—Es cierto lo que comenta: la libertad de creación es justo lo primero que desaparece con los autoritarismos. Los autoritarismos jamás han sido un Estado pleno, y lo más fácil de regular y de controlar en la cultura son las películas que se ruedan. Esto es por un motivo bien sencillo: los directores de cine necesitan recursos para llevar a cabo su producción. Nadie puede hacer una película si careces de dinero… Pero, aparte del mundo cinematográfico, la primera libertad que queda restringida según se avanza hacia el autoritarismo es la libertad de expresión. Lo podemos corroborar incluso hoy en día en Hungría, donde existen buenos escritores, pero no tenemos grandes directores que ahora sobresalgan a nivel internacional.
—Es verdad que es genial y que hoy muchos lo desconocen, pero lo que me empujó sobre todo a escribir el libro es porque me interesó la crisis descabellada que empujó a un director exiliado en Estados Unidos a que volviera a la Alemania nazi. Si esta novela empuja a la gente hacia la obra de Pabst de nuevo, me alegraré, pero no es la intención inicial. Ahora, desde luego, pueden organizarse retrospectivas sobre él y he oído que a raíz del libro se están empezando a escribir biografías sobre él. Me agrada esto, pero no era la intención. También reconozco el hecho de que si no hubiera sido un director brillante con una mentalidad genial, progresista, no me habría interesado tanto el personaje. Pero lo que me pareció intrigante, y es lo que trato de resolver en el relato, es que tuvo una conexión con los nazis y que era un gran artista y que volvió. Los nazis sabían perfectamente que Pabst era rojo. El hecho de que fuera apodado «el rojo» es llamativo. Pero a pesar de eso, acabó haciendo cien trabajos para ellos. No dejan de ser extraordinarios y confusos estos giros. Por ejemplo, no me interesaría escribir sobre Leni Riefenstahl, porque no me parece una artista interesante; solo me interesó Pabst como artista.
—Esa es la escena de un gran director, que es lo que describo en detalle en la novela. Y es sorprendente que no lo interpretaran como un signo de oposición. Quizá porque nunca lo especificó en el guion, porque nadie sabe por qué rodó esa escena de esa manera, pero es posible que fuera así, una crítica. También es interesante que los nazis, en términos de expresión, fueran más relajados que los soviéticos y Stalin. Bajo Stalin no hay una escena lo más remotamente crítica con el régimen, porque si alguien lo hacía, a esa persona se le mataba. Con Goebbels no era así. Él se permitía cierto tipo de oposición ambigua en el ámbito de las artes. Sí, él consintió el cine de autor, aunque a una idea muy restringida de autor, aunque también es cierto que no hubo una gran película bajo el régimen nazi, pero permitió cierta versión de cine de autor y no político.






La libertad de expresión desaparece cuando alguien no quiere pagar el precio y se calla. Um gobierno autoritario silencia a los pocos que quieren pagarlo. La mayoría se ha callado mucho antes.
Hablando de libertad de expresión, en los periódicos todo lo que no sea discurso pro OTAN es censurado.