Le temo a la noche. Me aterra cada día un poco más. Cómo progresivamente se atenúa la luz, o seré yo, perdiendo poco a poco la vista o la cordura. Él besa mi frente, jura que siempre estará aquí para protegerme de la noche, acaricia mi pelo con su mano izquierda. Con la derecha gira sutilmente la llave de la lámpara.
(Luz de gas, de Lorena Escudero)
El proyecto ¡Basta!, iniciado en Chile por la escritora Pía Barros, nació como un acto de rebelión literaria frente a la violencia de género. No buscaba ser un libro más, sino una intervención directa en la conciencia colectiva: una colección de microficciones capaces de atravesar al lector con apenas unas líneas. Lo que comenzó como un gesto editorial desde el taller Ergo Sum y el sello Asterión Ediciones se convirtió con el tiempo en una red internacional de escritura de denuncia. Hoy, con su edición española publicada por Jot Down Books, el proyecto vuelve a renacer, como si cada geografía volviera a pronunciar la misma palabra: Basta.
El comité editorial capitaneado por Pía Barros entendió desde el principio que la literatura podía convertirse en un espacio político real, no un refugio distante del conflicto. Por eso, desde talleres y reuniones semiclandestinas, comenzaron a circular folletos y pequeños volúmenes que abordaban la violencia de género con un enfoque feminista que, en los años ochenta, aún vivía bajo la sombra de la dictadura. Esa tradición de escritura marginal fue extendiéndose, y cuando llegó la primera edición de ¡Basta!, el formato de microrrelato permitió concentrar una multiplicidad de voces en un libro coral, intenso, lleno de urgencias.
Lo más impresionante del proyecto es esa polifonía. No hay solo una forma de nombrar la violencia, y la antología lo demuestra: los relatos se contradicen, se enfrentan, dialogan sin necesidad de ponerse de acuerdo. Esa diversidad estilística y temática fortalece el libro, porque muestra que la violencia no es un fenómeno aislado ni uniforme, sino una constelación de vivencias. Hay textos que avanzan con crudeza directa, otros que optan por la metáfora, otros que muestran el miedo desde una aparente calma. Juntos configuran un mapa de heridas que rara vez ocupa tanto espacio en la conversación pública.
La llegada de ¡Basta! a España, con una edición que conserva el espíritu original, vuelve a subrayar que la violencia de género no entiende de fronteras. La antología opera como un puente entre continentes, un modo de revelar que los mecanismos del abuso —físico, psicológico, económico, simbólico— son sorprendentemente parecidos en distintos lugares del mundo. Que el proyecto viaje también significa que viaja la memoria, y que quienes antes escribían desde una orilla hoy se leen desde muchas otras. Y, como toda cartografía que se rehace, el territorio cambia: ya no es solo Chile hablando consigo mismo, sino una comunidad más amplia buscando nuevas formas de decir lo mismo con distinta voz.
La microficción, desde que Monterroso la popularizó, ofrece una cualidad peculiar: esa capacidad de contener una vida entera en un párrafo. Una frase puede ser detonadora, un verbo puede levantar un pasado, un silencio puede funcionar como testimonio. Muchos lectores se sorprenden de lo que puede lograrse con tan pocas palabras, pero ese impacto es precisamente el que busca la antología. No hay espacio para rodeos. Los relatos funcionan como pequeñas esquirlas de realidad que se clavan en quien los lee. Si no duelen, no funcionan. Esa es la premisa, y ese es su efecto.
Este carácter urgente convierte la lectura en una experiencia tensa, incómoda por momentos, necesaria siempre. No es un libro que uno abra para distraerse, como quien decide conectarse a casinos online para pasar el rato. La comparación, llevada al extremo, sirve para iluminar lo contrario: ¡Basta! no permite distracciones. No ofrece escapismo. Reclama una atención ética. Exige que el lector se detenga ante cada fragmento y reconozca, no ya una historia lejana, sino algo que podría estar ocurriendo a un metro de distancia.
La edición española suma su propio contexto. Aquí también hay historias de violencia sostenida por estructuras que se mantienen en el tiempo, silencios impuestos por tradiciones culturales, desigualdades normalizadas. Que la antología circule por nuestras librerías significa que esa conversación debe abrirse, ampliarse, multiplicarse. Los relatos no son solo literatura: también son herramienta educativa, memoria feminista, archivo emocional de un problema que todavía atraviesa todas las capas de la sociedad.
La expansión internacional de ¡Basta! es, al final, un recordatorio de que la literatura puede convertirse en movimiento. Cada microrrelato es un latido. Cada edición, un nuevo cuerpo. Y cada lectura, un acto político, íntimo y colectivo a la vez. A través de voces diversas que, juntas, dicen Basta, la microficción consolida su papel como un lenguaje capaz de desnudar la violencia y, al hacerlo, abrir un espacio para que otras voces, otras historias y otras resistencias puedan ser escuchadas.


Chile no hablaba consigo mismo. Desde todos los países de Latinoamérica hemos respondido con nuestras microficciones a Basta …