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Arturo Pérez-Reverte, el escritor accidental

Arturo Pérez-Reverte, el escritor accidental

El presente artículo trata de la figura y la obra del escritor español Arturo Pérez-Reverte, como novelista y como periodista, pero sobre todo como novelista. Se ofrecen algunas claves importantes de su concepción de la novela, de sus características como narrador, como “contador de historias”. Se ofrecen también dos fragmentos de su obra y varios textos de sus principales estudiosos. El artículo da una visión general de este creador que algunas veces se ha referido a sí mismo como “escritor accidental”, porque considera que nunca tuvo vocación literaria, sino que fueron las circunstancias las que le fueron convirtiendo en escritor, primero aficionado y luego profesional.

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Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, España, 1951) ofrece historias muy interesantes, sobre temas, épocas o personajes que no suelen ser accesibles para el lector, sino que pertenecen a otro ámbito, el de las aventuras, el puramente novelesco, el del cine, el de los sueños. Finalmente es el fruto del talento y del trabajo de un hombre muy imaginativo que conoce bien su oficio, el de escritor, el de novelista, el de hacedor de historias.

El siguiente texto (Pérez-Reverte 2012: 10) da una buena idea de ese mundo en el que se mueven los personajes de Pérez-Reverte y el mismo autor forjando sus historias. El famoso músico De Troeye realiza un crucero con su joven esposa, Mercedes Inzunza, en ese espacio de tiempo tan especial que conocemos como los Felices Años Veinte, entre la Primera y la Segunda Guerra mundial. Estamos en 1928. En un gran barco se encuentran los tres protagonistas principales de la novela de El tango de la Guardia Vieja, uno de sus libros más serios y profundos, en mi opinión.

Algunas miradas se fijaban en él. Una mujer hermosa, con pendientes de esmeraldas, le dedicó un parpadeo de sorpresa admirada. Lo reconocían. La orquesta atacó otro vals lento cuando De Troeye tomaba asiento junto a la mesa donde había un combinado de champaña intacto, próximo a la falsa llama de una vela eléctrica en tulipa de cristal. Desde la pista, entre las parejas que se movían al compás de la música, le sonrió su joven esposa. Mercedes Inzunza, que había llegado al salón veinte minutos antes que él, danzaba en brazos de un joven delgado y apuesto, vestido de etiqueta: el bailarín profesional del barco, encargado de entretener a las señoras de primera clase que viajaban sin pareja o cuyos acompañantes no bailaban. Tras devolverle la sonrisa, De Troeye cruzó las piernas, eligió con cierta afectación un cigarrillo de la pitillera y se puso a fumar.

Es una escena cinematográfica fuera de la cotidianidad del lector común; se desarrolla en un crucero, el escenario es brillante y en absoluto vulgar, y los personajes en primer y segundo plano son interesantes y atractivos, un muy prestigioso músico, su bella mujer y el bailarín profesional del barco, que luego se revelará tan importante en la novela.

El escritor es muy aficionado al cine, y lo utiliza a menudo para inspirarse en sus novelas. El ambiente que desarrolla en el principio de El tango de la Guardia Vieja es muy cinematográfico, parecido al que pudiera haber en el Titanic, por ejemplo. Pérez-Reverte se documenta en revistas de la época, por ejemplo, para conocer la moda y las costumbres del tiempo que reconstruye en su novela, y adquiere objetos —pitilleras, plumas, pistolas…—, objetos que le hacen sentir más en contacto con los tiempos que evoca.

Todo en Pérez-Reverte, si nos fijamos, él mismo, hace que el lector se sienta atraído por sus historias: su vocación internacional, de viajero incansable por el Mediterráneo —con su velero—, por Europa y por el mundo; su condición de gran lector que todo lo lee y todo lo asimila. En Pérez-Reverte se hace cierto algo en mi opinión esencial: el libro es muy importante, pero más importante es el lector que lee ese libro. El libro es el mismo para todos, y es el lector el que lo individualiza, el que le saca todo su potencial. Efectivamente, el lector es creador, pone mucho de sí en el acto de leer, casi podríamos decir el acto de crear. El escritor ha llegado a afirmar que es el lector el que acaba de escribir la novela.

Pérez-Reverte, desde muy pequeño, fue un gran lector. Él mismo dice que se considera “un lector que escribe libros” (Pérez-Reverte, 1995: 283). Afirma que escribe como lector, es decir, utiliza esa capacidad suya de leer, y de leer como él lee, imaginando, volviendo realidad lo leído, un peculiar tipo de realidad —que es lo que hacía, en sus juegos, cuando era niño—. En el fondo, Pérez-Reverte ha seguido jugando con sus propios libros, escribiéndolos, como lo hacía de pequeño. Él se sentía atraído por las historias de sus cómics, de sus novelas, y quería ser parte de todo ello; quería penetrar en esos mundos y ser uno más entre sus personajes, o fundirse con alguno de sus protagonistas, como por ejemplo, muy destacadamente, Tintín. Algo similar hará de mayor cuando tenga que forjar sus novelas, porque Pérez-Reverte vive lo que escribe y escribe lo que vive, con lo que se puede decir que ambos territorios están comunicados, íntimamente, como vasos comunicantes, o mejor dicho que todo forma un mismo lago, un mismo mar, un mismo océano, el de la vida y la imaginación.

Las historias de Pérez-Reverte no son las propias de la cotidianidad, aunque tengan elementos que sí lo sean.  El lector encuentra en ellas lo que no suele encontrar en su vida todos los días, en mi opinión, y por eso le atraen tanto, por eso le sirven de escape, en el mejor sentido —en el sentido más literario y novelesco—, de sus vidas, a menudo llenas de contrariedades, de problemas, de enfermedades. Todo esto también se encuentra en las novelas de Pérez-Reverte, pero se halla despegado del lector en un territorio que más bien pertenece al de los sueños, como apuntaba al principio, al de las grandes películas de Hollywood, y por eso el cine se ha fijado tanto en las novelas de Pérez-Reverte. El cine y la televisión, películas y series, ahora éstas últimas cada vez más frecuentes.

El lector se encuentra muy cómodo en estas ficciones, porque no le son ajenas, sin embargo; antes bien, por el arte del narrador, se introduce en ellas, participa de ellas, al igual que lo ha hecho el autor para escribirlas. Pienso ahora que para que estas novelas le lleguen al lector antes las ha tenido que vivir el escritor, que pasarlas por todo su ser, desde que las documentó hasta que las escribió, pasando por cierto diseño previo, que sin duda lo tienen.

¿Y cómo vive sus novelas el escritor? Para empezar elaborándolas dentro de sí a lo largo del tiempo, a lo largo de los años. Las historias, las novelas, acompañan al autor, van con él allá donde va, incluso cuando no lo advierte.

Pérez-Reverte sostiene que son las novelas las que le dicen que quieren que las escriba, y cuándo deben ser escritas. A menudo se gestan sin que se dé cuenta el escritor, como digo. Hay temas que le interesan, que los va desarrollando dentro de sí, haciendo acopio de documentación, o hablando con gente que le va informando —tal ha sido el caso de El italiano, su última novela hasta la fecha—, hasta que llega el día que esa novela llama su atención y le dice que quiere ser escrita, como si la historia estuviera madura y se desprendiera con naturalidad del árbol de las historias.

La forma que tiene de trasladar esas historias, esos mundos, al papel, no puede ser más correcta para sus propósitos, y el objetivo al final es la propia historia, y por ende el lector. Es una prosa la suya que no llama la atención sobre sí misma, muy funcional, un prosa puesta al servicio de la narración, también de la descripción, cuando es necesario, del puro arte de la novela; una prosa en la línea de los grandes maestros del género, de sus más admirados novelistas, como pueden ser Dumas o Galdós. Pero aunque sea una prosa funcional, en el mejor sentido de la expresión, eso no significa que no sea por supuesto una prosa cuidada, muy cuidada, fruto de varias versiones del original, de una gran vigilancia, de un gran esfuerzo por parte del escritor para que sea una fiel transmisora, generadora y ejecutora de todos los mecanismos que logran que un relato tome forma y atrape al lector.

Considero que esto precisamente es una de las principales aportaciones de Arturo Pérez-Reverte con sus novelas. El escritor ofrece relatos normalmente extensos, o muy extensos —aunque también ha escrito novelas cortas y relatos breves con éxito—, que tienen la gran cualidad de atrapar al lector. Son novelas que podríamos calificar, sin exagerar, de apasionantes, novelas en las que el escritor se ha empleado a fondo, dedicándoles normalmente dos años de su vida a prepararlas, a documentarlas, a pensarlas —incluso a viajarlas—, y a escribirlas. Últimamente ha tardado menos con sus últimas ficciones extensas debido a la pandemia y al confinamiento que hemos tenido; ha dispuesto de más tiempo para trabajar en su casa, en su biblioteca.

Son historias que sacan al lector de su realidad habitual, ya sea porque lo llevan a otra época, como sucede en El asedio o El maestro de esgrima, El italiano o Falcó, ya sea porque manteniéndolo en su mismo tiempo le enseñan dimensiones distintas de él o ámbitos que le son desconocidos, pero que le resultan muy atractivos, por ejemplo La tabla de Flandes, El club Dumas o La carta esférica. Además, se adivina que el autor comparte con el lector esa fascinación, porque como dije antes y conviene repetir, Pérez-Reverte escribe como tal, es decir, trabaja sus novelas como lector, e indaga lo que a él más le interesa como lector, precisamente para ofrecérselo a su propio lector —muy asimilado—, que disfruta con sus historias, historias que descansan sobre una gran documentación, pero sin que ésta se haga notar más allá de los resultados que producen. Como ha declarado en alguna entrevista el propio escritor, él utiliza “andamios” para hacer sus novelas, pero luego, en la versión final, los quita.

Por otra parte, en su caso es difícil hablar de novelas históricas, y él ha rechazado este membrete en ocasiones, dando a entender que sus novelas no lo son, o no lo son exactamente, y esto es así porque lo que más le interesa a Pérez-Reverte no es la época, sino la propia novela, los personajes, sus actuaciones, las tramas que los envuelven. Él utiliza la Historia como escenario en sentido amplio, para desarrollar allí sus historias, pero éstas se integran perfectamente en el tiempo correspondiente. Así, por ejemplo, en El tango de la Guardia Vieja, donde realizó una gran investigación histórica —que luego volvería a utilizar en Falcó, aprovechando ese trabajo—, pero lo que a él le importaba era la historia de sus personajes, una historia, eso sí, perfectamente ambientada.

Un ejemplo muy claro de esto es la saga de El capitán Alatriste, donde la ambientación histórica, la ambientación en general, está tan cuidada, pero siempre al servicio de la historia de los personajes. El siguiente texto pertenece a El capitán Alatriste (Pérez-Reverte 2019: 188-189), la primera novela de la saga.

A don Francisco de Quevedo, eso pude entenderlo más tarde, le dolía mucho España. Una España todavía temible en el exterior, pero que a pesar de la pompa y el artificio, de nuestro joven y simpático rey, de nuestro orgullo nacional y nuestros heroicos hechos de armas, se había echado a dormir confiada en el oro y la plata que traían los galeones de Indias. Pero ese oro y esa plata se perdían en manos de la aristocracia, el funcionariado y el clero, perezosos, maleados e improductivos, y se derrochaban en vanas empresas como mantener la costosa guerra reanudada en Flandes, donde poner una pica, o sea, un nuevo piquero o soldado, costaba un ojo de la cara. Hasta los holandeses, a quienes combatíamos, nos vendían sus productos manufacturados y tenían arreglos comerciales en el mismísimo Cádiz para hacerse con los metales preciosos que nuestros barcos, tras esquivar a sus piratas, traían desde Poniente.

En una ocasión le dije que él, por su amplia cultura y por su amor a los libros, podría haber sido un filólogo, pero él me contestó claramente que él era “un contador de historias”. Esto se percibe claramente no sólo en sus novelas, sino también en sus artículos bajo el título de Patente de corso publicados en XL Semanal desde hace unos treinta años. Son historias de la actualidad, realmente más de su propia actualidad, su presente de cada momento, historias referidas a hechos y personajes que le llaman la atención, o lecturas propias, relatos que tienen mucho que ver con su pasado, con su sensibilidad, su forma de ver la vida, o que él pasa por esos particulares prismas.

Uno de sus principales estudiosos, José Luis Martín Nogales, que ha preparado varias selecciones de artículos suyos para Alfaguara (desde Patente de corso a Cuando éramos honrados mercenarios, la última aparecida hasta ahora de este tipo), lo ha identificado como un moderno Larra, por su mirada y crítica, su calidad literaria y su destacado papel en la prensa española, sabiendo llegar con increíble fuerza al público español, y no sólo español, pues Pérez-Reverte es un escritor internacional, y sus artículos, no sólo sus novelas, se leen mucho fuera de España.

En el siguiente fragmento de su prólogo a Patente de corso, Martín Nogales (2017: 18), encuadra el artículo de Pérez-Reverte dentro de la rica tradición del artículo literario español:

Pérez-Reverte conecta con esa tradición literaria, que es la más rica del articulismo español: aquella que arranca de la literatura costumbrista del siglo XIX, adquiere su mejor expresión en la prosa de Larra, es continuada por los autores del 98, se consolida con nuevas perspectivas en las Glosas de Eugenio d’Ors y en los artículos de Ortega (no olvidemos que La rebelión de las masas apareció inicialmente en los folletones de El Sol en 1929), sobrevive a través del magisterio de autores como González-Ruano y resurge con una fuerza considerable a mediados de la década de los años setenta.

Los dos principales profesores que han estudiado su obra, aparte de Martín Nogales, son José Belmonte Serrano, director de la Cátedra Arturo Pérez-Reverte de la Universidad de Murcia, y Alexis Grohmann, catedrático de la Universidad de Edimburgo, que en Las reglas del juego de Arturo Pérez-Reverte ha profundizado en su obra literaria tomando como corpus su producción novelística hasta El pintor de batallas, sin contar El capitán Alatriste, corpus lo suficientemente amplio y significativo como para que el estudioso pueda tratar la obra de Arturo Pérez-Reverte con pleno conocimiento de causa.

En este fragmento podemos apreciar con qué detalle ha estudiado Grohmann (2019: 15) la obra del novelista español.

El estudio cuidadoso de cada novela me ha permitido, creo, extraer las claves de cada una de ellas para una interpretación cabal, en gran medida porque no he hecho sino atenerme y sacar a la luz la propia interpretación que cada novela revertiana ya contiene; reparar en elementos poco o nada estudiados; y “descubrir” muchos nuevos. De este modo, por ejemplo, siempre a través del prisma del juego, emerge no sólo la figura del héroe cansado y su paulatino desarrollo, la importancia de los personajes femeninos y de los personajes secundarios, incluyendo a un perro, por cierto, o la envergadura de los arquetipos puestos al día; sino, asimismo, el alcance de la figura retórica de la onomatopeya; la trascendencia de los refranes, de los aforismos y del pensamiento literario notable en su literatura; la relevancia crucial en varios aspectos de los cómics o de las historietas de Tintin (o Tintín) en particular.

Se puede decir que el libro de Grohmann, Las reglas del juego de Arturo Pérez-Reverte, es un valioso estudio hecho con calma y buen oficio de exégeta literario, sobre la obra narrativa del escritor, escrito además en un excelente español.

Ya en Arturo Pérez-Reverte: La sonrisa del cazador Belmonte Serrano (2002: 27 y 28) daba claves tan importantes sobre la obra revertiana como las que contienen las siguientes líneas. Aunque son especialmente válidas para sus primeras novelas, no dejan de ser una orientación para el resto de su obra.

Arturo Pérez-Reverte concibe la novela como un misterio que hay que resolver, como un juego de enigmas con el que pretende que el lector participe. “La suya —ha escrito con razón José Luis Martín Nogales— es una literatura fácil, popular, en el buen sentido del término, que satisface expectativas de lectores variados” (Diario de Navarra, 11 de junio de 1993). Aunque es verdad que Pérez-Reverte escribe para divertirse, como él mismo ha manifestado, no es menos cierto que el lector, con cuya complicidad nuestro autor siempre cuenta, también participa de la fiesta. En el juego está la clave, la solución de la mayor parte de sus novelas. Balkan lo explica: “Cuando hay literatura por medio, el lector inteligente puede disfrutar hasta con la estrategia que lo convierte en víctima. Y soy de los que creen que la diversión es un móvil excelente para jugar. También para leer una historia, o escribirla.”

Arturo Pérez-Reverte se ha llamado a sí mismo “escritor accidental”, porque según él nunca tuvo vocación literaria ni pensó dedicarse a escribir profesionalmente. Él fue siempre un gran aficionado a los libros y a la lectura, y los libros le han acompañado durante toda su vida, pero jamás pensó dedicarse a la escritura. Fue el éxito creciente de sus novelas —sobre todo a partir de La tabla de Flandes (1990) y El club Dumas (1993), que lo convierten en un best seller internacional— el que le decide a dedicarse profesionalmente a la escritura. Discrepancias con los directivos de Radio Televisión Española de la época (en torno a 1994, que es cuando publica Territorio comanche) son el motivo principal de que abandone el llamado periodismo de acción, el reporterismo de guerra, que era su auténtico trabajo, y le animan a convertir lo que para él era una afición en un verdadero oficio con el que ganarse la vida. Prueba de que acertó con esta decisión es que ha conseguido ganársela, y mucho más que eso, hasta el día de hoy, obteniendo además numerosos premios —los más recientes los muy prestigiosos Mariano de Cavia de articulismo, que otorga el diario ABC (2019), y el Premio de la Crítica española (2020) por Línea de fuego—, siendo elegido miembro de la Real Academia Española (2003).

Sus tres últimas novelas publicadas, con gran éxito en España, son Sidi (2019), Línea de fuego (2020) y El italiano (2021). La primera trata del héroe medieval castellano Cid Campeador, la segunda sobre la batalla del Ebro, la más importante de la Guerra Civil española, y la tercera cuenta a partir de hechos reales un episodio muy interesante de la Segunda Guerra Mundial que tiene lugar en la bahía de Algeciras (Cádiz, España).

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El presente artículo ha sido publicado en el libro Alcances, recuerdos y sueños filológicos: 60 años de Filología Hispánica en la Universidad de Sofía San Clemente de Ohrid (Sofía, Editorial Universitaria San Clemente de Ohrid, 2023).

BIBLIOGRAFÍA

Belmonte Serrano, J. (2002): Arturo Pérez-Reverte: la sonrisa del cazador. Murcia: Nausícaä, 2002.

Grohmann, A (2019): Las reglas del juego de Arturo Pérez-Reverte. Murcia: Universidad de Murcia.

Martín Nogales, J.L. (2017): “Larra en los Balcanes”, prólogo a Patente de corso, 13-29. Madrid: Alfaguara.

Pérez-Reverte, A (1994): La tabla de Flandes. Barcelona: Círculo de Lectores.

Pérez-Reverte, A (1995): Los héroes cansados. Madrid: Espasa Calpe.

Pérez-Reverte, A (1995): El club Dumas. Barcelona: Círculo de Lectores.

Pérez-Reverte, A (2009): El capitán Alatriste. Edición especial anotada por Alberto Montaner. Madrid: Alfaguara.

Pérez-Reverte, A (2010): El asedio. Barcelona: Círculo de Lectores.

Pérez-Reverte, A (2012): El tango de la guardia vieja. Madrid: Alfaguara.

Pérez-Reverte, A (2017): Patente de corso. Alfaguara: Madrid.

Pérez-Reverte, A (2019): Sidi. Alfaguara: Madrid.

Pérez-Reverte, A (2020): Línea de fuego. Alfaguara: Madrid.

Pérez-Reverte, A (2021): El italiano. Madrid: Alfaguara.

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Mary Taverneir
Mary Taverneir
10 meses hace

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