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Benjamin Labatut: «Tengamos más miedo de nuestra propia razón que de chatGPT»  

Benjamin Labatut: «Tengamos más miedo de nuestra propia razón que de chatGPT»   

El ser humano más inteligente del siglo XX sólo fue superado en una ocasión, pero eso cambió su vida —y la nuestra— para siempre. Septiembre de 1930. Concluye el último día de la conferencia en Königsberg, que ha reunido a los mejores matemáticos del momento. Los participantes ya están en pie para marcharse cuando alguien pide la palabra. «Yo cre-creo que podemos po-po-postular, de-de-dentro de cualquier sistema formal co-co-consistente, un enunciado que es ve-ve-verdadero pero que-que-que no se puede probar con las reglas de ese mismo sistema». Nadie entendió lo que el joven austriaco Kurt Gödel acababa de decir. Menos una persona que sintió al escucharlo como si estuviera sufriendo un ataque al corazón. Se trataba del matemático húngaro John von Neumann. Su sueño, y el de tantos otros, de dar una base axiomática indestructible a las matemáticas acababa de ser destruido. Tras ser derrotado por Gödel, Von Neumann abandonó el estudio de los fundamentos de las matemáticas y dirigió su sobrehumana capacidad a otros dos proyectos a los que daría el empujón definitivo. Uno sería la bomba atómica. El otro, los ordenadores.

MANIAC (Anagrama), del chileno de origen holandés Benjamin Labatut (1980), derrocha pasajes tan espectaculares como este, momentos en la historia del siglo XX en los que los avances científicos aumentaron muestran comprensión de la realidad al tiempo que abrieron nuevos e insondables abismos de ignorancia. Si en 2020, con esa joya que es Un verdor terrible, el por entonces desconocido Labatut se convertía en la novedad literaria internacional más importante del año, ahora confirma las expectativas con una novela más redonda que conserva todo el sentido de la maravilla de aquella obra. En MANIAC se suceden tres historias: la tragedia del físico austriaco Paul Ehrenfest, la increíble vida del citado Von Neumann y la batalla final entre el hombre y la máquina —en vísperas de la IA— que libró el jugador de Go coreano Lee Sedol.

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—Mientras leía MANIAC no paraba de recordar una cosa que dice Chesterton: «No son los poetas los que se vuelven locos, sino los matemáticos». ¿No hay locura mayor que la de la razón pura, desprovista de cualquier amortiguador emocional?

"Cuando intentas atrapar la esencia de algo con las matemáticas hay una parte de ese algo que te infecta a ti también"

—Cualquier persona que deconstruye el mundo con símbolos, sean números o palabras, está corriendo un riesgo, porque toda experiencia mediada desnuda el funcionamiento de tu mente. Solemos asociar la poesía con una cierta entrega al delirio, un uso del lenguaje que deja de ser natural y se vuelve extraordinariamente poderoso, que afila el lenguaje y lo convierte en un arma para penetrar en los aspectos más profundos de la realidad. Y cuando uno empuja a la realidad, la realidad empuja de vuelta, no está ahí quieta esperando a que la comprendamos. Eso también ocurre con las matemáticas. Cuando intentas atrapar la esencia de algo con las matemáticas hay una parte de ese algo que te infecta a ti también. En ese sentido, de todos los tipos de lenguaje que ha desarrollado el ser humano, las matemáticas es el más poderoso. También el más peligroso. La comprensión que nos da del mundo acarrea consecuencias.

—¿Cómo lo haces, Benjamin? He pensado mucho en por qué me fascina tanto lo que haces y he llegado a una conclusión que quiero compartir contigo. Creo que has entendido muy bien y llevado a sus últimas consecuencias que nuestros dioses y mitos modernos son la ciencia y la técnica.

—Resulta inevitable que, en el momento en que nosotros espantamos a los dioses y decidimos dejar de apelar a ellos para comprender la realidad, toda la estructura que habíamos montado en nuestro interior para que nos habitaran queda disponible para otros contenidos. Los dioses son herramientas para interactuar con el mundo, que reflejan diversos aspectos. Cada vez que se pierde un dios es como si perdiéramos la obra de un autor importante. La postura realista que niega la existencia de cualquier cosa que no exista niega el hecho de la operación mental. Para mí el acercamiento definitivo que se dio a todo esto lo propuso Alan Moore cuando dijo que el único lugar donde los dioses estaban inevitablemente vivos en toda su gloria y terror era la mente humana. Un agujero negro es un aspecto de la teoría de la Relatividad General y también está dotado de asociaciones y metáforas muy antiguas. Los vampiros y ciertas ecuaciones son igualmente fantasmales. La mente humana tiene capas y capas de sentido que la ciencia intenta separar por pura utilidad. Buscamos la pureza final y, sin embargo, cada vez que creemos llegar al fondo el abismo se abre más y más. Y surgen nuevas entidades y aspectos del ser que creíamos haber exorcizado hace tiempo. Debemos sostener la contradicción.

—»Para los griegos, seguía Nelly, desvelar lo irracional era un crimen imperdonable, un sacrilegio contra todo lo sagrado, y divulgar ese saber está penado con la muerte». ¿Nos asusta tanto la irracionalidad porque en el fondo no somos racionales?

"Los griegos creían en la armonía del cosmos, por lo que si hallaban algo que no podía ponerse en relación con el resto, rompe el cosmos, y por eso se pena con la muerte"

—Pero ojo, no se refiere a lo irracional como irracionalidad o sinrazón sino como aquello que está fuera de toda medida, que excede la proporción. Porque lo racional es aquello que existe con respecto a una medida. Los griegos creían en la armonía del cosmos, por lo que si hallaban algo que no podía ponerse en relación con el resto, rompe el cosmos, y por eso se pena con la muerte. Tal es el pecado fundamental. Cuatro hombres dan martillazos y de pronto suena un quinto. ¿Qué está pasando ahí? Los griegos no lo aceptaban, pero una vez que lo hicimos llegó un momento de libertad brutal, como demuestra el arte moderno. Pintura sin pintura, música sin sonido, maneras de percibirnos que suponen una apertura gigantesca pero también una desvalorización total. Perdemos cualquier acceso a la verdad.

—La tragedia de Paul Ehrenfest, creo, es la falta de paciencia. Me recuerda a Stefan Zweig, a Walter Benjamin, a aquellos que se mataron porque pensaban que íbamos a perder. Pero ganamos. ¿No es de alguna forma la inteligencia una suerte de impaciencia?

—Mire, Kafka lo dijo mejor.

—Seguramente.

—Kafka dijo que por impaciencia fuimos expulsados del paraíso y por impaciencia no podremos regresar. Y sin embargo la impaciencia es también un don, algo que no puedes aprender, algo que viene con el carácter. La gente muy paciente es muy peligrosa. No hay nada peor que un enemigo paciente. Imagine que aparece de pronto un viajero del futuro cuando Walter Benjamin estaba en el infierno y le dice: «Walter, aguanta que vamos a ganarle a los nazis». Y él responde: «¿Qué importa el futuro? El infierno se vive en el presente». Los que sufren, sufren ahora y la paciencia no es para ellos ninguna solución. A mí me gustan los impacientes que viven el ahora con absoluta intensidad y ardor, lo que les permite conseguir auténticas proezas pero también les cuesta el alma. O la vida. Esos son los personajes que busco.

—Von Neumann resuelve la paradoja de Fermi. Los extraterrestres ya están aquí, son los húngaros. Su inteligencia alienígena parece fuera de toda comprensión. De hecho, las diferentes voces que hablan de él padecen una incomprensión esencial. ¿Alguien fuera de toda medida no es alguien indefinible?

"El arte vela la verdad, no la expone como la ciencia o la filosofía. Por eso la mayoría de los grandes maestros, como Bergman o Kurosawa, oscurecen las cosas"

—La literatura no debe categorizar sino apuntar al misterio. Su ventaja esencial es que no está condenada por la necesidad de comprender y explicar. La literatura es una inteligencia participativa, un impulso similar a la espiritualidad, en el sentido de que lo que uno busca con ella es participar del misterio, no racionalizarlo ni disminuirlo. El arte vela la verdad, no la expone como la ciencia o la filosofía. Por eso la mayoría de los grandes maestros, como Bergman o Kurosawa, oscurecen las cosas. Tal es el poco poder del arte, de la literatura, espesar las cosas para que uno pueda ver lo invisible. Una buena novela debería dejarte confundido, desbordado, en éxtasis. En ese sentido, Von Neumann es de esos raros seres cuya existencia nos presenta a todos un misterio. También para la gente que le rodea.

—El ser humano más inteligente del siglo XX sólo fue superado en una ocasión, pero eso cambió su vida —y la nuestra— para siempre. Tras ser derrotado por Gödel, Von Neumann abandonó también para siempre el estudio de los fundamentos de las matemáticas y dirigió su sobrehumana capacidad a otros dos proyectos, a los que daría el empujón definitivo. Uno sería la bomba atómica. El otro los ordenadores… ¿Fue la frustración que configuró nuestro presente?

—Confieso que exageré un poco el cambio que se da en ese momento en Von Neumann para que la gente comprendiera hasta qué punto fue transformador lo que logró Gödel. Gödel nos plantea un mundo que se parece mucho a como yo creo que la mayoría de nosotros experimentamos el mundo: o aceptamos verdades que no podemos probar o aceptamos que una cosa y su opuesto sean ciertas a la vez. Es impresionante que algo salido de la matemática más abstracta sea tan aplicable a nuestra vida cotidiana. A los misterios a los que nos enfrentamos en el día a día. Ahora, lo que le ocurrió a Von Neumann, y un poco a todos, es que la gente enamorada del mundo desde niños y que busca a Dios o la verdad, una luz sin atenuación, es algo muy propio de la adolescencia, de quien adolece, esto es, quien vive con intensidad. Y luego, de alguna manera tienes que aceptar los límites de tu comprensión. Y eso es muy duro. Saber que nunca entenderemos la realidad te rompe el corazón. Y entonces, ante el misterio, bajas la vista. Y te ves los pies. Ves el suelo. Ves el mundo. Y aún queda mucho por hacer en lo mundano. En el amor que sientes hacia tus hijos. Von Neumann buscó los fundamentos en su juventud y luego ya pudo desplegar su creatividad. Y eso lo logró gracias a que Gödel lo venció. Eso es fundamental. Nuestro problema es que no tenemos suficientes enemigos.

—Hay una paradoja fascinante en el desapego emocional de Von Neumann. Sólo postulando sin emoción alguna la destrucción de la especie humana pudo hallar la solución: el equilibrio del terror. ¿Demuestra su caso que lo verdaderamente peligroso son las buenas intenciones?

"Si hay una opción de matar a veinte millones y otra de matar a trescientos millones, optemos por la primera"

—Eso es estrictamente cierto desde el punto de vista matemático. Las buenas intenciones pavimentan el camino por una razón, y es que nuestras buenas intenciones siempre vienen teñidas de muchas otras cosas: deseos, voluntades, pulsiones, asuntos oscuros. Apenas buscas lo bueno surge toda la maldad. Cuando señalas el bien abres la puerta inmediatamente a todos los demonios. El Buda lo explica de forma muy clara. Por eso yo, en términos éticos, aunque cojo muchas cosas de Occidente, o del cristianismo, que me parecen maravillosas, también hallo una sabiduría esencial en el taoísmo, que advierte que no puedes agregar una gota de bien al mundo sin agregar otra de mal. Desde la perspectiva del individuo por supuesto que debemos buscar el bien, pero Von Neuman observa desde una perspectiva no humana, que dan las matemáticas. Si hay una opción de matar a veinte millones y otra de matar a trescientos millones, optemos por la primera.

—La última parte de tu libro es aterradora porque postula una IA real que no es computación pura pero tampoco es humana. Es Alpha Zero, que mejora a su antecesor despojándose de todo su archivo. ¿Cómo podemos enfrentar algo que no somos capaces de entender?

—Pero nosotros ya estamos rodeados de múltiples inteligencias no humanas. Nosotros llamamos «inteligencia» a un aspecto simbólico y muy limitado de la multiplicidad de mecanismos que articulan sentido y generan belleza a nuestro alrededor. Y sin embargo estamos sostenidos por una serie de otras inteligencias que no comprendemos. Hemos desanimado el mundo y coronado la razón como única inteligencia válida, y por eso mi libro empieza con una mística que ve a una personificación que le está pisando el cuello. A mí me preocupa más nuestra facultad de la razón que esa Inteligencia Artificial que estamos creando. No olvidemos los peligros de nuestra propia razón. Tengamos más miedo de nuestra propia razón que de chatGPT.

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