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Ángel Martín: «Escribir ha sido un ejercicio muy agotador, pero muy terapéutico»

Ángel Martín: «Escribir ha sido un ejercicio muy agotador, pero muy terapéutico»

Ángel Martín (Barcelona, 1977) ingresó en el ala de psiquiatría del madrileño Hospital Puerta de Hierro el 4 de junio de 2017. Acudió a urgencias manifestando, entre otras “ideas extrañas”, que Chris Pratt y Jennifer Lawrence le enviaban mensajes desde la película Passengers, o que, como la Alicia de Lewis Carroll, vivía al otro lado del espejo. Cuando recibió el alta, tuvo que reconstruirse “desde cero”, rehaciendo su puzzle mental, huyendo de un tipo llamado Señor Gris y, como cuenta a Zenda, haciendo el ejercicio de “por qué pensaba las cosas” de verdad. El cómico y presentador, al que conocemos por su participación en, entre otros formatos, Noche sin tregua, La noche con Fuentes y Cía, Sé lo que hicistéis u Órbita Laika, y que ahora triunfa con su noticiario diario en su cuenta de Twitter, acaba de publicar con Planeta Por si las voces vuelven, libro en el que cuenta cómo fue su locura y cómo se convirtió, con la ayuda de los suyos y de la psiquiatría, en un “exloco”. Conversamos con el también monologuista —actúa los jueves en La Chocita del Loro— y músico aprovechando el lanzamiento de su primera y, por lo que nos cuenta, única criatura libresca.

—Señor Martín, ¿quién es, para usted, el loco más admirable de la Historia?

"Entras en un mundo en el que una de las cosas que pretendes es salvar el mundo"

—La verdad es que nunca me he parado a pensar en cuál debe ser… Nunca le había prestado atención a los locos, si te digo la verdad. ¿Cuál es el loco al que más admiraría? No lo sé, me has pillado por completo. Además, tendrías que hablar con ellos para ver si realmente estaban locos, si eran personajes, si estaban forzando cositas… Loco diagnosticado, como loco, no lo sé. Tendría que darle una pensada.

—Teniendo en cuenta que Zenda es una revista literaria, permítame preguntarle cuánto tiene usted de Quijote.

—Ahora mismo, probablemente, muy poco, por no decirte nada. Sin embargo, creo que, durante el brote, lo tenía absolutamente todo. Entras en un mundo en el que una de las cosas que pretendes es salvar el mundo. Empiezas a tratar de que todo esté bien, que todo esté arreglado, solucionado. Tienes una batalla constante por intentar que todo el mundo vea el mundo como lo ves tú, con las opciones que tienes, y se consigue quitar ese velo de realidad que tienes en los ojos. En ese momento, sí, tenía todo lo de Don Quijote.

—¿Un “exloco” es sinónimo de “cuerdo”?

—Un exloco es sinónimo de una nueva percepción de la cordura, probablemente. Entiendo que cuando pasas por algo así, la obligación de reconstruirte te lleva a dejar fuera algunos prejuicios o algunos pensamientos que tuvieras antes de que esto te sucediera. De alguna manera, en esa reconstrucción, empiezas a ver el mundo de forma distinta. Empiezas a construir una cosa completamente nueva. Entonces, como no eres el tipo que eras antes, un exloco tiene una nueva percepción de la cordura.

—En Por si las voces vuelven, escribe: “Volverme loco es de lo mejor que me ha pasado en la vida”.

"Pasar por algo así te obliga a enfrentarte a un espejo donde te ves completamente desnudo, lo que eres de verdad"

—Es muy gracioso porque la gente cree que es una frase de taza, esta cosa de: “Se lo está diciendo mucho para convencerse”. Y no, no, está muy lejos de eso. Es lo mejor que me ha pasado en la vida porque si no llego a pasar por algo así, sé que jamás me hubiese replanteado muchas de las cosas que me he planteado. O sea, hubiese seguido creando una personalidad basada en muchas cosas que ahora sé que estaban mal, en muchos defectos y en muchos hábitos muy tóxicos, en muchas formas de pensar que eran totalmente estúpidas. Sobre todo, tenía muchos prejuicios, daba por sentadas muchas cosas. Pasar por algo así te obliga a enfrentarte a un espejo donde te ves completamente desnudo, lo que eres de verdad. En el momento en que tienes que empezar a reconstruirte y puedes hacerlo de forma consciente, construyes algo que es mucho más sano y, sobre todo, tienes la sensación de que eres un ser humano mejor. Si te dicen: “Ya estás vacío. Coge las piezas que te gusten de aquí y póntelas”. Probablemente, las piezas que digas “hombre, esto es de ser un mierda” no te las pongas. Pasar por esto es lo que me ha obligado a hacer este ejercicio, y es un ejercicio que no hubiese hecho si no llego a pasar por esto ni en broma. Me ha permitido frenar una serie de cosas que me hubiesen llevado a un lugar donde hubiera sido un verdadero gilipollas muy probablemente.

—¿De qué prejuicios se ha librado?

—No hay uno concreto, pero creo que todos tenemos instaladas formas de pensar, que nos vienen ya del pasado. Sobre todo, a la hora de escuchar. He aprendido a escuchar muchísimo más. Estamos viviendo en un lugar donde mucha gente no escucha y simplemente finge que escucha. Está en silencio mientras el otro habla pensando en la respuesta que le va a dar de forma inmediata diga lo que diga. “Yo ya tengo pensado lo que voy a decir, tengo me argumento, y me la pela lo que tú digas”. De repente, ya no. Antes, probablemente, hubiera estado aquí, hablando contigo, pensando: “Ya verás, ahora éste me va a preguntar esto…, blablabla”. Esto te enseña el valor de escuchar. Ahora, mi cerebro está en blanco, procesando todo lo que digas. Cuando termines de hablar, te responderé. Entonces, hay muchas cosas que aprendes a hacer de nuevas y mucho mejor. No te puedo poner un prejuicio como ejemplo, pero, yo qué sé, si antes pensabas “la juventud es gilipollas porque yo, de pequeño, jugaba con trenes de madera, y estos gilipollas con los videojuegos”, ahora hay un momento en el que te sientas y dices: “Espera, que igual si hubiera tenido videojuegos, le hubieran dado por culo al tren de madera”. Haces un ejercicio nuevo sobre qué piensas tú de verdad y no tanto de “pienso esto porque me han dicho que pensar esto”. Jamás me había planteado por qué pensaba las cosas, y ahora sí. El ejercicio de “¿tú piensas esto por ti mismo, o porque se está diciendo mucho que hay que pensar esto?” es un ejercicio muy interesante.

—¿La “empatía” se ha convertido en un concepto low cost? Tengo la sensación de que el significante se utiliza mucho, pero el significado se practica poco.

"¿Qué cojones me estás contando tú de que lo importante es la empatía, cuando, en cuanto cruzas la puerta de tu casa, no la practicas con los tuyos?"

—Depende de quien use la palabra, claro. Al final, estás viendo si la usa y la practica… o no. Hay mucha gente que tiene un discurso acerca de lo importante que es la empatía y, cuando llegan a sus casas, son unos gilipollas con sus parejas o con sus hijos. Entonces, ¿qué cojones me estás contando tú de que lo importante es la empatía, cuando, en cuanto cruzas la puerta de tu casa, no la practicas con los tuyos? Es cierto que hay muchas palabras y muchos temas que parece que se ponen de moda. La gente se sube a ese carro de “parece que ahora toca hablar de esto”. Cuando entiendes el valor de eso, en este caso, de la empatía, dices: “Bueno, hay mucha gente usándolo, pero ¿voy a dejar de decirlo porque parece que está de moda y lo he descubierto yo ahora?”. Pues no, lo tendré que decir y ojalá que la gente entienda que lo estoy diciendo en serio y no porque ahora toca usar esa palabra. Siempre corres el riesgo de descubrir cosas en el momento en que están de moda. O, de repente, hay cosas que se pueden poner de moda y alguien, investigando, puede decir: “Esto es esto, lo voy a practicar”. Pero sí, vas por la calle y te dicen: “Es que eres muy poco empático”. ¿Sabes lo que es? “No, pero lo he oído cuando iba a comprar”. Ah, vale, pues fenomenal.

—Hábleme de esa “paz inexplicable” que sentía mientras le hablaban esas voces.

—El problema es que es inexplicable. Ese es el gran problema. Es muy difícil. Es… (Piensa) Es una ausencia total no sólo de problemas, sino de… Imagina que fueras capaz de ver, en un momento, toda tu vida que está por venir, y se te confirmara que jamás vas a tener ni un puto problema más, y que vas a estar haciendo cada segundo de tu vida lo que te apetezca, cuando te apetezca, con quien te apetezca, sin tener ningún tipo de problemas. Creo que cuando terminaras ese viaje, volverías y dirías: “Hostia, y yo preocupao”. (Risas) Creo que es algo comparable a eso.

—Afirma que su miedo a morir “ha desaparecido por completo”. ¿Por qué?

"Nunca he sido una de esas personas que le tuviera miedo a la muerte"

—Nunca he sido una de esas personas que le tuviera miedo a la muerte. Sé que hay gente que está muy obsesionada y muy asustada con morir. Afortunadamente, nunca he tenido ese miedo muy acentuado. ¿Qué sucede? Que una de las cosas que viví fue morir. De repente, el cerebro te dice: “Vas a morir”. Negocias unas cosas ahí con la muerte y con el universo, para que morir sirva de algo, sirva para dar un paso más, pero el proceso de morir lo tienes que vivir. Como vives el proceso de morir, tu cerebro lo asimila. Imagina que crees que las brasas que estás viendo en un sitio están hirviendo y no vas a poder tocarlas nunca. De repente, las tocas y dices: “Hostia, pues no quema tanto”. Tu cerebro, la próxima vez que veas una brasa, dirá: “Eso no quema tanto, ya lo has tocado”. Mi cerebro, de alguna manera, ha pasado por ese proceso y, cuando pienso en la muerte, mi cerebro me dice: “Esto es aquello que hicimos, ¿no? Y no estuvo tan mal tampoco”. Claro, podría hacer el ejercicio de convencer a mi cerebro de que no hemos muerto, pero me parece dar pasos atrás. Es completamente absurdo.

—Sin embargo, “una de las cosas más complicadas” para usted fue “volver a ser capaz de hablar sin tener miedo”.

—Claro. Has sido ingresado por verbalizar lo que te estaba pasando. Entonces, cuando sales, el problema que tienes es: “Cómo cuento lo que me está pasando”. Generalmente, cuando hablamos tendemos a poner ejemplos. Como has sido ingresado por contar lo que has estado viviendo, que es una lista de ejemplos que sirven para demostrar por qué estoy convencido de que estamos en otro mundo, cuando necesitas explicar algo a alguien, inmediatamente, dices: “Hostias, es que tengo que poner un ejemplo. La última vez que utilicé lo de los ejemplos acabé ingresado. ¿Cómo pongo ejemplos sin que crean que me estoy volviendo otra vez loco?”. Hablar se convierte en algo muy delicado porque sabes que todo el mundo está con las alertas muy activas por si dices o haces algo que sea raro para ellos. Imagínate que un día estás en el jardín y dices: “Mira, eso parece una nave”. Esa broma ni la vas a hacer, porque lo siguiente que pensarás es: “El que tengo al lado se va a creer que pensaba que era una nave de verdad”. Tienes pánico a hablar, mucho, mucho miedo. Por lo menos, yo.

—¿A qué más tiene miedo, por cierto?

—Ahora mismo a nada, si te soy sincero. Hay como una actitud en mi cabeza de mucha tranquilidad y seguridad. No tengo ningún miedo instalado.

—¿Quién era —o quién es— el Señor Gris?

"Creo que todos tenemos tendencia a sabotearnos y a dinamitarnos el día antes de que nos pase cualquier cosa"

—Fue, básicamente, la forma de ponerle nombre a una sensación que creo que todos tenemos en nuestro día a día. Fui superconsciente una mañana. Creo que todos tenemos tendencia a sabotearnos y a dinamitarnos el día antes de que nos pase cualquier cosa, que nos levantamos por la mañana y empezamos a cabrearnos nosotros antes de que pase nada. Te levantas de la cama y es: “Ya verás tú, voy a salir, con el puto frío que hace ahora, y me voy a tener que poner la chaqueta, y me meteré en el coche. Espero que no se me joda la puta rueda, lo tenía que haber llevado al taller…”. Empiezas a meterte en una vorágine de “seguro que me pasan todas estas mierdas”, cuando lo único que has hecho es poner un pie fuera de la cama, nada más. Te vas calentando tú solo. Y hubo un momento en que me pregunté por qué cojones me estaba haciendo eso, si no había pasado nada. Es decir, si sólo he salido de la cama y me he metido en la ducha, ¿cómo puedo estar tan encabronao? De repente, mi forma de explicar que eso me estaba pasando constantemente, que a cada segundo tenía la sensación de tener algo en mi cabeza tratando de dinamitar, boicotear, sabotear, absolutamente, cualquier emoción buena que pudiera tener, decidí explicárselo a la psiquiatra contándole que tengo a una especie de tipo gris, aquí conmigo, que está dinamitando todo. Fue una manera de personalizar esas emociones que vienen sin venir a cuento. O sea, si al despedirnos, te hago una broma y te rompo la camisa, hostia, tiene sentido que te enfades, ha pasado algo; pero si estás aquí en plan “verás este gilipollas, cuando nos despidamos, me va a romper la camisa”, es que te estás mosqueando por algo muy raro tú solo. Es es el Señor Gris. Un tío que se encarga de dinamitar todo.

—¿Y cómo puso color a su vida?

—Al final, más que poner colores, decides empezar a construir de forma consciente tu nueva vida. Todo lo que incluyes en esa vida es porque te gusta o te interesa. Por lo menos, te genera una sensación positiva en ese momento. A lo mejor desaparece a los dos días. A lo mejor es una cosa puntual que te sirve durante una hora, durante un día o durante dos. Pero en el momento en que empiezas a incluir en tu vida cosas que te hacen sentir bien, empiezas a ver y a decir “venga, aquí hay algo que medio me interesa”. El proceso es lento. No es que te levantas una mañana y dices “voy a hacer esto”, y venga. No, te levantas una mañana, dices “voy a hacer esto” y luego dices “no lo voy a hacer”. Tienes que estar recordándotelo todo el rato. Pero sí, empiezas a poner algo de color.

—Sostiene que “el problema no es la marihuana”, sino “la falta de cultura alrededor de ella”. Escohotado decía que no hay que “legalizar” las drogas, que basta con no penalizarlas. ¿Suscribe?

—No penalizar sería lo inteligente. Y sí que debería haber una cultura alrededor de la droga. Es verdad que si se te pira la pinza y tu consumo es de levantarte por la mañana, liarte un canuto, coger el coche, y liarte otros cuatro, y llegas a casa y te lías otros seis… ostras, tronco, se te está yendo. Es importante que la gente empiece a entender eso también, pero no penalizar, seguramente, sea más inteligente que legalizar y blablabla.

—¿Cómo se ha sentido escribiendo su primer libro?

"Cada viaje que haces a ese pasado abre puertas a otros rincones que no recordabas"

—Es distinto a escribir monólogos, claro. No tiene nada que ver. Ha sido más salvaje. Tienes que hacer un viaje al pasado y volver a enfrentarte a cosas que, aunque las has superado, las has superado sin sentarte frente a ellas, cara a cara y al detalle, para poder explicarlo bien y contar las herramientas que has usado, el cómo te has ido reconstruyendo tú, etcétera. Entonces, para poder hacer ese ejercicio, es verdad que tienes que coger un traje de neopreno y tirarte de lleno y que sea lo que Dios quiera. Es agotador. Cada viaje que haces a ese pasado abre puertas a otros rincones que no recordabas. Cuando empecé a escribir esto, tenía algunos momentos y sensaciones superclaras, que son por las que empecé a montar el puzzle, y, cuando entras al detalle, empiezan otras piezas y dices: “Hostia, es verdad”. Y se abre otra puerta, y se vuelve a abrir otra… Ha sido un ejercicio muy agotador, pero muy satisfactorio y muy terapéutico, no te voy a engañar. Ha sido una experiencia totalmente nueva, distinta, y muy interesante.

—¿Piensa repetir tocando otros, digamos, palos literarios?

—No tengo una historia. No, no estoy pensando en cuál va a ser mi segundo libro.

—No se ve de novelista.

—No, no. Tenía algo que contar, surgió la posibilidad de contarlo y lo conté. Pero no estoy pensando: “Hostia, como ha funcionado muy bien, podría escribir otro”. Ni de puta broma. Si no tengo una historia que contar, no me pongo a tirar de libros.

—Para finalizar, ¿en qué se parecen y en qué se diferencian la locura que usted padeció con la que aparece reflejada en las noticias que comenta en Twitter?

—Probablemente, en la velocidad. Tienen muchas similitudes. La locura lleva esa misma velocidad. Vivir con ella es como vivir con un coche de Fórmula 1 que va a más velocidad de la que puedes imaginar. Es como el Hyperloop de Elon Musk. Luego, en la estructura que tienen. El informativo, aunque parezca que no, tiene una estructura.

—¿Hay, en general, demasiados señores grises?

—Sí. Imagino que cada uno tendrá los suyos. Molaría que cada uno se sentara y dijera: “¿Cuántos tengo yo? ¿Quiénes son?”. Sí, sospecho que sí, claro.

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