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Túselo usted misma (Arresto domiciliario 88)

Túselo usted misma (Arresto domiciliario 88)

Fui uno más de esos punks mal avenidos que de niños soñaron con ser jipis. Llegada cierta edad, la escisión terminaba por meterte en apuros. ¿Qué hacer con la melena, por ejemplo? ¿Dejártela crecer como un Beatle tardío o trasquilártela como un Sex Pistol? Mi padre, para colmo de males, tenía un peluquero que iba a la casa cada quince días y se encargaba, con singular sevicia, de ceñirme a los cánones del “casquete corto”. Y listo: con semejante pinta cuartelaria —prueba de que eras hijo de familia sin derecho a voto— no habría chica guapa que volteara a mirarte, y si alguna lo hacía era seguramente para compadecerte. ¿Cómo no odiar a muerte a un peluquero que te hace sufrir más que el ortodoncista?

De estar ahora mismo tendido en un diván, diría que me estresa por igual cambiar de peluquero que de jardinero. ¿Y no padece uno las mismas aprensiones nada más enterarse de que su último escrito ha ido a dar a las garras de un entusiasta corrector de estilo? ¿Quién tomaría con calma la inminencia de una mutilación? Aprendí así a gastarme un ojo de la cara en peluqueros, asumiendo en principio —con un claro esnobismo defensivo— que si dejas ahí el importe completo de dos botellas de buen whisky, e incluso si te asestan algún corte de autor, nadie tendrá por qué chiflarte a media calle. En todo caso, funcionó la estrategia, tanto que terminé llevándome la pluma y el cuaderno a la peluquería.

"En términos estrictamente terapéuticos, las tres veces que vimos el videotutorial me resultaron sumamente útiles. Estaba felizmente resignado a hacerme confundir con Johnny Rotten"

Esto es una rareza, doctor Cuarentenario, porque mis adminículos nunca dejan la casa —excepto cuando voy al peluquero— pues soy a este respecto cliente cautivo de la paranoia. Parafraseando a Blake, diría que antes jugarte un niño en la ruleta que perder el cuaderno donde haces la novela. ¿Pero cómo demonios me concentro en la chamba mientras, para decirlo como en la adolescencia, “me recortan la personalidad”? Tengo la teoría de que lo hago precisamente para huir de una escena que mi inconsciente asocia a la idea de suplicio, y ahora que la melena de confinado me hace ver como un jipi pestilente ha llegado la hora de enfrentar a ese monstruo bravucón.

—Mira, ya llegaron las tijeras desfibriladoras —anuncié emocionado a mi correclusa, con el paquete apenas abierto.

—¡Degrafiladoras! —corrigióme ella por enésima vez, ante la ceja súbitamente alzada del doctor Freud.

"Ya oigo a mi correclusa accionar las tijeras en el aire, como un niño que estrena el mechero de su juego de química"

En términos estrictamente terapéuticos, las tres veces que vimos el videotutorial me resultaron sumamente útiles. Estaba felizmente resignado a hacerme confundir con Johnny Rotten, aprovechando que en la cuarentena nadie me va a chiflar, así me haya vestido de Pierrot. Una cosa, eso sí, es lo que uno decide sobre sus viejos traumas y otra muy diferente lo que resuelvan ellos por su cuenta. ¿Sabrá mi correclusa que después de confiarle este proyecto ya podría operarme a corazón abierto, si es que existe algún videotutorial? ¿Y no tendría que preocuparme más la posibilidad de desmitificar esos cortes de pelo caros y pretenciosos, sin los cuales tendría ya archivadas varias cajas de Juanito Andarín?

Ya oigo a mi correclusa accionar las tijeras en el aire, como un niño que estrena el mechero de su juego de química. Que alguien me acerque el desfibrilador.

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