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Un lector de Salinger mata a John Lennon

Un lector de Salinger mata a John Lennon

Otro ocho de diciembre, el de 1980, hace cuarenta y un años, un lector entusiasta de J. D. Salinger —se cree Holden Caulfield en su Iluminación, y así le llaman las voces que escucha— se dispone a poner fin al sueño de juventud de una generación entera, dejar sentado que The Beatles no han de volver a unirse e incluso acabar con los problemas que le plantea al FBI la vigilancia de un músico británico que, desde que en 1966 aseguró que The Beatles eran más populares que Jesucristo, nunca ha acabado de encajar en Estados Unidos.

Mark David Chapman, nombre al que responde el lector de El guardián entre el centeno (1951) que ha de demostrar la inviabilidad del pacifismo a ultranza con el asesinato de uno de sus grandes apologetas, aguarda entre el resto de los fanáticos del hombre a quien se dispone a dar muerte. Sí señor, es costumbre que los admiradores de John Lennon esperen, durante horas, frente a la entrada sur del Dakota.

"Aunque su uniforme podría recordarnos al de ese conserje del que nos habla Federico García Lorca, José Sanjenís Perdomo, el portero del Dakota, no es un sencillo y humilde representante de su oficio, como suelen serlo sus pares"

Hablamos de un edificio sito en el Upper West Side de Manhattan, en la esquina noroeste de la calle 72, frente a Central Park. Se trata de un inmueble con cierta historia macabra. Se dice que Roman Polanski rodó en su fachada algunos planos de La semilla del diablo (1968) porque el siervo del maligno, que Ira Levin retrata en la novela en que se basa la película de Polanski, hace referencia a un célebre nigromante que otrora habitó en la finca. Lo que sí que está escrito es que Chapman, hoy también, ha de protagonizar un nuevo capítulo en la historia lúgubre del lugar.

Los admiradores del que va a morir saben que al de Liverpool, aunque es uno de los grandes compositores de la historia general de la música, y muy en particular de la banda sonora del siglo XX, nunca le faltan unos minutos para detenerse a firmar los autógrafos que le demandan e incluso intercambiar unas palabras con sus fanáticos. De la cordialidad del exBeatle con sus devotos —en coherencia con su discurso del entendimiento y de la paz— sabe hasta el conserje del Dakota, quien, cuando sus obligaciones se lo permiten, no tiene ningún problema en charlar amigablemente con quienes esperan.

"Chapman, el tipo resuelto a pasar a la historia por el asesinato de John Lennon, es un tejano de veinticinco años que fue un fan mientras cursaba estudios secundarios en Georgia"

Aunque su uniforme podría recordarnos al de ese conserje del que nos habla Federico García Lorca en su Oda al rey de Harlem (1929), José Sanjenís Perdomo, el portero del Dakota, no es un sencillo y humilde representante de su oficio, como suelen serlo sus pares. Se trata de un cubano anticastrista —antiguo policía de Batista ni más ni menos— que ha colaborado en varias ocasiones con la CIA en su lucha contra el comunismo sudamericano. De hecho, es el portero suplente del Dakota en el día aciago. Mas jugará un papel determinante en el drama que está a punto de desencadenarse. Será él personalmente quien asegure a la policía haber visto a Mark David Chapman disparar a John Lennon. En un primer momento, Peter Cullen —el agente que detiene al asesino— no cree que Chapman haya sido el autor del crimen. De una u otra manera, cuesta suponer al portero un admirador de Lennon. Puede que Sanjenís —Sam Jenis para sus compañeros en los trabajos sucios de la CIA— no hubiese sido tan diligente en su acusación de no haber discutido con Chapman unos minutos antes, la misma noche de autos, sobre el asesinato de John Fitzgerald Kennedy y la invasión de la Bahía de Cochinos.

Chapman, el tipo resuelto a pasar a la historia por el asesinato de John Lennon, es un tejano de veinticinco años que fue un fan de The Beatles mientras cursaba sus estudios secundarios en un instituto de Detour (Georgia). En aquellos días de la enseñanza media, sufría acoso escolar por no ser un buen atleta. Según confesión propia —“iba drogado”, declarará en el juicio— consume marihuana, cocaína, ácido lisérgico, mescalina e incluso heroína. Al final se enmienda tras encontrar la virtud con el cristianismo militante. Toca la guitarra en iglesias y agrupaciones, trabaja con refugiados vietnamitas en un campamento de Arkansas. Una empresa muy semejante le lleva hasta el Líbano.

"Si Mark David Chapman hubiera sido mejor suicida que magnicida, puede que The Beatles hubieran vuelto a unirse, cumpliendo así el sueño de toda una generación. Pero nunca lo sabremos"

Casi puede decirse que antes de convertirse en uno de los asesinos más famosos de su tiempo, Chapman es un precursor de los solidarios de nuestros días. Comienza a cursar estudios superiores, junto a su novia, en una universidad presbiteriana. La joven le deja tras enterarse de que ha tenido una historia con otra; él ya no ha de volver a sentar cabeza. Abandona los estudios y demuestra ser muy mal asesino de sí mismo: a partir de 1977, falla en algunos intentos de suicidio. Curiosamente, esto podría ser la prueba de que hasta entonces está perfectamente cuerdo. Quien de verdad quiere matarse nunca falla. Puestos a darse muerte a sí mismos, sólo yerran quienes buscan llamar la atención de los demás, que no quitarse del medio. Si Mark David Chapman hubiera sido mejor suicida que magnicida, puede que The Beatles hubieran vuelto a unirse, cumpliendo así el sueño de toda una generación. Pero nunca lo sabremos.

Para el músico, que trasciende la historia del rock para convertirse en uno de los protagonistas indiscutibles del amado siglo XX, siendo además uno de los más queridos por los millones de jóvenes a los que se ha ganado en el mundo entero con sus canciones, las que escribió junto a Paul McCartney, y con su buen talante hasta el último momento, el día en que habrá de firmar su último autógrafo comienza con una sesión de fotos para la revista Rolling Stone. Le retrata Anne Leibovitz, una de las cámaras más lúcidas de la publicación, una de las más prestigiosas en cuanto al rock se refiere. Y una vez más, la esposa de Lennon, Yoko Ono, vuelve a estar en medio, como el jueves. Leibovitz no quiere que ella aparezca en los clichés, Lennon la impone. Más o menos igual que como viene sucediendo desde que empezó a culparse a Yoko de la separación de The Beatles.

"Ya en octubre intentó matar al músico, aunque desistió en el último momento. Ofrecía cocaína a los taxistas y había dado un susto de muerte a James Taylor"

Menos inseparables de lo que parece —es sabido que Lennon ha tenido un lío con una chica llamada May Pang—, John y Yoko sí que pasan juntos la última tarde de él. Les ocupa la grabación de una canción de ella —Walking on Thin Ice— en el Record Plant Studio. De vuelta a casa, a las once menos diez de la noche, la limusina que los lleva podía haber entrado en el Dakota y dejarle en el patio interior. Pero el buen John, ya digo, prefiere bajarse en la calle 72 y atender a sus admiradores. Todo es buen rollito. Lástima que el buen rollito siempre acabe siendo contraproducente.

Desde septiembre, Chapman confiesa, en las cartas que remite a su amiga Lynda Irish, firmadas como «el guardián entre el centeno», que se está volviendo loco. Su confesión bien podría demostrar que está perfectamente cuerdo. Ya en octubre intentó matar al músico británico, aunque desistió en el último momento. A la sazón, ofrecía cocaína a los taxistas que le llevaban por Nueva York y había dado un susto de muerte a James Taylor.

"Dicen que, cuando mataron al primer Kennedy, todos los miembros de la generación de sus padres recuerdan lo que estaban haciendo. El asesinato de Lennon será un hito semejante"

Este ocho de diciembre, Chapman está decidido a hacerlo. Espera a Lennon bajo una de las arcadas del Dakota, se acerca a él sin mediar palabra alguna, extendiéndole un ejemplar de Double Fantasy (1980), el último álbum del músico. El buen John se lo dedica cortésmente y pregunta asombrado a su inminente asesino si no quiere nada más. Claro que Chapman quiere más: lo quiere todo, la vida entera. Cinco tiros y el entrañable John ya no cumplirá esos sesenta y cuatro años de los que nos hablaba en una de sus más bellas canciones.

Tras la noticia de su asesinato, el dolor se abate sobre toda una generación: son los jóvenes que, siempre en torno al rock, han protagonizado la mayor sedición juvenil que la historia de la humanidad registra. Dicen que, cuando mataron al primer Kennedy, todos los miembros de la generación de sus padres recuerdan lo que estaban haciendo. El asesinato de Lennon será un hito semejante en la memoria de todos aquellos jóvenes sediciosos.

"La historia de John Lennon podría resumirse en un par de líneas: fue un amante del rock & roll y de las chicas"

Desde la catarsis punk del 77, el rock ha perdido definitivamente su ingenuidad. Y quizás sea ahora, con el asesinato de Lennon, cuando se hace definitivamente adulto. Las muestras de dolor se suceden en el mundo entero. Las radios emiten canciones de The Beatles durante varias jornadas seguidas. Incluso los locutores que siempre fueron más de los Stones se suman consternados a la iniciativa. «Imagine», una canción que en modo alguno es la mejor del músico, comienza a destacar entre todas las iniciativas.

En líneas generales, si no fuera inconmensurable, inabarcable e inenarrable por su grandeza, la historia de John Lennon podría resumirse en un par de líneas: fue un amante del rock & roll y de las chicas. Al rock & roll precisamente dedicó el más hermoso de sus álbumes en solitario. Titulado así, Rock & roll (1975), fue un recorrido por los clásicos —»Stand by Me», «Be-Bop-A-Lula», «Peggy Sue»…—, y su último éxito, «(Just Like) Starting Over», el tema que abría Double Fantasy, es un bello rocanrolito. Pero si la historia ha querido que sea «Imagine», pues que sea «Imagine» el tema por el que se recuerde al de Liverpool. ¡Larga vida al rock & roll!, y maldición eterna al asesino de John Lennon.

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