Hace tres años que Mario Bunge nos dejó para siempre, después de haber cumplido un siglo de vida y de habernos asegurado, con sus publicaciones, un legado filosófico que tardaremos otro siglo en explorar.
Durante todo el siglo pasado personajes como Bertrand Russell, Karl Popper, Jürgen Habermas, Husserl, Sartre o Heidegger han alimentado nuestras ideas filosóficas con arriesgadas teorías acerca de la existencia humana, el valor del conocimiento, la libertad y la justicia. El siglo XX será para siempre el siglo de la filosofía analítica y la fundamentación de la lógica y las matemáticas, de la electrónica y del inicio de la exploración espacial, pero también será el siglo de las dos guerras mundiales, la bomba atómica, el ambiguo balance de éxitos y fracasos de nuevos movimientos sociales y el triunfo parcial de la democracia política, la economía de mercado y la banalización de la cultura popular. No podemos saber lo que va a pasar en el futuro inmediato (entre otras razones, porque lo que pase dependerá de lo que ahora seamos capaces de aprender y conocer). Pero sí podemos prever que se va a necesitar un replanteamiento radical de muchas de las ideas filosóficas que nos han servido hasta ahora.
En primer lugar, necesitaremos una filosofía científica, es decir, que sea compatible con el conocimiento científico y útil para su desarrollo y fundamentación. Además, necesitaremos una filosofía rigurosa, de carácter sistemático e innovador, expuesta en un lenguaje claro como el de las matemáticas y la lógica, no meramente libresca y palabrera. Y desde luego, necesitaremos una filosofía comprometida con la sociedad, capaz de sugerir ideas para el diálogo racional y la ética solidaria. En realidad, todo esto ya está a nuestro alcance. Mario Bunge nos proporciona el marco intelectual más apropiado para esta empresa y con su obra inmensa nos ofrece recursos para actualizar y avanzar en todos los campos de la nueva investigación filosófica.
La editorial Laetoli mantiene una colección de libros, la Biblioteca Bunge, en la que se están editando versiones originales y traducciones al castellano de numerosas obras de este autor. Entre ellas, el conocido Tratado de filosofía en ocho volúmenes. Allí está todo. Los dos primeros volúmenes son un manual de semántica filosófica extraordinariamente valioso y original, en un campo esencial para una filosofía que pretenda ser coherente con el conocimiento científico. Los dos siguientes están dedicados a la ontología y la metafísica. Estos cuatro primeros volúmenes fueron publicados por la editorial Gedisa. Los tres volúmenes del Tratado que hasta ahora ha publicado Laetoli (los volúmenes 5, 6 y 7) se dedican a la teoría del conocimiento, la metodología científica y la filosofía de las ciencias (lógica, matemáticas, física, química, biología, cosmología y geología). El volumen 8, ya anunciado, estará dedicado a las ciencias sociales y la tecnología. El 9 y último, a la ética.
Los volúmenes 5 y 6 del Tratado constituyen una síntesis de lo que hoy sabemos acerca de los procesos mentales que conducen a la obtención, valoración y desarrollo del conocimiento científico. El mayor problema que tiene esta parte de la filosofía de Bunge es que no tiene apenas parangón en el conjunto de la filosofía actual. Bunge elabora los conceptos más fundamentales referidos a la cognición humana, a la valoración de nuestras teorías y al funcionamiento de la indagación científica, todas ellas cuestiones centrales de la filosofía actual, pero difíciles de rescatar de la maraña de palabras y conceptos que pueblan los libros más influyentes en este campo de la filosofía. Si el lector quiere hacerse una idea rápida de lo que significa el estilo de Bunge, sugiero que eche un vistazo al epígrafe en el que se discute el concepto de revolución científica (vol. 6, pág. 254), uno de los pilares de la cháchara posmoderna sobre la ciencia en las últimas décadas. Algo parecido encontramos en la interpretación (poco ortodoxa) que Bunge propone para hacer compatible su realismo científico con el formalismo matemático de la mecánica cuántica, uno de los temas en los que inició su carrera filosófica hace más de 80 años. O en el campo de la filosofía de la lógica y las matemáticas, en el que Bunge mantiene una interpretación coherente tanto con su ontología materialista como con el realismo crítico de su gnoseología (vol. 7-1, pág. 53 y ss.): las entidades matemáticas son para él ficciones conceptuales no arbitrarias, pero de la misma naturaleza que las ficciones artísticas o literarias: una vez inventado el concepto de número primo, podemos pasar una eternidad encontrando nuevos números primos, pero ninguno de ellos existe en un espacio platónico reservado para alojar entes inmateriales: se trata simplemente de entes de razón, es decir, de objetos conceptuales con estructura bien definida, que podemos incluso utilizar para representar objetos reales, pero que no tienen ni necesitan tener existencia material.
No sé si la filosofía tiene mucho futuro en la nueva sociedad que estamos creando a través de las redes sociales, y de tantos otros mecanismos característicos de la sociedad de la información. Pero si es un proyecto serio, podrá contar con una base sólida en un sistema filosófico como el de Mario Bunge, que parece diseñado para ser un componente esencial de esa filosofía del futuro.
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Autor: Mario Bunge. Título: Filosofía de la ciencia y de la técnica. Editorial: Laetoli. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.


¿MALA FILOSOFÍA, BUENA CIENCIA?
En su artículo Javier Sampedro nos remite a un antiguo asunto, el de la relación entre filosofía y ciencia, en no pocas ocasiones timbrada por el desdén de ésta sobre aquélla. Bueno, y asimismo por aquélla sobre ésta, esto es desencuentro, por no decir algo más descarnado.
Con “antiguo” no implico p.ej. como la mecánica cuántica y la “lucha” de interpretaciones; no, pienso en algo verdaderamente pretérito. Tanto como p.ej. Galileo: cómo “van” los cielos – cómo se va al cielo; o el mismísimo Newton: hypotheses non fingo. Como comprueban Vds., litigio de honda raigambre.
Es típico/tópico/paradigmático citar en este contexto a Feynman, y puesto que no me las doy de original, ¡allá va!: Los científicos necesitan saber filosofía tanto como los peces hidrodinámica (o algo así); los científicos precisan de la filosofía tanto las aves de la ornitología (o algo por el estilo). ¡Más claro agua, de límpido manantial de montaña!
Vaya por delante que a este Genio (James Gleick) no le faltan razones para tal enunciado. Otra, nada nueva, en esa vena: los filósofos saben de nada y hablan de todo (aquí emoticono de socarronería). Desde luego esto es algo así como (o simplemente “es”) la pura teoretización & reflexión/intuición/subjetividad vs. observación/experimentación/ objetividad …, ¡ah!, + matemáticas. Éstas son primordiales en el duelo, y a pesar de Platón y su Academia, no muy amadas por cierto tipo de filósofos. Con éstos aludo a los de la rama continental (a falta de apelativo mejor), los de una disciplina especulativa 100%, tendente a la metafísica, estricta elucubración. Estoy convencido que el bueno de Dick tenía en mente a este grupo. No creo que hubiera rechazado p.ej. el término filósofos salchicheros, por lo de Escuela de Frankfurt (emoticono de carcajada).
Con todo, el ejemplo máximo, con permiso de Hegel por supuesto, sigo pensando que es Heidegger: la Pregunta por el Ser, Ser vs. ente, aletheia/desvelamiento, onto-teología, ser-para-la-muerte, ser-en-el mundo, dejar-ser, estado-de-arrojado, Dasein, Sorge, Unheimlich (la ventaja es que Deutschland es Das Land der Dichter und Denker), casa del lenguaje, pastor del Ser …, podemos proseguir desde luego, pero están mis favoritos (y de muchos de Vds.): ¿por qué existe el Ser más bien que la Nada?, la Nada nadea (¿con bañador supongo?).
Ante toda esta parafernalia lingüística (¿juego?), que no es en absoluto dinámica de fluidos, es entendible que nuestro científico, inmerso en ondas & corpúsculos, perdiera la paciencia; y muchos de sus colegas ídem de lienzo: de todas todas optan por Arquímedes. En fin, no hay nada que añadir …, bueno, ¡sí!
No nos olvidemos que críticas (o más bien despellejar) contra esa filosofía elucubrativa ya existían antes de Feynman. Por ir a lo habitual, y adecuado sin duda: Bertrand Russell, Whitehead, Wittgenstein …, quienes eran filósofos, ¡y científicos! Y en el continente se dio fuerte rechazo a la línea continental, ¡nada menos que el Círculo de Viena!, donde se podría colocar a Popper. Ya saben: César es un número primo.
¡Hum!, en consecuencia es más difícil asentir a la diatriba de nuestro físico, con tantos tipos versados en los dos campos. Hoy en día tenemos paisanos con licenciatura (o incluso doctorado) en ambas áreas; y en el apartado de nombres, pues sin duda Roger Penrose y David Deutsch, para continuar siendo no-inusitado. La dicotomía, lucha a muerte, entre filosofía y ciencia no sería tan clara como lo pretendía Feynman, i.e. existirían peces que conocen bien la hidrodinámica (emoticono de ironía).
Por otro lado esta controversia da mucho juego en fiestas, entre whiskey y whiskey y previo al ¡Asturias Patria querida! Sin duda es preferible a muchos de los temas de rabiosa y mordiente actualidad: que si la abuela fuma, que si el canario no pone, que si el vecino de arriba pone la música muy alta, que si la de la pescadería de dos calles a la izquierda se “entiende” con el joven (llegado recientemente de Moralnaval de abajo) de la charcutería de la plaza central, que si el nuevo fichaje del Madrid, que si los tomates están angelicales (i.e. por las nubes) & las angulas ni te cuento, que si hay un político que No es corrupto … Todo este asunto del criterio de demarcación (Popper) entre ciencia & lo-que-no-lo-es da para muchos mensajes SMS & WhatsApp, coloquios en la Red, y demás. Con el mordiente de que en la no-ciencia se incluye la religión: más madera para el diálogo. Este último por lo demás es género filosófico de pro, a partir de Platón … ¡a por ello pues!
En caso de duda cartesiana, o existencial, siempre se puede solicitar asistencia intelectual a nuestro preclaro científico “residente”, el no-irrelefante doctor Matías, Gali Matías (emoticono de guasa).
… ¿MALA FILOSOFÍA, BUENA CIENCIA? …
No dejemos en el baúl de los recuerdos de Karina ese pugilato entre Popper (hipotético-deductivo) y Kuhn (paradigmas) que (recuerdo muy bien) fue “furor” hace décadas sobre la metodología. A él se añadían, inter alia (¡qué bien suena en latín!), cómo no, Feyerabend con su ¡todo vale! …, e igualmente Lakatos, con el circuito Papo-Diofanto/análisis-síntesis. Pues bien, barrunto que el duelo no ha concluido; incluso apuntaría a que se convertirá en tan longevo como el de las interpretaciones de la cuántica, que ya es centenario. ¡Hum!, es plausible que la técnica precisa de la investigación científica no exista, con lo cual le doy un voto (¡pero sólo uno!) a Feyerabend. En una ocasión más (¡ésta!) voy a ejercitar mi privilegio de profano profesional …; como no pocos investigadores empíricos me apunto desde hace muchas jornadas a inducción + lex parsimoniae de Ockham. En román paladino, los científicos acumulan una gran cantidad de datos observacionales (para la inducción), y al fin y a la postre seleccionan la hipótesis más sencilla para efectuar la generalización. ¡Simple no es cierto!, por eso se llama el principio de economía; que asimismo viene muy bien para afeitarse; que además viene avalado como bien sabemos por el médico más guay del mundo mundial, esto es, Gregory House M.D., y por tanto indirectamente por el detective más chachi del planeta plantario.
Si se fijan Vds. este proceder goza de aires de familia con el criterio del bueno de Newton: atenerse a los “asientos” empíricos, universalizar, ¡y nada de inventarse suposiciones! ¡Curioso paralelismo!
Ciertamente dudo que a Feynman et alii les interesaran demasiado, ¡más bien nada!, esos tratados sobre heurística, pero quizás fuera porque siguen “sencillamente” inducción + navaja, i.e. intervienen a pesar de todo en la disputa.