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Carta a Pablo Neruda

Querido Pablo Neruda:

Desde hace tiempo quiero escribirte una carta, pero otras tareas y otros escritos me fueron surgiendo y lo fui dejando y dejando. Sin embargo es curioso, el otro día vi la película El cartero (y Pablo Neruda), que me parece preciosa, muy sencilla, nada pretenciosa, y me decidí a escribirte.

Esta película está dirigida por Michael Radford y basada en la novela El cartero y Neruda: Ardiente paciencia, de Antonio Skármeta.

Tomé algunos libros tuyos como el inefable, tan bello, Confieso que he vivido, o el Memorial de Isla Negra, para coger tono e información, y me lancé, me lanzo, a empuñar la pluma.

Te llevo leyendo muchos años, por lo menos, que recuerde, desde los 16 años aproximadamente, quizá antes, en el colegio. Digo a los 16 años porque es de entonces que tengo el recuerdo de comprar Veinte poemas de amor y una canción desesperada, en verano, en el pueblo de mi padre, Pontedeume. Son años importantes (todos lo  son). Yo no debí de ser consciente, pero ahora creo que tú me pudiste ayudar, como ayudaste al cartero de la película, Mario, a ligar mis primeras conquistas femeninas. Aunque pueda parecer mentira a los que no entienden de versos, la poesía es un gran aliado para el amante, pero supongo que lo es de una forma redonda y plena, por supuesto, si el amante, el poeta, la esgrime con toda autenticidad. Si la siente.

Yo llevo muchos, muchos años, escribiendo poesía. A veces echo la cuenta atrás y la memoria funde este recuerdo en las brumas de mi pasado más iniciático. Pero, con todo, empecé a escribir poesía tarde por dos razones: primero porque me parecía muy difícil (sin haberlo intentado), y segundo porque no daba dinero, y me parecía que ya era bastante quijotesco mi empeño de ser escritor como para que me lo pusiera más difícil todavía.

Creo que fueron las clases y los libros del profesor y poeta Carlos Bousoño los que inclinaron mi balanza interior hacia la poesía, de modo que ahora practico muchos géneros, pero también la poesía. Y lo hago sin miedo, lo hago con gozo.

Hace unos meses, además, querido Pablo, publiqué mi primer libro de poesía, El paraíso está en la tierra. Este verano lo presenté en Galicia, en el Club Marítimo La Penela, en Cabanas, y en Pontedeume. Durante estos días, en mi deseo de descansar un poco de las prosas del año, escribí bastante poesía. No sé si buena o mala, pero poesía, o mi poesía, sería mejor decir.

Variada, sobre el mar, sobre la pesca, sobre alguna lectura, sobre muchas cosas. Quién sabe, quizá seleccione de estos poemas unos cuantos y hago un libro. He descubierto la emoción del poemario. También aproveché para leer a muchos poetas, como Jorge Guillén, Pedro Salinas, Lorca, Alberti, Machado, tú mismo, querido Pablo.

Ahora pienso que la poesía, y quizá como la literatura, la escritura, en general, no se puede enseñar, pero sí que se puede orientar, descubrir, despertar, ayudar a descubrir. Se puede crear el entusiasmo de la poesía, las ganas de escribirla. El maestro, que suele ser un escritor con experiencia, puede dar orientaciones, frases cargadas de sentido, cuya importancia él ha comprobado en su experiencia. El aprendiz, que en realidad es mucho más que eso, prueba, pone a prueba, y de este modo empieza a realizar su obra.

Ahora pienso que la poesía está dentro y fuera del poeta. El poeta la advierte y la siente, y la conecta con el propio fenómeno poético que lleva dentro. Me decía Luis Alberto de Cuenca, sobre el escribir poesía: “Hay que sentir, hay que sentir.” Esto es lo esencial, venía a decirme. Y creo que tenía mucha razón. El poeta debe tener una gran sensibilidad, tanta que puede ser demasiada para la vida corriente, es decir, puede sufrir mucho a causa de esa misma sensibilidad que paradójicamente resulta un don para escribir. Lo que es bueno para escribir es malo para vivir, pienso en ocasiones.

Pienso, querido Pablo, que durante mucho tiempo reprimí en mí la poesía y que no hice bien al hacerlo. Como le decía a una amiga mía, Patricia, al no escribir propiamente poesía es muy probable que la poesía estuviera en todo lo que escribiera, en mis novelas, en mis biografías, artículos, incluso en mis comentarios en Facebook. Quizá allí más que en otros lugares, pues allí me permitía escribir de un modo, tal vez, más libre.

Fue el amor, el amor que a veces sucede, o el pasmo ante la mujer, lo que me llevó a escribir poesía. A leerla para gozar de ella y para aprender a escribirla mejor, porque ésta tiene mucho de técnica, yo diría que tiene más técnica que la escritura habitual. En fin, también la novela exige una gran técnica, no quiero engañar a nadie. Técnica distinta, muy distinta, pero muy grande también.

A veces leo poemas tuyos y los veo sumamente libres. Cuando yo escribo poemas hay leyes, digamos, que yo tengo presentes. Sobre todo en la construcción de los versos. Pero se puede escribir de muchas maneras, también la prosa. Luego todo depende de la aceptación del lector, de cómo lee el lector, de lo que le gusta o no, de lo que le parece bien o mal, lo que le llega o no le llega.

La poesía es un arte, pero también leer poesía es un arte, un arte no menor.

En esa preciosa película de El cartero (y Pablo Neruda), aparte de muchas otras cosas, se dan pequeñas lecciones sobre la poesía, sobre lo que es la metáfora, por ejemplo: “La metáfora es cuando estás hablando de algo y lo comparas con otra cosa”, creo que dices, recuerdo que dices. El cartero, que es un hombre entrañable, consigue enamorar a su amada, Beatrice, con tus versos. “Los versos que escribí para Matilde”, le dirás después. Le dice Mario, el cartero, por ejemplo, a Beatrice: “Tu risa se expande como una  mariposa”. Pero luego escribe sus propios versos y se hace poeta. Muere en un acto poético.

Querido Pablo, últimamente me llaman poeta por este libro que acabo de publicar. El libro tiene más de veinte años; casi todo él es de 2003. 25 poemas. Yacía en lo hondo de mi ordenador hasta que el editor de Azimut, Javier Rodríguez Barranco, se interesó por él. Tampoco yo lo moví mucho, la verdad.

Sí, últimamente me llaman poeta, y todavía no sé si esto es bueno o malo, el que te llamen poeta, porque los poetas en esta sociedad nuestra tan poco poética (quizá en apariencia), tienen mala fama. Pero debo confesar (yo también “confieso que he vivido”, como tú) que me gusta que me llamen poeta. Para mi sorpresa.

Poesía viene del griego “poiesis”, “creación”, y yo creo que es la madre de la literatura, y tal vez, siguiendo la raíz griega, de todas las artes. Porque poesía es creación, como todas las artes. Porque el arte al final es una actitud, una inquietud, una sensibilidad, una idea y una acción, una expresión. Un desvelo. Sí, ahora estoy convencido de que era poeta incluso cuando no escribía  poesía, y que la poesía se derramaba, benéfica, en todo lo que hacía. No sólo en la escritura.

Tú no debiste de ser un hombre normal, pero creo que tuviste que ser un hombre en el más alto sentido de la palabra, es decir, profundamente humano, porque el ser poeta te hizo vivir con más intensidad, seguro. “Amor”, dice el cartero de la película, “llama a su mujer Amor; ya en eso se ve que es un poeta.”  Me acuerdo que Francisco Umbral me decía que de entre todos los escritores “el poeta es el ángel”.

Para mí tú lo fuiste, con todos tus defectos. No por ser poetas dejamos de ser humanos, con nuestras pobres miserias. Pero también éstas nos hacen cantar más fuerte, más hondo, más bello, al fin más humano. La poesía, quizá lo mejor que tenemos, nos redime de lo peor que tenemos. Y nuestros pobres versos resultan la mejor ofrenda que podemos dedicarle al mundo, cargado de miserias, pero también de tesoros, de dones, como la propia poesía.

Querido Pablo, hace tiempo que moriste, pero sigues muy vivo en mi corazón gracias a tus libros, como todos los escritores que quiero y admiro.

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