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Alejandro Zambra: «Esta porquería de virus está redefiniendo cada palabra»

Alejandro Zambra: «Esta porquería de virus está redefiniendo cada palabra»

Confinado en su casa de Ciudad de México, acompañado por su mujer y un hijo de dos años que extraña los paseos al bosque de Chapultepec, responde el escritor chileno Alejandro Zambra el cuestionario de Efe sobre su nueva novela, Poeta chileno, una cálida declaración de amor a la lírica de su país.

Desde que se diera a conocer en 2006 con Bonsái, Zambra ha ido cultivando obras en el campo de la narrativa, aunque la poesía chilena, según descubre, sigue siendo la parte de la literatura que mejor conoce, la que más le interpela y la que más disfruta.

Ahora, publicada por Anagrama, presenta una historia que atrapa desde la primera página, que transcurre en Santiago de Chile, con un poetastro, de nombre Gonzalo, que ejerce como padrastro de Vicente, un niño al que le gusta la comida de gatos, hijo de Carla, y de su antigua pareja, León, un abogado que colecciona pequeños automóviles de juguete.

En el trasfondo, los grandes vates chilenos, desde Pablo Neruda, Nicanor Parra, Gonzalo Millán o Vicente Huidobro a Gabriela Mistral y Raúl Zurita, mezclados con personajes ficticios, algunos de ellos delirantes, de los tiempos presentes, como una norteamericana, Pru, que vivirá en directo alguna que otra «patibularia» discusión entre literatos.

«Escribí esta novela —relata Zambra— porque, en realidad, no pude evitar escribirla. Intenté de múltiples maneras no escribirla, y cuando me di cuenta de que efectivamente la estaba escribiendo intenté no escribirla entera y estuve verdaderamente muy cerca de conseguirlo, pero no fui capaz». En este punto, precisa que su vocación literaria «estaba relacionada con la poesía. Yo aspiraba a la poesía, me fui desplazando hacia la narrativa de a poco. Nunca he dejado de escribir poemas, pero sí dejé de publicarlos, porque no me gustan».

A los veinte años «la idea de escribir una novela me provocaba lumbalgia anticipada —prosigue—. Leía novelas, pero casi puros clásicos, era raro que me acercara a las novedades literarias. Mi actitud hacia la poesía, en cambio, era distinta: quería leerlo todo, sobre todo la poesía chilena y en especial la poesía que escribían mis pares. Me importaba la sensación de grupo, las conversaciones con los amigos, la ilusión de una búsqueda colectiva, hermosa, imprecisa. Supongo que siempre fui mejor contando historias que escribiendo poemas, pero aspiraba a la poesía», subraya.

En un cuartito mexicano de dos por dos metros, al que ha bautizado como «Chile», sin internet y casi sin ventana, en la azotea de su casa, creó este artefacto literario tan chileno en el que las relaciones entre padres e hijos están muy presentes, así como las de la amistad. Argumenta que son asuntos que le interesan a diario y agrega que, «aunque la novela está relacionada con la padrastría y no con la paternidad biológica», la escribió durante los dos primeros años de vida de su hijo. «En cuanto a la amistad, extraño mucho a mis amigos chilenos, que son muchos. Esta novela es, por supuesto, para ellos», dice. A la vez, advierte que ha conseguido «chilenizar a varios amigos mexicanos, pero no ha sido fácil».

Como es habitual en sus obras, no olvida un tamizado sentido del humor, que aquí se plasma en las reuniones poéticas que describe o en encuentros no siempre fáciles en Facebook, que para Zambra es como un país que alguna vez visitó y donde cree haberlo pasado bien, pero no lo extraña. «Mentira —puntualiza—, hasta a Facebook lo echo de menos en cuarentena. Me gusta enterarme de cosas que pasan en Facebook, como esas peleas patibularias o algunas improbables reconciliaciones».

Residente en México por amor, bromea con que ha perdido la batalla, pero durante un tiempo tuvo engañado a su pequeño diciéndole que estaban en Chile. «Por culpa suya voy perdiendo el acento, me da por imitarlo», lamenta. Sin embargo, está encantado con el niño y por ser «testigo de su adquisición del lenguaje, presenciar su romance con las palabras, con la música, con la risa. Ha sido de lejos la experiencia más hermosa de mi vida», apostilla.

Con días en los que ha habido ansiedad, angustia e impotencia, debido a la pandemia por COVID-19, sufriendo por su familia, Alejandro Zambra no excluye que en el futuro este período se cuele en algunos de sus nuevos proyectos, porque «esta porquería de virus está redefiniendo cada palabra, minuciosamente». Afirma que escribir para él «es un hábito, no un propósito, y está más vinculado a la obsesión que al oficio. He escrito mucho este último mes. Por supuesto, no estoy seguro del valor de lo que he hecho, pero en realidad nunca llego a estar seguro-seguro, ni cuando publico», reflexiona.

Concluye diciendo que entiende que «los escritores sientan que es tiempo de observar y no de decir», y añade: «Yo mismo por momentos siento eso, pero si no escribo no entiendo nada, y cuando escribo tampoco entiendo tanto, pero entiendo más».

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