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El caso de Marlene Stamos

El caso de Marlene Stamos

El detective bajó los ojos después de contemplarse en el espejo; metió un picadientes en su boca, se sentó en el sillón destinado a los clientes y se miró las manos. Vacías, lejos de mujer. Alumno de Holmes, Fantomas, Lupin, Poirot, Queen, Spade, Maigret, Marlowe, Smiley, García, Carvalho, Belascoarán…, había sido brillante. Poseía todas las cualidades del espejo. Ahora soportaba el mundo gris del fracaso, de los “no es posible”, de la evidencia de que la experiencia no basta.

Sumido en una soledad sin barreras que lo separaba del mundo, observó sus dedos largos laxos el piso la punta de sus zapatos.

Algo no encajaba. También se excedía algo que estaba allí.

Repasaba la historia:

Marlene asesinada

sola en la casa de la playa

un pañuelo

un viaje

un exmarido

un boxeador

un padre millonario

una madrastra

un mayordomo

dos seguros de vida

un lanchero

una discoteque

un fuerte donativo al Frente contra la Represión

un médico

un excompañero de prepa

un congreso de estilistas de belleza

un cadáver

el tiempo

otro cadáver

múltiples advertencias para que se olvidara del caso.

El detective se tocó la nariz. Pensó en los nudos y posibles olvidos, en los cabos sueltos, en el entorno social de los implicados. Durante muchas horas meditó y su rostro se reafirmó en el color de la amargura. Ser humano no es pretexto. Su cuerpo olía a derrota, a final de sonrisa.

"Sus pasos sombríos se mezclaron con la escalera. Un espasmo de sombras prendía velas a su doble muerte de víctima importante."

Al amanecer lo decidió.

Se puso de pie. Apenas le circulaba la sangre.

Al salir desprendió el letrero: F.H. del REaL, Detective PRIVADO, sin reparar en las minúsculas.

Entró en la puerta siguiente donde tenía su dormitorio. Se despojó de la gorra negra y la gabardina. Ojos rojos. Del traje oscuro de casimir inglés. Alguna humedad. Tomó la caja de habanos y la tiró al cesto de la basura. Respiraba con lástima. La pipa. No escuchó el teléfono. Abandonó el departamento vestido apenas con un suéter sobre una camisa a cuadros y un pantalón desteñido.

Sus pasos sombríos se mezclaron con la escalera.

Un espasmo de sombras prendía velas a su doble muerte de víctima importante.

Salió.

La calle

ávida sempiterna de desperdicios

lo tragó con deleite.

Con los años, un vasto grupo de detectives se declaró incompetente para descubrir al asesino de Marlene.

Hasta que llegué.

Pero esa es otra historia.

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