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La llamada de… Fernando Navarro

La llamada de… Fernando Navarro

Imagen de portada: Asis Ayerbe

Álvaro Colomer sigue indagando en el mito fundacional oculto en la biografía de todos los escritores, es decir, desvelando el origen de sus vocaciones, el germen de su despertar al mundo de las letras, el momento exacto en que sintieron la llamada no precisamente de Dios, sino de algo para algunos más complejo: la literatura.

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Todo escritor novel necesita que alguien le tienda una mano. En el caso de Fernando Navarro, sin duda el narrador más luminoso, además de enigmático, del panorama literario contemporáneo, el hombre que se la ofreció fue Antonio Arias, líder del grupo musical Lagartija Nick. En aquel entonces, la banda se había aliado con Enrique Morente y juntos habían publicado el disco Omega, trabajo poco apreciado por la crítica de la época, pero considerado en la actualidad punto de inflexión en la historia del rock español. Navarro trabajaba en la sala Planta Baja, mítico local granadino en el que, además, transcurre gran parte de la película Segundo premio, y copa a copa, charla a charla y carcajada a carcajada se hizo amigo de su cliente. De aquel músico aprendió la manera sensata —y saludable— de estar en el mundo del artisteo, el modo de sacar provecho cultural a la ciudad donde había nacido, la forma de disfrutar la ciencia ficción y los libros de esoterismo… Y todavía hoy, cuando encuentra una piedra en el camino, Fernando Navarro se para a pensar qué haría Antonio Arias en su situación, y así todo se resuelve de un modo sencillo.

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Malcolm Lowry también tuvo un guía espiritual. Leyó la novela Blue Voyage siendo todavía un joven impresionable y quedó tan alucinado con el torbellino de pensamientos oculto en aquella historia que escribió una carta a su autor, Conrad Aiken, pidiéndole que lo acogiera en su casa como alumno. El veterano aceptó el pupilaje y, cuando ya se hubo instalado en su domicilio, Lowry descubrió que había caído en manos de un desequilibrado que vivía traumatizado por el recuerdo del día en que su padre asesinó a su madre y después se suicidó pegándose un tiro. Aiken enseñó muchas cosas a Lowry, entre ellas el camino al alcoholismo. Maestro y alumno se pegaron unas juergas que todavía resuenan en las noches de Boston, la más famosa de las cuales concierne a la ocasión en que el pupilo estrelló la tapa de un váter en la cocorota de su mentor, causándole un traumatismo craneal que requirió de veinticuatro puntos.

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Tras ejercer como piloto de combate durante cuatro años, Roald Dahl se convirtió en asesor de las fuerzas aéreas. Un día irrumpió en su despacho C. S. Forester, el mejor escritor de cuentos sobre el mar después de Joseph Conrad, y le invitó a comer a cambio de que le contara alguna historia de cuantas había vivido en combate, puesto que quería escribir un cuento que incitara a los jóvenes a alistarse en el ejército del aire. Pero, como Dahl no podía hablar mientras comía y Forester tampoco podía tomar notas mientras hacía lo mismo, acordaron que el joven piloto escribiera por sí mismo alguna de sus aventuras y que después el otro la convertiría en literatura. Sin embargo, cuando el autor de éxito recibió el texto del diletante, quedó tan impresionado con su calidad que decidió publicarlo sin apenas tocarlo. Así empezó la carrera de Roald Dahl, con una casualidad que sacó a relucir su talento no solo a los mandos de un aeroplano, sino también ante el folio en blanco.

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Miqui Otero guardaba cierto parentesco con Francisco Casavella. El hermano del padre de uno era el marido de la hermana del padre de otro, o algo así. Un parentesco lejano, por tanto. Pero las madres eran íntimas amigas y, en consecuencia, coincidían de vez en cuando. Ahora bien, se llevaban quince años de diferencia y, mientras uno gateaba por casa, el otro frecuentaba bares. No fueron, por tanto, compañeros de juegos. Y sin embargo, cuando Casavella se enteró de que Otero quería ser escritor, le ofreció quedar para comer dos veces al mes en un restaurante del barrio de Sant Antoni. Durante aquellas reuniones, le indicó los pasos a seguir para convertirse en un autor serio y le indicó a qué autores leer y de cuáles alejarse como de la peste. En cierta ocasión le lanzó un reto: “¿A que no tienes cojones para publicar antes de cumplir los treinta?”. Otero recogió el guante y cumplió su parte del trato, pero Casavella nunca llegó a verlo, porque murió antes de tiempo.

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Todo escritor novel necesita que alguien le tienda una mano… y, si no hay nadie dispuesto a hacerlo, se la tiende él mismo. Ezra Pound se autopublicó su primer poemario, del que tiró 150 ejemplares que consiguió poner a la venta en una librería de Vigo Street (Londres). Pero, como nadie lo compraba, Pound se ofreció al Evening Standard como crítico literario y, firmando con seudónimo, escribió una reseña en la que aseguraba que su libro, claro, era estupendo.

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La última novela de Fernando Navarro es Crisálida (Impedimenta).

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