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Carole Lombard, la vida breve de la reina de la comedia screwball

Carole Lombard, la vida breve de la reina de la comedia screwball

Alguien me contó una vez que los tangueros, que hacían de su oficio toda una entrega mística —que los hubo—, allá por los años 30, nunca entonaban Adiós muchachos, el célebre tango de Julio César Sanders y César Vedani, por ser esta despedida de las farras, de los alegres compañeros en dichas borracheras y de la vida misma, la última pieza que interpretó Carlos Gardel antes del accidente de aviación que le costó la vida en el aeropuerto de Medellín el 24 de junio de 1935.

Dudo de esta historia porque otras fuentes, más de fiar, se refieren a Tomo y obligo —composición del propio Gardel con letra de Manuel Romero—, como esa última canción que interpretó el Rey del tango antes de subirse a ese avión que nunca habría de alzar el vuelo. Supongo que las reticencias de los tangueros ante Adiós muchachos se debían al fatalismo que entraña la pieza: su protagonista tiene que dejar de beber porque la priva le está matando.

"La Parca se la llevó tan rápido que ni siquiera tuvo tiempo de asistir al estreno de su última película, Ser o no ser, la obra maestra de Ernest Lubitsch"

Pero también imagino que, si Clark Gable tuvo noticia de la versión dudosa, se aferraría a ella por las concomitancias que guarda la catástrofe colombiana con la que le privó a él de la mujer que fue el gran amor de su vida: Carole Lombard. Hablamos de la Reina del screwball, esa comedia sincopada, vertiginosa, con la que el Hollywood clásico fue a combatir la Gran Depresión. Sucedió una noche (Frank Capra, 1934), La fiera de mi niña (Howard Hawks, 1938) o Las tres noches de Eva (Preston Sturges, 1941) podrían citarse como tres de sus mejores ejemplos.

La prematura muerte de la desbordante Carole con tan solo 33 años, el 16 de enero de 1942, en un accidente de aviación mientras participaba en una gira para vender bonos de guerra, privó a la edad de oro de la pantalla estadounidense de la más encantadora de las chicas lunáticas, capaces de enamorar al más reacio después de haber puesto su vida patas arriba. La Parca se la llevó tan rápido que ni siquiera tuvo tiempo de asistir al estreno de su última película, Ser o no ser, la obra maestra de Ernest Lubitsch, que aconteció en Los Ángeles el 19 de febrero de 1942. Inolvidable en su creación de María Tura, el personaje de la actriz en aquella cinta, habría de ser éste el filme con el que, desde sus reposiciones a comienzos de los años 80, vienen descubriendo a Carole Lombard las nuevas generaciones de cinéfilos.

"En la versión más larga de Adiós muchachos hay un verso en el que, quien se despide, se queja a sus viejos compañeros de que el Hacedor mismo, celoso de la belleza de su novia, se la llevó a su reino extraterreno quitándosela a él"

Son tantas las analogías, y tantos los simbolismos que se desprenden entre el destino último de Carole Lombard y la anécdota del argumento de Ser o no ser —una compañía teatral interpreta Hamlet en la Varsovia que asiste a la invasión alemana de Polonia— que los agoreros podrían encontrar aquí un motivo para seguir siéndolo. Es como si la suerte hubiera resuelto la prohibición del humor con la agresión que dio origen a la Segunda Guerra Mundial, uno de cuyos daños colaterales causó la muerte a Carole Lombard. Una fatalidad que el buen observador, como lo son, en efecto, todos los cinéfilos, cree detectar en la nostalgia de ese Clark Gable, ya desvencijado —de hecho, moriría en los meses siguientes— que, casi dos décadas después, integra ese reparto de estrellas en su ocaso que fue Vidas rebeldes (John Huston, 1961).

Sí señor, el Rey de los galanes del Hollywood clásico tuvo tres esposas —amantes ni se sabe—, pero Carole Lombard fue la mujer de su vida. Entró en los días de Gable como esas dulces lunáticas, las protagonistas de las screwballs, lo hacen en la de esos jóvenes de provecho, dispuestos a casarse con una gentil burguesa, unos días antes de la boda. “A esa pequeña chiflada puedes confiarle tu vida, tus esperanzas o tus debilidades, y ella ni siquiera sabría cómo pensar en decepcionarte”, declaró el Rey cuando se enamoró perdidamente de la Reina de la screwball.

En la versión más larga de Adiós muchachos —conoció muchas, ya que sus alusiones a las curdas, las inmoralidades y sus modismos lunfardos fueron censurados por la dictadura militar que sojuzgó Argentina en 1943— hay un verso en el que, quien se despide, se queja a sus viejos compañeros de que el Hacedor mismo, celoso de la belleza de su novia, se la llevó a su reino extraterreno quitándosela a él.

"Se dio el nombre de Carole Lombard a un buque de transporte de tropas y su viudo, pese a que el estudio se lo había prohibido por miedo a que cayera en combate, se alistó en la fuerza aérea estadounidense"

Tampoco podría decirse si fue a Dios, como en el tango, o al diablo, como el artista que protagoniza Schalcken el pintor (1839) —ese relato del gran Sheridan Le Fanu al que siempre acabo por volver—, a quien culpó Clark Gable de la muerte de Carole Lombard. Lo cierto es que la actriz, la malograda estrella, fue declarada oficialmente la primera víctima femenina estadounidense de la guerra. Al fin y al cabo, regresaba a Hollywood de un viaje para financiarla cuando el DC-3 en el que volaba se estrelló contra la montaña Potosí, en las inmediaciones de Las Vegas.

Roosevelt expresó sus condolencias, mediante un telegrama personal, al Rey de los galanes. Se dio el nombre de Carole Lombard a un buque de transporte de tropas y su viudo, pese a que el estudio se lo había prohibido por miedo a que cayera en combate, se alistó en la fuerza aérea estadounidense, tal y como le había pedido su “chiflada” en numerosas ocasiones después de que su país entrase en la guerra.

Destinado en Inglaterra, a Gable se le confió el mando de una unidad cinematográfica, adscrita a un grupo de bombarderos B-17. En efecto, su cometido era filmar la carga que la fortaleza volante en la que combatía dejaba caer sobre la Europa ocupada. Es decir; entró en combate: los antiaéreos alemanes alcanzaron su aparato y estuvieron a punto de derribarlo. Tuvo su bautismo de fuego, como John Ford. Pero el maestro, en la cubierta de un buque de la armada estadounidense, con un tomavistas en la mano, filmando los estragos que causaban los pepinos que la aviación japonesa dejaba caer en la flota que se batía en la batalla de Midway. Uno y otro fueron condecorados. Pero ni la medalla del aire, ni la cruz de vuelo distinguido con las que el arma aérea estadounidense celebró su coraje consiguieron que olvidase a su “chiflada”. Volvió a casarse un par de veces más y protagonizó otras 27 películas. Pero, según recordaba Esther Williams, Clark Gable no volvió a ser él mismo desde que La Parca se llevó a Carole Lombard.

"El prototipo de las chicas en la screwball era una mujer empoderada, acostumbrada a manejar a su conveniencia a los hombres"

La Reina de la screwball —pese a la brevedad de su vida, una de las grandes musas que ha tenido la comedia estadounidense a lo largo de toda su historia— nació en Fort Wayne (Indiana) en 1908. Jane Alice Peeters fue su verdadero nombre. Se tiende a pensar que esa energía de la que hizo gala en sus personajes —siempre eran las chicas las que llevaban la voz cantante en las screwballs— fue el resultado de haber nacido en una familia acomodada, de la alta burguesía. Ése también fue el caso de Katharine Hepburn, protagonista de La fiera de mi niña y otras maravillas —Vivir para gozar (George Cukor, 1938), Historias de Filadelfia (George Cukor, 1940), La mujer del año (George Stevens, 1942)— del género que hoy nos ocupa y nos entusiasma siempre.

El prototipo de las chicas en la screwball era una mujer empoderada, acostumbrada a manejar a su conveniencia a los hombres. La futura Carole ya era así cuando, siendo aún una niña que respondía al nombre de Jane, fue descubierta por un cazatalentos de Hollywood mientras jugaba al beisbol con un grupo de chicos en Los Ángeles, ciudad en la que creció. Sólo tenía doce años cuando se puso por primera vez delante de una cámara, fue la de Allan Dwan. A Perfect Crime (1921) —es el título de la cinta— y la joven actriz aún aparece acreditada con su verdadero nombre.

Como Carole Lombard empezó a figurar en alguno de los westerns que rodó a las órdenes de W. S. Van DykeHearts and Spurs (1925— y Lynn ReynoldsEl terror del mal país (1925)—. Aunque en géneros muy alejados de aquel en el que encontraría su espacio de confort, la actriz ya empezaba a dejar de ser una niña prodigio de la interpretación cuando un accidente de coche, del que le quedó una cicatriz en el rostro, estuvo a punto de poner fin a su carrera.

"Al género que habría de hacer suyo llegó de la mano de uno de los maestros de la screwball, el gran Howard Hawks, quien le confió el papel protagonista de La comedia de la vida"

Tenía 19 años cuando volvió a la pantalla para protagonizar cortometrajes producidos por el gran Mack Sennett, para quien fue una de sus alegres chicas. Con ese maestro del slapstick, la futura Reina de la screwball entró por primera vez en la comedia y realizó la transición del silente al parlante sin mayor problema. Paralelamente rodó cintas tan alejadas del buen humor como Me, gangster (1928), un drama urbano del gran Raoul Walsh.

Al género que habría de hacer suyo llegó de la mano de uno de los maestros de la screwball, el gran Howard Hawks, quien le confió el papel protagonista de La comedia de la vida (1934). John Barrymore fue su partenaire en aquella ocasión y ella consiguió desplazarlo en todas las secuencias compartidas. A partir de ahí todo fue el camino a la eternidad. Junto a su primer marido, el actor William Powell, protagonizó Al servicio de las damas (Gregory La Cava, 1936); junto a Fredric March, La reina de Nueva York (1937), una screwball canónica de William Wellman.

Para estar desarrollada en tan sólo 20 años y pese a ser recordada básicamente por sus comedias, los 78 títulos que la integran hacen que la de Carole Lombard sea una filmografía bastante extensa y variada. Convertida en una de las estrellas más rutilantes de ese Hollywood clásico que aún se admira, el de los años 30, también protagonizó melodramas como Lazo sagrado (John Cronwell, 1939). James Stewart fue su compañero en aquel reparto.

El 39 también fue el año en el que se casó con Gable. Ya en plena guerra, en el 41, junto a Robert Montgomery, protagonizó para Alfred Hitchcock Matrimonio original.

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