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5 poemas de ‘Lujurias y apocalipsis’, de Luis Antonio de Villena

5 poemas de ‘Lujurias y apocalipsis’, de Luis Antonio de Villena

Luis Antonio de Villena (Madrid, 1951) es una de las voces más personales, reconocibles y transgresoras de la literatura española actual. Es autor de numerosos ensayos literarios, memorias y novelas con las que ha ganado variados premios, pero es en la poesía donde su obra ha llegado al reconocimiento y la celebración de la crítica y el público. Sus libros están traducidos a más de veinte idiomas y ha merecido algunos de los galardones más importantes, como el Premio Nacional de la Crítica, el Ciudad de Melilla y el Generación del 27.

En Lujurias y apocalipsis, el poeta, fiel a su escritura inconformista y discrepante, escribe sobre un mundo empobrecido, mediocre, a punto de desmoronarse en las tinieblas, cuya única salvación es la memoria, la fe en la vida, el humanismo y la olvidada y descuidada cultura, causas que reivindica con entusiasmo desilusionado. Cuerpos, teorías y esperanzas en una intensa búsqueda de lo que se ha de considerar necesario para el bienestar, la comprensión y la dignidad.

Zenda comparte cinco poemas del libro.

***

EMMY HENNINGS: UN CREPÚSCULO

Me acerqué a ella. De cierto, todo parecía pobre y gastado,
pero manso asimismo. La casita pequeña frente al paisaje,
sus ojos plenos de pequeñas arrugas…
Desde aquí no oí la guerra, pero sabía que muchos sufrían.
¿Alguien escapa al sufrir?
Dígame, Emmy, ¿no recuerda sus años de juventud
pese a la pobreza, a la dificultad, a la ocasional prostitución?
Acaso eso no debí decirlo.
Querido, yo lo digo. Yo misma. No se incomode.
¿Quiere más zumo de manzana?
No echo nada de menos. Todo se va y se rompe
empezando por nosotros mismos.
Somos ceniza en vientos salvajes.
Ball estudiaba el cristianismo primitivo.
Yo amo también a esos santos bizantinos que desdeñaban la vida.
¿Cielo, dice? A mis años me resulta ingenuo.
Mire cómo se va la luz, esos tonos morados hacia las montañas…
Éter, morfina, cabarés, lesbianas. La vida.
No me gusta recordar mis novelas, aunque
las trazaría de nuevo. Usted es joven, Luis, joven.
Yo solo espero deshacerme en Dios, ser nada en Dios.
Como no haber nacido.
Nadie sabe para qué sirven el dolor y la desdicha,
pero ya ve, querido, usted me ha buscado
porque yo sufrí, amé, gocé, malgasté, perdí,
y nunca dejé de ser excepcionalmente desdichada…
¿Tendrá algún mérito haber vivido?
Era malva todo: un paisaje de la Suiza italiana.

***

GRAMÁTICOS EN LA DECADENCIA

Dije: «Me debatía entre una estructura de oposiciones /
y una estructura narrativa…¿Se podrían aunar?». El
texto aumenta valor en la posibilidad combinatoria.
Lord Byron, con hondas ojeras, camina el lubricán de
Venecia: no, no quería volver. ¿Y salir, dejarlo?
Tantas y tantas mujeres, tantas… ¿El joven músico?
«La muerte nos despierta. / El ladrido de un perro de noche».
Sentí, en la duermevela, el tacto de tu piel, incluso
el aroma de tu ropa. Y tu voz, que apenas logro oír,
me resultó familiar y clara, cerca. Pero
todo se desvaneció un instante después. Luché por atraparlo.
Todo huye, mudan las imágenes, muda el espejo,
y los escasos momentos púrpura suenan a final. Sean
o no lo sean. ¡Milord! Dime, ¿qué quieres?
Las playas, los soles griegos, el olor del melón
maduro, los labios húmedos con bozos musulmanes.
Todo es soberbio. Pero todo se llama oscuridad y más
aún si el siglo gira, si las guerras o la necedad
del populacho estorban. ¿Políticos? Odio a los políticos.
Es demasiado cruel, demasiado espantoso cambiar el mundo.
Sé que no estás, querida, lo sé. Pero ojalá estuvieras.
Como en el siglo IV, el orbe se desmorona y un cristianismo
soez (dale el nombre que quieras) lo esquilma todo.
Soy Páladas de Alejandría, gramático. No me llega el dinero.
Acaso, sin morir, solo en apariencia vivimos, amigos helenos.
En la desgracia hundidos, sin esperanza ni miedo. ¿O vivimos
cuando ha muerto ya la vida? Todo anda trastocado.
No vale la pena ver arder bibliotecas, destruir templos.
El santuario de Fortuna se volvió taberna. La estatua
broncínea de Eros es ahora un candil. No, todo se va.
¿Lo ve, Milord? No mires, mamá. Todo se escurre,
se desliza, se rompe. Soeces gritos, gentuza agreste.
Platón, te saquean. Amor, la llama de alumbrar tan solo.
Todo se ha venido al suelo. Reino de la incoherencia.
Delfos está mudo. Cuerpo de Apolo, cabeza de Constantino.
(Sobre el bello mar, perdido. ¿Hasta cuándo resistiremos?
Azar, azar, todo es azar… Y él también muda).

***

JUAN IBAGUÉ

Eras joven, rotundamente joven.
Poseías esa clara y sutil belleza que sabiendo, ignora.
Alto, iluminado, esbelto,
un cuerpo fibrado en oro se alargaba puro
o descendía hasta troncos robustos…
Tu vida (me dijiste) fue siempre difícil
y ello siendo tan joven…
Por placer jugabas al fútbol, bello y alto,
y por placer te dejabas querer o adular de delicias.
La webcam descubierta
te dio algún dinero y torrente de elogios…
Pensaste que todo era fácil
y que todo halagador sería verdadero.
El chico puro, alto, radiante,
de un apartado pueblo,
se sintió poderoso en la sed infinita de caudales.
No te puedo culpar:
pedías a la vida algo que te debió.
Pero fuiste muy lejos, ebrio de sol, perdido
entre regalos, promesas, nada y todo: lejanías.
Te deseo el bien y la bondad, Juan dulce.
Te deseo lo que no sé si tendrás algún día.
Tu pecado magnífico es de púrpura y múrice:
te dijiste (sin decir) que veinte años es una edad eterna.
Que te acompañen dioses tutelares
y que si llegan sombras (altamente probable), Proserpina
bien sepa que entre el oscuro general Erebo
fuiste antes, querido, la flor breve y rotunda
que da sentido y sol al mediodía.
(Al fondo de Ibagué, el Nevado del Ruiz, callado, te mira).

***

GRAN CAFÉ DE PARÍS

Tánger

Al fin del bullicioso bulevar Pasteur. En el chaflán de la rue de la
Liberté, frente al consulado francés y cerca del viejo y noble hotel
donde me hospedé tantos veranos… Olor a cuscús y a pastela, gente
que se mueve en ocio o casi ocio, la terraza a la calle casi siempre llena,
té con hierbabuena, cafés, alguna cerveza… Viejos que todo lo observan
con ávida resignación y jóvenes —muchos jóvenes— que más o menos
buscan vida. ¿Kifi? Muy bueno, hermano. ¿Quieres? ¿Otra cosa?
Bueno, regálame dos dírhams, tú que puedes… Al ver la fotografía de
ese café, humilde en el fondo, que me fue tan familiar, recuerdo el sol,
el calor estival y los bellos días de la vida, que concluían de noche en el
Miami, en la playa, allí cenabas, mirabas, besabas… Allá todo era
benignamente posible. Las habitaciones del hotel Farawi, solo sexo
o solo ternura. El retorno en taxi, con calor y brisas nocturnas. Tánger
es una elevada ciudad de brisas y de muchas bodas ruidosas, hasta la
amanecida. Ángel René tocaba el piano, atardeciendo, en el hotel
distinguido. Luego buscaba mozos hermosos y placenteros. Saludaba
siempre en árabe dialectal. Era otro español de Tánger que buscaba
ese inconfundible sabor de la libertad moral. Me embriagaba de sol
y piscina, a lo lejos el mar. Karim me visitaba: llegó el hermano…
Sabía la ternura lasciva y que no se peca por un sorbo de whisky.
Hay tanto sol pasado, dorado, y tanta bella juventud morena
en torno al Gran Café de París, que apenas me atrevo a mirar,
ni tan siquiera en las verdes y oreadas avenidas de un tiempo que
se fue. Yo fui feliz, muy feliz en Tánger, aunque a veces no me diera
cuenta: Bowles, Williams, Chukri… Sé que nada volverá pues nada
puede volver. Recuerdo al mocito cobrizo que, besando, decía:
«Quiero hablar en tu boca». Los camparis junto a la dulce piscina
y la sensación de que nunca moriré del todo, porque fui feliz allí…

***

SÍNDROME TADZIO

Ai peccatore comi me

Un hotel suntuoso, antiguo,
con títulos condales en una
ciudad provinciana, noble,
a la que fuiste a perorar
de un notable poeta antiguo…
Sí, todo era viejo y estaba
lleno de viejas y viejos muy dignos.
De mañana, vi entrar a un matrimonio
(sueco, pensé) rígido y con ansias
de sur, maduro, preparados.
A su lado, un muchacho alto
y rubiáceo, como una rara
aparición en medio de la senectud.
Solo vi magia, brinquitos como
alas, boca tal fruta, manos
como arpegios de violín, el culo
apretado tan exacto como los
pantalones. Confiésalo, todo perdió
interés, si alguno leve tuvo.
Los días que estuviste allí
(tediosos en términos generales)
no pudieron ser otra cosa que seguir,
perseguir, espiar, imaginar desnudo
a ese joven alto y rubio al que
(por tu cuenta) apodaste Manfred.
¡Qué extraños el mundo y la vida!
En una juventud doblemente lejana,
vi, sentí, paladeé y viví
todo cuanto el orbe puede tener
de codiciable; todas las bellezas, el
placer, la bondad, la lujuria, la dulzura…
Nunca crucé una palabra con Manfred.
Creo que me sonrió en el comedor
una noche. Los ángeles hicieron sonar
campanas. Nada y todo. La vida, inexplicable.

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Autor: Luis Antonio de Villena. Título: Lujurias y apocalipsisEditorial: Visor Libros. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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