Sinceridad

En las líneas que siguen me propongo dar a conocer a los amantes de la poesía el poemario de Eduardo Martínez Rico El Paraíso está en la Tierra, publicado por Ediciones Azimut en 2024. He de reconocer que desconocía esta faceta de la personalidad creadora de Eduardo, que para mí es un excelente novelista con una trayectoria envidiable de libros publicados, y en quien aprecio la versatilidad en lo que a temas y materias respecta. Y es que hay dos tipos de novelistas conforme a este criterio: los del primer tipo, al dar con una fórmula exitosa, siguen la misma línea en sus obras posteriores sin aspirar a la variedad de géneros, temas, técnicas narrativas o estilo. Los del segundo, donde incluiría al Eduardo novelista, tienden a sorprender a sus lectores ofreciéndoles lecturas diferentes en vez de ir por el camino trillado y seguro. ¡Qué diferentes son sus novelas históricas de la novela Confesión o las Cartas de un joven escritor a Don Quijote de la Mancha de Cuerpos y letras! Y de pronto, una nueva sorpresa, esta vez en forma de libro de poemas. El tema que señorea en casi todos es el tema poético por excelencia, el tema eterno de la poesía: el amor. Pero, ¿vale la pena escribir hoy día poesía amorosa, teniendo como tiene este género una trayectoria milenaria? ¿Podría aportar algo un poeta de nuestro siglo que no se haya sentido y expresado ya infinidad de veces por los grandes y no tan grandes vates del pasado? Espero que después de leer el libro de Eduardo el lector termine dando una respuesta afirmativa a estas preguntas, como hice yo. La razón se puede reducir a una sola palabra: sinceridad. Vale la pena leer poemas de amor cuando estos dejan la impresión de revelar sentimientos y experiencias vividos, cuando no se limitan a repetir o imitar lo que otros sintieron y describieron. Como soy profesor de literatura española de los Siglos de Oro, daré un ejemplo de aquella época para ilustrar lo dicho. Es bien sabido que gracias a Garcilaso de la Vega triunfó el italianismo en la poesía renacentista española y que el poeta español siguió el modelo petrarquista en el tratamiento del tema del amor: idealización de la mujer, sentimiento platónico, dolor y desesperación. Sin embargo, no fue un epígono, no plasmó sin más las experiencias amorosas del gran maestro italiano en versos castellanos. Sus poemas nos emocionan porque se deja sentir la sinceridad, porque sabemos que el joven Garcilaso realmente vivió aquello de lo que nos habla en sus versos. De ahí viene el impacto inmarcesible de las creaciones artísticas en general, ya sean estas literatura, arte visual o música: nos impresiona la maestría técnica, la perfección de la forma, pero nos conmueve la sincera experiencia que late en ellas y que se detecta intuitivamente. Solo así podemos identificarnos con lo que vivió otra persona. Tal es el caso también de los poemas de amor de Eduardo: ilusión y desilusión, felicidad y tristeza se suceden en sus páginas como en la vida de cada ser humano. Su lenguaje no es pretencioso ni rebuscado, no pretende maravillar, sino llegar al corazón. Y… una sorpresa más: los dos poemas que cierran el libro se desvían ligeramente de la temática amorosa y nos recuerdan el antiguo mito de Ulises y su fiel Penélope y el más reciente del entrañable arqueólogo aventurero, pero también conquistador de los corazones femeninos, Indiana Jones cuyas hazañas espolearon sin duda la imaginación de Eduardo en su adolescencia al igual que la del humilde suscriptor del presente texto. Sirva este de estímulo y acicate a la lectura del poemario, ya que el Paraíso está en la Tierra solo para aquellos que sean capaces de apreciar y gozar la belleza y el amor en todas sus formas.