Árboles de invierno, colección publicada en 1971, recoge algunas de las últimas composiciones poéticas de Plath antes de su muerte. La voz poética de la autora refleja una profunda herida, pero también una extraordinaria indocilidad; brilló en la mayor oscuridad y abandonó este mundo sin conocer su impacto literario.
En Zenda ofrecemos cinco poemas de la edición bilingüe de Árboles de invierno (Averso), de Sylvia Plath.
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ÁRBOLES DE INVIERNO
Las tintas del húmedo amanecer lavan su azul.
En su secante de niebla los árboles
semejan un dibujo botánico:
recuerdos que avanzan, anillo tras anillo,
una serie de bodas.
Sin saber de abortos ni malignidad,
más sinceros que las mujeres,
¡siembran con tan poco esfuerzo!
Paladeando los vientos, que carecen de pies,
hundidos hasta la cintura en la historia.
Repletos de alas, de otro mundo.
Son Ledas en eso.
Oh, madre de las hojas y la dulzura,
¿quiénes son estas piedades?
Sombras de tórtolas que salmodian,
pero que nada alivian.
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NIÑO
Tu claro ojo es lo único del todo bello.
Quiero llenarlo de color y patos,
el zoo de lo nuevo
cuyos nombres cavilas:
campanilla de invierno, pipa de indio,
tallo
pequeño sin pliegues,
estanque donde las imágenes
deberían ser fabulosas y clásicas
no este tumultuoso
retorcer de manos, este techo
oscuro sin estrellas.
***
PARA UN HIJO SIN PADRE
En breve notarás una ausencia
que crece a tu lado como un árbol,
un árbol de muerte desvaído, un gomero australiano
—pelándose, castrado por el rayo—, un espejismo,
y el cielo como el culo de un cerdo, una total desatención.
Pero ahora mismo eres un tonto.
Adoro tu estupidez,
su espejo ciego. Miro en ella
y no encuentro sino mi rostro, y a ti te hace gracia.
Me gusta
que me agarres la nariz, travesaño de escalera.
Un día tocarás lo incorrecto,
las pequeñas calaveras, las destrozadas colinas azules,
la espantosa calma.
Hasta entonces tus sonrisas son fortuna imprevista.
***
LA CANCIÓN DE MARÍA
El cordero dominical cruje en su grasa.
La grasa
sacrifica su opacidad…
Una ventana, oro sagrado.
El fuego la vuelve preciosa,
el mismo fuego
que derrite a los herejes de sebo
y expulsa a los judíos.
Sus gruesos paños mortuorios flotan
sobre la cicatriz de Polonia, la Alemania
calcinada.
No mueren.
Pájaros grises me obsesionan el corazón,
ceniza de boca, ceniza de ojo.
Se posan. Sobre el alto
precipicio
que lanzó a un hombre al espacio
los hornos resplandecían cual cielos, incandescentes.
Es un corazón
este holocausto en el que penetro,
oh, niño mimado que el mundo matará y devorará.
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TALIDOMIDA
Oh, media luna
—medio cerebro, resplandor—
negro encapuchado como un blanco,
tus oscuras
amputaciones reptan y se estremecen:
enmarañadas, amenazadoras.
Qué guante,
qué tacto de cuero
me protegió
de esa sombra:
los brotes indelebles,
nudillos en las escápulas, los
rostros que
nos empujan a la vida, arrastrando
la cercenada
membrana sanguínea de las ausencias.
Toda la noche tallo
un espacio para lo que me dieron,
un amor
de dos húmedos ojos y un grito.
¡Blanco escupitajo
de la indiferencia!
Los oscuros frutos giran y caen.
El espejo se resquebraja,
la imagen
escapa y se aborta cual mercurio derramado.
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Autora: Sylvia Plath. Título: Árboles de invierno. Traducción: Daniela Martín Hidalgo. Editorial: Averso. Venta: Todos tus libros.
BIO
Sylvia Plath destacó por su perfeccionismo, aplicación y temprana dedicación a la escritura. Durante su etapa universitaria un intento de suicidio originó su ingreso por depresión clínica. No obstante, sus excelentes calificaciones le permitieron obtener una beca para estudiar en Cambridge, donde conoció a quien en 1956 se convertiría en su marido, el poeta Ted Hughes. Compaginó después la creación literaria con su trabajo como profesora. Su primera obra poética, El coloso, vería la luz en 1960, coincidiendo con el nacimiento de su hija. Dos años después, siendo madre de nuevo, su divorcio la arrastró a una depresión. A inicios de 1963 publicaba su afamada novela La campana de cristal. En febrero de 1963 se suicidaría, convirtiéndose su viudo en editor de su legado, de forma que muchos de sus poemas y escritos fueron publicados tras su muerte. En 1982 le fue concedido póstumamente el Premio Pulitzer de Poesía.


Gran poeta y mujer.
De las mejores con Dickinson y Pizarnik. (A mí gusto)
Es muy triste la epidemia de muerte que acompaña a ciertos poetas y escritores únicos.
Poetas genéticos. Por eso muchas veces uso sátira o ironía cuando escribo algo. Para salir del influjo de la melancolía que causa desconexión y shock a la vez. Y aunque la poesía triste y de desapego de mundo es muy hermosa, si permaneces mucho tiempo dentro de ese formato, te atrapa como una tela de araña, volviéndote extraordinariamente eficaz escribiendo deleite hacia los demás, que en ocasiones, acaba así.
Con el adiós de quién deja atrás, ambas cosas : vida y palabras.
Una gran poeta.