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Bajar al callejón

Hay novelas que ponen al inicio una clave que puede ser relevante o puede pasar desapercibida, como un pin en la solapa de una americana, sin que la historia se resienta. Sucede, por ejemplo, al inicio de El sueño eterno, cuando Phillip Marlowe nos explica cómo iba vestido aquella mañana: llevaba un traje “azul plomizo con camisa azul oscuro, corbata y vistoso pañuelo fuera del bolsillo” y confiesa que “estaba aseado, limpio, afeitado y sereno, y no me importaba que se notase”. Con cierta gracia, Chandler nos indica que esa indumentaria y esa actitud (la sobriedad) no son las que su personaje tiene por costumbre, y después nos explica por qué las ha adoptado: “iba a visitar a cuatro millones de dólares”. De la misma manera, Patrick Kenzie, al inicio de Un trago antes de la batalla, nos informa de que “iba un poco retrasado con la colada, con lo que mis vaqueros podrían haber echado a andar solos hacia el metro” y que, por ese motivo, para su cita en el Hotel Ritz-Carlton, iba a ponerse un traje cruzado de Armani: “en menos que canta un gallo estaba listo para salir en la portada de GQ”. Ambos inicios tienen algo en común, un credo que es, a la vez, una reivindicación social y una defensa de la lucidez que nos aporta la ficción: uno tiene que disfrazarse, que fingir, para interactuar con la clase alta y llegar así a descubrir crudas realidades que atraviesan de arriba a abajo el sistema.

"Lehanne recupera el hardboiled de los buenos tiempos y se lo lleva al Boston de los años 90: los personajes calzan Air Jordan, conducen Lexus, disparan Uzis y, si son afroamericanos, llevan esos tupés que parecen bloques rectos de feldespato"

Salamandra ha recuperado la primera novela de Dennis Lehane, con la que inaugura la serie de los detectives Kenzie y Gennaro, dando pistoletazo de salida a una carrera fulgurante como novelista y guionista de cine y televisión. A veces es difícil ser totalmente justo con la ópera prima de un escritor consagrado porque cuesta aislarla de todo lo que vendrá después y poner la atención en las meras aptitudes de un autor que debuta (el Proust de Jean Santeuil aún no sabe exactamente en qué va a consistir eso de ser Proust, por ejemplo). Pero incluso si logramos el ejercicio mental de aislar esta novela de Mystic River, Shutter Island y el resto de la bibliografía de su autor, Un trago antes de la guerra se nos revela como una obra suficientemente madura y bien escrita como para brillar por sí misma.

En ella, los detectives Patrick Kenzie y Angie Gennaro van a investigar lo que parece que va a ser un caso fácil: unos senadores quieren recuperar unos documentos confidenciales que una kelly de raza negra ha robado a uno de ellos. Logran localizar a la mujer y acompañarla al banco en el que guarda su botín, que resultan ser unas fotografías comprometedoras. Pero en el momento en el que se las entrega a Kenzie, un pandillero acribilla a tiros a la mujer e intenta liquidar también al detective. Se abre así una segunda fase de la investigación más profunda, que desatará una guerra entre pandillas urbanas y llevará a los protagonistas a bucear en las alcantarillas políticas de la ciudad.

"Hasta los personajes secundarios actúan movidos por profundas motivaciones: en esta historia, cuando alguien recibe un tiro cae con todo su pasado"

Lehanne recupera el hardboiled de los buenos tiempos y se lo lleva al Boston de los años 90: los personajes calzan Air Jordan, conducen Lexus, disparan Uzis y, si son afroamericanos, llevan esos tupés que parecen bloques rectos de feldespato, con dos finas rayas rasuradas a la altura de las sienes. Tanto los diálogos como las descripciones de los barrios y los personajes están teñidas de un humor cínico y desapegado que sirve para aligerar el ritmo de la prosa, ya de por sí endiablado por los giros de la trama y las escenas de acción. “Hay que sacar el asesinato del jarrón veneciano y depositarlo en el callejón”, decía el viejo adagio de los años cincuenta para diferenciar el noir americano de los relatos de detectives europeos. Pues bien, Lehanne baja a ese callejón armado hasta los dientes y hace que sus personajes vacíen sus cargadores contra la chapa de los vehículos, los ventanales de los centros comerciales y los cuerpos de sus perseguidores. Sin embargo, no se trata de G.I. Joes sin alma, como en las peores películas de Steven Seagal: tras la balacera y el prescriptivo paso por el hospital, vuelven a casa, se abren una cerveza y miran por la ventana. Hablan con otros personajes sobre expectativas no cumplidas o repasan episodios del pasado que ni siquiera el zumbido de las balas y la milagrosa vuelta a la rutina han logrado borrar. Patrick Kenzie vive bajo la sombra inapelable de un padre heroico (un bombero aclamado por la prensa local) que lo maltrataba cuando era un niño. Angie Gennaro vive sometida a la violencia doméstica de un patán del que está enamorada. Criados en el lado blanco de Dorchester, un barrio obrero de Boston, Angie y Patrick forman una pareja de detectives duros e inteligentes entre los que hay química y una especie de equilibrio de caracteres. Su relación, forjada en las largas esperas frente a un portal y las persecuciones frenéticas saltando vallas de patios traseros, va evolucionando a lo largo de la novela y los lleva a entender hasta qué punto se necesitan el uno al otro. Hasta los personajes secundarios actúan movidos por profundas motivaciones: en esta historia, cuando alguien recibe un tiro cae con todo su pasado.

En la mejor tradición del género, Un trago antes de la batalla es una novela que, con la excusa de una trama ágil y aparentemente superficial, nos habla del racismo, de la familia, del amor, la corrupción del poder y el orgullo de los humildes. “Todo lenguaje comienza con el lenguaje hablado, y en especial con el que habla la gente común”, se dice en El Simple arte de matar, por volver a Chandler. Y de eso se trata: de explicar la naturaleza humana, de Odiseo a Elon Musk, a través de lo que uno lee en los periódicos o percibe en su entorno. De poner, sobre la sofisticación de un traje de Armani, la cómoda rutina de un chándal.

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Autor: Dennis Lehane. Título: Un trago antes de la guerra. Traducción: Eduardo Hojman. Editorial: Salamandra. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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