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El fuego

A continuación, reproducimos la segunda entrega de la serie de relatos Crónicas desde El Cabo, de Patricia García Varela.

Antes, mucho antes de tener La Casita, me gustaba el fuego. El fuego era el calor. El crepitar de la hoguera con los amigos en alguna celebración, el hogar en invierno, la fascinación de las llamas danzantes en un entorno seguro. Pero desde que vivo aquí el fuego es el miedo; casi lo mismo en lo que se está convirtiendo el verano. Porque la llegada de las altas temperaturas es sinónimo del inicio de los incendios forestales. Ya no es la incertidumbre de si ocurrirá, como pasaba en años anteriores, sino de cuándo tendrá lugar. Sabemos que será cuestión de días para que concurran las circunstancias propicias: mucho calor durante varias semanas, viento fuerte y una mano maligna que haga posible que se desate el infierno.

Este verano he presenciado dos incendios forestales desde mi propia casa. El más próximo tan cerca que pensamos que esta vez no nos librábamos de perderlo todo. Otra vez los hidroaviones y helicópteros surcaron el cielo en una coreografía feroz, donde cada giro y cada descarga era una apuesta contra el tiempo y el calor. Me he vuelto a quedar en silencio ante la temeridad de quienes pilotan esas máquinas, capaces de adentrarse en cortinas de humo que engullen el paisaje, y salir de ellas como si desafiar lo imposible fuese rutina.

"He visto a los brigadistas enfrentarse a las lenguas de fuego que se movían como si tuvieran voluntad propia, atacando desde ángulos impensables"

He visto a los brigadistas enfrentarse a las lenguas de fuego que se movían como si tuvieran voluntad propia, atacando desde ángulos impensables, mientras los bulldozers abrían heridas en la tierra para frenar su avance. Hombres a pie, por el aire, sobre acero y caucho, todos alineados en una resistencia de combate que no se celebra lo suficiente. Muy al contrario, héroes con contratos fijos discontinuos y salarios sonrojantes.

Y mientras tanto, el fuego avanza. No por accidente. No por descuido. Avanza porque alguien lo quiere. Porque detrás de casi cada incendio hay trazos de intención: tres, cuatro, cinco focos encendidos con precisión quirúrgica. No es el verano el que arde. Es la codicia. Es la impunidad. Es el silencio que sigue después.

Los veranos son cada vez más cálidos, con temperaturas más extremas y menos lluvias; a lo cual se le une una población estacional en los pueblos que quintuplica el consumo de agua. Se ha pasado del riego de las huertas al riego del césped del jardín y el llenado de las piscinas. Mientras tanto, el paisaje rural que rodea los pueblos no puede ser más desolador por su abandono: la población que se hacía cargo de su limpieza es cada vez más anciana o ya ha fallecido, sin repuesto generacional, por lo que las parcelas de monte sólo están para la cría del rastrojo y la maleza. Los eucaliptos, las mimosas, las acacias y los pinos reinan en los campos, en detrimento de otras especies arbóreas autóctonas que ayuden a frenar la propagación del fuego. El monte gallego es pura gasolina. En el 2021 la Xunta prohibió plantar eucaliptos en superficies nuevas para frenar la expansión de esta especie, prohibición que acaba este año; sin embargo, si el propietario de los derechos de plantación se los vendía a otro, este nuevo propietario pudo plantar eucaliptos en nuevas superficies durante este tiempo. Hecha la ley, hecha la trampa para poder seguir alimentando a macropapeleras como Altri.

"Un delito tan grave y con tan amplias repercusiones merece ser tomado mucho más en serio de lo que se está haciendo, porque es algo que sólo va a empeorar con el tiempo"

Si hay algo que nos falta es gestión forestal y medios anti incendios. Durante todo el año, no sólo durante dos meses mientras el fuego ocupa las pantallas de las televisiones y de los smartphones. Precisamos de penas más duras para los incendiarios, hayan plantado el fuego por intereses económicos, por venganza o porque se aburren: la prisión permanente revisable no es en absoluto descabellada ya que además de las terribles pérdidas ambientales y socioeconómicas en las zonas rurales, cada vez más están vidas humanas en juego. Hablamos de intentos de asesinato: casas rodeadas por el fuego en las que viven ancianos que en muchos casos carecen de automóviles propios. Eso sin olvidar del peligro al que someten al personal antiincendios. Es terrorismo ecológico.

Un delito tan grave y con tan amplias repercusiones merece ser tomado mucho más en serio de lo que se está haciendo, porque es algo que sólo va a empeorar con el tiempo. ¿O acaso no vemos que ocurre con los fuegos de California, Canadá o más cercanos en Portugal, Grecia o Francia? España arde, y más que arderá si no se opta por una política de gestión forestal activa, seria y práctica. Empezar a ver nuestros montes como generadores de riqueza, que lo son, sin necesidad de invertir en especies que propaguen los incendios. Recuperar los alcornoques, los castaños, los robles y los frutales es fundamental, pero también las plantaciones de aromáticas, la apicultura, el uso de ovejas, vacas y cabras para la limpieza del monte bajo… En resumen, fomentar la vuelta al rural para un uso tradicional más allá del turismo y la hostelería.

"Está claro que si no se destinan muchos más fondos para la gestión forestal y la prevención de los incendios, el gasto se hará en su extinción"

Para ello hace falta no colocar mil y una trabas a cada una de las labores del campo, como se ha venido haciendo en los últimos años desde Europa, donde en muchas ocasiones parece que las decisiones las toma un señor que ha pisado el rural una vez y con cuidado de no mancharse los zapatos. Hacen falta políticas activas de fomento del empleo, con subvenciones para la creación de industrias acordes al territorio y a su población, así como ayudas reales contra peligros reales. Es decir, si en la zona hay lobos subvencionar los pastores eléctricos, los mastines o los burros necesarios para el pastoreo del ganado en lugar de impedir que cambie mis cachorros con los del vecino para evitar problemas de consanguinidad por la polémica Ley de Bienestar Animal. Animarme a que pastoree, a que mantenga limpio el monte.

Los ayuntamientos que tienen a cargo una gran masa forestal se quejan de la falta de presupuesto para mantener limpio su municipio, pero igual es que los ediles no gastan sus presupuestos en lo que realmente importa ni exigen como deberían a la diputación, al gobierno comunitario ni al central. Está claro que si no se destinan muchos más fondos para la gestión forestal y la prevención de los incendios, el gasto se hará en su extinción. “Por cada euro invertido en prevención se pueden ahorrar hasta 100 euros en extinción”, claman desde el Colegio de Ingenieros de Montes, pero nadie escucha.

"¿Y nosotros?, ¿exigimos a nuestros políticos lo que de verdad importa o nos conformamos con las verbenas de verano?"

Pero, ¿cómo se podrán pagar las vidas que se pierden? Cada año, si no se frenan los incendios, las muertes aumentarán. ¿Cómo se pagarán los espacios naturales irrecuperables? Este año han ardido Las Médulas en Castilla y León, los pastos próximos a los restos arqueológicos de Itálica, ambos lugares Patrimonio de la Humanidad. También ardió parte del Parque Natural O Invernadoiro de Ourense, y que como cualquier otro espacio natural protegido albergaba especies en peligro de extinción que ningún dinero podrá recuperar.

¿Y nosotros?, ¿exigimos a nuestros políticos lo que de verdad importa o nos conformamos con las verbenas de verano?, ¿tenemos claro por qué los mantenemos en el cargo o llega con meter el culo en la piscina municipal cuando aprieta el calor mientras nos escandalizamos por el “reto marrón”? A lo mejor todo el problema es ese: la mayoría sólo vislumbra el fuego desde sus pantallas y se indigna lo justo para poner un tuit cabreado; dentro de poco sólo será un recuerdo confuso difuminado por millones de luces LED de Navidad.

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Entregas anteriores:

La Casita, mi casa

Próximas entregas:

Los Vecinos

El agua, la piscinita y la madre que los parió

No hay turista para tanta cultura

La Tormenta

No son molinos, amigo Sancho, que son gigantes

De tejones, infancias y pies rotos

El robot Manolo

Las gallinas, la duquesa y el pintor

Mujeres, rural y soledad

Los jabalíes, el pulpo y las velutinas

Mi gato

Verbenas por encima de nuestras posibilidades

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