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Carlos Zanón: “Es una maldad del destino que Vázquez Montalbán no conociera a Messi”

Carlos Zanón: “Es una maldad del destino que Vázquez Montalbán no conociera a Messi”

Carlos Zanón tiene el alma negra, basta leer su obra entera para confirmarlo. Coge la realidad y la exprime con las uñas. Usa el mundo como un limón del que sorbe el jugo agrio de la sociedad en la que vive: retrata sus fracasos, miserias y contradicciones. Hace literatura repartiendo puñetazos de belleza. No es de extrañar que el librero Paco Camarasa lo recomendara a los editores de Planeta cuando estos buscaban un escritor capaz de traer de vuelta a Pepe Carvalho, el investigador con el que Manuel Vázquez Montalbán convirtió a Barcelona en una de las capitales del negro Mediterráneo y que ahora, más de diez años después de la muerte de su creador, parece un extraño para las nuevas generaciones. Carlos Zanón (Barcelona, 1966) debía traerlo de vuelta. Así lo hizo —y de qué forma— en Problemas de identidad, un libro que llegó a las librerías el día quince de enero. Veinticuatro horas después la editorial tuvo sacar una segunda edición.

Son las doce de la mañana en el madrileño Hotel de las Letras, el lugar que eligió Zanón para comenzar la historia de su Carvalho. El detective barcelonés empieza su aventura en una habitación de este edificio. Por eso tiene sentido, esta vez sí, hacer una entrevista en este concurrido y endogámico hotel donde editores, autores, periodistas y críticos se dan cita, día a día, para contratar libros, comentarlos o promocionarlos. Zanón, que lleva ya cerca de unas treinta entrevistas, viste un jersey de esos que casi siempre lleva: prendas —por lo general oscuras— con un mensaje impreso en el pecho. El de hoy dice Vivement Tomorrow.

El escritor con estampa de transatlántico o frigorífico tiene un aire a lo Ramones, y le favorece… aunque todavía más lo hace su prosa. Pinta canas Zanón, el abogado que comenzó escribiendo poesía —El sabor de tu boca borracha (Nínfula, 1989)—, se arrojó al letrismo y llegó a la novela como los púgiles que llevan años enterrando los nudillos en los costados del lector, porque Zanón es así: gana por puntos y por knock out. Un peso welter que acabó en máximo propinando belleza. Este Carvalho es el cinturón que brilla sobre los que ya se había ganado, entre otros libros, con Tarde, mal y nunca (2010), No llames a casa (RBA), Yo fui Johnny Thunders (2014) y Taxi (2017). 

Es su primer policíaco, pero qué es eso para alguien que tiene el alma negra, un escritor que entiende y domina la esencia del género y sabe usarlo a su favor. Era el reto perfecto para un escritor que sabe leer dentro de sí mismo y en lo que lo rodea, un autor que lleva la biblioteca y la ciudad en la yema de los dedos, que no yerra el disparo y funde sus palabras en la diana de quien devora sus páginas. En Problemas de identidad no resucita a Carvalho, Zanón lo coloca ante un espejo. Sin traicionarse a sí mismo ni al detective de Montalbán, Zanón crea un nuevo Carvalho sin la soberbia de la exégesis o la cursilería del homenaje. Retrata a la Barcelona actual en su más lustroso esperpento, ese lugar a mitad de camino entre el parque temático y el delirio independentista. Es su ciudad, la domina, y por eso ha conseguido crear una nueva piel sobre ella, una mezcla de aquel Guinardó de Johnny Thunders con las asperezas del pellejo que tenía la Barcelona de Vázquez Montalbán.

Más que un personaje, Pepe Carvalho es un género dentro del policíaco. Nació como parte de una serie de artículos de prensa: un ex agente de la CIA y ex comunista con salpicaduras autobiográficas del que Vázquez Montalbán echó mano para hurgar en la España de los bajos fondos, para analizarla, criticarla y desmenuzarla. Desde Yo maté a Kennedy (1972), la primera de la larguísima serie de novelas, entre las que destacan Tatuaje (1974), La soledad del manager (1977) o Asesinato en el Comité Central (1981), Vázquez Montalbán convirtió a su detective en un examinador de la Transición, un ser que le permitiría retratar prostitutas, criminales, desamparados, sinvergüenzas o vividores de los que se valió para narrar una ciudad, y con ella un país. 

Problemas de identidad ocurre en el año 2017, un momento de feligresía al que Carvalho mira con el reojo de su natural  —e incluso aún más remarcado— escepticismo. Convertido en personaje, Manuel Vázquez Montalbán no llega a convivir, pero sí a compartir espacio con su detective. Se han conocido… en el pasado. Los días de Vázquez Montalbán de periodista fueron el comodín del que se valió Zanón para que se conocieran escritor y personaje. Apelando a la fórmula del Meta-Carvalho, Zanón formula preguntas. ¿Qué pensaría el escritor en la Barcelona de los «presos políticos»? ¿Cómo se mueve Carvalho en un mundo en el que su mítico Biscuter se apunta a Master Chef y su relación con Charo queda teñida, cómo decirlo, de una ambigüedad contemporánea al mismo tiempo que geológica? Acaso por eso, en esta conversación, Zanón llega a una conclusión: Vázquez Montalbán nunca dejó este mundo. Esa es la razón por la cual nos preguntamos qué opinaría del presente que lo privó del milagro de ver jugar a Lionel Messi.

En Problemas de identidad, el lector asiste a milagros como el coro de prostitutas enterradas en Montjuïc, mujeres sepultadas sin justicia ni redención, o a personajes como el cínico Subirats o La Niñata, una discapacitada mental que se prostituye para pagarse las drogas y cuya madre acude a Carvalho para que la consiga, o la Novia Zombie, ese personaje extraño —enternecedor y desagradable— que coloca a Carvalho en una línea de fuego, una estampa del maltrato que la une al pelotón de desgraciadas y al mismo tiempo poderosas criaturas femeninas que pueblan esta novela. Hay tanto, pero tanto, en esta resurrección oficiada por Zanón: humor, violencia, poesía, escarmiento. Este Carvalho come, pero aguijoneado por las molestias gástricas. Bebe, cómo no. Y de quemar, sigue quemando libros. Es la versión rota, el lado B de quienes crecieron leyendo sus pesquisas. Y de eso habla Carlos Zanón, el hombre con el alma negra, en esta entrevista.


—¿Qué se siente que le hagan un encargo desde el más allá?

"Creo que Vázquez Montalbán está vivo. Aún yo mismo me preguntaba en ocasiones qué pensaría de un tema político o cómo escribiría sobre esto o aquello, o del fútbol"

—No pensé demasiado en eso. No lo considero un autor muerto. Creo que Vázquez Montalbán está vivo. Aún yo mismo me preguntaba en ocasiones qué pensaría de un tema político o cómo escribiría sobre esto o aquello, o del fútbol. Me parece una maldad del destino que Vázquez Montalbán no conociera a Messi. Es un personaje que está muy presente, así que no tuve la sensación de que el encargo viniera desde el más allá.

—Los problemas de identidad están presentes a lo largo de toda la novela: entre el turismo y el procés, Barcelona está desdibujada; Carvalho está roto y escarmentado. ¿Esa es la marca de su regreso?

—Había más juegos, que tenían relación incluso con mi propia identidad. Siempre que escribes el personaje de otro te preguntas quién eres. Era un juego de él con su creador. La idea de identidad tiene que ver con ese proceso en el cual pasas de ser un escritor privado, cuando ni siquiera muchos de tus amigos saben que escribes, a ser el escritor público, ese momento en el que la gente cree saber quién eres por los libros que has escrito. Hay un momento en el que te planteas si eres el señor que baja a comprar el pan, el que se toma un café, que se relaciona con su familia, o el que se vuelca en los libros. Es complicado.

—Me está respondiendo más Zanón que su Carvalho.

—Quiero decir que el tema identitario no sólo era social. Era evidente que Carvalho tenía que mirar hacia afuera o mostrar cómo había cambiado la sociedad. Era un momento en el que nadie sabía quién era o si era quien había sido, sino que también debía existir para mí un tema que me importara. Y eso me importa. Me importa cómo juegas en lo que te has convertido, cómo te ves. Si en las novelas no hay un motor muy personal que tire, no sé cómo llevarlas a cabo.

—Usted no resucita a Carvalho, usted lo coloca frente al espejo. ¿El suyo es un Meta-Carvalho? ¿Cómo se consigue eso sin hacer una exégesis del personaje?

—Desde el momento en que me planteé que tenía que volver a leer a Carvalho, que tenía que recordarlo, tuve la tentación de meter el microscopio y preguntar las opiniones que pudiese llegar a tener todo el mundo sobre él. Me di cuenta de que eso me llevaba a la parálisis. Era como enfrentarse a la Estrella de la Muerte. Así que llegué a la conclusión de que me tenía que olvidar de todo eso y pensar en cómo lo recordaba, cómo lo releía, y en cierta manera hacer un Carvalho nuevo con algo que para mí fuera importante: la verdad y lo decepcionante que suele ser la verdad. Si esa era mi ancla, el personaje siempre iba a ser él.

—Vázquez Montalbán suma unanimidad en los afectos y el rechazo. ¿El exceso de sentimentalismo con Vázquez Montalbán fue un problema?

"La generación a la que yo pertenezco quería pasárselo bien. Queríamos Los Ramones, Alaska y los Pegamoides, no Serrat y Lluís Llach"

—No sentí la necesidad de hacer una valoración al respecto. Quizá porque soy un autor intuitivo o más asilvestrado que concienzudo, vi que aquello no era mi historia. Es un símbolo de una determinada generación y una determinada mirada, así que esa no era mi guerra. Mi idea era coger la pelota y jugar como cuando nadie te miraba. Si yo pensaba todo eso no iba a poder ponerme a escribir. Vázquez Montalbán es de la generación de mi padre. Nació en El Raval. Los de los ochenta estábamos cansados de esas historias, de que nos contaran lo mal que lo habían pasado en la posguerra, incluso estábamos cansados de la politización de nuestros hermanos mayores. La generación a la que yo pertenezco quería pasárselo bien. Queríamos Los Ramones, Alaska y los Pegamoides, no Serrat y Lluís Llach. Ésa era la historia de nuestros hermanos mayores, no la nuestra. Yo jugaba liberado de todo eso. Mi padre en cambio no podía liberarse. Nació en una ciudad que había perdido la guerra, había pasado hambre, había crecido con miedo. Yo crecí sin miedo.

—Barcelona es su territorio, ¿se sintetizan Johnny Thunders, Taxi y su Carvalho? ¿El escarmiento de Carvalho se parece al de sus personajes?

—En las novelas siempre hay una pregunta que me importa. En Johnny Thunders era cómo se puede vivir sin deseo, cuando ya no deseas y no te desean. En Taxi era cómo puedes volver a casa si tu casa está en todos sitios y en ninguno, y aquí era la evolución del mismo personaje, que encuentra una manera de desear distinta, pero que le da todo igual. Las cosas con el personaje tienen esta lógica: «Vale. Hemos llegado a una determinada edad. No estamos bien, tampoco estamos muy mal, pero quizá teníamos que habernos protegido menos, quizá nos tenían que hacer un poco más de daño». Por eso Carvalho no va al médico, e incluso con Novia Zombie dice: «Bajo la barrera, me estrello».  En muchas cosas tiene una conducta nihilista: al comienzo habla del suicido y de Schelling, esa especie de romanticismo adolescente y tonto, pero en un momento dice: «No quiero llegar a los ochenta años en buen estado».

—Por algo se va de «tapas chinas».

—Es su descenso a los infiernos… ¿Cómo baja a los infiernos Carvalho? Pues maltratando lo que más quiere, que es el tema gastronómico.

—El hecho de que tenga problemas de estómago es una buena manera de astillar al personaje. Y eso que desistió de la idea original de que no cocinara.

"Los escritores siempre manejamos los mismos temas, pero cada persona es distinta"

—En parte porque la editorial subrayó que eso era importante, y porque luego me di cuenta de que ese rasgo ha definido la novela negra mediterránea. Habría sido una boutade. Los escritores siempre manejamos los mismos temas, pero cada persona es distinta. Así que dije: «Lo voy a hacer, pero a mi manera». O va a tirar la comida, o no va a poder disfrutarla, porque eso me permitía explotar muchas otras cosas. Por ejemplo, cuando estás enfermo puedes ser muy injusto con los tuyos. En el fondo era un recurso del personaje.

—Que Biscuter participe en Master Chef es hilarante. Más allá de eso, hay algo triste en la relación entre él y Carvalho: hay resabio y acritud. ¿Por qué?

—Biscuter era un personaje muy extremo, era como un Watson pero muy en la frontera. Por un lado, lo que hice es que Biscuter se enfrenta a Carvalho: «Yo quiero hacer esto, sé que a usted le va a parecer mal y tiene sus grandes ideas, pero yo quiero esto». Ellos son como Babilonia y Jerusalén. Carvalho le dice: «¿Cómo puedes hacer eso? Esto es exhibicionismo, es maltrato, es pornografía». Y Biscuter le contesta: «Bueno, vale, pero voy ahí y me tratan bien, se hacen selfies conmigo. Yo estoy disfrutando con esto, usted no». Carvalho es consciente de que está tratándolo mal, que no está siendo justo. Ese es un matiz que echo en falta en los libros. Las personas no somos de piedra. A veces no llamamos, y sabemos que hacemos mal, y justo por eso dejamos de llamar.

—Briongos, la asistente de Carvalho, ¿de dónde salió?

"Quiero saber por qué alguien, en un momento determinado, considera que la violencia es el único lenguaje"

—En teoría es la nieta de la protagonista de Los mares del sur. Es uno de los personajes nuevos, y enlaza con la novela que unánimemente se considera la mejor de Carvalho. Me gustaban los personajes femeninos fuertes. Son ellas las que actúan y ponen en marcha la trama y movilizan a Carvalho.

—A eso iba: a las mujeres de este libro. Actúan como un coro griego, anuncian la tragedia. Por ejemplo, las prostitutas asesinadas a las que usted hace hablar debajo de la tierra.

—He intentado acercarme de una manera intuitiva. Lo del coro estaba muy claro para mí. Hay un momento en que Subirats y Carvalho hablan: «No sé qué buscan las mujeres de nosotros», y él le responde: «No buscan nada, nosotros sólo estamos en su mundo con una polla entre las piernas». Carvalho deambula buscando su propia identidad como hombre. Cuando un hijo de puta maltrata a una tía o la mata, en el fondo son de tu equipo: tú has mamado de lo mismo, de los mismos mitos, de la misma mierda. Todas esas cosas que nos han enseñado sobre que los hombres tenemos que ser resolutivos, protectores y seguros acaba convirtiéndose en un arma. Ser protector puede ser una manera de acabar siendo un manipulador.

—Que es lo que acaba pasando, por ejemplo, con La Niñata.

—Y con Novia Zombie. Es algo que no necesariamente tiene que ver con el nivel o la posición social: el maltrato está en todos sitios.

—¿Hay más negro que policíaco en este Carvalho?

—Sí. Mi alma es negra. He tenido que hacer un esfuerzo para un policíaco. Hasta ahora nunca había escrito uno, nunca había hecho un policial, porque no me interesa el quién sino el por qué. Quiero saber por qué alguien, en un momento determinado, considera que la violencia es el único lenguaje. Creo que cualquier persona, en algunas circunstancias, hace cualquier cosa. Como escritor me interesa saber eso. He intentado hacer el policial de la mejor forma posible.

—Carvalho vuelve a un mundo en el que sus lectores no lo conocen, a una Barcelona medio esperpéntica desde todo punto de vista. Incluso que arranque en este hotel supone una vuelta de tuerca. Visto así, los crímenes son lo de menos.

"Da igual si usted a leído otro Carvalho, da igual si usted ha leído otras novelas mías. Este es un libro completamente nuevo, que parte de cero"

—En eso estoy de acuerdo. Han pasado quince años en los que la gente se ha olvidado de Carvalho y él puede volver. Su médico confunde al detective y al autor. Cuando ya la gente no se fija en ti puedes regresar, y Carvalho vuelve y se enfrenta a un mundo que no lo reconoce. Por eso puede volver a empezar, y por eso la novela empieza en Madrid. Es así: el detective más famoso de Barcelona empieza en Madrid y coge el AVE, porque tiene necesidad de irse a otro sitio. Busca reinventarse, necesita saber quién es. Carvalho está tan ocupado con su vida personal que incluso resolver casos le resulta casi un estorbo. Todo eso era una manera de contextualizar y decir: «Este es un Carvalho nuevo. Da igual si usted a leído otro Carvalho, da igual si usted ha leído otras novelas mías. Este es un libro completamente nuevo, que parte de cero».

—Toda la serie del detective comenta el tardofranquismo y la transición, y esta novela tiene la misma pulsión de retratar un tiempo. ¿El hilo que une al Carvalho de Zanón y de Vázquez Montalbán sería galdosiano?

—En eso estoy de acuerdo. A mí el realismo en la novela española a veces me carga. El costumbrismo y fijarte en los detalles de cómo nos relacionamos también es importante. Cuando estaba escribiendo este Carvalho me compré un libro de Galdós, Lo prohibido, y toda la gente de Madrid estaba en ese libro, era un retrato muy exhaustivo. Eso es necesario. Galdós me parece un autor absolutamente brutal. Eso es lo que me gustaba de las novelas de Carvalho y he procurado que ese hilo esté en este libro.

—Vázquez Montalbán retrataba lo que lo rodeaba y usted también. Las prostitutas, por ejemplo, creo que vienen de Taxi.

—Era una subtrama de Taxi, pero era tan potente que se hubiese comido la novela. Los crímenes del libro están inspirados en casos reales distorsionados. Tanto las prostitutas como el otro crimen de la novela está sacado de las noticias del periódico .

—»Los catalanes no queremos la independencia sino reclamarla”, dice uno de sus personajes. Hace un retrato del procés. ¿Está contento con el resultado?

"El Carvalho de Vázquez Montalbán era lúcido con su entorno, y yo he intentado que conservara eso"

—Era un terreno que no podía obviar. Tenía que entrar y ser valiente y, por otro lado, Carvalho es un personaje que da a los suyos y a los otros. Es un lobo estepario, un apátrida. No tiene compatriotas, tiene su tribu y punto. Tiene sus propios conceptos. Yo intenté mostrarlo utilizando distintas voces sobre el tema, que en realidad es lo que ha ocurrido. Entonces, todo el mundo preguntaba para saber qué estaba pasando. Te montabas en un taxi y le preguntabas al conductor, al camarero, a un amigo periodista. ¿Qué está pasando? ¿Adónde vamos? Era una situación muy confusa y yo he querido abordar ese momento. El Carvalho de Vázquez Montalbán era lúcido con su entorno, y yo he intentado que conservara eso. Las cosas confirmaron que había una partida de póker, la sensación de que quienes llevaron esto adelante tenían dos opciones: ser un mártir o un traidor. Existió una voluntad de un grupo político de convertirnos en mártires en lugar de traidores.

—La autoridad conecta con la violencia. Los mossos, que ahora están muy politizados, en un comienzo eran considerados un cuerpo muy violento.

—La policía hace el ejercicio regulado de la violencia. En el caso de los mossos piensa que no es la misma que tenemos de ellos cuando los atentados o en el referéndum que cuando está ubicada la novela, a comienzos del XVII. La relación de las personas con ellos era distinta

—¿Qué edad tiene Carvalho?

—Lo hago nacer a comienzos de los sesenta. Es mayor que yo, que tengo 52, él podrá tener 59. Necesitaba que se relacionase con Vázquez Montalbán, porque había creado el artificio de que eran vecinos. Aunque en el fondo, y es lo que te decía con respecto al realismo y a los detalles, da igual: Carvalho no existió, esto es una novela, es ficción.

—Esta novela llega en un momento en el que usted está consolidado como autor y sintetiza en buena medida los temas que le interesan. ¿Qué balance hace de su obra?

"Cuando un autor explica una historia se está intentando explicar a él mismo"

—Hay una especie de pudor, de falsa modestia y vanidad cuando uno tiene que hablar de sus cosas. Estoy consciente de que si me eligieron es porque tengo un territorio que domino, y eso te permite licencias que de otra forma no te permitirían. Me gusta mucho la idea de que los libros sean una manera de saber quién eres, de explorarte y conocerte, pero está la literatura. Cuando un autor explica una historia se está intentando explicar a él mismo. Si no, ¿para qué hace una historia? Eso sería redactar. La literatura es cuando el libro lo lee un lector, pero está también el escritor que se lee a sí mismo

—Le van a pedir otro Carvalho, ¿lo sabe?

—Sí, ehmm… —Zanón demora un poco, como si eligiese el más afilado de un bote de lápices… o una bala—. Para mí el principal problema es cómo puede afectar esto a mis otros libros, a los que he hecho y a los que voy a hacer. Me ha costado mucho y tengo mi manera de hacer las cosas. Eso es para mí lo más importante. Mi siguiente libro, seguro, no va a ser un Carvalho. No sé el futuro, y si a la gente le gusta y yo me siento cómodo, porque en verdad me lo he pasado muy buen escribiéndolo, y si la editorial le interesa… No lo sé. También soy de los que piensa que hay cosas que si pasan sólo una vez está bien, es bonito. La primera vez es por amor, la segunda es por interés.

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