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‘Harry Potter and the Cursed Child’: Cultivando la nueva generación

‘Harry Potter and the Cursed Child’: Cultivando la nueva generación

[Foto: Victoria R Ramos]

El 31 de julio de 2016, el día en el que Harry Potter cumplió 36 años, se puso a la venta el que debería ser considerado el octavo libro (no habrá traducción oficial española hasta septiembre) de una saga cuyo primer volumen apareció en 1997, cuando Harry tenía 17, pero que en aquella primera novela acababa de cumplir 11. ¿Confusos? Acostúmbrense a este tipo de aritméticas cuando vayan a leer este libro (o ver la obra de teatro), porque los viajes en el tiempo (1981, 1995, 2020), son una parte muy importante de la trama, y es que como cualquier Potterhead sabe, los giratiempos son objetos que en principio parecen muy útiles pero que acaban causando muchos más problemas de los que resuelven.

Harry Potter y el infante maldito (puede ser chico o chica, ojo) no es una novela, sino el guion de una obra de teatro escrita entre la propia JK Rowling, autora de la saga al completo hasta ahora, y los dramaturgos John Tiffany y Jack Thorne. Sin embargo, es la continuación oficial de la serie, y por lo tanto, aunque nunca llegue a escribirse en formato novelístico, todo lo que ocurre en ella es canon en el universo potteresco. Harry se acerca a los 40 años de edad, tiene un hijo en edad de empezar la secundaria en el mismo colegio de magia y hechicería de Hogwarts al que él fue, Sombrero Seleccionador y todo, y lo que sigue es la historia de cómo el chaval, Albus Severus Potter, sobrevive a esta experiencia y también al hecho de ser hijo de alguien heroicamente famoso y de quien se esperan grandes cosas. A menudo no lo lleva muy bien, la verdad, y sus problemas de adolescente lo conducirán a meterse en el mismo tipo de fregados en los que se metió su padre, enfrentándose al Mal con letra mayúscula mientras aún está aprendiendo los rudimentos de su nueva vida como aprendiz de brujo. Acompañándole en una situación parecida se encuentra Scorpius Malfoy, hijo de Draco y nieto de Lucius, lidiando además con la supuesta ojeriza que debería tenerse con Harry por aquello de los Montescos contra los Capuletos, o en este caso los Gryffindor contra los Slytherin.

Si al leer lo que va de esta reseña se ha encontrado usted con palabras o nombres que no entiende muy bien (¿giratiempo? ¿sombrero seleccionador? ¿Albus Severus?), quizá este no sea el libro adecuado para usted: al fin y al cabo repito que es la octava parte de una narración con un «universo secundario», como lo llamaría JRR Tolkien, muy denso y poblado, así que se disfruta mucho más si se conoce todo ese mundo, como han comprobado varios críticos al ir a ver la obra de teatro en Londres siendo meros muggles. En cambio, para quien sea nivel experto, HPATCC debería ser una delicia friki cercana al nerdgasm: el número de apariciones de adorados personajes, legendarios objetos y épicos hechos históricos del pasado reciente de Hogwarts y alrededores son tan frecuentes que uno puede acabar con el codo dolorido de tanto usarlo para decir «¡hala, mira!» al compañero. Es más, quizá pueda haber incluso un exceso de fan service en este sentido, aunque en este punto en particular, mientras algunos aficionados nunca tienen suficiente, por muchas autorreferencias que se hagan, otros prefieren algo más sutil.

Como se ha dicho anteriormente, una parte importante de la trama tiene que ver con viajes en el tiempo, evidentemente para intentar afectar al pasado e intentar desfacer entuertos que inevitablemente provocan nuevas maneras de torcerse las cosas. Se llega incluso al punto de crear auténticas ucronías en Hogwarts, en el sentido de qué habría pasado si una cierta y famosa batalla la hubiera ganado otro bando, o si cierto torneo escolar hubiera tenido un resultado diferente. Quién se habría casado con quién, quién no habría nacido siquiera, quién sería Ministro de Magia o director del colegio se ofrecen como curiosas posibilidades antes de volver a la línea temporal correcta. Esta parte del relato tiene las típicas ventajas y desventajas que cualquier otra historia de viajes en el tiempo ha tenido siempre, principalmente el mantener la coherencia interna, y el hecho de que a cualquier lector o espectador se le ocurren varias maneras mejores de solucionar el problema del que se trata, pero al menos esta parte se lleva con brío e imaginación y sin gastar excesivo tiempo en ello (a todo esto, la obra de teatro dura cinco horas en dos partes).

Aparte de la pura peripecia mecánica de cómo se plantea, anuda y desenlaza la misión que cumplir, la obra también tiene mucho que aportar en el tema de las relaciones entre los personajes. A diferencia de las siete novelas, donde los críos (Harry, Hermione y Ron principalmente) eran los protagonistas casi absolutos, y los adultos a menudo meros inconvenientes o aliados secundarios, aquí se está escribiendo no solo para los nuevos chavales de once a diecisiete años, sino también para la gente que en las últimas dos décadas ha ido creciendo con la saga de libros como parte de su vida y ha ido haciéndose mayor y teniendo a su vez hijos y empleos más o menos gratificantes. Albus y Scorpius son en efecto los que se meten en los líos típicos de adolescentes cabreados con el mundo, pero en esta historia no se puede ignorar a personajes de la talla de los originales, ahora cuarentones: es más, quien antes vivía las travesuras desde los ojos de Harry, ahora probablemente vea esas mismas aventuras desde los ojos no de un nuevo chaval de 14 años, sino desde los de un padre o madre preocupado por los errores de su inexperto retoño. En ese sentido, la obra crea una tela de araña bastante efectiva en torno a la siguiente generación, e incluso a la anterior, aunque hay un par de críos que quedan un tanto marginados, supongo que debido a que el reparto ya resultaba extraordinariamente largo. Especialmente efectivos resultan los temas del amor paternal o su falta, y de cómo una falta de atención o un sentirse ignorado por tus iguales en una edad decisiva pueden conducir a alguien al lado oscuro de la vida, o a caer en las redes de diversos charlatanes (háganse aquí las metáforas o analogías que se quiera con la vida real).

En definitiva, y aunque leer un guion resulta muy diferente de leer una novela, esta nueva adición al canon contiene multitud de las cosas que han hecho famosa y querida a esta saga, incluyendo varios detalles con los que darse el placer añadido de ponerlos a parir, que es deporte nacional en el mundo entero. ¿Será de verdad lo último que Rowling escribirá sobre Harry Potter, como ya ha dicho, o eso habrá que verlo? Lo que está claro es que por mucho que el final anude muy bien la relación entre tres generaciones de Potters, la vida de Harry no se acaba a los 40.

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