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Las gallinas, la duquesa y el pintor

Las gallinas, la duquesa y el pintor

Ilustración de portada: David Bastos

A continuación reproducimos la décima entrega de la serie de relatos Crónicas desde El Cabo, de Patricia García Varela.

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No me gustan las gallinas. De hecho, tengo un trauma con ellas. Cuando era muy pequeña, una de esas aves de corral confundió uno de mis deditos con un gusano (vale, la culpa fue mía por querer darle de comer, ¿pero qué se le puede pedir a una niña de tres años?) y me arreó un buen picotazo. Desde entonces, arrastro una desconfianza inherente hacia estos bichos.

El problema es que me vuelve loca la tortilla de patatas, que es mi plato favorito. Y un buen par de huevos fritos con patatas bastan para hacerme salivar. No es que sea una sibarita en términos culinarios, —ya se habrán dado cuenta—, pero lo que sí es verdad es que los huevos tienen que ser de casa. A mi no me valen unos huevos cualquiera: yo quiero huevos de calidad. Lo mismo me pasa con el pollo asado. Estoy acostumbrada a la carne de los pollos que se crían en casa, alimentados con su maíz, libres en la huerta, picando tomates, hierba, lechugas… sin rastro de piensos compuestos. Aunque lo de la libertad va a ser difícil de ahora en adelante porque como bien sabrán las gallinas han sido confinadas desde este pasado lunes para evitar la gripe aviar. Las pobres se van a aburrir mucho sin poder salir de cuatro paredes, acostumbradas como están a estar todo el día de paseo por la huerta. Las pobres se estresan y luego no ponen. Voy a tener que ponerles audiolibros eróticos, como hacía Lisa Hogan en La granja de Clarkson, que parece ser que las animaba mucho (¿o servirá cualquier otro libro como el último premio Planeta?). Todo son dudas.

"Hay personas, como mi vecino de página y tocayo Celso Varela, que son capaces de distinguir de un vistazo si unos botones están cosidos en zampa de gallina o no"

Hay personas, como mi vecino de página y tocayo Celso Varela, que son capaces de distinguir de un vistazo si unos botones están cosidos en zampa de gallina o no. Lo que lo convierte, sin lugar a dudas, en un perfecto connoisseur de la materia en cuestión. En estos tiempos en que levantas una piedra y te salen doscientos expertos en cualquier cosa, no es desdeñable hallar a alguien con conocimientos reales sobre algo.

Pues bien, yo puedo afirmar que mis papilas gustativas han sido educadas desde muy temprana edad para detectar si me están intentando colar un producto de supermercado por uno casero (o lo que ahora llaman de cultivo orgánico, ecológico o como esté de moda). Especialmente los huevos.

Así que, en cuanto dispuse de La Casita y de terreno, decidí que había llegado la hora de criar mis propias gallinas. Ya me veía rodeada de hermosas gallinas cloqueantes, esponjosas y diligentes, prestas a poner al menos un huevo al día. El único pero que le veía a esa imagen digna de una tradwife de Instagram era mi aversión a estos bichos, que en mis peores pesadillas me recordaban a los velociraptores de Parque Jurásico.

Para inspirarme y sentirme menos atemorizada por estos seres emplumados, decidí acercarme a los libros de la difunta duquesa de Devonshire, Deborah Cavendish, la más joven de las famosas hermanas Mitford. Todo un modelo a seguir desde que supe que, a la hora de comprar, estos eran sus lugares favoritos: “Además de en las ferias de ganado, sólo compro en Marks & Spencer. Es eso o París. Nada intermedio me parece lo suficientemente bueno”, decía.

"Porque estas hermanas conocieron a todos los personajes relevantes: desde Evelyn Waugh, Givenchy, Lucian Freud o Maya Angelou pasando por Adolf Hitler (sí, ese Hitler)"

Todo un personaje que vestía de Patou, Dior, Balmain, y era íntima de Hubert de Givenchy, pero a la que no se le caían los anillos por ir a echarle de comer a las gallinas con sus botas de goma. Para que luego digan que fue Kate Moss quien puso a las Hunter en el mapa de la moda llevándolas a Glanstounbury en los 90.

Pero volvamos a las obras de la duquesa: Counting My Chickens… And Other Home Thoughts, The Mitfords: Letters Between Six Sisters y Home to Roost: And Other Peckings, son algunos de sus títulos más vendidos. Estos libros harán las delicias de todos aquellos amantes de las series británicas del estilo Downtown Abbey, The Crown y a cualquiera interesado en los acontecimientos históricos del siglo pasado. Porque estas hermanas conocieron a todos los personajes relevantes: desde Evelyn Waugh, Cecil Beaton, Givenchy, Lucian Freud o Maya Angelou pasando por Adolf Hitler (sí, ese Hitler) o J. F. Kennedy.

En España se editaron hace unos años sus memorias bajo el título ¡Esperadme!, y en ellas se da buena cuenta de cómo era la vida de la nobleza británica en la campiña inglesa, así como de las relaciones de las hermanas Mitford con lo más granado de la época.

"Y no nos olvidemos de los huevos: el famoso pintor y grabador Lucian Freud regaló a la duquesa de Devonshire un pequeño cuadro, apenas del tamaño de una postal"

Pero en los libros de Debo, como la llamaban los más próximos a la duquesa, descubrimos sobre todo su amor por las gallinas. Sobre ellas dijo: “El comportamiento de las aves de corral es similar al humano y es igual de predecible. Pelean, se resienten con los recién llegados, detestan el viento y la lluvia. Algunas son audaces y buscan alimento lejos de casa, mientras que otras apenas se molestan en salir”. Esta descripción me recuerda a la que hace de su tripulación el capitán Patxi (Alfredo Landa en Bandera negra, una película de aventuras de Pedro Olea de 1986) según cuánto se alejen los marineros del barco al llegar a puerto. Puede que en el fondo no seamos tan distintos.

Y no nos olvidemos de los huevos: el famoso pintor y grabador Lucian Freud regaló a la duquesa de Devonshire un pequeño cuadro, apenas del tamaño de una postal. El gesto tenía su razón de ser: cada vez que ella iba a Londres, le llevaba huevos frescos de su finca, un regalo sencillo pero entrañable. En la pintura se muestran cuatro hermosos huevos morenos sobre un plato, como cuatro hermosas joyas pulidas. Cuando, tras la muerte de Debo, este cuadro se vendió en la célebre casa de subastas Sotheby’s, alcanzó un precio de 1,4 millones de euros, casi diez veces más de lo que en principio se había estimado.

Nunca unos huevos de casa salieron tan caros. Aunque con la inflación galopante que estamos viviendo no me extrañaría que se acabaran poniendo a un precio sólo alcanzable por algunas duquesas y magnates.

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No hay turista para tanta cultura

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