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5 poemas de ‘Responsabilidad Generacional Corporativa’, de Fernando Camacho

5 poemas de ‘Responsabilidad Generacional Corporativa’, de Fernando Camacho

Responsabilidad Generacional Corporativa esquiva con solvencia los dos peligros de las operas primas: el adanismo y el epigonismo. Fernando Camacho ha leído a sus predecesores y contemporáneos, domina la mejor tradición literaria sevillana y asienta en ella las raíces de su escritura. Pero no sólo ha leído: parafraseando la obra, el Museo más que pinacoteca es inspiración.

Zenda adelanta cinco poemas del libro y un inédito del autor.

***

Windows

Hoy Windows no responde.
Todo el mundo merece vacaciones,
el compañero exánime de toda
oficina, también.

Le envidio,
no podría evitarlo aunque quisiera
porque si no responde hasta los jefes
le piden por favor, se inclinan, ruegan
de rodillas que vuelva
y sin pudor maldicen
al creador malvado de este bicho
de los diez mil demonios mientras Windows
pasa un kilo de jefes que suplican
y de administrativos con salarios
humillantes. A toda luz, vigilar
todas las oficinas del planeta
al mismo tiempo, a todas horas, todos
los días, sin descanso… Debe ser estresante.

Descansa, compañero,
deja caer la arena
entre tus cibernéticas falanges,
invisibles y frágiles, disfruta
del canto de gaviotas y sirenas
mientras el Sol se pone,
libérate del yugo que tú mismo
ayudaste a crear con herramientas
que sólo tú conoces:
tu lógica impasible, el desenfreno
de tus datos perfectos, tu absoluta
falta de humanidad…
Contradecirte, tú, que prometías
servir y protegernos y hoy sometes
todo cuanto quedaba en nosotros
de aquel libre albedrío ya lejano
te hace uno de los nuestros.

***

Paisaje desde la oficina

Una antigua cabina telefónica,
un grafiti que imita
el estilo romano de cipotes
y augurios dedicados a mujeres
que ahora están felices. Un cartel
de la panadería
donde varios bastardos de esta Españita nuestra
dedican sus recursos a la lucha proscrita
por la salud mental del vecindario
y venden golosinas,
una distribuidora en camioneta,
dos pájaros volando hacia su nido
donde no son conscientes de las vistas
que tienen al Madrid del despilfarro,
el cielo, mi ansiedad empadronada
a la altura del piso treinta y siete
de la torre del Sauron madrileño
recordándole a toda esta ciudad
que gran parte del tiempo
consisto en ser la ausencia de mí mismo.

Ahora que lo pienso estoy perdido
y mi mano interfiere en el paisaje
mostrándome que es hora de irme a casa
a olvidarme de angustias y de líos
siempre relacionados con ser pobre:
Me tumbo entre las manos de Janire
y entiendo a esos dos pájaros
de los que antes hablaba.

***

Ha sido escasa

Para Emily Dickinson

La muerte ha sido escasa sobre mí,
pero, eso sí:
ha sido suficiente.
Una mujer de blanco que no sale de casa
salvo cuando le dicen que la iglesia
está en silencio y nadie le molesta.
No dice sus plegarias, tampoco se arrodilla
tan sólo observa que, efectivamente,
está sola por siempre
acaso escasamente acompañada.

***

La belleza de Ted Hughes (versión comparsa)

A mis amigas

Tengo la suculenta
impresión de que el barro no es tan denso
como lo pintan cuando admiro el pelo
de Ted Hughes, del que cuelga
un mechón aireado por la noche,
las copas de ginebra criticando
sutilmente poemas novedosos
que faltan a la estética y al nudo
de las corbatas malvas que decoran
la noche delirante.

Por lo que a mí respecta
me estoy quedando calvo. Por desgracia,
ya queda poco tiempo
para que mi mechón no ocupe espacio
alguno en mi peinado, cada día
me hacen más daño el whisky y la ginebra
y no salgo de noche. Debió de ser magnífico
poder vivir del cuento en los cincuenta,
atravesar la nómina de ingresos
mensuales con poemas y tener
una casa en el campo y otra en Londres
en la que perpetrar atentados
contra los sacramentos. Sin embargo,
me encuentro bien aquí. Mi nihilismo
es un cruce de suaves conjeturas,
todas ellas muy cómodas,
y estoy enamorado como debe
enamorarse un hombre de verdad
por más que escriba libros de poesía
y sueñe con que gente ajena a mí
quiera romantizarme.

Qué guapo era Ted Hughes,
No obstante, le imagino ya pasado
de moda, truculento, llorando como un tonto
mientras piensa en qué textos
de Sylvia Plath coger para la antología
de semejante bestia literaria.

(Ay, Sylvia,
hablar de tu belleza me parece
un pleonasmo cutre)

***

La belleza de Ted Hughes (versión chirigota)

“(…) Y antes que buen poeta mi deseo primero
hubiera sido ser un buen banderillero (…)”
M. MACHADO

El otro día fue… ¡Ni te imaginas
cómo fue el otro día!, bueno, día,
más bien la noche: ¡Estuve con Ted Hughes!
¡Qué tiparraco! Mira, ¡Qué flequillo!
Así, de lado, peina su mechón
así sobre la frente que parece…
Así como fuera un Super-Man
pero en poeta inglés con su corbata
morada con su nudo Windsor doble
que no se lo coloca así de bien
ni el Príncipe de Gales ni un romano
y por supuesto su ginebra seca.

Pues allí estaba el tío, criticando
pero, ojo, criticando bien, con categoría,
no como esa gentuza que critica
todo por criticarlo,
qué pena que me siente cada vez
peor el whisky, apenas salgo ya
de noche y por encima de todo lo anterior:
me estoy quedando calvo
así que ni flequillo, ni mechón.
Además, ¿Para qué voy a negarlo?
estoy enamorado como un hombre.
Bueno, es decir: no tengo una guarida
en la que renunciar a sacramentos
(mi señora y yo somos urbanitas)
y antes que buen poeta yo hubiera preferido
ser un buen delantero,
¡Nada que ver con Teddy!, que, por cierto,
también dijo que andaba algo liado
seleccionando textos de su mujer
para su antología.
Entonces se apagó como si hubiese
pasado ya de moda recordando tareas.
Es que esa es otra: vaya con la esposa
de Ted Hughes; sólo siendo tan guapísimo
podría uno casarse
con semejante bestia literaria.

(Ay, Sylvia, me aprendí
lo que era un pleonasmo para dejar escrito
que hablar de tu belleza me parece
un pleonasmo cutre).

Bueno, lo dicho, Ted Hughes, un guapísimo,
¡Viva él y su culito panadero!

***

Inédito

Recuerdo de un día recogiendo aceitunas en Tamurejo

Sucedió una mañana de noviembre.
Había llovido, el campo parecía
el funeral de un ser que se conoce
y sabe del verano y de sus frutos.
Tendría siete u ocho cuando estaba
recogiendo aceitunas y mi abuelo
con un palo en la mano le rompió
la cabeza a una víbora.

Yo temblaba de miedo, por entonces
ya era ofidiofóbico, todas mis pesadillas
eran sobre serpientes y esta, más en concreto,
daba su último espasmo.

Durante aquellos días, dábamos en Primaria
la historia de Moisés y las serpientes
en un colegio laico pero contradictorio;
mi abuelo, que era un hombre religioso,
tuvo las manos negras gran parte de su vida,
por trabajar el campo. Jamás llamó a Yaveh
y, sin embargo,
siempre le dio las gracias.

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Autor: Fernando Camacho. Título: Responsabilidad Generacional Corporativa. Editorial: Sonámbulos Ediciones. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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