Ned Ediciones arranca una nueva colección, Territorios, llamada a publicar voces jóvenes del panorama de la literatura hispanohablante. El primer título es una compilación de cuentos en la que Francisco Díaz Klaassen explora el universo desencajado y absurdo.
En este making of Francisco Díaz Klaassen cuenta las claves de Cuando no éramos nada (Ned).
***
1
Una de las primeras colecciones de cuentos que recuerdo haber leído por voluntad propia, a los ocho o diez años, es El hombre ilustrado, de Ray Bradbury. El libro venía con un truco: los cuentos estaban engarzados por una puesta en escena que en ese momento me pareció magistral: un hombre pasa una noche, a la intemperie, junto a alguien lleno de tatuajes. De repente siente que algo se mueve en la piel del sujeto: los tatuajes cobran vida y cada uno le muestra algo distinto: los cuentos de la colección.
Seguí encontrándome ese dispositivo muchas veces, por lo general en la tele. La dimensión desconocida lo usa, por ejemplo: la voz que nos introduce cada capítulo reaparece al final (ahora ocupando el cuerpo de Rod Serling) para discutir con nosotros, los espectadores, la moraleja de lo que acabamos de ver.
Lo mismo sucede en He-Man.
Y en no pocos libros: en Los cuentos de Canterbury el lienzo es tan soberbio que a menudo los cuentos pasan a un segundo plano. En El Decamerón. En Las mil y una noches. Etc.
La gracia, pensaba yo entonces, pienso ahora, consistía en mantener latentes dos tensiones, la del cuento en cuestión y la del armatoste en general.
Eso busca este libro.
(Por cierto, cuando muchos años después releí la colección de Bradbury, ya no me pareció tan maravilloso el artificio: lo encontré forzado, y la resolución algo floja: como si hubiera agregado lo del hombre tatuado a último momento, y no estuviera del todo convencido.)
2
No habría que confundirlo con un roman à tiroirs (una de esas narraciones en las que los cuentos o episodios son poco más que excusas para justificar el marco; Borges, según Bioy, censura la Divina Comedia por esa razón).
Unidad, sí. Independencia, también.
3
Escribí los cuentos a lo largo de catorce años. Pero, al igual que a Monterroso, tampoco a mí me gustaría que se pensara que les dediqué todo ese tiempo. Otros libros reclamaban mi atención y yo siempre se la di. Lo mismo con las juergas de rigor. Con las ex esposas, con los amigos, con las tesis académicas.
Cuando todo eso pasaba a segundo plano, emborronado, volvía a los cuentos.
Uno lo escribí una noche de fines del 2010 después de correr ocho kilómetros.
Otro fue resultado de un encargo para una antología de cuentos de fútbol prologada por el entonces ubicuo Eduardo Sacheri. Salió para el mundial del 2014. No lo leyó nadie.
Uno lo escribí cuando se murió un amigo al que siempre consideré un mentiroso. En el funeral descubrí que sus mentiras eran ciertas.
Otro fue producto de la caridad: en vez de un ensayo, un profesor del doctorado dejó que escribiera un cuento para su curso. El curso era de literatura policial y lo aprobé, a pesar de que en el cuento que entregué no había ningún crimen. Tampoco se resolvía nada. Pero a un tipo se lo comían unas ratas.
En fin. Catorce años, doce cuentos.
Voilà.
4
También es cierto que tenía doce cuentos pero no tenía todavía un libro.
5
Pasé la primera mitad de la pandemia encerrado en un país donde no era obligatorio estar encerrado. En parte lo hice porque debía escribir mi tesis doctoral y en parte lo hice porque afuera del departamento hacía -35 grados.
Defendí esa tesis por Zoom (recuerdo cerrar el laptop y abrir una cerveza mirando cómo una araña cangrejo giraba junto a la ventana sobre una polilla hueca) y volví a Chile.
Pasé la otra mitad de la pandemia encerrado en una casa de campo. Ahí me acordé de los cuentos.
Los reescribí a mano, tomando té de manzanilla con hielo, en el verano asfixiante de Paine (la zona más angosta del país, donde se confunden la cordillera de la costa con la de los Andes; el único lugar de Chile, quizás, en el que si te descuidas puedes perder el norte).
6
Mandé esos cuentos a un par de editoriales y me respondieron con un silencio ensordecedor, que todavía puedo escuchar si me concentro lo suficiente.
Supuse que había fracasado el marco.
Supuse que los cuentos eran malos.
Supuse que mi escritura era aburrida.
Así que los guardé en un cajón. Publiqué otro libro. Pasaron un par de años. La emocionante vida chilena me absorbió por competo… hasta que recibí un correo electrónico del editor de Ned. No voy a repetir sus palabras, pero podríamos resumirlas de la siguiente forma: eres un genio. Ningún escritor latinoamericano escribe cuentos como los tuyos. ¿Tendrás guardado en un cajón un manuscrito que todo el mundo haya rechazado?
Voilà.
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Autor: Francisco Díaz Klaassen. Título: Cuando no éramos nada. Editorial: Ned. Venta: Todos tus libros.


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