Si ustedes escriben «Juarma» en Google, con solo unos breves vistazos concluirán que es un escritor y que ha creado «El universo Villa de la Fuente», que es ya, además del territorio geográfico de sus novelas, su territorio mítico, como la Atlántida de Platón, el Liliput de Swift, el Gondal de las hermanas Brontë, el Macondo de García Márquez o el Wonderland de Carroll, por citar solo algunos de estos territorios que ya han pasado a la posteridad.
Para mí que muchos de los personajes tienen partes del autor, porque no es posible ficcionar con tanta precisión unos hechos tan concretos desde el desconocimiento, empleando únicamente la imaginación, lo que dota a las narraciones de una verosimilitud desconcertante. Y me atrevería a decir que en Alex «El Esmayao» y en Miguel «El Vuelcavasos» Juarma se ha dejado buena parte de su propia experiencia vital, con el riesgo que esta afirmación conlleva por mi parte.
La música es importante y variada en las novelas. Los protagonistas la escuchan en su casa, en el disco compacto del coche, en los pubs y en las discotecas. Suena la música electrónica, pero también grupos de diversas épocas de onda underground como Nirvana, Stone Temple Pilots, Pearl Jam, Smashing Pumpkins y también grupos punkis del Rock Radikal Vasco o influidos por este movimiento, como Cicatriz, Eskorbuto o El Último Ke Zierre, aunque también suenan grupos como Extremoduro o Black Sabbath.
Al final siempre ganan los monstruos es un título que esconde una afirmación tajante. Y ¿quiénes son los monstruos? Pues todos aquellos que habitan en los personajes, que son a la vez monstruos y víctimas. Víctimas de la desidia, del agobio, de sus padres, de su entorno y de su destino, tanto como de su génesis. La novela es una historia coral narrada, entre otros, a través de cinco amigos: El Lolo, El Joni, El Liendres, El Dani y El Juanillo «El Bruce Lee». Todos ellos salen por el pueblo, Villa de la Fuente, y a veces por la ciudad. Beben, fuman y esnifan coca como si no hubiera un mañana. Eso les convierte en las personas que son, cada una distinta, pero con un presente, un pasado y un futuro marcado por la droga, que dirigirá no solo sus vidas, sino las de quienes les rodean. En la novela, por boca del Dani, se hace una de las mejores definiciones que yo he escuchado sobre cómo se siente una persona al consumir cocaína:
Cuando consumes cocaína de forma habitual, es muy difícil explicar por qué lo haces. Muchas veces ya ni el efecto es el mismo. Es como una rutina o un hábito del que no puedes escapar, por más que te empeñes. Muchas veces bromeaba con estos con que nos metemos coca para no estar borrachos. A veces ni se nos levanta cuando queremos follar, aunque tengas unas ganas de follar terribles. Era como el punto de encuentro, como el sitio donde se acababan tus preocupaciones y tus miedos, donde por unos instantes, lo que durase el efecto de una raya, tenías la mente en blanco y una sensación como de estar fuera del mundo. Te mirabas en el espejo, con las pupilas empequeñecidas, y te daba igual todo, hacías cosas de las que te arrepentías, hacías el tonto de todas las formas posibles. Cuando no la tenía me sentía extraño. Estaba nervioso, con cambios de humor, arisco. La ansiedad lo envolvía todo…
…Pero cuando le pones la mano encima, tu única preocupación es meterte. Y solucionarlo es fácil. Ya puedes borrar todos los contactos del teléfono o cambiar de número. Siempre la vas a tener a tu alcance. ¿No me crees? Pregunta a quien tengas al lado dónde puedes conseguir coca. Y en menos de cinco minutos la tendrás en tus manos. Estés donde estés.
Punki es la segunda novela de Juarma. Aquí el narrador es Alex «El Esmayao», que nos cuenta su historia en el presente, pero también en el pasado. El escenario sigue siendo Villa de la Fuente, el pueblo que también era el teatro donde se movían los personajes de la primera novela, que también aparecen aquí interactuando con Alex y Polly, ambos enamorados, pero sin atreverse a declararse el uno al otro, a pesar de haber desaparecido muchos de ellos en la primera historia. Ambas novelas carecen de capítulos, ya que las narraciones no son lineales. La genealogía de Alex es la de «Los Esmayaos», con sus padres Esmeralda y Basilio, un monstruo alcohólico y maltratador. Su hermana es Ángela y sus tíos, hermanos del padre, son Ciriaco y Avelino, padre de su primo Antoñico «El Priscos». Las genealogías son parte de lo que ya se ha bautizado como el universo Juarma o el universo «Villa de la Fuente», y son importantes porque dicen mucho de los personajes. Así el Juanillo pertenece a los «Bruce Lees»; Jony a «Los Farriaos»; el Potas a «Los Vuelcavasos»; el Liendres a «Los Liendres»; el Lolo a «Los Manolillos»; el Dani a «Los Sobrios»; etc. Alex pierde todo por su adicción a las drogas, principalmente a la cocaína, que finalmente le lleva a reaccionar violentamente ante cualquier acontecimiento que le afecte, aunque sea mínimamente. La narración es desgarradora porque, a pesar de que en un primer análisis superficial pueda parecer que Alex es un personaje despreciable, en un examen más profundo se nota que atesora una gran sensibilidad, bombardeada por su padre desde su más tierna infancia y después por el resto del pueblo. Es una víctima que solo encuentra consuelo en las drogas y en sus amigos, que ya nos presentó Juarma en la primera entrega de la saga, que también se drogan, y que juntos emprenden una huida hacia delante que solo lleva a la frustración, al agobio de tener que levantarse cada mañana, a vivir una vida que ellos no han pedido vivir.
Álex explica a la perfección de qué forma la cocaína destruye al individuo:
Los viciosos tenemos muchas taras y defectos. Uno de ellos, el que más detesto, es ese punto en que te pones bocazas, porque la farlopa no casa bien con los silencios, y le cuentas a cualquier idiota los asuntos privados de los que, cuando te da la bajona, te arrepientes. Vas a saber de qué pie cojea un adicto por no saber callarse. Lo vas a pillar por la lengua, por relatar lo que no debe a personas que le van a reír las gracias, pero se van a quedar con la copla, por muy colocadas que estén. Y luego lo van a pregonar a los cuatro vientos, dejándote con el culo al aire.
En Poética de la autodestrucción, para contar la historia Juarma opta por un narrador omnisciente que, en principio, no parece necesario, ya que el foco de la narración es Miguel «El Vuelcavasos». Es cierto que a veces la escena se desplaza hacia otros personajes, como Rober «El Malhecho», Lupe «La del Larios», prima del Lolo, Cris (melliza del Miguel), etc. Pero esos enfoques son ínfimos y se podían haber solucionado desde la primera persona. La verdadera razón de la utilización de ese narrador omnisciente es otra: es un juego del propio Juarma, que al final de la novela intenta comunicar al propio narrador con el protagonista para que el lector se dé cuenta de quién está contando verdaderamente la historia, un truco de magia de un escritor, Juarma, que demuestra de esta manera ser un mago de la narración. Por tanto, no hay elementos externos en el universo Juarma, ni siquiera un narrador que parece neutro pero que realmente no lo es. La historia, como ya he dicho, se centra en el Miguel, un muchacho maltratado desde siempre por su padre que termina por irse a casa de sus abuelos. Un joven con una o diversas patologías mentales (no se especifican), que solo encuentra refugio en las drogas y en el alcohol, así como en las autolesiones y la violencia contra todos aquellos que le provocan, y finalmente en el trabajo físico en la construcción. Sus amigos no entienden bien lo que le pasa, pero entre todos están atentos frente a sus impulsos suicidas o sus conductas autodestructivas. La novela se centra temporalmente en el año 2002, con Alex «El Esmayao», que fue amigo del Miguel, cumpliendo condena en la cárcel, y con los protagonistas de la primera novela, El Lolo, El Joni, El Dani, El Liendres o Juanillo «El Bruce Lee» cruzándose con los de esta tercera y hasta ahora última, y cruzados casi todos ellos por parentescos actuales o remotos.
He aquí un vivo ejemplo de cómo un narrador omnisciente puede tener casi la misma fuerza narrativa y lírica de un narrador en primera persona. Refiriéndose a Alex, parece que es el propio Alex quien habla:
De la depresión pretendió curarse escribiendo, tomándose más en serio las tonterías que escupía en secreto. A los dieciséis decidió usar seudónimos y apareció Emmanuel Hurler, su alter ego más notable. A la mañana siguiente de firmar el primer poema como Emmanuel Hurler, le endiñó un cadenazo en la boca al chico que más se burlaba de él en el instituto. Se acabó el acoso escolar. Por fin buenas notas. Poco después consiguió tumbar a calimonazos a su padre, en igualdad de condiciones. Un enclenque, pero puro nervio. Adiós mano ligera paterna. Fuera lo que fuese, ese Emmanuel Hurler lo sacó de sus abismos, le mostró que debía devolver golpes en defensa propia y espabilar. Le había salvado. Cada vez que construía un verso era como escapar. Como explicar algo de todo ese sinsentido. Como mearse en la cara avinagrada de sus padres, sus profesores y todos los hijos de puta que le rodeaban. Su poesía ordenaba el caos, apaciguaba su inseguridad y sus vacíos. Y lo inundaba todo de cólera, de ilusiones, de vidas posibles.
Y nadie mejor que Lourdes, uno de los personajes, para contar cómo se sienten los personajes respecto al lugar en el que han nacido, Villa de la Fuente:
…Sí, a ratos. Pero m’agobio y me preocupa el futuro. A veces me siento atrapá en este pueblo, es como si me chupase la energía, como si me mantuviese dando vueltas alrededor del mismo círculo. Y se m’hace raro que no le veo un término medio. O to es mu luminoso o to es mu lóbrego. Pero aluego en la ciudá añoro estar anquí, comer pipas y beber litronas en el Anfiteatro o la Plaza Nueva, juntarme con vosotros en el pub y bailar. Supongo que tos queremos pirarnos de Villa de la Fuente, pero no sé, hay algo hermoso en ca persona, lo que más cuesta de ver y eso nadie d’afuera lo comprendería nunca. Me jode cuando alguien me juzga por cómo hablo, o cómo reacciono y se me quea un regomello d’explicar a otros las situaciones en la q’estamos, los follones, las historias, lo de tu prima Polly… Tenías razón con lo del Bacardi… En mi facultá to quisqui cree pilotar de política leyendo libros, pero ni s’imaginan cómo es la realidá en pueblos como el nuestro, onde nuestros paes nos llevan a trabajar dende chiquititos, onde sus jugáis el pellejo en la puta obra, los sacrificios q’han hecho toas las mujeres y hombres pa sacar p’adelante a sus familias, yendo a las Francias o… Lo abandonaos q’estamos. Soy feliz, pero m’abruma cómo nos determina la clase social, el asco que da to, los prejuicios de los demás… No sé. Ahora estoy anquí contigo y hasta la noche estrella brilla d’una forma distinta. Es como si tú y yo fuésemos lo único real y el resto fuese un decorao de cartón piedra. Alguna vez m’encantaría escribir libros sobre Villa de la Fuente, contar nuestras historias pa que nunca se nos olvíen… ¿t’imaginas?
En las tres novelas los personajes tienen un habla muy peculiar. El castellano puro no les encaja, por lo que lo tunean o cambian palabras para adaptarlas a un léxico andaluz que a su vez se adapta a un léxico propio de la parte meridional de los pueblos de la comarca de Los Montes, a la que pertenece Deifontes, pueblo natal del autor, y que se parece demasiado a Villa de la Fuente. En la tercera entrega, Juarma se suelta. Los personajes hablan más jerga que nunca y deja, acertadamente, todo sin entrecomillar. Así, bueno se convierte en «güeno», aquí en «anquí», dónde en «ónde», desde en «dende», nada en «nah», ojalá en «ajolá», quedas en «queas», os en «sus», claro en «aro», etc. Asimismo, los reflexivos que acompañan a verbos que empiezan por vocal constituyen un todo separado por apóstrofe: «m’ahogo», «q’hagamos», «t’alteres», «m’ha», «m’apetece», «m’avisas» o «m’importa». Hay muchas más connotaciones que hacen que la historia sea mucho más auténtica que si los personajes hablaran de forma artificiosamente formal, algo que muchos autores no comprenden y que creen que todos los personajes deben hablar como abogados, aunque sean delincuentes. Una pena. Bien de nuevo por Juarma.
No les miento si les digo que, para mí, Juarma es la mayor sorpresa de los últimos años. Juarma procede del fanzine, del cómic y de la poesía. Algunos personajes parece que se han escapado de El Víbora (cómic que empezó a editarse en 1979, principal representante de la denominada “línea chunga”). Pero no todo es juerga, no todo es droga, no todo es marcha ni ir a tomarla al garito del «Hocicoperro» o al tugurio del «Cucaracha». Hay mucha poesía, y en las tres novelas nos encontramos metáforas, metonimias o sinécdoques, así como todo tipo de imágenes sensoriales que hacen que el lector sienta ya sea rabia, compasión, ternura o silencio.
Si tenemos que calificar la obra de Juarma, yo diría que mayoritariamente es realismo sucio con episodios de novela negra. Que por momentos destila efluvios de Hubert Selby Jr. o Erskine Caldwell, pasando por destellos bukowskianos, trallazos de David Goodis e incluso el agobio de los textos de Steinbeck.
Para terminar, diré que hay que dar gracias a las editoriales independientes merced a las cuales podemos acceder a este tipo de autores. Si no fuera por Ediciones del Viento, Amarante, Alrevés, Blackie Books o Editorial Papelillo, entre otras, no habríamos conocido respectivamente a Mario Marín; Salva Alemany; Manuel Barea, David Llorente o Diego Amexeiras; el propio Juarma; o Gabi Oca Fidalgo. Las editoriales grandes, que son las que tienen los grandes canales de distribución, están a otras cosas, sobre todo en publicar jodidos thrillers trepidantes que aburren hasta a las ovejas y que parecen escritos con IA. Es cierto que Anagrama publica a Irvine Wells, a Bukowski o a Hubert Selby Jr. Ahora bien, cuando se trata de autores españoles, no les interesa, excepción hecha de la maravillosa novela Érase una vez el fin, de Pablo Rivero, que tiene la desgracia de llamarse como el rubio de Cuéntame cómo pasó, que escribe novelas históricas. Así que si lo googlean ni le encontrarán. Ninguna novela más de Pablo, desgraciadamente.
Lean a Juarma. Me lo van a estar agradeciendo hasta el infinito.





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