Hay películas que, queriéndolo o no, acaban resumiendo la cultura popular del momento. Y Wicked, de la que ahora se estrena su parte II, podría ser perfectamente una de ellas. Estamos, al fin y al cabo, ante una adaptación (del musical de Broadway de Stephen Schwartz) fruto de otra adaptación (de la novela de 1995 de Gregory Maguire) inspirada, a su vez, en un hito como los libros de Oz de L. Frank Baum que dio, a su vez, lugar a otro icono cinematográfico como la famosa película de 1939 protagonizada por Judy Garland.
La supuesta iconoclastia de Wicked es, por tanto, una entelequia tan grande como el propio reino de Oz. La película que vuelve a dirigir Jon M. Chu, que por cierto ya está dinamitando los resultados de taquilla de la primera parte (y hace adivinar que el universo Wicked, o perdón, Oz, podría estar lejos de terminar), apoya el premeditado kitsch de sus imágenes en una calculada ensalada de referencias y citas donde, aquí ya definitivamente, se realiza una apresurada relectura de los acontecimientos de la mítica El mago de Oz con la propia Dorothy convertida aquí en una almibarada molestia danzando por el camino de baldosas amarillas (quizá los episodios menos logrados del relato).
Wicked: Parte II tiene un tono trascendente y épico que despierta reservas tratándose de una fábula, pero dos actrices de ojos tan expresivos como Ariana Grande y Cynthia Erivo compensan esas pretensiones y la escasa pericia de Chu con la cámara. Wicked sigue teniendo un problema con la gradación de color de sus imágenes digitales, incapaces de capturar las tonalidades que el celuloide de la presuntamente obsoleta película de Victor Fleming captaba con mucha más precisión emocional, pero es la dualidad entre la obligación y la proyección pública, su irónica reflexión sobre la falsa felicidad del sueño, lo que cautiva en el largometraje.
Que la patria de Oz y sus aborregados habitantes necesiten, cual caballero oscuro, de un mito que canalice en clave dual una desordenada existencia (“no hay bondad sin castigo”, pronuncia solemnemente una de sus protagonistas) traza evidentes analogías a recientes convulsiones políticas y sociales. Wicked: Parte 2 sigue adornando esa tesitura de carismáticas canciones a las que Chu, justo es reconocerlo, añade en esta ocasión algunos montajes paralelos bastante expresivos. Decir que la segunda entrega está mejor dirigida que la primera es una contradicción, en tanto las dos mitades son una única película rodada de manera unitaria, pero en ocasiones esta segunda entrega parece algo más refinada en lo visual pese a algunos abruptos saltos narrativos (¿querrá Universal plantearse un puñado de escenas eliminadas en formato miniserie?).
La acción y tela que cortar que ofrece, no obstante, empujan el interés siempre hacia adelante, y el espectador nunca tiene la impresión de estar en manos poco seguras pese a la compleja representación social que ofrece Wicked. Existen demasiados momentos épicos, románticos y puramente sensoriales en el film, que no duda en apoyarse en representaciones superheroicas para trazar el retrato de sus brujas antisistema, como para toserle ni siquiera un poco a una película con estereotipos contemporáneos que ha sabido recuperar el musical clásico justo cuando la compañía más acusada de conservadurismo, Walt Disney Pictures, parece haberlo abandonado.



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