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Aquellos perdedores modernos

Aquellos perdedores modernos

Un coche recorre los más de mil quinientos kilómetros que separan del condado de Kern, donde se encuentran los áridos yacimientos petrolíferos de California, del estrecho de Puget, en el estado de Washington, uno de esos entrantes del Pacífico norte de tupidos bosques y brumas permanentes. Dos puntos distantes que dan para dos vidas completamente diferentes, la del obrero industrial y la del pianista de familia de posibles, que ha huido, truncando su prometedora carrera, en busca de sí mismo. El viaje esta vez es de regreso para visitar a un padre gravemente enfermo, quizá por última ocasión.

Conduce Jack Nicholson, gafas de aviador, patilla ancha, melena descuidada. A su lado Karen Black, pelo dorado, nariz respingona, canta country y le pregunta a su novio, de la forma más adorable que podamos imaginar, si le gusta. Él responde que sí, riendo amable, en uno de los pocos momentos en que su personaje, el primero protagonista que interpretó Nicholson, no resulta odioso. Hablamos de Five Easy Pieces (Mi vida es mi vida, Bob Rafelson, 1970), una de esas películas que aún se podían permitir llevar a la pantalla personajes que no están escritos para caer bien pero de los que no podemos apartar la mirada.

"Nicholson es, a veces, todo aquello que nos gustaría ser pero a lo que no nos atrevemos"

El espectador está empezando a enterarse, a mitad del metraje, de qué trata la historia, que pensábamos era un drama acerca de un trabajador rebelde, excéntrico y sinvergüenza, comprobando que realmente cuenta el periplo de un tipo que cambió la música clásica por la maquinaria pesada, no sabemos bien por qué, aunque intuimos que por esa insatisfacción, tan magnética como enfermiza, que impide ser de ninguna parte, de ninguna vida. Imaginen esto hoy, donde cualquier película convencional debe haber perfilado a su protagonista a los cinco minutos, dejándole, claro, sin aristas.

Sin embargo, en el nuevo Hollywood las cosas funcionaban de manera muy diferente. Ese periodo del cine americano que va de finales de los sesenta a principios de los ochenta pretendió rodar películas adultas, tratando al espectador como tal, ser ambicioso en lo argumental, hondo en lo sentimental y cuidado en lo estético, además, llegando al gran público como cualquier otro. La clave, supongo, fue entender que a través de la existencia cotidiana, con la que cualquiera se podía identificar, se lograba tratar los conflictos más elevados.

"Al nuevo cine americano, el cual ya cuenta con medio siglo de existencia, se va precisamente a eso, a sentir que estamos menos solos en nuestros conflictos"

Nicholson es, a veces, todo aquello que nos gustaría ser pero a lo que no nos atrevemos, como cuando monta un lío descomunal en un restaurante de carretera, rebelándose ante una norma absurda que le impide tomarse una tortilla fuera de un plato combinado. Otras, sin embargo, es todo lo que nos repele, por su crueldad con una mujer entregada, a la que sabemos que domina por su mayor inteligencia. Lo importante no es que no sepa quién es, por ese inútil egoísmo que desarrollan las personas con el talento desbridado, lo importante es que al espectador le sirve para sentirse menos solo.

Al nuevo cine americano, el cual ya cuenta con medio siglo de existencia, se va precisamente a eso, a sentir que estamos menos solos en nuestros conflictos, en nuestras debilidades, en nuestras faltas. Aunque sus personajes suelen ser más excesivos que la existencia convencional de cualquier espectador —en esta Nicholson se acaba tirando a la mujer de su hermano— nos ofrecen sus defectos para que entendamos mejor que los nuestros no son tan sólo errores, sino errores en desarrollo, susceptibles por tanto de pensarse, de contarse, de enmendarse.

El cine siempre es artificio, siempre debe ser artificio, ya que no es una simple proyección de imágenes en movimiento, un fragmento de realidad, sino el intento de narrar a través de las imágenes, algo que requiere de elipsis, mirada y decisión. Lo que sucede es que, al menos en este cine, el artificio se muestra sincero. Ninguno de nosotros, probablemente, hemos conducido un taxi por Nueva York, hemos sido excombatientes perdidos tras Vietnam o hemos escapado de Anarene, Texas, en busca de destino, pero sentimos como propios los latidos de todas esas películas.

"Creo que la cercanía sentimental reside en que reflejan algo que sí admiro: la vitalidad cultural de la cúspide del siglo XX"

Pensaba, mientras que Nicholson toma un camión con destino al norte, más al norte, el punto y final de Five Easy Pieces, que además de la sinceridad y la adultez debía de haber algo más para que estas películas produjeran en mí el reconocimiento, es decir, el sentir como propio algo que te es ajeno porque de una u otra forma te cuenta. Descartada la nostalgia (nací en los estertores de este impulso) o el apego territorial (mis visitas a Estados Unidos han sido breves y turísticas), creo que la cercanía sentimental reside en que reflejan algo que sí admiro: la vitalidad cultural de la cúspide del siglo XX.

En nuestro presente, cuando las aspiraciones han quedado reducidas a pasearse en taxis negros con pinta de coches de mafioso o ejecutivo, cuando las ideas han sido sustituidas por objetivos, como si todos formáramos parte de un comando de los Boinas Verdes, y cuando los principios son tan endebles como el compromiso social de los que dominan el índice bursátil, uno se siente como en casa en ese nuevo cine americano, ya antiguo, siempre moderno, que dio la oportunidad a los que siempre perdían en la vida para que siguieran perdiendo en la pantalla, pero al menos lo hicieran despertando la admiración de tantos.

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Odir Cunha
Odir Cunha
7 meses hace

La clave, supongo, fue entender que a través de la existencia cotidiana, con la que cualquiera se podía identificar, se lograba tratar los conflictos más elevados (Perfecto!)