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Una imagen de la verdad

Ilustración: Paula Viéitez.

Todo aquello en lo que es posible creer
representa una imagen de la verdad.

William Blake

En los primeros días del confinamiento, terminé de leer Sobre los huesos de los muertos de Olga Tokarczuk. El cruce entre novela negra, ficción ecologista y devoción por el zodiaco hizo más agradable ese momento que ahora solo puedo recordar de forma elíptica. La narradora, una maestra de inglés ya retirada en un pueblo polaco, ponía tanto énfasis en la poesía de Blake o en la astrología predictiva que era casi imposible no acudir a la obra del inglés buscando alguna pista o rastrear coordenadas de los crímenes en la influencia de Urano. Lo poético y lo profético constituían dos caras de una misma moneda. Leer un poema o revisar la carta astral suponían para ella el mismo gesto: reconocer las posiciones, expandir el conocimiento, aprender a mirar. Entonces no lo sabía, pero igual que a Janina Duszejko, la protagonista, nos esperaban meses de adivinaciones frenéticas y de observar el futuro con la misma inquietud con que asistimos a la muerte.

"En aquellos días de marzo, la conjunción de Marte y Júpiter cerca de Plutón y de Saturno auguraba conflictos, pugnas por el poder, tensiones colectivas"

De la novela de Tokarczuk me impresionó esta fe en las posibilidades adivinatorias del ejercicio creativo. La escritura, además, aparecía vinculada con la naturaleza, con la búsqueda de formas sostenibles de habitar los lugares, con el cuidado de los animales y el respeto a los prójimos. Escribir era no solo anticipar el futuro, sino también preparar a la imaginación para su cambio. Quienes me conozcan sabrán de mi obsesión por lo astrológico. Me reconozco en mis signos y, con frecuencia, la narratividad de mi mapa natal desbloquea algunas virtudes o defectos en los que nunca había caído. Soy consciente, no obstante, de las limitaciones discursivas que imponen los relatos y de que lo que soy va mucho más allá de lo narrable. Sabemos que lo más interesante es siempre esa porción de realidad que queda fuera de la narración, esa verdad esotérica que nunca es apresada en las ficciones. El vigor de la poesía, parecía decir la autora, reside en su poder para arrastrar las cosas que quedan en los márgenes o devolver al cauce del discurso esas piedrecillas pequeñas y brillantes que aguardan en su orilla. De hecho, el conocimiento intuitivo, que guía la poesía pero que es también parte de la naturaleza, se afianza en la intuición de que hay seres extraños, situaciones ocultas, palabras misteriosas, que son ajenas a las leyes de la causa y el efecto.

"Quizá diría que el futuro ya está anticipado y que nuestra tarea más activa consiste en sorprender esos lugares en los que aún es posible la creación. Diría que la verdad es un recurso superior de la imaginación"

Me extrañaría, sin embargo, que Duszejko estuviera de acuerdo en que la sabiduría del horóscopo es exclusivamente narrativa. Más bien, intuyo que para ella se trataba de una insólita alianza entre poesía y zodíaco y una comprensión de la escritura como un arma cargada de futuro, es decir, fundada en la oportunidad anticipatoria. Leerla, de hecho, me hizo obsesionarme aún más con el clima astrológico y con la forma en que podemos llegar a los poemas con la misma ansiedad con que miramos la posición de los planetas. En aquellos días de marzo, la conjunción de Marte y Júpiter cerca de Plutón y de Saturno auguraba conflictos, pugnas por el poder, tensiones colectivas. Los planetas transitaban y nosotros, sin necesidad de un nexo causal, hacíamos cosas. Estas imágenes no me hicieron escribir más, pero sí ser más consciente de que mi relación con el poema tenía mucho que ver con el estudio de la influencia de los cuerpos celestes: igual que en las metáforas, la astrología consiste en observar dos acontecimientos diferentes, en distintos niveles del discurso, y esperar el hallazgo de su correlación. La emoción por este hecho, parecía decir el libro, no deriva de la inteligencia, sino de una emoción antirracionalista, una emoción poética.

A lo largo de estos meses, me he preguntado con frecuencia cómo habría de cambiar nuestra vinculación con los relatos. En un primer momento, la devoción por la lectura tenía algo de escapismo, de encontrarle un refugio a lo vivible. La libertad solo podía existir en el pasado y era algo parecido a conquistar el paisaje. Después, como durante cada gran catástrofe, la reflexión sobre el presente se puso al servicio de lo práctico: los textos, inéditos o antiguos, eran herramientas políticas destinadas al reconocimiento del trauma. Me gusta pensar que la protagonista de la obra de Tokarczuk tendría para nosotros una solución coherente, una tercera vía profética para esta cuestión. Quizá diría que la poesía, como mirar al cielo, no puede separarse del deseo, su vocación está eminentemente insatisfecha. Quizá diría que el futuro ya está anticipado y que nuestra tarea más activa consiste en sorprender esos lugares en los que aún es posible la creación. Diría que la verdad es un recurso superior de la imaginación. Pienso que, sobre todo, tendría la certeza de que la escritura no es un artefacto individual, sino una forma hermosa de fusionar lo íntimo y lo cósmico. No hay nada, concluiría, que no haya sido escrito por Blake, para quien un petirrojo en una jaula ponía furioso a todo el Cielo.

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Autora: Olga Tokarczuk. Traductor: Abel Murcia. Título: Sobre los huesos de los muertos. Editorial: Siruela. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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