empresas mineras vierten sustancias tóxicas al medio ambiente durante el proceso de producción. Las muestras de sangre de los habitantes de Congo muestran altos niveles de metales pesados, por encima de los recomendados por la OMS. También los animales sufren esa contaminación. Todos están envenados, incluso los que no trabajan en la minería.

—Hay una gran potencia que ha irrumpido con fuerza en el negocio de las materias primas críticas: China. ¿Cómo está afectando esto a los países africanos? ¿A Congo?

"La llegada de China a África ha sido muy agresiva. Este país ha tomado el control de los recursos"

—La llegada de China a África ha sido muy agresiva. Este país ha tomado el control de los recursos. Su influencia es muy grande porque son los que dan los préstamos, los que financian proyectos y crean infraestructuras a cambio del acceso a los recursos que sirven para crear las baterías recargables. Estas empresas mineras chinas, por lo general, están gestionadas por el gobierno de su país y no pagan ningún tipo de impuesto, ninguna indemnización, por los daños ecológicos que se llevan a cabo en África. Casi todas las minas de cobalto están gestionadas por el estado chino. Han cortado millones de árboles, vierten sustancias tóxicas a los ríos, a los terrenos, al aire… África está sufriendo en esta relación con China. Las empresas tecnológicas europeas y norteamericanas compran el cobalto a China y miran hacia otro lado.

—He leído un artículo de Open Democracy sobre su libro. No les gustó demasiado. Dicen que es sesgado y que tiene una mirada colonial.

—No puedes contentar a todo el mundo. Te cuento lo que yo hice: usé mis propios recursos para viajar a Congo y hablar directamente con la población local y compartir sus voces en el libro. Si eso es colonialismo, pues vale: soy colonialista, soy un colono. Pero yo no lo veo así. Lo que sí que pienso es que este medio de comunicación puede cobrar de alguna empresa minera. Hay gente a la que no le interesa que todo lo que está pasando en Congo salga a la luz. Estoy convencido de que dar la voz a los congoleños es totalmente anticolonial. Callarse eso sí que es colonial. Criticar estando a miles de kilómetros de la realidad, como han hecho ellos, es algo habitual de la máquina de la propaganda que quiere mantener el orden de las cosas.

—¿Cómo de complicada ha sido la labor de investigación para su ensayo?

"He dedicado mucho tiempo a construir relaciones para generar confianza entre los mineros y tener acceso a sus relatos"

—Ha sido muy difícil, a pesar de que llevo más de 20 años dedicados a viajar para documentarme e investigar en más de cincuenta países. Congo es un lugar muy violento, siempre ha sido un lugar inseguro, peligroso. Es difícil de transitar. Las milicias controlan las minas. He dedicado mucho tiempo a construir relaciones para generar confianza entre los mineros y tener acceso a sus relatos. Mi trabajo es desafiante y complicado, con muchos riesgos, pero es el trabajo que quiero hacer y que pienso que es necesario realizar.

—¿Cuál es su próximo proyecto de escritura?

—(Piensa) Lo puedo compartir con vosotros. Después de la publicación de Cobalto rojo tenía que hacer una pausa en el trabajo de investigación sobre el terreno. Los últimos años, no solo los que he pasado en el Congo, me han traído muchos problemas de salud. A nivel emocional también he sufrido. De muchos de esos encuentros han salido testimonios que están grabados a fuego en mi interior. Ahora necesito un tiempo para hacer un trabajo diferente. Pero tengo que seguir escribiendo. No puedo estar sin hacerlo; me vuelvo loco. Ahora estoy trabando en mi siguiente libro, que es una obra sobre el comercio esclavista, un relato de la travesía en barco de esos africanos hasta América. Quiero sumergirme en esto y llevar la historia de estos esclavos a la población que no conoce lo que pasó.

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Los créditos de las fotos del artículo son del autor del libro Cobalto rojo, Siddharth Kara.

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