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5 poemas de ‘La insomne felicidad’, de Pier Paolo Pasolini

5 poemas de ‘La insomne felicidad’, de Pier Paolo Pasolini

La poesía en Pasolini era preeminente. Era un poeta cuando hacía cine, cuando escribía novelas…

Su inteligencia era la de un poeta. Era ante todo poeta.

ALBERTO MORAVIA

La figura de Pier Paolo Pasolini (1922-1975) brilla como un relámpago en la cultura europea de posguerra. Poeta, ensayista y cineasta, su libérrima actitud intelectual le permitió ser un comentarista lúcido, astuto y compasivo de la Italia de su época. Identificó muy pronto a la hidra y luchó con sus tres cabezas: la falta de conciencia social de los humildes y vulnerables, el desarraigo traumático que fue para ellos la modernidad, y la mentira institucionalizada. Como él mismo afirmó, «en tiempos de la mentira universal, decir la verdad es un acto revolucionario».

La poesía fue para Pasolini no sólo raíz y centro de su proyecto creativo, sino un ejercicio casi vertiginoso de renovación y autocrítica. Con La insomne felicidad, el poeta Martín López-Vega nos ofrece una ejemplar antología bilingüe que incluye la totalidad de Las cenizas de Gramsci (1957), quizá su poemario más celebrado, así como una selección representativa del resto de su trabajo, tanto en friuliano como en italiano, incluidos títulos fundamentales como Poesía en forma de rosa o Transhumanar y organizar.

Poeta felizmente político, Pasolini nos recuerda que el mundo no ha de ser por fuerza como es. Su escritura es una radiografía pasional de los mecanismos que lo mueven y una invitación a cambiarlos.

Zenda adelanta cinco poemas de La insomne felicidad.

***

Nostalgia del tiempo presente

Junto a los ríos de Babilonia nos sentamos
a llorar, recordando Sión.
En los sauces de las orillas
colgamos nuestras arpas.

ANTIGUO TESTAMENTO

Celeste error son mis pasos, y oscuro el sentido
de mis palabras, para quien de otros lugares
me conoce. Entre los setos blancos por lejanía
como un fuego intocable arde mi cuerpo
para quien es muchacho y desde lejos me observa.
Y para mí mismo no seré más que un espíritu viviente
bajo las azules vides y las sombras arbóreas
cuando, extrañado y perdido y lejano,
nueva vida y nuevo día me sostengan.

Cuando sea remoto a estos lugares
y al aliento del campo que doloroso
percibo, y remoto a mí mismo
(perdida efigie ahora en este sueño de vida),
sollozará tal vez desde sus chimeneas mi tierra,
suspendida en el azul raso de nieblas, sus amargos
vapores al cielo; y será ya antigua
para su tiempo, que quieto se consuma.

***

El día de mi muerte

En una ciudad, Udine o Trieste,
en una avenida circundada por tilos,
cuando en primavera las hojas
cambien de color,
yo caeré muerto
bajo el sol ardiente,
rubio y alto,
y cerraré los párpados
abandonando el cielo a su esplendor.

Bajo un tilo tibio de verde
caeré en mi muerte
negra que dispersará
el sol y los tilos.
Hermosos jóvenes
correrán bajo la luz
que acabaré de perder,
volando fuera de las escuelas
con los rizos sobre la frente.

Yo seré joven aún:
vestiré una camisa clara
y mis dulces cabellos caerán
sobre el amargo polvo.
Mi cuerpo estará aún caliente,
y un muchacho que corra
por el tibio asfalto de la avenida
posará su mano
sobre mi vientre de cristal.

***

Desierto

Cuando la noche sin dignidad
hace de mi cuerpo una flor lejana,
vosotros, oh Custodios, hacia absurdas ausencias
de espacios sobrevoláis, no sin antes
haber creado en torno un sombrío
desierto desnudo, en el que me quedo solo.

Grupos de estatuas, interiores, secuencias
de rostros, dispersos por aquel suelo
de ultratumba; vestigios elíseos
que incitan en el reo que los visita
terrores equívocos, dulces extensiones.
Libre recorro tal Museo.

Con mi inocencia aplaco los rostros
implacables de los Guardianes y, virgen Orfeo,
río y me aterrorizo como un niño.
En el corazón de este desierto el árido
mármol de la letrina que contemplaba
transformarse en templete en mis viejos sueños

penetré: y había un fuerte torbellino azul
en el pecho ingenuo, la derrotada vergüenza…
No estaba solo, moría de abandono…
Uno se volvió… Siento aún el trueno
de la pistola, el hedor de la cloaca.
La letrina fue templo abierto a vuestras

miradas, que no eran miradas de perdón.

***

La esvástica

Hace muchas noches que cada noche
paso tarde junto a este templo
en el silencio del aire
del Tíber, entre ruinas tronchadas.
Ya no queda nadie, sólo el siroco
que sopla y cae, endeble, sobre las piedras;
quizás una mujer aún, allá, y detrás
el bar del puente Garibaldi, dos o tres pobres
rateros, en busca de un sitio donde dormir.

Pero aquí, nadie; paso veloz,
descompuesto por una noche toda ansia y amor;
no queda nada en mi corazón
ni me queda mirada en los ojos.
Y, sin embargo, esta imagen, con el sucederse de las noches,
se vuelve siempre mayor, más cercana;
he aquí la esquina, Art Nouveau, contra el turquesa
curso del Tíber; y he aquí los policías
que vigilan el tiempo, fornidos y absortos.

Apenas los veo, con sus abrigos
grises, apoyados contra un árbol seco,
contra los destellos oscuros del gueto;
y atrapo una breve luz en los ojos
humillados por su torpe sueño de muchachuelos;
un cansancio ciego que ve enemigos
en todos, un veneno de dolores antiguos,
un odio servil; se mantienen ocultos,
solos como el siroco que se arremolina entre las piedras.

Una vergüenza, triste como la noche
que reina sobre Roma, reina sobre el mundo.
El corazón no resiste: responde
con una lágrima, que enseguida reniega.
Demasiadas lágrimas, aún no lloradas, luchan,
más allá de estos humillantes quince años,
en nuestras almas olvidadas:
el dolor se parece ya demasiado al rencor,
y ni siquiera su pureza nos consuela.

Demasiadas lágrimas: a quienes vendrán
al mundo, durante mucho tiempo aún
esta vergüenza les devastará el corazón.

***

Sobremesa en la región de Kayseri

Y llegó un domingo en que, después de tanto sol,
las mismas razones que lo hacían feliz.
Razones, es cosa sabida, sin razón. Quizás el primer segmento
de la curva
inclinada que el sol fatalmente recorre con especial
apatía en tierras extranjeras. Se comienza entonces
a hacer las cuentas con la realidad, como el niño
que en aquella hora lloraba por neurosis.
Alrededor estaba el Apenino, pero, en verdad,
el sol tenía esta misma indiferencia por quien le imploraba.
Seguía su camino, eso es todo. E hileras de álamos
en las orillas de los ríos –aquí y allá–, bajo las colinas cómplices
de la falta de gracia del astro paterno, parecían
en su inmovilidad querer decir tristemente grandes cosas:
precisamente las cosas que el poeta afronta pacientemente de
joven
y sobre las cuales, ya viejo, calla.

—————————————

Autor: Pier Paolo Pasolini. Traductor: Martín López-Vega. Título: La insomne felicidad. Antología poética. Editorial: Galaxia Gutenberg. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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Daniela
Daniela
2 años hace

La frase»En tiempo de engaño universal . .. es de George Orwell.