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Camino al Hades

La muerte en la antigua Grecia

El fuego calienta un caldero en medio de la oscura gruta, proyectando en la pared la figura de tres sombras. Sentadas en unas pequeñas sillas, las ancianas se afanan en hilar el destino de los hombres.Nadie diría que tan enjutos y decrépitos cuerpos cargan con tamaña responsabilidad, pues ni siquiera los propios inmortales tienen ese poder.

Esa mañana Cloto ha cogido del canastillo una preciosa madeja moteada con hebras de púrpura y oro.

—Pertenece a una ninfa —afirma la anciana mientras comienza a hilar su rueca.

Láquesis mide la vida de la chica. Parece larga y feliz, pero de improviso la implacable Átropo siega la hebra a muy temprana edad.

—¿Qué haces? —pregunta la mediana.

—A veces, el destino es caprichoso, hermana, y yo sólo soy sierva de los ecos que el viento me susurra —responde imperturbable Átropo.

La alegría de los crótalos y la festiva canción nupcial de las jóvenes náyades inundan los campos tesalios. En medio del coro Eurídice, con los pies descalzos, baila celebrando su boda con el canoro Orfeo. De repente, mientras el éxtasis de la danza posee a la joven, un grito desgarrador corta el viento y llega a la gruta de las mismísimas Moiras: el destino se ha cumplido.

"La noticia de la muerte de Eurídice recorre los campos y llega a oídos de Orfeo, mientras tañe la cítara debajo de un frondoso plátano"

Las mujeres tesalias se separan y ven cómo el blanco cuerpo de la bella Eurídice convulsa en un infructuoso intento de deshacerse del veneno de una víbora que serpentea, huyendo de la escena de su funesto crimen. La alegría es ahora presa del llanto: la muerte ha ganado la partida a la vida. Mientras el alma de la muchacha comienza a salir de su cuerpo, las Ceres, portadoras de las muertes violentas, se alejan llevándose consigo su esencia.

Eurídice se siente desvanecer en una espiral de sufrimiento. Siente el cansancio extremo y el sueño que penetra en sus huesos. No han venido a por ella Hipnos y Tánatos, pues son los encargados de llevarse a los hombres cuya muerte es placentera, han acudido las violentas Ceres, y acompañándolas Hermes Psicopompo, que estrecha su gélida mano y, cual mariposa, conduce a Eurídice entre las fisuras de la tierra hacia el Hades.

La noticia de la muerte de Eurídice recorre los campos y llega a oídos de Orfeo, mientras tañe la cítara debajo de un frondoso plátano. La sombra de la desesperación cubre su rostro y, tras recomponerse, comienza a disponer los preparativos de las exequias de su amada esposa. Decreta que su cuerpo sea expuesto durante nueve días, aunque lo acostumbrado sean tres. No puede hacerse a la idea de separarse de tan amado ser. El cuerpo de la chica es conducido al tálamo nupcial, acostado en el clino sobre muelles almohadones de plumas con los pies hacia la puerta, como manda la tradición. Un ánfora de agua lustral da la bienvenida a las puertas de la casa a aquellos que vienen a dar su último adiós. Los hombres han cortado sus cabellos como muestra de dolor y respeto, y las jóvenes se los arrancan, mientras, tristes, sus hermanas lavan su cuerpo y lo ungen con aceites aromáticos. El olor a incienso, espliego, romero y tomillo se apodera de la habitación y no deja percibir la putrefacción del cuerpo inerte. La madre, desgarrada, amortaja a la chiquilla con un blanco lienzo, mientras sus hermanas disponen a su alrededor guirnaldas de flores y los lecitos que la acompañarán a la pira y a su tumba. Mientras, en el bosque, Orfeo selecciona la mejor madera para la hoguera en la que cremará a su amada, elige ciprés y pino, y con ayuda de otros jóvenes corta y dispone los troncos cuidadosamente.

"Ante la pira el cortejo se para y Orfeo coloca en los ojos las monedas que en el Hades usará Eurídice para pagar su tránsito al mundo de los muertos"

El día de la última despedida llega y el cuerpo sale de su casa en parihuelas, acompañado por una procesión de jóvenes que entonan luctuosas canciones llamadas trenos y por el sonido de las flautas. Caminan tras ella su amado Orfeo, tañendo su quejumbrosa cítara, las mujeres de la familia y un nutrido grupo de plañideras. Ante la pira el cortejo se para y Orfeo coloca en los ojos las monedas que en el Hades usará Eurídice para pagar su tránsito al mundo de los muertos. Pronto recogerá las cenizas tras ser apagada la hoguera con vino y serán depositadas en la tumba que ha cavado cerca de su casa, y allí podrá llorarla en paz y dejarle las prendas de su duelo: cintas, flores y lecitos de perfume, agua lustral, leche, miel, vino y aceite.

Mientras que en el universo de los vivos el cuerpo de Eurídice es honrado con un banquete, en el inframundo su alma espera en la llanura de Asfódelos, donde las almas errantes gimen al no poder pagar al barquero la tarifa debida, ya por la falta de medios en vida o de amigos. Eurídice mira a sus compañeros de viaje: las almas incorpóreas están recubiertas de unas finísimas telarañas que dibujan lo que debían haber sido sus cuerpos. Una espesa bruma cubre el manso río, que comienza a mecerse por la acción de los remos del barquero. Las almas taciturnas suben al bote, pagando el óbolo debido al auriga. Al cruzar el Aqueronte, serán juzgadas por los jueces del infierno: Minos, Sarpedón y Radamantis. Unas recibirán castigos inefables en el Tártaro, las más dichosas pacerán en los Campos Elíseos y solo los héroes podrán pasar la eternidad en la isla de los Bienaventurados. Sin embargo, las almas mediocres habitarán el Hades.

Treinta días han pasado desde su muerte. Se han cumplido las prerrogativas exigidas y Eurídice ha sido juzgada entre los dichosos. Ahora habita cerca de la morada de los dioses del inframundo, Hades y Perséfone. La historia de su temprana muerte ha recorrido las moradas infernales y llegado a conocimiento de sus reyes. Aún no se ha bañado su alma en el Leteo y recuerda a su amado Orfeo, que allá en la Tierra busca la forma de recuperarla.

"Esta historia a grandes rasgos cuenta las creencias sobre la muerte que tenían los griegos y también dibuja el ritual para despedir a los vivos"

La tristeza de Orfeo empaña su música y su vida. Tras mucho deliberar, decide buscar la entrada al país de los muertos, la gruta que abre paso a las simas infernales, y pedir a sus patrones que le devuelvan a su amada. Un miedo irracional se apodera de su alma cuando comienza su descenso al Hades. Allí, llegado a la pradera de Asfódelos, a los pies del Aqueronte, ha de convencer a Caronte para que le lleve a la laguna Estigia. El barquero no se deja persuadir fácilmente, pero Orfeo no desespera, desenfunda su cítara y su canto. El piloto se deja llevar por la suave melodía del experto músico y accede a cruzarlo al otro lado, donde espera el can Cerbero, guardando la guarida del matrimonio infernal. Al perro de tres cabezas embelesa con la dulzura de su canto, y al llegar a la regia presencia hace lo mismo con Hades y Perséfone. Pide Orfeo a cambio de sus notas y de su hazaña que le devuelvan a su esposa. Perséfone, conmovida por la historia, convence a su marido y acceden a la petición, con la condición de que él debe creer en su divina palabra, que su amada recorrerá el camino de ascensión al mundo de los vivos tras él, pero que no debe dudar y mirar hacia atrás, porque si esto hiciera el trato se rompería y el alma de su amada quedaría atrapada por siempre en el inframundo. Accede a todo Orfeo y comienza su anábasis, pero cuando se acercaba ya a la meta, dudando de los juramentos de los dioses, se da la vuelta para contemplar cómo el alma de su amada se escapa entre sus dedos y es absorbida para la eternidad entre las sombras de los muertos.

Esta historia a grandes rasgos cuenta las creencias sobre la muerte que tenían los griegos y también dibuja el ritual para despedir a los vivos.

En Grecia no se creía en un cielo y un infierno como en la concepción cristiana: los buenos van al cielo y los malos al infierno. Todas las almas se dirigían al Hades. Cuando el destino marcaba tu hora y Átropo cortaba la hebra de tu vida te visitaban diferentes dioses, a saber: si tu muerte había sido placentera y natural te encontrabas con θάνατος (Tánatos) e ὕπνος (Hipnos), los dioses de la muerte y el sueño respectivamente. Sin embargo, si habías sufrido una muerte violenta acudían a por ti las Ceres, unos seres sangrientos, alados y monstruosos. Una vez el alma abandonaba el cuerpo Hermes Psicopompo (el guía de almas) te mostraba el camino al Hades y presentaba tu vida ante los tres jueces del inframundo: Minos, Sarpedón y Radamantis. Tras el juicio se te permitía residir en una de las moradas infernales.

"Los griegos creían en la dicotomía platónica del ser humano: cuerpo y alma. Mientras que el cuerpo es mortal y se queda en la tierra para recibir la correcta sepultura, el alma se dirige al inframundo"

Los que habían cometido algún tipo de crimen aberrante pasarían el resto de la eternidad sufriendo crueles castigos en el Tártaro. Así tenemos los ejemplos de Sísifo, el gigante Ticio, Tántalo o Prometeo. Sin embargo, si tu vida había transcurrido de una manera virtuosa y te habías iniciado en los misterios, tu alma podría habitar en el país de Cronos, es decir, los Campos Elíseos. Y ya los héroes felices existirían por siempre en las islas de los Bienaventurados. Las almas mediocres pasaban el resto de la eternidad en el Hades, aunque con una salvedad: creían en la transmigración de las almas y en la reencarnación.

Así pues, los griegos creían en la dicotomía platónica del ser humano: cuerpo y alma. Mientras que el cuerpo es mortal y se queda en la tierra para recibir la correcta sepultura, el alma se dirige al inframundo, donde es juzgada, ya para ser encerrada por sus “pecados” en el Tártaro, donde los expiará eternamente, ya llevada a los Campos Elíseos, donde tendrá una no-existencia feliz. Aunque creían en la transmigración de las almas y la reencarnación, por eso las almas que bajan al Inframundo cruzan el río del Leteo, que es el Olvido, antes de volver a habitar la carne.

El infierno es un lugar físico con una geografía bien definida, al que se podía acceder si se conocían sus puertas. Tenemos varios ejemplos de katábasis o bajadas al inframundo. Héroes como Ulises, Eneas, Hércules u Orfeo tuvieron la oportunidad de conocer las simas infernales encarnados y volver a la vida tras su visita.

En cuanto al miedo a la muerte y a lo desconocido, siempre ha rondado el pensamiento humano, y es por ello que desde tiempos inmemoriales se han celebrado fiestas ya en honor a los difuntos ya para alejar a los espíritus o a la muerte en sí. Grecia no podía ser menos, y a las ofrendas y ritos funerarios que se llevaban a cabo sobre las tumbas y que nos recuerdan a los que hoy en día seguimos practicando se les unía la celebración de las Antesterias, donde se intentaba ahuyentar a las Ceres con la siguiente fórmula: “Fuera de aquí, Keres, las Antesterias han terminado”.

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