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Un laberinto de conciencias para contar

Un laberinto de conciencias para contar

Heredero de la tradición de la gran literatura del flujo de conciencia de Joyce, del desgarramiento ontológico de Bernhard y el sino trágico familiar de Faulkner, Antonio Lobo Antunes ocupa desde hace muchos años un lugar propio, con lectores fieles y otros que le habrán abandonado en el intento. Nos preguntaremos siempre en cuánto habrá influido su formación de médico psiquiatra o su rol de excombatiente en la guerra colonial angoleña para haberse convertido en uno de los narradores fundamentales del portugués contemporáneo, con una obra que sigue una traza de cartografía implacable del alma y sus desvíos. La última puerta antes de la noche es un ejemplo de esta faena literaria introspectiva extrema: una indagación no del simple crimen sino del mal y la culpa en su forma más desgarrada y auténtica.

La novela aborda un caso real registrado en 2016 en Portugal: un hombre importante es asesinado en presencia de su hija, y su cadáver es disuelto en ácido sulfúrico. Existen cinco involucrados, entre los cuales hay dos abogados. El autor nos embarca en una travesía poliédrica por la mente de los asesinos y sus capas subconscientes, filtrando en dosis cuidadas sus meandros más oscuros.

Una advertencia inicial: esta no es una novela policial, en el sentido estricto del término, ni mucho menos se aviene a fórmulas complacientes del mercado editorial. Los lectores en busca de una lectura de pasatiempo no encontrarán aquí su libro. Su dificultad formal, su estructura fragmentaria y su tono sombrío desafían la línea argumental convencional del género policial, a punto de no reconocerse como tal.

"El lector advertirá desde el inicio que no existe un argumento tradicional como núcleo de una trama, sino que la historia se cuenta en una cadena discontinuada de pensamientos, asociaciones y diálogos"

Tampoco habrá ingenio original para la consumación de la maldad antes referida, sino apenas una premisa regida por una preocupación elemental: “sin cadáver, no hay crimen”, se repiten los protagonistas, acaso equivocadamente. Aquí tenemos un vector primordial: este texto se erige en torno a la voz de los protagonistas, individuos menores y corrientes que hacen una cosa, incluso, por una motivación básica, y cometen errores groseros para lograr su cometido.

El lector advertirá desde el inicio que no existe un argumento tradicional como núcleo de una trama, sino que la historia se cuenta en una cadena discontinuada de pensamientos, asociaciones y diálogos interpuestos que construyen la historia. Como ya se imaginará, la novela no narra de forma pura: cuenta, recuerda y respira en modulaciones emocionales.

Aquí un ejemplo:

“ –¿Qué podemos hacer?

obligándome a repetir por centésima vez que sin cuerpo no hay crimen, que si nadie da el chivatazo, que si tenemos cuidado, mi madre volvió dentro con sus cosquillas, ofendida porque mi padrastro no las quiso, la chica del bar con la palma de la mano insistiendo en mi espalda, sinceramente le caigo bien…”

O en el siguiente párrafo alusivo a la escena del crimen donde se plasma perfectamente su estilo:

“–Tú estabas en una reunión en el Colegio somos nosotros los que debemos tener cuidado

…mientras una niña me observaba en silencio, quieta, apoyada en una columna, aún me acuerdo del vestido, aún me acuerdo de los zapatos, aún me acuerdo de la expresión vacía como si le faltase la boca, recuerdo que no sentí nada, que pregunté a los demás

–¿La matamos también?

es decir que pensé

–¿La matamos también?                                                                                       

y que pensé de nuevo

–¿La matamos también?

antes de preguntar

–¿La matamos también?

y la sensación inesperada de sentir lágrimas dentro de los ojos, no fuera, por qué narices lágrimas dentro de los ojos, pregunté por estar enfadado conmigo, por estar enfadado con ella…”

Los lectores del portugués reconocerán en la moldura su lazo con sus obras —Esplendor de Portugal, Sobre los ríos que van, ¿Que farei quando tudo arde?, entre otros textos—, donde su estilo es el que abreva de los grandes autores del flujo de consciencia: párrafos extensos sin puntuación, superposición de planos de tiempo, yuxtaposición de voces internas y difuso límite del narrador y sus criaturas. Como sucede solo en aquellos casos logrados de esta escuela —que ha cosechado también vanos imitadores—  aquí asoma y fluye una escritura rítmica, acaso musical, que obliga al lector —dedicado y atento— a una inmersión de lectura profunda.

No hay razón, sin embargo, para desanimarse. Lo interesante de esta novela —además de su singular y truculenta historia— es que, desde la primera página hasta la última, la aparente inaccesibilidad de Lobo Antunes se repite en una cadencia hasta terminar por volverse familiar, incluso para quien nunca lo haya leído. Un acierto en una novela de 456 páginas en estos tiempos de efímera atención: no cambiar o mudar de plano una vez que lo hemos desentrañado y reconocido las coordenadas para entrar y salir de él, permitiéndonos habitar las consciencias de los protagonistas y sus líneas discursivas.

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Autor: António Lobo Antunes. Título: La última puerta antes de la noche. Traducción: Antonio Sáez Delgado. Editorial: Random House. Venta: Todos tus libros.

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Daniel Posse
5 meses hace

Hola maravillosa reseña y texto. Me impulsa a querer leer ese libro y sumergirme en ese mundo. Gracias