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Una casa circular

Ilustración: Juan Carlos Viéitez.

Cada libro es una retirada desde la inmediatez a la reflexión. Cada libro lleva consigo un deseo perverso de confundir al tiempo, de engañarlo en su atracción inevitable.

Crecí en una casa circular. Entrando por el vestíbulo, si giras tres veces a la derecha, acabas donde has comenzado. Hace unas semanas señores desconocidos metieron todas mis pertenencias en cajas y las trasladaron a un piso nuevo. Vi cómo recogían mis libros desde el armario, a donde me subí como hacía de niña. No he vuelto a pasar por la casa y me ha sorprendido lo poco que la echo de menos, lo rápido que me he adaptado a una habitación nueva, la facilidad con la que un espacio ajeno se convierte en refugio en cuanto colocamos nuestras posesiones en él. Aún así, apenas me he movido tres kilómetros y el agua sabe rara, la luz no es la misma. Todavía no conozco del todo mi barrio nuevo. Si me despierto en mitad de la noche me cuesta saber en qué lado de la cama está la pared.

La pareja que ha comprado el piso antiguo parece hecha para los tiempos que corren: él teletrabaja, ella es enfermera. Dentro de un par de meses nacerá su primera hija. Son majísimos, lo que me provoca un curioso alivio. Siento una lealtad extraña hacia el espacio que me vio crecer, mis sueños todavía suceden en la casa circular, me es inevitable imaginar el futuro del piso y sus habitantes sin concebirlos como una continuación de mi propia existencia. De alguna manera, sigo allí.

El último libro que leí en la casa circular fue Recuerdos del futuro, de Siri Hustvedt. Entonces no lo sabía, pero ahora me parece muy apropiado. Siri, a la que siento casi como una amiga sabia y lejana, rescata los diarios —ficticios o no— de una joven que se muda a Nueva York en 1978. La chica del libro tiene mi edad, quiere escribir, está asustada. En el libro se mezclan esos diarios con la voz de la misma narradora treinta años después. Es, por tanto, un libro que se dobla sobre sí mismo. La propia Hustvedt lo compara con una figura de origami: la narradora del presente y la que habita los diarios se repliegan hasta formar una figura de dos cabezas que dialogan a lo largo del texto. Toda la obra es un ejercicio de equilibrio, una conjugación de las diferentes aristas de los recuerdos que habitan una única mente.

En la infancia la circularidad de la casa posibilitaba juegos que no se habrían dado en otra forma. Mis primas y yo podíamos gatear creyéndonos animales domésticos o criaturas fantásticas, organizar un polis y cacos, huir de los padres para dar sustos, todo ello en un bucle infinito. No había que parar la carrera, frenar en seco o darse la vuelta. En la casa circular aprendí a leer, a ser hija única, a estar sola. Creo que nunca volveré a leer tanto como lo hice de niña. La memoria de aquel hogar estará atada para siempre al fantasma de los libros que leí en él. Ahora, los recuerdos de la casa tienen la misma textura que las historias que devoré allí, poseen un toque de irrealidad. En el momento en el que decido narrarlos se desvanecen. Todo recuerdo está teñido inevitablemente de invención.

***

 “No olvidemos que un recuerdo siempre existe en el presente. No olvidemos que cada vez que evocamos un recuerdo, es susceptible de cambiar.”

En el libro conviven múltiples planos ficcionales. Los diarios de la chica, sus reflexiones ya como mujer madura treinta años después y la historia de Lucy, la vecina que vive al otro lado de la pared en el piso neoyorquino y pasa los días hablando sola. La de Lucy es una mentira que se nos antoja real. La narradora joven se inventa su historia, la anota en sus diarios, despliega todo un drama a partir de lo que oye a través de la pared. Nace entonces una ficción que tiene por protagonista a una persona sin rostro, desquiciada por la pérdida de su hija. Con la pared de por medio, Lucy parece casi peligrosa: habla con personas imaginarias, grita, da golpes. La joven narradora pasea por la ciudad, hace amigos, se masturba y transcribe en su diario los monólogos que escucha en el piso contiguo. Lucy solo se nos descubre como una especie de amable bruja urbana cuando salva a la protagonista de una violación.

La tesis principal del libro de Hustvedt es que recordar e imaginar van siempre de la mano. Cuando lo leo subrayo: “Siempre he creído que la memoria y la imaginación son una misma facultad.” La manera que tiene Hustvedt de navegar esos dos mares entrelazados es inventándose ficciones, anidando en los libros. Creo que intenta así ordenar sus propias vivencias y las de esa vecina —ficticia o no—, intenta encontrar su lugar en una historia ajena, se cuela en ella no solo como narradora, sino como personaje.

Somos criaturas creativas, no podemos evitar someter los recuerdos a una subjetivación constante. Hustvedt dice que no hay que fiarse de los escritores que describen sus infancias como si las tuvieran grabadas en un disco interno, que detallan hasta el más mínimo elemento. Mienten. Recordar es imaginar, es elegir dónde ponemos el foco, qué momento exacto del pasado elegimos iluminar. Es mejor así. En el libro, Hustvedt se postula como una narradora no del todo fiable, es consciente de las inexactitudes en las que inevitablemente incurre al contar su propia historia. En vez de ver esto como una limitación, lo utiliza para apropiarse de la ficción como una herramienta para recordar. Quizás deberíamos agradecerle a la naturaleza el haber marcado esos límites, el habernos ahorrado la experiencia de “Funes el memorioso”, el personaje de Borges que tras un golpe en la cabeza se acuerda de todo. Menos mal que no somos máquinas, que no vivimos en aquel episodio de Black Mirror donde los personajes llevan una grabadora clavada en las pupilas. Menos mal que no puedo visualizar cada curva del gotelé que perlaba las paredes de la casa donde crecí, me volvería loca.

El recuerdo de la casa es una ruina circular, nunca podré verla tal y como era antes, los nuevos inquilinos han pintado las paredes de un color distinto. La casa está invadida de recuerdos, de elementos que no son del todo verdad, de cosas que no sucedieron. Incluso ahora, al escribir sobre ella, no la describo, la invento. Solo está en mi mente, difiere de la casa que habita la mente de mis padres, que vivieron conmigo en ella durante más de veinte años. Dentro de unas semanas una nueva niña existirá en la casa. Mi antigua habitación pasará a ser la suya. Me la imagino ya dando vueltas infinitas, leyendo libros en cada habitación. No la conozco, quizás no llegue a verla nunca, pero sé que está ahí, una especie de extensión involuntaria de mí misma. Es, sin saberlo, protagonista de este texto. Todavía no ha nacido y ya es una ficción.

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Autora: Siri Hustvedt. Traductora: Aurora Echevarría Pérez. Título: Recuerdos del futuro. Editorial: Seix Barral. Venta: Todos tus libros.

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