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5 poemas de Thomas MacGreevy

5 poemas de Thomas MacGreevy

La obra de este poeta irlandés fue escasa pero duradera en el tiempo por su gran calidad literaria. A continuación puedes leer 5 poemas de Thomas MacGreevy.

Exilio

Sabía que tu muerte era la mía
mas mi corazón te quería muerta.
Nos amamos con locura. Dolor
sentía al partir y miedo al verte

otra vez. Nos unía un falso lazo.
Dolían encuentros y despedidas.
Pudimos disfrutar de la inocencia
natural de nuestro amor. Cometimos

un error: presente o no, al otro siempre
atormentar pedía el corazón.
La muerte sola -senil, eso dices-
nos podrá apaciguar. Aquí la espero.

Golders Green

Un cadáver yacerá en la abadía de San Lachtin.
Muerto, ya no añorarás nuestra tierra,
ni la lluvia de sus bajos cielos grises;
otro, en algún sitio como este

para convertirse en minúsculas cenizas.
Qué sinsentido la esperanza de que halle
un momento de reposo en la tumba,
sople el viento desde donde sople.

Homenaje a Li Po

Combatí la fiebre,
compuse un poema,
creí poder dominar mi corazón, en exceso inmaduro:
hay que ser clásico.

Me dispuse entonces, sereno,
a gozar del claro día,
mas nos cruzamos de nuevo,
nos vimos de nuevo,

he vuelto a caer enfermo.

Invierno

En el agua plomiza de los cisnes
se asemejan a espectros hostiles
de reyes
ofendidos por nuestra presencia.

¿Y no tienen razón?
Si nuestros corazones moran entre los muertos,
¿como osamos
venir aquí
y no morir?

De Civitate Hominunm

Es la naturaleza muerta la que vive,
y no la carne viva.

Hay flores asesinas, blancas como vellones,
que se despliegan con primor
y envuelven a su piloto
quien, sobrevolando Gheluvelt,
hace un reconocimiento matinal,
todo él de seda y plata
en lo alto azul.

Oigo el zumbido de un motor
y nubes de humo blando que martillean el aire
al desplegarse las flores blancas como vellones.

No sabría decir con qué flor se ha quedado
pero de pronto se siente un temblor,
aparece un zigzag de trazos sobre lo azul
y él se desliza hasta
adentrarse en lo blanco,
una llama delicada,
una pincelada de naranja en el vestido de la mañana.

En voz baja, mi sargento dice: «¡Dios santo!
Qué muerte tan horrible».

El santo Dios no responde
aún.

Traducción: Luis Ingelmo

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