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Pregunta dónde va el mundo y acaba desnudo

Pregunta dónde va el mundo y acaba desnudo

Este thriller histórico-distópico arranca en 1996, cuando tres adolescentes descubren un misterio en las ruinas de un castillo templario, y termina en 2086, época en la que una inteligencia artificial controla la República de Occidente. Entre medio, secretos, peligros y amenazas.

En este making of Víctor Lapuente explica cómo escribió Inmanencia (AdN).

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Esta novela arrancó, como los grandes acontecimientos de la Edad Media, con una carta del papa, aunque esta se fue a la basura. Elena, mi mujer, con su extrema eficiencia de economista, la tiró al ver que en su interior había estampitas de la Virgen. Propaganda de los testigos de Jehová o alguna secta, pensó. Otra vez. Los expatriados estamos acostumbrados. Los grupos religiosos nos envían cartas en nuestro idioma de origen. Nada es más tentador que un mensaje divino en tu propia lengua.

Pero, al caer en la papelera, un destello en la esquina del sobre llamó la atención de Elena. No puede descartar que fuera la luz del Espíritu Santo o la linterna de un ángel, pero su primera hipótesis es la esbelta luminosidad del sello de la Santa Sede. Elena se agachó, abrió la carta de nuevo y comprobó que era una misiva del Santo Padre, el mismísimo Francisco. Se había leído mi libro anterior, Decálogo del Buen Ciudadano (Península), y sus palabras me animaron a seguir trabajando sobre el mismo tema.

No es un tema original, sino todo lo contrario: un resumen de los mensajes de muchos mensajeros, religiosos y laicos, sobre el sentido de la vida y la búsqueda de la trascendencia. Y no es un tema cerrado, sino un cuestionamiento abierto.

"Me parecía interesante plantearse cómo se habría gestado ese mundo: cómo los filósofos, politólogos y activistas con mejores intenciones del planeta podrían acabar gestando un lugar monstruoso"

Y creí que la mejor forma de continuar ese trabajo era una novela. La ficción es la forma tradicional que tenemos los seres humanos para indagar sobre la realidad y contarla. La ficción te permite explorar nuevos caminos con más libertad (aunque, como comprobaría rápidamente, también con más esfuerzo). El ensayo lo conduces tú, la novela te conduce a ti, y eso te permite asomarte a lugares a los que nunca te hubieras acercado de otra forma.

La historia vino sola. Desde hace tiempo me preguntaba por qué casi todas las distopías (conocidas) son de un mundo futuro con un poder autoritario, ya sea político (un Big Brother) o religioso (una Gilead). ¿Cómo sería lo contrario? Es decir, un mundo sin poder centralizado, con los individuos interactuando entre ellos (por mediación de la tecnología y los algoritmos) y donde la religión en vez de ser impuesta fuera perseguida.

¿Cómo sería ese mundo? Y, tan importante como eso, me parecía interesante plantearse cómo se habría gestado ese mundo: cómo los filósofos, politólogos y activistas con mejores intenciones del planeta podrían acabar gestando un lugar monstruoso. Y me apetecía plantearle al lector la alternancia de ambos mundos.

Luego, como no hay dos sin tres, a esa estructura dual (saltos entre el presente y el futuro), le añadí una tercera pata, el pasado. Un relato de iniciación en un pueblo de Huesca, a la sombra sin sombra de Los Monegros, en los 90. Entendí que sin entenderme, sin entender a la generación que crecimos en la España de la modernización acelerada, no podría comprender ni el hoy ni (lo que espero que no nos depare, pero podría depararnos) el mañana.

"Al menos, yo he sido incapaz de calcar personas de carne y hueso en negro sobre blanco. Todos y todas son seres híbridos, mutantes"

Encontrar tiempo para escribir ha sido un horror. Y sólo ha sido posible gracias a la confluencia de frases de autoayuda cutres, pero efectivas (como que “una persona no tiene tiempo jamás para escribir su primera novela; se hace tiempo”), la generosidad de mi familia y la escuela de escribir que para mí han sido los medios de comunicación. En particular, mis columnas en El País, pero también en Piedras de Papel (Diario.es) o Ethic. Y, de forma casi misteriosa, mis tertulias en la radio. En este caso, con Angels Barceló en la Cadena SER. Es inexplicable, pero me di cuenta de que, en las dos o tres horas posteriores a una tertulia radiofónica, mi cabeza era un poco más clara (o menos confusa, al menos) al juntar palabras. Con lo que me fui bloqueando las mañanas tras las tertulias en la radio para trabajar en la novela y así, poco a poco, fue creciendo la criatura.

Varias cosas me han sorprendido de esta primera vez. La primera es que ningún personaje está inspirado en una sola persona (antes de emprender este viaje yo pensaba que sí), sino en una mezcla de personas. Al menos, yo he sido incapaz de calcar personas de carne y hueso en negro sobre blanco. Todos y todas son seres híbridos, mutantes, que han ido creciendo por sí solos y que, al concluir la novela, esperaba que alguien se fuera a presentar, porque yo no los conocía en su esencia real. Y la segunda es que el autor está no sólo en todos los personajes, sino en todas las frases. De una manera u otra. Pensaba que escribir podría ser una manera de huir de uno mismo y ha sido todo lo contrario. Escribes para alejarte de ti mismo y al final acabas escribiendo sobre ti mismo. Y ahora me da pudor releerlo, porque abro el libro y me veo desnudo en cada página.

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Autor: Víctor Lapuente. Título: Inmanencia. Editorial: AdN. Venta: Todos tus libros.

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