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El asesinato de los Aosawa, de Riku Onda

El asesinato de los Aosawa, de Riku Onda

Merecedora del premio a la mejor novela en los Mystery Writers of Japan en 2006 y del Deutscher Krimipreis International en 2022, esta ficción arranca con la muerte por envenenamiento de diecisiete personas, seis de ellos niños, durante la celebración de una fiesta en la mansión de los Aosawa.

En Zenda reproducimos el arranque de El asesinato de los Aosawa (Salamandra), de Riku Onda.

***

 

1

Desde el mar

Conversación con Makiko Saiga, la autora del libro, treinta años después del asesinato

I

Como siempre, la nueva estación trae lluvia.

No, retiro lo dicho: «nueva» no es la palabra que busco, sino «siguiente». La siguiente estación siempre trae lluvia. Ésa es la sensación que tienes cuando vives en esta ciudad.

En esta parte del mundo, el cambio de estación nun­ ca es algo drástico y repentino. Se parece más bien a la erosión gradual de una línea divisoria cada vez que cae un nuevo chaparrón y va cubriendo poco a poco la esta­ ción anterior, a pinceladas, mientras la nueva se toma todo el tiempo del mundo para ir materializándose despa­ cio, de manera imprecisa, casi como deshaciéndose en disculpas.

En esta zona del país, la lluvia llega desde el mar.

Siempre fui muy consciente de ello cuando era niña.

Ahora los edificios tapan la vista, pero casi cualquier punto de la ciudad que estuviera mínimamente elevado solía tener vistas al mar. Se veían ondulantes olas de nu­ barrones de aspecto arrollador, cargados con el peso de un calor sofocante, acercándose desde el mar y alzándose por encima del suelo, amenazando con descargar sobre la ciudad.

Cuando me fui a vivir a la región de Kanto, me sorprendió descubrir que allí el viento soplaba desde el interior hacia el océano Pacífico y no al revés. En la costa de Kanto la abrumadora presencia del mar no se percibe de la misma forma. Puedes estar muy cerca de la orilla y no sentirlo en absoluto. El calor y los olores que desprende la tierra escapan hacia el mar, las ciudades se abren al océano y el horizonte siempre está lejos, como la imagen de un cuadro dentro de un marco.

Aquí, sin embargo, el mar no es nada refrescante. Mirarlo no te procura ninguna sensación de libertad o de alivio. Y el horizonte siempre está cerca, como es­ perando su oportunidad de abalanzarse tierra adentro. Sientes como si alguien te estuviera observando y que, si te atrevieras a apartar la vista, aunque sólo fuera por un instante, el mar caería como un manto sobre ti. ¿Sabe lo que quiero decir?

Hace muchísimo calor, ¿verdad?

Este calor es tan agobiante… Es como si la ciudad entera estuviera metida dentro de una olla de vapor. Un calor como éste es cruel: te roba la energía mucho más de lo que imaginas.

De niña, el verano me parecía insoportable. No tenía apetito y apenas comía. Hacia el final de las vacaciones, mi dieta consistía en fideos somen y té de cebada, nada más. En las fotos salgo delgada y con los ojos saltones. ¿Se ha fijado en que, cuando andamos sobre este asfalto tan caliente, nos tiemblan las piernas? Ahora que todo el mundo tiene aire acondicionado, lo que pasa factu­ ra no es tanto el calor del verano como el shock de la diferencia de temperatura entre el interior y el exterior. Cada año hace más y más calor, ¿no le parece? Será por el cambio climático, supongo.

Ha pasado mucho tiempo.

¿Sabe que sólo vivimos aquí cuatro años, cuando iba a primaria? Llegamos aquí en primavera del segun­ do curso, cuando yo tenía siete años, y nos mudamos a Nagano en la primavera del sexto curso.

Sí, en esa época pasé un año yendo y viniendo entre aquí y Tokio.

¿Ha traído paraguas? La guía lo recomienda. Ahora el cielo está bastante despejado, pero nadie sabe cuánto aguantará así.

Como decía, esta humedad es letal. Te chupa toda la energía. ¿Se ha fijado en el cielo, de ese azul turbio, y en el contorno de las nubes, con esa especie de brillo opaco? Parecen estar tan cerca que te da la sensación de poder tocarlas con la mano. Bueno, pues justo entonces es cuando caen los chaparrones más fuertes. Antes de que uno se dé cuenta, las nubes bajas inundan el cielo y descargan la lluvia sin compasión sobre la ciudad. Un simple paraguas apenas sirve de protección para evitar que se te mojen los tobillos y los hombros, pero sí sirve para dejarte con el ánimo por los suelos y harta de lluvia.

Parece que ya nadie lleva botas de agua, ¿verdad? De niña, a mí me encantaba ponérmelas para chapotear en los charcos, saltar o aterrizar en ellos de forma delibera­ da y salpicar agua por todas partes.

En esta zona no nieva tanto. Antes de mudarnos aquí vivimos una temporada en Toyama y, aunque no está muy lejos geográficamente, allí la nieve era algo increíble. Era una nieve pesada y húmeda, de esa que, cuando te lanzan una bola, te hace daño. Las puertas correderas de papel de toda la casa se hinchaban con la humedad y se quedaban pegadas. En esta ciudad no nieva como allí.

Sin embargo, los seres humanos somos criaturas extrañas. Lo olvidamos todo muy rápido. Cuando hay tanta humedad como ahora, cuesta creer que hace apenas unos meses fuera invierno e hiciera tanto frío, y lo echamos de menos.

Uf, qué calor hace…

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Autor: Riku Onda. Título: El asesinato de los Aosawa. Traducción: Ana Alcaina Pérez. Editorial: Salamandra. Venta: Todostuslibros

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