Sofía nace cuando un país muere. Una guerra fratricida termina y comienza otra peor, una posguerra cruel, de revanchas y odio. “Un tiempo en el que la vida podía desaparecer reducida a sombra, silencio y pólvora”. Pero esta niña no está sola, tiene un padre, que no es un padre cualquiera: es un mago de las palabras, un contador de historias, el guardián de los libros. Pero, como Alicia, Sofía tendrá que atravesar el espejo ella sola. La protagonista de Cuando el viento hable (finalista del Premio Planeta 2025) llegará a un lugar sombrío, un hospital lleno de secretos. La autora de la novela, Ángela Banzas, también tuvo que estar ingresada cuando era una niña, y ese recuerdo le quedó amarrado en el pecho; la única forma de sacarlo fuera ha sido escribirlo.
Hablamos con Ángela Banzas de nuestra falta de esperanza, acerca del peligro de volvernos grises cuando crecemos y sobre la lluvia que limpia y purifica.
******
—Contra el horror, la imaginación.
—Apoyo esta idea. Ese es el mejor regalo que recibe Sofía de su padre, un bibliotecario, un antiguo librero, que le llena la cabeza de historias y de fantasías. Hay una declaración de principios cuando le lee de pequeñita las Meditaciones de Marco Aurelio, para forjar su carácter, y también Alicia en el país de las maravillas. No hay mejor herramienta que la imaginación. Esa es la facultad del alma para crear ideales: el ideal de la felicidad. Y es una herramienta muy poderosa para soportar todo lo que hay fuera. Si controlas lo que tienes dentro te puedes enfrentar a todo el horror que haya y convertirlo en algo muy bello, como hace su padre, que arranca esas hojas de los periódicos con titulares espeluznantes y los transforma en aviones de papel.
—”Hay mucho odio ahí afuera”, dice la abuela de Sofía. Eso era todavía peor que el hambre.
—Mucho peor. Al hambre se le encuentra una solución que puede llegar a depender incluso de nosotros mismos. Pero es verdad que el odio es el peor virus que hay, porque nos afecta no sólo a título individual, sino colectivo, a todos. Ese odio es el germen de todas las guerras. Al ver en el otro la diferencia, al percibirlo distinto, lo convertimos en un enemigo. Y como pasa dentro de esta novela, llega incluso ese enemigo a convertirse en una especie de subhumano o subespecie por debajo de nosotros, al cual se le puede hacer lo que uno quiera. Por eso se realizaron esos experimentos. No solamente en España, sino también en Alemania. Esta es un poco la llamada que hago dentro de esta novela.
—Mengele con su obsesión por los gemelos en Alemania y Vallejo Nájera con la búsqueda del “gen rojo” en España.
—Me parece espeluznante que eso haya ocurrido y que pueda llegar a pasar en cualquier momento. Por eso es tan importante saber dónde están nuestras cicatrices, verlas, tenerlas controladas y avanzar con ellas. Necesitamos saber dónde están para besarlas.Como lo que hace una madre con las heridas.
—El viento ya aparece en el título y es casi un protagonista de la novela.
—Sí. El viento simboliza para mí una mezcla de tiempo, suerte y destino. Como reza en el título, “cuando el viento hable” es la forma como queremos ser recordados; a nivel individual y también colectivo. Ese viento, presente en las diferentes partes de la novela, nos conduce a un epílogo, que es la lluvia: mañana volverá a llover como una promesa. Porque el agua limpia los cristales de las ventanas de ese hospital y también los caminos. Y dentro de esas partes, de esas etapas que llevan hasta la lluvia, están las nubes, el aire frío y también el viento. Y es ahí cuando se unen las partes de la historia.
—El silencio de las olas, La conjura de la niebla, El aliento de las llamas… Le encantan las personificaciones en los títulos.
—Sí, te has dado cuenta (ríe). Me encanta. Para mí el título es muy importante. Cierra mucho. A lo largo de toda la novela, yo estoy siempre dándole vueltas y buscando los distintos significados, acepciones, incluso metáforas. Todo está relacionado con ese título. Voy buscando siempre conexiones y nuevas interpretaciones en base a ese título mientras estoy trabajando la novela. Y que conste que, al principio, el título iba a ser Mañana volverá a llover. Pero fue justo al llegar al final cuando lo pasé al epílogo, porque me pareció que ese era el lugar natural que debía tener dentro de la novela, y le quise dar relevancia al título. Además, cuando llegas al final, ese título se completa.
—La novela tiene un componente autobiográfico.
—Por eso mismo es una novela tan especial para mí. Tenía la necesidad de transitar ese episodio de mi vida que a mí me ha marcado. Soy muy consciente —y con los años, cada vez más— de cómo ha marcado mi forma de ser y mi forma de entender la vida, de valorarla, entender que el tiempo es finito. De todo eso te das cuenta en los hospitales. Y luego se nos olvida cuando te dan el alta, cuando estás curado. En el hospital entiendes la vida con otra magnitud. Cuando tenía siete años, pasé mucho tiempo hospitalizada. Fue un año entero entre unas cosas y otras. Allí encontré otros niños que tenían unas realidades muy diferentes a la mía. Lo mío fue algo temporal. Ellos tenían ganas de jugar, de ser niños. Tenían esa inocencia, esa mirada tan limpia, y a la vez pensaban si eran culpables por todo eso que les estaba sucediendo. Se sentían mal por el dolor que esa situación provocaba a las personas que estaban junto a ellos. Recuerdo al que estaba todo el día pintando por la ventana… (calla durante unos segundos) Es que si pienso en ello me voy a emocionar. Para mí ha sido muy importante transitar todo eso.
—Sofia dice en el libro: “El tiempo en los hospitales no existe”.
—Efectivamente, no existe. Da igual el tamaño, lo pesado, lo valioso que sea el reloj que llevas en la muñeca, porque descansa como un insignificante reloj de arena encima de una mesita de noche en un hospital. Esas noches se van encadenando una a otra en una especie de secuencia infinita que nos atormenta. En esas noches todo cobra otro sentido; en esa oscuridad es cuando aprendemos a ver.
—A poco que escarbas en la Galicia rural, salen muchas historias.
—Salen muchas y, sobre todo, en esa época marcada por el silencio. Hay muchos muros que separan a las personas y muchos secretos. Todas las familias tienen algún secreto. Todas. La Galicia rural se presta más a ello por nuestra forma especial de ser. Hay mayor hermetismo. Es una forma de entender la vida mirando al Atlántico, mirando hacia el fin del mundo, mirando al más allá. Y apetece mucho adentrarse ahí.
—También la Noche de Difuntos aparece en la obra.
—El libro comienza en “Noche de difuntos”, y las distintas referencias temporales que hay a lo largo de la novela en distintos años siempre son en esa fecha. Siempre estamos en ese otoño, en esa “larga noche de piedra”, que diría Celso Emilio Ferreiro, haciendo alusión en este caso a la época de la posguerra civil. Por eso, cuando llegamos al epílogo, ya es 2 de noviembre, es Día de Difuntos y ahí está esa promesa de la lluvia; de mañana volverá a llover.
—¿Cómo ha sido el proceso de documentación?
—Al localizar la novela en la posguerra me quise llevar la historia al Hospital Real de Santiago, que es el parador de Santiago de Compostela desde 1954. El hospital cerró el año anterior. Es un lugar muy especial, que tiene una atmósfera, un aura, me atrevería a decir, con vibraciones casi mágicas. Y también tiene esos pasillos intrincados, alambicados. Es laberíntico, y eso simboliza mucho para mí, porque genera esa angustia que sientes al estar en un hospital como ese. Este lugar se levantó en el siglo XVI. Fueron los Reyes Católicos los que lo levantaron para acoger a los peregrinos. Enfrente de ese hospital había un cementerio. Todo ese misterio que encierra el sitio me lo quería llevar a la posguerra. La grisura sociopolítica de la época engancha con la atmósfera del hospital. Me he documentado mucho sobre ese momento. Para mí es importante que haya una buena documentación, pero que el lector no lo note, que tenga una inmersión absoluta en ese universo que has construido para él. Llegué a lo de la búsqueda del gen rojo de Vallejo Nájera por ese proceso de investigación. En los años veinte y treinta muchos médicos de ese hospital viajaron a Alemania para formarse, y de ahí surge la trama de los experimentos.
—Lleva ya cinco novelas con esta, pero lo que mucha gente no sabe es que usted es politóloga.
—A mí estudiar esa carrera me ha enriquecido muchísimo. Lo disfruté mucho en la universidad. Estudié esa carrera porque cuando tienes dieciocho años quieres cambiar el mundo. Todo lo que he estudiado, como todo lo que he trabajado, al igual que lo que he vivido, me acompaña y me enriquece a la hora de elaborar tramas, y tengo siempre esa mirada que yo creo que se nota hacia lo social. Siempre miro con esa lente especial que me ha aportado lo que he estudiado
—¿Cómo le ha empujado a escribir la maternidad? ¿Y de qué forma lo ha hecho en este libro en concreto?
—Esta es la quinta novela. Ahora puedo echar la vista atrás en busca de patrones. Está la fortaleza femenina y también aparece la maternidad. Además, en esta novela tan especial tuve que despertar a la niña que hay en mí, tuve que sacudir mi infancia. Por eso es un libro tan íntimo. A mí me ayuda el hecho de ser madre porque siempre digo que los niños ven el mundo con muchos más colores que nosotros. A medida que vamos creciendo perdemos nuestra paleta de colores. Todo se hace un poquito más gris, y los hijos te hacen redescubrir los colores a través de sus ojos. La mirada que tienen ellos me enriquece mucho y me ha ayudado en este caso concreto a despertar a esa niña de siete años que en algún momento fui.
—Incluso en los momentos más trágicos, siempre propone esperanza.
—Creo que estamos muy faltos de esperanza. Los hospitales son esos lugares en los que todos esperan. Todos esperamos frente a esa ventana mirando hacia afuera. Nada puede simbolizar mejor lo que es el concepto de esperanza, que no tiene que ser entendido en clave optimista. Más bien es la esperanza la que nos ayuda a saber cuál es el sentido de la vida. Me considero una persona que tiene mucha esperanza; la he cultivado siempre, espero no perderla nunca, y por eso la ofrezco. Las novelas que escribimos son también un reflejo de algo. Puede ser una inquietud, un anhelo, un deseo, pero siempre hay algo ahí dentro que vas dejando, que necesitas volcarlo y se va quedando ahí. Y ese poso es el que luego va quedando también en el lector. A mí me han quedado muchos posos de libros maravillosos, de grandes novelas que me han enriquecido. Pues eso ahora lo ofrezco. No dejamos de ser eslabones dentro de una cadena.
—Y antes de ese reto, ¿con qué libro va a continuar? ¿Qué está escribiendo?
—La verdad es que este verano estaba trabajando en otra historia. Escribir es una necesidad. Me gusta meterme dentro de esos universos que creo y a los que doy muchas vueltas. Ahora no voy a poder hacerlo porque tengo una gira exigente —algo que haré gustosamente—, pero reconozco que disfruto más del proceso de escribir.






Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: