Si algún lector de estas líneas lo ha sido también de William S. Burroughs —del Burroughs sombrío y majestuoso, que es el de El almuerzo desnudo (1959) y no el de Yonqui (1953)—, y ese lector acaricia la idea de visitar con posterioridad Tánger, a buen seguro que buscará hospedaje en el hotel El Muniria, que aún existe y es de precios módicos. Pero que el huésped no pregunte por la habitación número 9, donde la humanidad extraña, la humanidad al margen de esa sociedad civil que llaman ahora a la grey gris los políticos que viven de pastorearla, asistió a uno de sus momentos estelares. Porque fue allí, en esa habitación hoy clausurada, que provoca las sonrisas cómplices del servicio si se pregunta por ella, donde Burroughs escribió una buena parte de las viñetas —capítulos, por así llamarlos— de El almuerzo desnudo, piedra angular de la novelística estadounidense de la segunda mitad del amado siglo XX. Lectura preceptiva, que sería, si hubiera preceptos en el underground, la contracultura y otras marginalidades que tanto solaz procuran a los proscritos.
En cierto sentido, Paul Bowles tuvo tanto que ver con el nacimiento de ese clásico de la ciencia ficción, que actualmente es El almuerzo desnudo —John Clute no duda en incluirlo en su Enciclopedia ilustrada del género—, como Jack Kerouac que, como es harto sabido le dio el título al llamar “el almuerzo desnudo” a ese instante en que miramos por última vez al alimento, ensartado en el tenedor, antes de llevárnoslo a la boca. Pero Bowles fue quien llevó a Burroughs a ese hotel donde ahora, las camareras que entonces, cuando Burroughs exorcizó los fantasmas de su otro yo —William Lee, el mismo que en Yonqui— escribiendo sus viñetas, no habían nacido —si acaso sus abuelos—, aunque se ríen porque saben que allí, en la desaparecida habitación número 9 —es de suponer que, a la que lo fue, le habrán dado otro número y arreglado—, William S. Burroughs concibió El almuerzo desnudo al borde de la muerte.
Paul Bowles fue el cicerone, o, mejor aún, el maestro de ceremonias de la liturgia de la heterodoxia occidental en Tánger, en ese Tánger cosmopolita y tolerante, como pocos lugares en el mundo, que fue la ciudad internacional. Su casa era lo que fue la de Vicente Aleixandre al Madrid pretérito: un punto de encuentro de poetas. Esperemos que haya inspirado más interés a las autoridades encargadas de conservarla que Wellingtonia —la antigua residencia de Vicente Aleixandre— al ministro de cultura del gobierno más estable del mundo. Pero olvidemos a los sectarios que solo gobiernan para su gente, y vayamos a los outsiders y los proscritos.
Estadounidense de nacimiento, Paul Bowles, músico, escritor, traductor, nómada y heterodoxo, conoció aquel París de la Generación Perdida, que a decir de Hemingway era una fiesta. Pero acabó encontrando los placeres de la vida sedentaria en Tánger, donde, llegó en 1947, junto a su esposa Jane. Ella murió en Málaga en 1973 —en gran medida la mató su alcoholismo—, Paul permaneció en Tánger hasta 1999, cuando la Parca se lo llevó a otro lugar del que nunca se vuelve.
Además de sus múltiples talentos, en Tánger se desempeñó como un puente entre Oriente y Occidente. Amén de a Burroughs, descubrió la ciudad internacional a Gregory Corso, Allen Ginsberg y Jack Kerouac. Kerouac fue el último en llegar, lo hizo en 1957. Entre los ajenos a la Beat Generation, Bowles llevó a Marruecos a artistas como Truman Capote, Tennessee Williams y Gore Vidal. Fue el introductor en ciertos ambientes de la ciudad internacional de todos ellos e incluso les dio a probar el majoun, un dulce de hachís muy consumido en aquellos años.
Para entonces, cuando Bowles empezó a recibir a los heterodoxos occidentales que sucedieron a Burroughs, éste ya había terminado El almuerzo desnudo en un hotel de París, sito en el nueve de la calle Gît-le-Coeur, la insistencia del número, como esos conceptos que se repiten fugazmente en la novela, debe significar algo. Esa ficción, que es pórtico a esa pentalogía de Burroughs, fue dada a la estampa por Olympia Press, editorial parisina especializada en publicar textos de autores estadounidenses prohibidos en Estados Unidos. Por ejemplo, Sexus (1965) de Henry Miller. Y, entre tanto, Burroughs, merced a un tratamiento con apomorfina, consiguió dejar definitivamente el opio y sus derivados.
Parece ser que en una de las paredes de El Muniria aún puede verse una foto que muestra a Peter Orlovsky, Williams S. Burroughs, Allen Ginsberg, Gregory Corso y Paul Bowles sentado en el suelo, como si ya estuviera cansado de todos, en el jardín de Villa Mouneria, que fue la residencia del autor de El almuerzo desnudo cuando, en el verano de 1961, volvió a Tánger.


Qué mezcolanza parece una de chismes