A Federico Trillo (Cartagena, 1952) no le atraía en demasía el ejercicio de mirar por el retrovisor de su vida, pero, inspirándose en Ortega, considera que “la crisis de la democracia que ahora vivimos” camina de la mano con la desmemoria, “que permite —y ahora fomenta— el olvido de los errores ya vividos para reproducirlos aumentados y conseguir los mismos efectos, pero agravados, en este caso una clara deriva hacia la autocracia”, y así se puso a darle a la tecla. En Memorias de anteayer (Deusto, 2025), aborda su génesis política y, sobre todo, la refundación del PP y la llegada del partido que entonces lideraba José María Aznar al Gobierno. Zenda entrevista a un expresidente del Congreso, a un exministro de Defensa y a un exembajador en la Pérfida Albión que ama al bardo de Stratford-upon-Avon por encima de casi todas las cosas. ¿La derecha ha hecho una dejación escandalosa de la cultura? Aquí responde.
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—Señor Trillo, ¿qué es lo más inteligente que puede hacer en política un lector de Shakespeare?
—Shakespeare es un gran maestro del poder. Es muy útil, sobre todo, si llegas a la política joven y con cierta ingenuidad. En Shakespeare aprendes la traición, los trucos de la retórica, las tentaciones del poder… El poder en las tragedias y el amor en las comedias son las grandes pasiones humanas en Shakespeare, y a mí me ha servido de mucho. Entre otras cosas, para mi tesis doctoral.
—Marco Antonio, en Julio César: “¡Vengo a inhumar a César, no a ensalzarle! ¡El mal que hacen los hombres les sobrevive! ¡El bien queda frecuentemente sepultado con sus huesos!”.
—Ahora, en el momento en el que vivimos, se ha avanzado mucho en la deconstrucción de los relatos. Es verdad que los relatos han cambiado mucho el sentido de los personajes históricos. Se han creado mitos, en el sentido más estricto del término, artificiales, tanto para bien como para mal. Creo que, en política, el bien también sobrevive. Junto al mal.
—Cuando mira por el retrovisor de su vida, ¿qué ve?
—Mi infancia en Cartagena… El periodo más agradable de mi vida son los años de la juventud con mis amigos en Cáceres, donde tenía una compañía de teatro en la que llegué a director no por méritos de director, sino porque era muy mal actor (risas). Ahí me vino la deriva shakespeariana y la musical, con los reyes del pop de entonces, los Beatles, etcétera. También veo los años de mi matrimonio y de mis hijos, que son preciosos.
—Y los años de la política.
—Fuimos un equipo de gente nueva que quería una alternativa democrática al socialismo. No teníamos más pasado que el de nuestras propias ideas liberal-conservadoras: no estábamos vinculados al régimen de Franco ni estas cosas. Nos pusimos en marcha cuando éramos un 10% en el grupo parlamentario, liderado por Miguel Herrero e integrado por Aznar, Rato, Calero…, y casi todos llegamos juntos al Gobierno en el año 96. Fueron años preciosos. Y los años de poder…
—¿Fueron menos preciosos?
—A ver, la presidencia del Congreso es muy bonita, pero el Ministerio de Defensa es una silla eléctrica.
—¿Qué me dice?
—Una cosa terrible. No sé cómo a la gente le gusta tanto mandar (risas). A mí me enseñaron a obedecer, soy de una ciudad castrense, con una familia de jurídicos y de militares y, por tanto, lo de mandar…, ¡y tenía fama de mandón! De la política, lo que más me gusta no es el mando, sino la capacidad de creación, buscar soluciones globales y luchar por la libertad y el bienestar de la gente. Además, me situó ante el más grande drama del poder: el tener que decidir sobre el envío de personas que pueden volver muertas.
—De una guerra.
—Tuvimos la experiencia lograda de Perejil, que salió muy bien; la de Afganistán, que no salió mal, y la de Irak, que salió fatal. De ahí volví con muchas heridas. Los muertos pesan mucho en el alma. Seas o no directamente culpable, siempre te queda ahí ese recuerdo terrible. Tuvimos muchos muertos de ETA y también en los militares que murieron en el accidente del avión (accidente del Yak-42) y en la acción terrible en Irak contra agentes del CNI (la emboscada de Latifiya).
—¿Hay una edad para la memoria?
—Me ha costado mucho reconstruir los recuerdos: he tenido que tirar de agendas, de documentos… La mejor edad, la mejor memoria es, sin duda, la memoria joven.
—¿Padece España una crisis amnésica?
—Sí. España está empeñada en reconstruir artificialmente su memoria colectiva. Eso es una monstruosidad, tanto desde el punto de vista de la libertad y del respeto a la verdad, como del respeto a la comunidad. Las leyes de memoria me parecen, sencillamente, aberrantes. Me parece que no se debe funcionar con leyes de memoria. La Historia empieza donde acaba la memoria. España está empeñada en enfrentarse a su Historia a garrotazos, como en el cuadro de Goya. Decía Ortega, con mucha razón, que los pueblos que olvidan su pasado están abocados a repetirlo, y eso es muy inquietante.
—¿Qué aprendió desde la atalaya del poder?
—La humildad es importantísima. Hay que corregir todos los días la tendencia a creerse por encima de los demás. Cuando el tentador lleva a Cristo a la máxima tentación, le sube a un monte muy alto…
—“Todo esto será tuyo”.
—Eso es. El poder te eleva. Por tanto, al mirarte en el espejo debes decirte lo que le decían al César: “Recuerda que eres hombre”. Esa es la mayor lección: el ser humilde. Luego, en mi caso, ser un poco más desconfiado. Es que la gente, efectivamente, te busca la vuelta y no te cuenta siempre la verdad. Entonces, te meten en líos (risas). Luego, en la selección entre los más amigos, los más honrados y los más capaces, el orden debe ser el inverso: los más capaces van primero. Que sean, además, muy honrados. Y si son amigos, que sea una casualidad.
—Usted invitó al Parlamento a escritores e intelectuales: a Cela, a Sánchez Dragó, a Javier Sádaba…
—Incluso llegamos a tener una especie de cofradía de la buena mesa: Cela, Campmany, Paco Umbral, Alfonso Ussía… era una cofradía de buen comer y de morirse de risa, una cosa extraordinaria. La de Camilo era una amistad de segunda generación, había sido amigo de mi familia y me hizo padrino de su boda. Campmany era, como yo, oriundo de Murcia. Alfonso… bueno, Alfonso me disputa la autoría del “manda huevos*” (risas). Luego, teníamos una comida más intelectual en la que estaban Eugenio Trías, un tipo extraordinario, el alumno más aplicado del maestro Cioran, Sádaba y Sánchez Dragó. También nos veíamos una vez al año en Cabo de Palos. Ahí se apuntaba siempre, no sé por qué, Concha Cueto. Sánchez Dragó, en paz descanse, era divertidísimo. Siempre venía con una japonesa jovencísima. Sí, era una pandilla estupenda. Yo quise que ellos vieran el Parlamento como casa propia. Una de las cosas más estremecedoras que me ha tocado hacer es escribir el prólogo de la edición de Austral de España invertebrada, de Ortega y Gasset. Ortega analiza nuestra desmemoria, de la que hablábamos antes, y nuestros particularismos. Uno de ellos es el pretorianismo; otro, el antiparlamentarismo. En España, inmediatamente, la culpa es de los políticos.
—A ver, la realidad sustenta al tópico.
—Yo quise que el Parlamento arraigara en la sociedad lo máximo posible. Abriendo las puertas al público y, desde entonces, se hace. Pero también permitiendo que los intelectuales conozcan la casa, que tiene una riqueza patrimonial, pictórica o histórica maravillosa, compartir allí una copa, y por eso tenía esos grupos de amigos que venían a comer.
—¿La derecha ha hecho una dejación escandalosa de la cultura?
—Uff, eso es otro tema, ¡eso es asombroso!
—Ahí tiene otro libro.
—Sí. Es una desgracia. Me llevan los demonios con este tema: el descuido cultural de la derecha. Primero, sería una aberración que la cultura tuviera un color político definido unilateralmente. Segundo, lo que sí se siente la cultura es huérfana de atención. Coño, Cela era un Premio Nobel, se dice pronto. Yo he tenido firmando a Julián Marías un primer capítulo de un libro colectivo. Sin embargo, los dejamos pasar.
—El IV Centenario de la muerte de Cervantes, gobernando Rajoy, fue una maldita vergüenza. Mientras los ingleses homenajeaban a Shakespeare echando la casa por la ventana…
—No me lo cuentes, que estaba yo de embajador en Londres. Allí organicé un seminario en el que participaron académicos, sobre todo, de Oxford y de Cambridge. Y aquí el Gobierno no hizo nada. Pero nada de nada. Estuve durante un año recordando que era el centenario de los dos más grandes de la literatura universal, dos figuras indiscutibles y paralelas, y nada. Fue acojonante.
—Hablemos de Historia. PSOE y Sumar recurren a la leyenda negra; Vox, a la rosa. ¿Cuál es el enfoque que tiene el PP de la Historia de España?
—No se sabe. ¡No se sabe! Estando la España ilustrada, la España liberal, la España orgánica conservadora…, incluso en la lectura del tradicionalismo, faltan las figuras claves: no están Donoso Cortés, Vázquez de Mella…
—Menéndez Pelayo…
—¡Bueno, bueno, bueno! ¡Es impresionante la injusticia de la cultura española con Menéndez Pelayo! A esas grandes personalidades españolas, coño, ¿por qué no las reconoces? ¡La Historia de los heterodoxos españoles es una barbaridad, encuentras lo que quieras! Y nada. Curiosamente, Aznar sí estaba, en ese tema, bastante embebido. Tenía una muy buena biblioteca de Historia contemporánea. Y se fue aficionando, aunque al principio, con su natural timidez, no lo confesaba, a la poesía.
—Era lector de García Montero, ¿verdad?
—Sí, sí. Tenía a Germán Yanke de amigo consultor para poesía contemporánea.
—Como ministro de Defensa, vivió un período histórico. ¿Quizá demasiado?
—Siendo ministro de Defensa con guerras por en medio, se vive el poder al límite. Es muy doloroso y, a la vez, muy satisfactorio: por las vidas que se pueden salvar, las tendencias negativas que se pueden corregir… En Perejil paramos al moro ahí abajo durante un tiempo. Ahora no hay ya quien lo pare (risas). En Afganistán teníamos que responder al llamado de la Alianza que hizo EEUU tras el ataque del 11-S, y en Irak…, yo creo que se le fue al personal el pedal.
—¿Se dejó alguna asignatura pendiente?
—Pues mira, sinceramente, nunca tuve ningún objetivo, pero sí un sueño: ser presidente de las Cortes. Y lo fui. Luego, cuando me dediqué tanto a la Defensa, sí, me ponían los temas militares y la Defensa. Es más: cuando Aznar me lleva al Gobierno, me ofrece al principio Administraciones Públicas. Y cara me vería que, al poco, me llama y me dice: “No estás contento con el encargo. ¿Te gusta más Defensa”. “Sin duda”. “Pues Defensa”.
—Rebobino un poco: ¿cree que, en algún momento de mi vida, veré a Marruecos invadiendo Ceuta y/o Melilla?
—Tienes todo el fundamento y la edad propia para verlo. Es más, si las cosas se aceleran un poquito, lo veré hasta yo, fíjate.
—Elogia a Julio Anguita, “un ser humano extraordinario” con quien mantuvo una “amistad que desgració luego la guerra de Irak”.
—La desgració formalmente. Julio Anguita ya estaba retirado, estaba en el instituto Blas Infante de su tierra, y su hijo, que iba embebido en las fuerzas americanas, fue víctima de un misilazo. Creo que no se puede ignorar… Vamos, no hay nada que decirle al padre que ha perdido un hijo. Como responsable de la Defensa entonces, no tuvimos nada que ver con eso, pero él no quiso ponerse al teléfono. Me mandó a Rosa Aguilar y le dije: “Dile que lo entiendo muy bien”. Luego, a través de Rosa, nos reconciliamos. Anguita era un ser humano extraordinario. Ese sí que tenía ambición cultural. Era un lector empedernido. Le gustaba la filosofía política, tenía una capacidad espectacular. Y era muy divertida. Una vez me lo encontré en Alcoy, ciudad por la que yo era diputado, me hicieron incluso hijo adoptivo. Eran las fiestas de Moros y Cristianos y yo iba de moro. Me ve Anguita, que iba hecho un califa, y me dice: “¿Tú dónde vas así, renegao?”. Y le dije: “Pues tienes razón”. Y me vestí de cristiano, de mozárabe.
—¿Se le ocurre algún veneno más peligroso que el de la polarización?
—La lucha a garrotazos es terrible. Hay que poner coto a la tentación cainita. Parece que España no ha aprendido de sus propios errores y tragedias. La polarización es un peligro brutal.
—Dos para acabar. ¿Qué obra de Shakespeare le recomendaría a Pedro Sánchez?
—Macbeth, sin duda. Es la condensación de todos los males, de todos los efectos del tirano. De su trayectoria y de su final.
—¿Y cuál le recomendaría a Alberto Núñez Feijóo?
—Quizá Julio César. Para que vea que lo que le rodea no es siempre tan leal, ¿eh?
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*Reproduzco el “¡Manda huevos!” como lo hace el entrevistado en su libro, pero creo que, en realidad, debiera escribirse “¡Manda uebos!”, que viene del latín Mandat opus, o sea, “la necesidad obliga”.






Me cae bien el personaje. Muy valleinclaniano. Agradable. Quizás incluso deberîa haber sido presidente, con más merecimientos y humildad que el del bodorrio barroco o más bien churrigueresco. Pero siempre llegan los peores. Humildad, elegir a los más capaces, su jefe no tenía altura moral (ni de la otra) para comulgar con ello. Con mucha cachaza el personaje, muy Sancho Panza, también, me refiero a usted, don Federico. Pero, decirle algunas cosas…
¡Ah! Pero la culpa ¿no la tienen siempre los políticos? ¡Manda huevos!
¡Ah! Pero, ¿Rajoy era del PP? Yo creía que era del Psoe. ¡Manda huevos!
¡Ah! Los más capaces van primero. ¿Donde? ¿Cuando? Desde luego en España no. Y menos a nivel político. Recordemos a los amiguetes de pupitre. Y luego salen ranas. ¡Manda huevos!
Julio César para Feijoooooo. Señor Trillo, si quiere hacer un favor al país, escriba un libro titulado “Cómo dimitir en tres días” y dedíqueselo para que se marche a conquistar las Galias. ¡Manda huevos!
Mis saludos al mejor presidente de las Cortes.
Del PSOE no sé si era pero ha confesado que votó a Felipe…
Y no precisamente Rajoy…Feijoo.
Maricomplejinismo y marianinismo… y Trillo pues, ¡Manda huevos!
¿Se extrañan de que exista VOX?
Pueden comprar la moto de Bolaños, pero unos rebotados del PP no forman un partido de extrema derecha… hacen que España tenga por fin un partido de derechas pq el PP nunca lo fue.
Otra cosa es que no les guste la derecha, cosa que entiendo, pero eso no quita para llamar a las cosas por su nombre.
La extrema derecha si viene, y parece que la están llamando mucho, vendrá como siempre desde la extrema izquierda.
Saludos amigo.
Y el centro… ni está ni se le espera. Ni centro derecha, ni centro izquierda, ni centro-centro.
Todo intento en este sentido, fallido o… follado (no piesen mal, según dice la RAE follar es soplar con fuelle; y si piensan mal, igual llevan razón).
La pobre Rosa Díez, el desventurado y jeta pichafloja…
Incluso el centro tuvo sus momentos de éxito con el único presidente de gobierno bueno que ha tenido esta democracia tan frágil e incumplida, Adolfo Suárez de triste recuerdo. Le traicionaron todos, hasta los gatos de la Moncloa.
Un cordial saludo.
Bueno Suarez siempre fue “suarizta”, lo de centro se lo quitó a Fraga…
Yo critico duramente su gestión de gobierno pero eso no quita para que lo admire, el “chusquero de la política”, como él mismo se denominaba, pudo estar a sueldo de muchos pero siempre trabajaba para él mismo, y tenía límites y principios.
Saludos.