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5 poemas de Mara Pastor

Mara Pastor es una poeta y editora nacida en San Juan, Puerto Rico, en 1980. Publicó los libros Alabalacera, Poemas para fomentar el turismo, Arcadian Boutique, Sal de magnesio, Falsa heladería, Deuda natal y Las horas extra. Obtuvo el Premio Ambroggio 2020 de la Academy of American Poets y la beca Letras Boricuas en 2023. Como editora, estuvo a cargo de la edición de A toda costa: Narrativa puertorriqueña reciente, publicada en México en 2019. Es creadora de un curso de poesía para Domestika. Vive en Santurce, Puerto Rico, y trabaja como profesora en el Programa de Escritura Creativa en la Universidad del Sagrado Corazón. Presentamos una selección de textos de Las horas extra (Neutrinos, 2024; La impresora, 2023).

***

La piedra sobre la que vivo

Este pedazo de tierra
que compré
a precio de rebaja
es roca ígnea,
volcánica.
Tomo sus piedras
y pienso:

Esto fue lava.
Estuvo tan caliente
que de tenerla a esta distancia
me hubiera muerto.

Fue lumbre. Lugar
en que nunca viviría.

Y mira a lo que hemos llegado.

***

Costas y ciudades

A las tres de la madrugada
recibo un email de Moisés
justo cuando me despiertan
el apagón y la tormenta.

Tuvo gemelas en México
y tienen nombres con A
de cantantes y sirenas.

Me cuenta de nacimientos y funerales,
yo de huracanes y tormentas.

Ambos nos escribimos por los terremotos.

—¿Te moriste?
—No, me reproduje.

Nos sobrevive un amor
de mensajes esporádicos,

documentar nuestra supervivencia
estremecida en costas
y ciudades contaminadas.

***

Otra versión del arrojo

Un día despiertas y quieres meter los dedos
en todos los enchufes, los abanicos,

lanzarte de todas las elevaciones,
comerte el plástico triturado de los pinches de ropa.

Hay tanta pulsión de muerte en tus ganas de vivir.

A veces tropezamos contigo cuando como trinitaria
te enredas en las piernas empeñada en el agarre.

Un día te apreté muy duro el pañal.
Tu papá te quemó un piecito con el agua del lavamanos.

Tú le arrancas las hojas al orégano brujo sin piedad
y luego le tiras un beso o lo saludas.

Ya también hieres sin querer a lo que amas.

***

Conversación con mi traductora

Para María José

Ella me dice:
—Este léelo con una cervecita
bien fría.
Yo lo leo mientras conduzco,
escuchando el llanto
de mi hija
mientras le da el sol en la cara.

Donde yo digo “arrojo”
ella dice “edge”
y me gusta lo que dice.

Ella me comenta
que no traduce bien el título.

Así nos vamos replegando,
en otras formas que son lo mismo
pero diferente.

Mi compañero pregunta
qué hago mirando
el teléfono mientras conduzco.

Me gustaría responder
que tomando una cerveza.

Estoy en algún borde
de alguna palabra
que aún no se parece a descanso.

Pero mi traductora disfruta
cuando traduce mis poemas
en bosques lejanos,
sembrando cariaquillos
junto al toronjo.

Para esto también
se escribe, para que otra
persona habite el borde
de alguna palabra
que no se traduce.

***

El metalurgista

1.

Conocer a un metalurgista
en una página de citas
no me salva de la crisis energética,
aunque haya aparecido
como rayo de minerales metálicos
por aleaciones sin privatizar.

Control de calidad sus besos.

2.

En La Fragua de Vulcano,
Velázquez pinta a Apolo
trayéndole
una noticia inesperada
al dios del fuego.
Venus lo engaña
con ese al que le hace el escudo.

Leí que el sudor
en la ingle de los trabajadores
en esa pintura es tema de estudio.

El metalurgista no conoce a Velázquez
pero sabe de la materia seca
que arde con facilidad
cuando el fuego atraviesa los cuerpos.

3.

En la generatriz
el metalurgista cuida gatos,
cuenta los aguacates de un árbol
y en la noche
se los roban
cuando los obreros sueñan
con lanchas a toda velocidad
por los islotes de Salinas.

4.

El metalurgista se va al norte,
a la central de Palo Seco.
Aguacero inadvertido,
sargazo gigante, chanchullo
que no se ve. Dice:
—Adiós, hasta nunca.
Te quiero comer —dice—,
pero el paraíso,
como el mantenimiento de las calderas,
requiere de un tiempo
que no transita por el cableado
debajo del Atlántico.

5.

Le regalé un cactus al metalurgista,
algo que pintara de verde
lo que lograba no ser calor
a la hora que cantaba la salamandra.
Cómo puede ser un anfibio lo que croa.
Cómo puede ser un cactus
lo que quede de dos cuerpos.

6.

Hay una capa ferrosa
de hierros indóciles
que no entiendo del todo
como los apagones,
la perfección de la aorta
fijada en la caja torácica
de un metalurgista
o el amor.

7.

—Esta vez fue el primer generador—
dice un coro de unionados.

8.

La sala de control
está muy lejos
del alero de aceros
donde el metalurgista
se autorretrata.
No fueron las algas
ni la mano del celador.

9.

Cuando se va la luz,
pienso que lo hace a propósito
para que lo recuerde.

10.

Los poemas tampoco
saben qué hacer con la luz.
A dónde va algo
que no se despide.
Me acostumbro
un rato a la oscuridad.
Tan solo el brillo lejano
de la menguante
penetra la habitación húmeda
en la que alguna vez el metalurgista
mordía tres veces mi espalda
haciendo una línea de dientes
a la altura del trapecio,
de donde saldrían alas
si no fuéramos
estos animales.

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