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10 poemas de John Burnside

John Burnside es un poeta y narrador nacido en Dunfermline, Escocia, en 1955. Considerado como uno de los referentes de la poesía británica actual, ganó el premio T. S. Eliot en 2011 y el Forward Poetry Prize con Black Cat Bone. Estudió Inglés y Lenguas Europeas en la Universidad de Cambridge. Trabajó como programador informático y fue profesor en la Universidad de St. Andrews, hasta dedicarse a escribir a tiempo completo. Colabora en el periódico The Guardian. Es autor de libros de poesía como The Hoop (Carcanet, 1988) o The Asylum Dance (Jonathan Cape, London, 2000), por el que mereció el Whitbread Poetry Award. Recibió, entre muchos otros premios, el Scottish Arts Council Book Award en dos ocasiones, el Geoffrey Faber Memorial Prize, el Encore Award, el Saltire Society Scottish Book of the Year Award o el Corine Literature Prize. Es profesor en la universidad St. Andrews de Creative Writing y Literature and Ecologism. La intensidad lírica de sus poemas suele estar en la línea fronteriza de dos mundos y su obra se centra en la irrupción de lo inesperado como una revelación, como una metáfora del carácter epifánico con el que el poeta concibe su actividad creativa. Para Burnside la poesía aspira a reflejar la cualidad misteriosa del mundo natural y los momentos de revelación que a veces se presentan a los que parece que vivimos al margen de ese mundo. Para el autor el poema es un viaje —espacial y temporal— al territorio de las apariciones y las reapariciones, un viaje de ida y vuelta en el que la mirada hacia fuera penetra dentro de cada uno nosotros. En España se han publicado los libros Conjeturas y esperanza (Antología 1988 – 2008) (Pre-Textos, 2012) y Dones (Lumen, 2013). Es también autor de seis novelas ((A Summer of) Drowning, de 2011, es la más reciente), del libro de relatos Burning Elvis (2000) y de dos libros de memorias, A Lie About My Father (2006) y Waking Up in Toytown (2010).

***

ZORRO BLANCO

Fue cuestión de suerte, imagino,
aunque me pareció otra cosa
cuando dejé la carretera
y me detuve en un arcén de nieve
para estirar las piernas

y el zorro blanco
llegó en silencio desde la distancia,
en ruta hacia el verano, hebras de rojo
y castaño en la piel
plateada, el hocico

indiferente, cuando atrajo mi atención
y me observó un minuto
–estudiando mi olor,
tanteándome–,
aunque sólo, pensé,

por cortesía,
sin rastro de sorpresa,
acostumbrado,
al contrario que yo,
a la ley de la tundra,

la lógica salvaje según la cual
donde nada parece suceder
todo el tiempo
lo que sucede es la oportunidad
de que algo suceda.

***

SEÑAL DE STOP, CERCA DE HORSLEY

Humo en el bosque
igual que un personaje de película muda
que caminara junto a los raíles.

Una forma que reconozco; no es humo, o no es sólo el humo,
y tampoco es la nieve sobre los avellanos
o las huellas de un zorro entre el andén y los árboles,

sino el invierno, ni amigo
ni extraño, como la niña que a veces vislumbro

al alba, cerca de la barrera, con un vestido
de bayas y aguanieve, viendo pasar el tren.

***

PARUSÍA

Podía imaginar una presencia bíblica:
un oscurecimiento de la materia como
este cielo cargado, antes de la tormenta,
los tilos junto a la estación
manando lluvia,
cierta dureza, una costra de pus y sangre,
una herida en el aire, una voz sobre los tejados,

pero creo que si viniera
sería algo más sutil:

un borrón en el rabillo del ojo, una luz engañosa,
o la noción de que las cosas se han venido

más cerca: farolas y tapias,
setos de alheña, árboles, la puerta del vecino,
tan íntimos de pronto, y allá en la oscuridad,

definidos y comprendidos, los animales
-raposa y comadreja, lechuza y pipistrelo-,
agraciados con los instantes de privilegio en que duermen
y matan.

***

II. EL SUSTITUTO

Podía ser raptada sin que jamás me hayan
tocado. Raptada por palabras muertas que
se volvían obscenas, por ideas muertas que se
volvían obsesiones.

D. H. Lawrence

En los campos que hay entre el arroyo de Fulford
y las tierras en barbecho de Benarty,
el niño que fui se perdió y nunca fue encontrado
por los hombres del lugar, que habían prometido traerlo a casa
sano y salvo, antes del primer azul de la noche.

Jamás hubieran dicho
que mi ausencia estaba cerca
de lo exquisito, las camisas vacías
goteando en la soga, la cama angosta lista para dormir
en el rincón de la pequeña habitación, bajo estrellas sinuosas.

Y nadie fingió creer
cuando llegó el rumor sobre mi doble
perfecto en el asiento de atrás de un Austin
Cambridge, todas las golosinas que rechazó
guardadas para la declaración en una bolsa de evidencia.

Si él lo hubiera sabido, podría haberse marchado,
pero es a casa adonde tienen que llevarte
y era perfecto para el altar,
un cuerpo frío como piedra, y en la mirada
el indicio de que lo haría de nuevo;

y aunque no fue un asunto de principios, o no del todo,
no volví por motivos personales,
una sombra en el bosque poniendo trampas
para criaturas extintas hace tiempo, y un dejo apenas
de caramelo o cigarrillos en los dedos.

***

IV. INDELEBLE

Me gustaría mucho que De Hann viese un
estudio mío de una vela encendida y dos
novelas (una amarilla, otra rosa), colocadas
sobre una silla vacía (precisamente la silla de
Gauguin), lienzo de 30, en rojo y verde. Hoy
mismo estuve trabajando en su equivalente, mi
propia silla vacía, una silla blanca y barata con
una pipa y un paquete de tabaco. En ambos
estudios, al igual que en otros, he buscado un
efecto de luz mediante un color claro. De Haan
probablemente comprenderá exactamente lo
que busco, si le lees lo que he escrito al respecto.

Vincent van Gogh. Cartas a Theo,
17 de enero de 1889

Muerta hace cuarenta años, mi madre está cortando un corazón
en la mesa de la cocina.
Llueve en la puerta, aunque pronto va a ser aguanieve
y después, de acá al bosque,
va a nevar.

Los ventanales de esa casa se empañarían
en minutos,
y podríamos haber estado solos todo el fin de semana;
el resto de la ciudad, hasta donde sabemos, abandonada,
sin nada del otro lado del jardín, ni iglesia, ni gente.

Ahora está en mi cocina, cortando un corazón:
un platito con sal cerca del codo, un puñado de harina
esparcida en la mesada, la radio encendida,
ella trabaja igual que siempre, ensimismada,
con el cuchillo de cocina que capta la luz de este mediodía invernal.

Nunca creí en fantasmas y no tengo un especial interés
de ver otra vez a mis muertos
¿pero cómo no aceptar lo que se niega a desvanecerse,
como el borrón de la pintura en que una mano o un bol de porcelana
oculta el pentimento de un pájaro cantor

atado, o esa mancha color amapola
que emerge una vez más
cuando blanqueamos la pared del lavadero?
¿Cómo podría el niño que hay en mí
poner en duda lo que me contaron

del amigo de un amigo de un amigo
que presenció esa luz que nadie podría explicar,
un resplandor sobre el estanque donde, hace décadas,
el hijo del panadero se cayó a través del hielo
en el azul parafina de Año Nuevo, cuando nadie miraba?

Recuerdo ese paseo de domingo
cuando paramos en la niebla súbita, los árboles,
una pausa en la blancura extensa como el cielo,
y ella en aquel vestido verde que tanto le gustaba,
tan vivaz que casi estoy ahí de nuevo

aunque no es el vestido ni ella, simplemente
es el color que me lleva hacia atrás,
el verde que te quiero verde en este mundo que no
cesa, mientras vamos pasando
incesantes, pero siempre

cambiando, verde que te
quiero… Y sólo por un momento quiero
detener su mano y decirle
que ya no comemos corazón, o no
en esta casa; no comemos

hígado, tripas o patas de cerdo hervidas
a fuego lento, durante horas, para extraer
sus jugos, pero cuando giro hacia ella
mi madre ya no está y la silla
está vacía, como el espacio muerto en el bosque

cuando talan un árbol, o para ser más preciso,
la silla en el famoso “lugar vacío” de van Gogh
que pintó al irse Gauguin, la luz de la lámpara de gas
azul en la madera pulida y el cabo de la vela, clarísima
y casi insoportable de tan viva.

***

LLEGANDO A LOS SESENTA

Ahora que mi escalera ha desaparecido,
debo acostarme donde empiezan todas las escaleras
en la inmunda trapería del corazón.

—W. B. Yeats

En el Café Central
de Innsbruck,
una chica de vestido azul marino
libera su cabello del broche
y le cae a la cintura,
luego se sienta con sus amigas
frente al café y el pastel sacher,
volteando la cabeza una sola vez
para mirarme,
y en todo ese momento se amarra el cabello
en nudos y lo levanta
para dejar ver la nuca
de su cuello, esbelto y pálido
por momentos, antes que el derrame
de luz y color castaño
caiga a su cintura: cae
a su cintura a través de la tela azul marino,
mientras me esfuerzo por no mirar:
un hombre que envejece, con un toque
de ciática, artritis
moderada
e hipertensión,
luchando por parecer una especie de plácido
espantapájaros, no tan cegado por el deseo
que hace del corazón un nido de harapos,
y aun así, si ella pudiera verlo,
no muy inmundo,
solo uno de esos
que saben lo que es la belleza
y se aferran al dolor,
para seguir vivos.

***

MIS ABUELOS EN 1963

Se habían movido hacia el centro
de las cosas,
redondos y suaves, y cerrado
sobre sí mismos como hongos,

o como los duendes de mis libros,
se ocupaban del fuego del hogar
y hablaban en lenguas.

Una presencia que creció adentro
de la casa,
se entreveraron, como el musgo y el liquen,
para sugerir lo inextricable,

y sentados uno junto al otro,
se unían en el té y el almidón,
sin doblegarse en el largo logro
de la permanencia,
de haber elegido quedarse quietos.

***

PROGRAMA NOCTURNO

Ahora sólo veo repeticiones
o documentales sobre gansos,

pero sigo esperando el milagro
que solía hallar en el viejo blanco y negro

donde todos se parecían a nosotros y al final
eran felices, en un lugar que aprendían

a nunca dar
por hecho.

En el norte de Canadá
ahora es verano

y los pájaros que se parecen a amigos que tenía
en la escuela danzan en un campo de musgo y deshielo,

y mientras miro, la oscuridad se concentra en torno a mí
lentamente, con su regalo de calidez y quietud

que se extiende hasta que los pájaros
alzan el vuelo o Lucille Bell

ilumina la pantalla
como alguien que siempre ha estado ahí.

***

NATURALEZA MUERTA CON COSMONAUTA PERDIDO

Si te imagino muerto, no hay amor
tan inmenso para traerte de regreso a la tierra;

pero aquí, en este tazón de manzanas, sobre la mesa
de esta cocina, dorada

y carmesí en un espacio
que no podría ser más amplio o preciso

te veo flotando bajo la misma luz
que habito, sin deseo

de ocupar, liberar o poseer,
siendo la vida para mí más de lo que alguna vez

pude desear, el color, la forma, las sutilezas
de la sombra, y cuando muerdo la fruta,

su sabor es mucho más de lo que pude
desear; aunque deseo que pudieras estar aquí.

***

SUEÑO

Llegamos tan lejos, luego nos detuvimos para vernos:
este oro menor, esa memoria de la luz,
ángeles y pájaros en los árboles como en un cuadro primitivo;

y, aunque fuimos cuidadosos,
sabíamos que volvería a suceder,

la vida que olvidamos al morir
en el surco rayado
y repitiéndose, todo giro y chasquido

y palabras que ya no dicen nada,
igual que una canción de los cincuenta.

Entretanto, la eternidad aguarda: todas las sombras y destellos
que habríamos podido ver, hechos de los que habríamos podido ser testigos,
agachadiza, limoncillo, el clima en Roma o en Calcuta,

y, más allá, en la extensión de luz y tiempo,
los extraños con sus abrigos de lana y sus sombreros,
pasando adentro a una niñez que nada puede cancelar:

el viento en el piso de arriba, o el ferry de las nueve en punto
cruzando de aquí a allá en una lenta estela de nubes,

y abajo, en algún sitio, donde la gente llega o disminuye,
vísperas de radio y vapor
ante una cosecha de botes recién etiquetados.

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Alcira Pilar
Alcira Pilar
1 año hace

Qué hermoso! La vida transcurre tras esos versos tan llenos de contenido!

Eunice Solange
Eunice Solange
1 año hace

Me sorprende que el autor del artículo no le dé el crédito que corresponde a quien llevó a cabo la traducción de algunos de estos poemas. Según veo fueron tomados de este blog https://lapaginaimpresablog.wordpress.com/2022/02/01/poemas-de-john-burnside-1955/. Me gustaría pensar que fue sólo un descuido…

Alejandro Silva
Alejandro Silva
1 año hace

Llegando a los sesenta y Naturaleza muerta ya los había leído en otro blog y no veo el crédito al autor de la traducción. Cuidado con eso, puede ser plagio.
Siempre hay que reconocer el trabajo que no es propio. Ojo con eso.