¿Reconocen esa experiencia que sobreviene cuando arrancas con la lectura de un volumen y ya, desde las primeras palabras, desearías que este no tuviese un punto final? Pues exactamente eso sucede —y seguramente les sucederá— al adentrarse en el magnífico Las tinieblas del corazón, de Albert Sánchez Piñol, última obra del antropólogo y escritor, traducida del original catalán Les tenebres del cor (Editorial La Campana). El pueblo africano de los mbuti —tradicional y erróneamente denominados “pigmeos”— se convierte en el núcleo de una narración fluida y poliédrica que reconstruye una de las muchas vertientes arrumbadas de la historia humana. Pero, como subraya el autor en varios momentos, no estamos ante un texto de indagación antropológica o etnográfica sobre esta comunidad selvática y nómada, sino ante diversas catas diacrónicas en la atracción que siempre han suscitado las etnias africanas de estatura reducida. Estas catas se personifican en un listado de nombres propios que se despliega a lo largo de ocho cautivadores capítulos —a los que se suman prólogo, epílogo, posfacio y una bibliografía básica— que desgranan los intríngulis de la ambición humana por conocer el mundo, por alcanzar gloria y fama; todo ello plasmado en búsquedas, hallazgos y casualidades, muchas casualidades, tan grandiosas algunas como irrisorias otras. Entre expectativas y revelaciones, se nos hace patente un sendero narrativo que va desde los mitos homéricos, pasando por el análisis de las andanzas y obsesiones de estos exploradores del corazón africano —incluidas las del propio Sánchez Piñol—, y que se remata con unas muy necesarias reflexiones finales sobre la convulsa situación política y humana en la República Democrática del Congo y países aledaños en las últimas décadas.
Un concepto clave que encauza la narración es el de alteridad, o mejor dicho el de “hiperalteridad”. En términos del propio Piñol en el volumen, aparece referido este a: “un “otro” extremo, totalmente ignoto, en la frontera exacta entre la realidad y la fantasmagoría, la ciencia y la imaginación” (p.18). No es un asunto nuevo en su producción hasta el momento. Desde su exitosa novela La piel fría (2002) hasta el esclarecedor ensayo sobre los más estrambóticos dictadores africanos Payasos y monstruos (2006), u otras de sus obras de ficción más recientes —Fungus: El rey de los Pirineos (2019) o El monstruo de Santa Helena (2022) —, Sánchez Piñol siempre se ha mostrado proclive a explorar las diferencias más extremas, los principios aparentemente irreconciliables encarnados en los seres, humanos o no, que pueblan sus páginas. Pero es en la última de sus producciones donde esta pulsión se ve más claramente explicitada. Recurriendo a un hibridismo genérico magistral, que hilvana el ensayo antropológico e histórico, la crónica, las memorias, el libro de viajes y la ficción de aventuras, y desplegando un estilo que oscila entre lo cínico, lo sarcástico y, a la par, lo profundamente sentimental, el autor construye un juego de espejos constante entre las experiencias y publicaciones de los pioneros descubridores de la realidad mbuti a partir de mediados del XIX, concluyendo en su experiencia personal en los años 90 del siglo XX en el corazón del Congo.
En cada capítulo se nos desvela una biografía, una ambición personal de naturaleza muy diversa: desde la historia del encantador y autodidacta Paul du Chaillu, pasando por el metódico cientificismo de Georg Schweinfurth, desde la aproximación ciegamente cristiana, pero sensible, de Paul Schebesta, hasta la inmersión en lo más profundo del corazón de las tinieblas del tormentoso tándem formado por Anne Eisner y Patrick Putnam, y culminando con el británico Colin Turnbull y su éxito —que el autor disecciona sin piedad— The Forest People (1961), el primer texto divulgativo de impacto internacional sobre los “pigmeos”. Como cierre de este elenco cronológico de exploradores e investigadores de distintas nacionalidades, emerge el propio Sánchez Piñol, quien, en un extenso capítulo, desgrana su experiencia desde ángulos muy variopintos, acompañado de un repertorio de inolvidables personajes: entre otros, el chófer Maurice, el sargento Seú, los padres Francesco y Giovanni, o el “Buenito Ruinoso”, el destartalado todoterreno que, con dispar fortuna, los desplaza por la accidentada geografía física y humana congoleña. Salpimentada de infinitas y graciosas anécdotas y de delirantes situaciones relatadas con una excepcional retranca, la narración no rehúye, sin embargo, el relato de miserias y grotescos, de miedos y penas: una aproximación agridulce y, por ello, más completa, más humana, a la historia y sociedad congoleñas y a la más marginal de sus comunidades, la mbuti.
Pero, por encima de todos los capítulos, sobresale el de Ota Benga, el único —y dudoso— “pigmeo” al que se dedica uno de los segmentos más emotivos del libro. El conmovedor rastreo de la vida trágica de este joven congoleño —del que no se ha conservado ni una palabra directa, como era de esperar—, junto con el turbulento contexto en que vivió —el infame periodo de colonización belga bajo Leopoldo II— y sus rocambolescas andanzas, precipitadas por la malicia y avaricia de quienes se cruzaron en su camino, nos permiten comprender la hondura y la miseria de muchos debates científicos que pretendían apuntalar la supremacía de la raza blanca y de Occidente frente al supuesto salvajismo y atraso de otros pueblos. Ota Benga es el mejor representante del sino de los mbuti, tantas veces subrayado por Sánchez Piñol: la encarnación de la otredad más radical para Occidente, pero también para sus propios convecinos africanos; los otros de los otros.
Las tinieblas del corazón está adornado con múltiples virtudes; una de ellas, sin duda, la capacidad de conmover profundamente al lector a través del relato de pequeñas peripecias humanas que, a la postre, son reflejo de las pasiones y las miserias que mueven también las grandes empresas. ¿Cómo consigue Sánchez Piñol este inigualable efecto de inmersión mental y emocional en sus personajes, en la historia de seres humanos repletos de aristas? Sin duda, poniendo toda la carne en el asador, sin escatimar subjetividad, ni elogios ni críticas. A las claras se nos manifiestan filias y fobias hacia sus personajes, sin ambages, ni el propio escritor es compasivo consigo mismo. Y aquí una nueva virtud: en ningún momento Sánchez Piñol oculta su intención de posicionarse en este juego de descubrimientos y autodescubrimientos del que él mismo ha participado, como antropólogo, en primera persona. Esto no resta un ápice de veracidad y consistencia al relato; al contrario, demuestra que, efectivamente, no hay relato humano completo que pueda sustraerse de una opinión, de una lectura contrastada de los hechos y de sus protagonistas.
Invirtiendo el afamado título de Joseph Conrad, y explorando sus posibilidades poéticas y espaciales, Las tinieblas del corazón está escrita desde el sentimiento, desde una profunda pasión antropológica, humana y humanista que apela a la empatía, al otro que existe ahí fuera pero que también, a veces, desde las entrañas más sombrías, se agazapa en nosotros mismos. Canto a la diferencia y lamento quedo sobre la indiferencia —el sucinto epílogo condensa una profundísima reflexión sobre la condición humana—, es una de esas lecturas cuyo regusto permanece largo tiempo en el paladar del lector y a las que uno quisiera volver una y otra vez.
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Autor: Albert Sánchez Piñol. Título: Las tinieblas del corazón. Traducción: Noemí Sobregués. Editorial: Alfaguara. Venta: Todos tus libros.


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