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5 poemas de Bella Ajmadúlina

5 poemas de Bella Ajmadúlina

Fue una de las más destacadas poetas modernas de Rusia. Destacó por el intenso lirismo de sus versos. A continuación puedes leer 5 poemas de Bella Ajmadúlina.

La Noche

A Andréi Smirnov

El alba oscurece por tres puntos

y temerosa la mano no se atreve

a irrumpir en la blancura del papel

cortando el aire denso que lo guarda.

Como sin remedio mi razón es honesta

se avergüenza de su imperfección

y no deja a la mano alcanzar la dicha

de tramar yambos con el descuido de ayer.

Mientras está plena de signos la penumbra

una idea imprecisa que hace arder mi frente,

el poder del café o la pasión nocturna

se pueden confundir con chispas

de la inteligencia.

Pero, en realidad, como grande es mi juicio

está a salvo de las locuras de estas vigilias,

pues esta ardiente excitación, como un genio,

méritos suyos no las considera.

¡Acaso es pecado desconocer mi infortunio!

Es tan inocente la pequeñez, tan dulce

la tentación de violar el anonimato

de esta noche,

nombrando todo lo que me rodea

por su nombre.

En tanto ordeno a mi mano no moverse

cada objeto me observa provocativo,

resplandece y vigila cada gesto mío

que insinúe le rinde pleitesía.

Seguro de que los amo

los objetos gruñen y mendigan,

anhelando con toda el alma

sea mi voz la que los cante.

¡Qué agradecida estoy a la vela,

quisiera hablar de su amada luz

y concederle la incansable caricia

de los epítetos! Pero, callo otra vez.

¡Qué dolor y tormento el de estar muda,

sin confesar ni con una palabra

toda la belleza que el amor

con mi pupila severa contempla!

¿De qué me avergüenzo?

¿Por qué no soy libre en la casa desierta,

bajo la nieve creciendo para escribir mal,

pero con justeza,

sobre la casa, la noche y el cielo azul

tras la ventana?

¡No quiera Dios que pierda la vergüenza

ante la hoja de papel tan indefensa

ante la vela sencilla y luminosa

ante mi rostro esfumándose en el sueño!

La traición

Me traicionan. Me traicionaron. Y después

me olvidan. Yo misma soy culpable.

Y tengo que admitir con mi razón rendida

que me estoy volviendo loca, volviendo loca.

Y si están vendiendo las naranjas

y huele a naranjas todo el cesto,

entonces me parece que a mí me venden,

a mí me venden, no a las naranjas.

Cuando los padres echan al olvido

a sus propios hijos para distraerse,

pues me parece que a mí me traicionan,

a mí me traicionan no a sus hijos.

Y cuando a ninguna cosa le dan valor,

engañan, mienten, andan con los chismes,

pues me parece que a mí me traicionan,

me venden y me traicionan.

Un cuento sobre la lluvia

Desde la mañana la lluvia no me abandonaba,
-Oh, déjame- le decía yo groseramente.
Pero ella no cedía, fiel y triste,
me seguía como una pequeña hija.

La lluvia se pegó a mis espaldas, como un ala.
Yo la retaba
-Avergüénzate, mala!
Llorando te implora el quintero
-Vete a las legumbres y a las flores!
¿Qué quieres de mí?

El tiempo era pesado y seco.
La lluvia estaba conmigo, olvidando
al resto del mundo.
Los chicos bailaban en torno a mí,
como si fuera una máquina regadora.

Me ingenié para entrar en un café,
Me escondí en una mesa, detrás de un nicho.
La lluvia, cual un mendigo, se pegó a la ventana,
y quería llegar a mí a través del vidrio.
Salí otra vez, la mejilla fue castigada
con una bofetada húmeda,
pero en seguida, arrepentida,
la lluvia, triste y valerosa,
me lavó los labios con olor a cachorro.

Creo que mi apariencia era ridícula.
Me envolví el cuello con un pañuelo gris.
Y la lluvia me pellizcaba la oreja.
La sequía era tensa. Todo estaba seco.
Sólo yo me empapé.

Traducción: Irina Astrau

El que guarda silencio

En este mundo, donde es otoño, donde las caras de los niños son rosadas,
donde las palabras de la agitada alma solitaria son pesadas,
existe alguien…
Él observa, para que las hojas silenciosas vuelen,
y administra en el universo el gran rito del silencio.

Invierno

Este gesto del invierno hacía mí,
frío y aplicado.
Sí, hay algo en el invierno
de la medicina tierna.
De otro modo, cómo de repente,
de la oscuridad y el tormento,
la enfermedad confiada
le dirige sus manos.
Oh amable, seguí con tu brujería,
de nuevo rozará mi frente
el beso santo del anillo helado.
Y es cada vez más fuerte la tentación
de encontrar el engaño con la confianza,
mirarle los ojos a los perros,
abrazar los árboles,
perdonar como jugando,
y habiendo perdonado
perdonar todavía a alguien,
confundirse con el día invernal,
con su óvalo vacío,
ser siempre para él
su matiz pequeño.
Reducirse a no existir,
para implorar detrás de las paredes
no una sombra mía sino la luz,
por mí tapada.

En qué me diferencio
de la mujer con la flor
o de la muchacha que ríe
y juega al anillo.
¿Y el anillito no llega hasta sus manos?
Me distingo de la habitación con el empapelado,
donde estoy sentada sobre el final del día
y la mujer con los puños de cibelina
aparta de mí su mirada arrogante.
Cómo compadezco su mirada altiva,
y temo, temo espantarla,
cuando ella se inclina
sobre el cenicero de cobre
para sacudir la ceniza.
¡Oh, Dios mío!
Cómo le compadezco,
su hombro, su hombro deprimido,
y su cuello blanquito y fino,
que siente calor bajo las pieles.
Y temo que de repente comience a llorar,
que sus labios griten terriblemente,
que esconda las manos en las mangas
y que las perlas golpeen el suelo…

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