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Pícaros en la literatura (X): Berganza y Cipión, los perros que ladraron la verdad de España

Pícaros en la literatura (X): Berganza y Cipión, los perros que ladraron la verdad de España

Miguel de Cervantes logró en El coloquio de los perros (1613) algo tan insólito como atrevido: dar voz a dos animales y convertirlos en narradores de una sátira social. Durante una sola noche, en el Hospital de la Resurrección de Valladolid, Berganza y Cipión conversan con ironía y lucidez sobre sus vidas y sobre la sociedad que los rodea. La escena es, en apariencia, fantástica: dos perros parlantes que filosofan sobre el mundo humano. Sin embargo, esa inverosimilitud se convierte en una de las críticas más feroces y penetrantes de la España del Siglo de Oro.

El marco no es casual. Valladolid era entonces la capital de la corte de Felipe III: una ciudad bulliciosa en la que se mezclaban nobles, clérigos, soldados, comerciantes, pícaros, brujas y mendigos. En ese espacio de contrastes, donde la pompa cortesana convivía con la miseria callejera, sitúa Cervantes el diálogo de sus perros. El hospital donde velan se convierte en un escenario simbólico: un lugar de caridad y de exclusión, en el que dos criaturas marginales observan el mundo desde el borde mismo de la sociedad. Esa elección dice mucho sobre la intención del autor: desde la voz más baja, la del perro callejero, es posible retratar con mayor libertad los abusos de lo alto.

"En cierto modo, Cervantes se ríe del género incluso mientras lo cultiva, consciente de que ya estaba agotado tras las reiteraciones de Mateo Alemán y Quevedo"

La estructura narrativa reproduce, en parte, los esquemas de la novela picaresca. Berganza cuenta su vida de amo en amo, de oficio en oficio, igual que Lázaro de Tormes o Guzmán de Alfarache. El carnicero que lo cría en la brutalidad, los pastores que roban ovejas mientras culpan al lobo, el mercader tramposo, el alguacil corrupto, los soldados crueles, la bruja estafadora, los gitanos tramposos y los moriscos perseguidos: cada etapa es un espejo social y cada amo revela un vicio colectivo. Berganza aprende de todos y acumula una experiencia amarga que recuerda mucho a la de cualquier pícaro humano. Su relato es un inventario de engaños y miserias, una radiografía implacable de los estamentos de su tiempo.

Pero Cervantes no se limita a imitar el género. Lo subvierte. En lugar de un monólogo epistolar —como el de Lázaro a su “Vuestra Merced”— introduce un diálogo entre dos perros. Cipión escucha, interrumpe, exige veracidad y corta las divagaciones moralizantes de Berganza. Esa dinámica convierte la narración en un juego metaliterario: se reflexiona sobre la picaresca al mismo tiempo que se la practica, se parodian sus excesos y se cuestiona su verosimilitud. En cierto modo, Cervantes se ríe del género incluso mientras lo cultiva, consciente de que ya estaba agotado tras las reiteraciones de Mateo Alemán y Quevedo. El Coloquio no es solo un relato picaresco: es también una sátira de la propia picaresca.

"La ironía es evidente: mientras los hombres se comporten como bestias, los animales tendrán más razón que ellos. Cervantes invierte los papeles"

La elección de los perros como narradores añade un valor doble. Por un lado, intensifica la marginalidad: si el pícaro humano ya hablaba desde lo bajo, el perro lo hace desde lo ínfimo. En el imaginario del Siglo de Oro, el perro era símbolo de suciedad, de bajeza, de calle. Nadie podía estar más al margen que ellos. Al darles voz, Cervantes legitima la mirada del excluido absoluto y, desde ahí, adquiere la libertad de decir lo indecible. Por otro lado, el recurso conecta con la tradición filosófica del cinismo. La palabra “cínico” procede del griego kynós (“perro”), y aludía a la escuela de Diógenes, que despreciaba las convenciones sociales y se burlaba con desparpajo de los poderosos. Los protagonistas cervantinos heredan ese espíritu: observan con mordacidad a clérigos, comerciantes, soldados y hasta a la corte del rey. El propio Freud, siglos más tarde, subrayaría el “espíritu escéptico y cínico” del Coloquio, reconociendo en esos dos perros una lucidez brutal.

La lista de amos de Berganza constituye, en realidad, un catálogo de vicios de la España de Felipe III. El carnicero encarna la brutalidad primaria, los pastores desmontan la farsa de la literatura bucólica, el mercader muestra la falta de escrúpulos en los negocios, el alguacil exhibe la corrupción de la justicia, la bruja se aprovecha de la superstición popular, los gitanos representan la marginación convertida en estereotipo y los moriscos, poco antes de su expulsión, simbolizan la fractura social y religiosa. En todos ellos late la misma moraleja: la sociedad vive de la farsa y del abuso.

La bruja Cañizares aporta un matiz filosófico. Su profecía anuncia que los perros volverán a ser hombres solo cuando los soberbios caigan y los humildes se eleven. La ironía es evidente: mientras los hombres se comporten como bestias, los animales tendrán más razón que ellos. Cervantes invierte los papeles: los perros son los verdaderos racionales, y los humanos los auténticos irracionales. La lección es amarga, pero también utópica: solo una inversión radical de la jerarquía moral podrá regenerar la sociedad.

"Visto en perspectiva, Cervantes fue pionero de una línea literaria que atraviesa siglos: la de los animales parlantes como críticos sociales"

El eco de esta intuición cervantina resuena en tradiciones posteriores. Quevedo, con su Buscón, llevó el género picaresco a un extremo de caricatura grotesca, pero sin la autocrítica cervantina. La Fontaine y Samaniego, ya en la Ilustración, pusieron en boca de animales moralejas universales, aunque en clave pedagógica más que satírica. Jonathan Swift, con Los viajes de Gulliver, recurrió al procedimiento cervantino: dar voz a seres no humanos para ridiculizar a los hombres, especialmente en el episodio de los caballos houyhnhnms, cuya racionalidad deja en evidencia la brutalidad de los humanos. George Orwell, con Rebelión en la granja, se inscribe en la misma tradición: usar animales parlantes para desenmascarar el poder y la corrupción. Incluso Kafka, con relatos como Informe para una Academia, Josefina la cantante o el pueblo de los ratones, recoge el impulso cervantino: a través de lo inverosímil, de la voz animal, se llega a una verdad más honda sobre la condición humana.

Visto en perspectiva, Cervantes fue pionero de una línea literaria que atraviesa siglos: la de los animales parlantes como críticos sociales. Lo que en su tiempo pudo parecer un juego excéntrico anticipa una de las formas más duraderas de la sátira moderna.

Leído hoy, El coloquio de los perros conserva intacta su vigencia. La corrupción, la hipocresía religiosa, la arrogancia del poderoso, la injusticia hacia los humildes: nada de eso ha desaparecido. Los vicios que Berganza enumera siguen reconociéndose en la sociedad actual. Y, más aún, la reflexión sobre la verdad y la verosimilitud resulta hoy especialmente pertinente. Que dos perros hablen es imposible, pero lo que dicen es más verdadero que muchos discursos oficiales. La fábula puede mentir en lo literal para decir la verdad en lo moral. En una época marcada por noticias falsas y debates sobre posverdad, esta lección cervantina es de plena actualidad.

"Quizá por eso, todavía hoy, cuando abrimos el Coloquio de los perros, sentimos que esos dos guardianes de hospital nos miran desde el borde de la página y nos hablan sin pedir permiso"

Así se entiende por qué El coloquio de los perros no ha dejado de editarse, estudiarse y adaptarse. Es al mismo tiempo un relato entretenido, una sátira feroz, un ensayo encubierto y un ejercicio metaliterario. Cervantes logró que dos perros se convirtieran en los cronistas más lúcidos de su tiempo. Y cuatro siglos después, sus ladridos siguen resonando como advertencia: la sociedad cambia de trajes, pero no de vicios.

En definitiva, El coloquio de los perros es mucho más que una rareza dentro de las Novelas ejemplares. Es un ajuste de cuentas con la picaresca, una sátira contra la España de su tiempo y un experimento narrativo que anticipa tradiciones posteriores tan dispares como la fábula ilustrada, la sátira política de Swift, la alegoría totalitaria de Orwell o la parábola existencial de Kafka. Cervantes, siempre irónico, encontró en dos perros el instrumento perfecto para decir lo que los hombres no se atrevían a pronunciar.

Quizá por eso, todavía hoy, cuando abrimos el Coloquio de los perros, sentimos que esos dos guardianes de hospital nos miran desde el borde de la página y nos hablan sin pedir permiso. Ellos saben —y Cervantes lo sabía— que las verdades más hondas no siempre salen de labios humanos. A veces hace falta un ladrido, un hocico husmeando la podredumbre, para decir lo que nadie quiere oír.

Berganza y Cipión siguen ladrando cuatro siglos después. Y tal vez sea ese su verdadero milagro: recordarnos que, en literatura como en la vida, la voz de los perros puede ser más humana que la de los hombres.

Para leer el Coloquio en Cervantes virtual

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ricarrob
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2 meses hace

En mi opinión, una obra maestra de la literatura. Quizás incluso mejor que El Quijote aunque las comparaciones sean odiosas. La picaresca de Cervantes quizás sea la mejor.

Rosa Amor
Rosa Amor
2 meses hace
Responder a  ricarrob

Totalmente de acuerdo. De hecho, para quien no “entra” en El Quijote (o le intimida), las cuatro piezas picarescas/antipicarescas de Cervantes son una puerta de lujo: “Rinconete y Cortadillo”, “La ilustre fregona”, “El casamiento engañoso” y “El coloquio de los perros.” Ahí está todo Cervantes en miniatura: humor finísimo, calle y realidad social, retrato moral sin sermón, y una ironía que desmonta el género desde dentro.

“Rinconete y Cortadillo”: Sevilla viva y ladronzuela, con ternura y sátira a la vez.

“La ilustre fregona”: juego de identidades y honra, picaresca a contraluz.

“El casamiento engañoso” + “El coloquio de los perros”: espejo cruel y divertidísimo de la sociedad, y un prodigio de diálogo.

Son obras maestras breves: concentran lo mejor de Cervantes sin exigir la travesía larga del Quijote. Y sí, su “picaresca” es peculiar—más bien antipicaresca—porque no glorifica al pícaro, lo desnuda. Para muchos lectores, estas novelas ejemplares no solo están a la altura: son el camino más sabroso para descubrir por qué Cervantes es inagotable.

Como confidencia natural, me criticaron muchísimo todos los galdosistas por dedicarme a una “obra minor” EL GRAN TEATRO DE GALDÓS. ¡OSTRAS! si un autor dedica sus últimos treinta años de su vida será por algo.
Cuando escribí mi tesis sobre el teatro de Galdós basado en mansucritos, eran 28 obras teatrales, la mayoría con éxito arrollador. Solo eso convierte a un autor en “Autor teatral” muchas más obras que otros autores dramáticos. Precursor con doña Perfecta de Bernarda Alba, reconocido por Lorca y Cernuda entre otros. Unamuno quiso escribir teatro, no lo consiguió, se cabreó con Galdós porque éste no le enchufó cuando estuvo al frente del Teatro Español. A Valle le pasó igual cuando no pudo estrenarle una obra (no dependía de él) …pero a lo que voy es que se puede llegar a Galdós por el teatro. Otros llegan por los Episodios Nacionales que a muchos les parecen un tostón porque no les gusta la HIstoria.
Las grandes novelas contemporáneas de Galdós no nublan los cuentos, los artículos de prensa que son excepcionales porque él lo que era es periodista, el teatro…tantas cosas.

Asi que sí, muchas gracias por ese apunte. Cuando un autor es magnífico, extraordinario y un genio, lo es en todo lo que hace. Don Miguel es así y firmo como él lo hacía. Vale.

ricarrob
ricarrob
2 meses hace
Responder a  Rosa Amor

Gracias por su contestación, señora. Muy amable. Le envidio su experto conocimiento literario. Por mi parte soy un simple lector compulsivo. Voy a buscar sus escritos sobre Galdós.

Saludos.

Jorge Juan 65
Jorge Juan 65
2 meses hace

¡Magnífico artículo! Me ha encantado cómo hilas la antipicaresca cervantina: en el Coloquio el pícaro deja de “hacer” para escuchar y pensar, y la verdad de España la ladran —paradoja hermosa— dos perros. Ese desplazamiento de la voz al margen (Berganza/Cipión) convierte la sátira en ética de la escucha: no hay arenga, hay memoria y examen. Además, el marco con El casamiento engañoso refuerza la idea de desconfianza narrativa: Campuzano, los cuentos, los rumores… Cervantes dinamita la autoridad del relato y nos obliga a leer en diagonal las instituciones (hospital, justicia, oficios). Gracias por subrayar ese humor sobrio y la ternura áspera del diálogo: ahí la picaresca no se glorifica, se desnuda. Y, de paso, nos ladran a nosotros: ¿seguimos oyendo o solo rebuznamos consignas?

Fernando García Delgado
Fernando García Delgado
2 meses hace

Mis alumnos encantados Rosa. Muy buen artículo, porque explica de forma clara por qué El coloquio de los perros no es solo un cuento curioso de animales que hablan, sino una auténtica radiografía de la sociedad de la época. Cervantes usa a Berganza y a Cipión para decir lo que muchos humanos no podían decir sin problemas: denunciar la corrupción, la mentira y la hipocresía. Lo interesante es que, aunque parece una historia antigua, los temas siguen siendo actuales: seguimos rodeados de “pícaros” que buscan aprovecharse del sistema. Este texto ayuda a ver que la literatura no es algo muerto, sino que dialoga con nuestro presente y nos obliga a pensar.

Cecilio macarrón
Cecilio macarrón
2 meses hace

Gracias Prof. AMOR. Una delicia, como de costumbre.