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Casa de José Hierro del Real en Madrid, y otras…

Casa de José Hierro del Real en Madrid, y otras…

Me acerco a una casa que conocí. Una casa visitada que con el tiempo, entre lo que vi y lo que recuerdo, se diluye. Se diluye la entrada y los contornos. El salón se reduce a un mueble secreter, a un ramo de flores silvestres en un jarrón de cristal, a un caballito de bronce que deja detrás de él a un niño en pantalones cortos en una foto en blanco y negro. El salón me habla también de Lines, su mujer, en una pintura que posa a la vez que José Hierro me mira. Sé del dormitorio apenas por el cabecero de hierro bruñido dorado, y por la colcha espesa con filigranas de algodón, porque se tumbó en la cama con un libro y se perdió en él mientras yo lo retrababa. No tengo muchas imágenes de la casa porque de aquel momento lo que se quedó, sobre todo, fue su rostro, su mirada, su bigote y su cabeza brillante. Recuerdo a la persona y no las paredes ni los suelos. Evoco a alguien sereno que posaba paciente. Receptivo a la cámara y amable con ella. De voz ronca y palabras contundentes. Como una contradicción, la casa se sugiere robusta, aunque intuyo para él, tal vez, un refugio pasajero. Al escritor le gusta lo de fuera, recorrer las calles, escribir en la mesa de un bar del barrio o visitar la pequeña librería donde deja sus libros dedicados para luego volver al hogar que convierte en poema.

A la casa de Hierro se accede por un amplio portal de dos escaleras cogiendo la de la izquierda, en el 5 dcha. Una construcción de 1960, racionalista, de hormigón de ocho plantas con cubierta plana. Un basamento de piedra que la hace contundente como él. Una fachada con balcones de dobles ventanas, de balcones cerrados que también la aislaba, cuando en ese momento sólo se oía la máquina portátil de oxígeno que llevaba entonces. Pues estando en medio de la ciudad, en el Distrito 3 de Retiro, en el barrio de Pacífico, bien se podía haber oído el griterío de un patio de colegio, no muy lejos bajo la sombra de un campanile desahuciado (*), o el zumbido de los motores de los coches. Pues el número 4 de la calle Fuenterrabía deja la esquina del edificio de cara a un cruce, de una calle que baja hasta la Avenida de Barcelona, al sureste de Madrid, y que sube hasta el Paseo Infanta Cristina.

Calle, Andrés Borrego, nº 16. La casa donde nació José Hierro.

Casa donde vivió José Hierro desde 1960 hasta 2002

"Pero en medio hay un periplo de soledad compartida, de lucha, de paredes y de contiendas. Habitando lugares desconocidos alimentándose de libros y de poesía"

Aquí se trasladó desde Santander, con Mª Ángeles Torres, su mujer, y sus tres hijos: Juan Ramón, Margarita y Marian. Joaquín, el pequeño, nacería ya en Madrid.

Era ésta la ciudad natal de José Hierro, pues había nacido el 3 de abril de 1922 en la calle Andrés Borrego 18, y había vivido en ella hasta los 2 años, hasta que la familia se desplaza a Santander.

José Hierro vivirá también en Valencia desde 1944 a 1946 y regresará a la capital cántabra en 1947, hasta el 52. A partir de entonces fijará definitivamente su residencia en Madrid.

Pero en medio hay un periplo de soledad compartida, de lucha, de paredes y de contiendas. Habitando lugares desconocidos, alimentándose de libros y de poesía.

Pues es en septiembre de 1939, unos meses después del último parte de la guerra civil española y cuando Alemania ha invadido Polonia, cuando el escritor ingresa en prisión acusado de ser miembro de una organización que ayuda a los presos políticos. Entre ellos está su padre, también encarcelado, porque aquel 18 de julio de 1936 intercepta un cable, como empleado de telégrafos, dirigido a la guarnición de Santander desde la Capitanía General de Burgos, que lleva órdenes de sublevación.

Casa de la calle Fuenterrabía nº 4

José Hierro recorrerá las cárceles de Santander, Segovia, Toledo, o las “checas” de Madrid, como la oscura y hacinada de Comendadoras. Aunque es condenado a doce años y un día de reclusión, finalmente saldrá de la cárcel de Alcalá de Henares en enero de 1944. Entonces la vida de Hierro se despliega con esa madurez que le otorgan los cinco años de encarcelamiento y que se reflejan en su producción poética, desde su participación en la fundación de la revista Proel y la publicación de su primer libro describiendo el país en ruinas en Tierra sin nosotros hasta su libro cumbre, Cuadernos de Nueva York (1998), que nos da la perspectiva para analizar toda su obra y que será clave para su reconocimiento, otorgándosele el premio Cervantes ese mismo año, tras haber recibido, años atrás, el premio Príncipe de Asturias, o el Nacional de las letras, entre otros. Se desarrolla su poesía desde sus primeras tertulias literarias, su trabajo en Radio Nacional de España, o en el CSIC, etc, hasta lo que podía haber sido un solemne y poético discurso, tal vez, que no pudo ser, ya que murió antes de su ingreso en la RAE (**).

"José Hierro era lento y minucioso, y podían pasar años hasta perfeccionar un poema y unos versos"

Dicen de este poeta, perteneciente a la primera generación de la posguerra, a la llamada poesía desarraigada, existencial, que sus composiciones de poemas largos y versos libres alumbran un compromiso con el hombre, con el tiempo que se nos escapa y con el pensamiento de lo vivido y el recuerdo. Dicen y especifican, y vierten una extensa literatura sobre la obra y el poeta y sobre el poeta y sus versos. Tienden ejes y etiquetan para clasificar lo inclasificable y lo indómito, que es lo que encierra precisamente todo ese mundo invisible, sugerente, imaginario que se despliega entre un verso y el siguiente. Eso, y mucho más, es la poesía.

Dicen también que José Hierro era lento y minucioso, que podía pasar años hasta perfeccionar un poema y unos versos. Y cierto es que tenía tiempos extensos de silencio de una producción lenta que amasaba. Y que en la práctica abarca desde el Libro de las alucinaciones (1964) hasta Agenda ( 1991) y desde éste hasta Cuadernos de Nueva York (en 1998).

Retrato de José Hierro

El poema «La casa», que se incluye en Agenda, es un ejemplo de estos periodos de “sequía”. Es uno de los tres poemas que José enseña a su yerno, marido de su hija Margarita. Los únicos que ha escrito desde la publicación del Libro de las alucinaciones y que ese día tiene guardados en una carpetilla. Es el 31 de julio de 1975, están en Santander.

"Traslado aquí el poema La casa, y las anotaciones, tal y como me lo envía Tacha, es decir: Mª Ángeles Romero, su nieta"

Hierro lee éste, y otros dos poemas: uno el de Brahms y Clara Schumann, y un tercero que aunque está sin concluir, tiene que dejar a un lado, ya que se emociona a mitad de la lectura.

José se va a dormir, pero el marido de Margarita se pone a copiar el poema «La casa» y se lo guarda. Un año después Hierro extravía la carpeta. Llama por teléfono a su yerno. El poema está a salvo, la copia se conserva. El poeta lo corrige y lo restaura, y es justo el que se publica y se dará a conocer.

Sé ahora que «La casa» no es una sola, son muchas. Ni siquiera es un espacio físico. «La casa», como todos los buenos cobijos, es un estado de ánimo, una burbuja abierta por donde no sólo corre el aire y la luz a través de las ventanas. Es una forma de ser, y como dice Tacha, es una metáfora de la familia, la suya.

Portal de la casa de José Hierro

Traslado aquí el poema «La casa», y las anotaciones, tal y como me lo envía Tacha, es decir, Mª Ángeles Romero, su nieta. En colores según las casas a las que hace referencia:

En verde, Nayagua, la casa de Chinchón, en Los Cohonares.

"Al final, muy a pesar de su deseo de mantenerla, la vendieron antes de irse a vivir a Madrid (azules más hondos), a la calle Fuenterrabía nº 4 (en morado), su casa hasta su muerte"

Fue su refugio. Lo levantó con sus propias manos. Aquí plantó una viña de la que cada año sacaba una cosecha que bebía con los amigos, poetas, pintores, músicos y gente de toda clase y condición. Aquel lugar fue donde amasó durante sus años de silencio los poemas que luego verían la luz en Agenda y Cuaderno de Nueva York.

En azul, el Minifundio. Estaba en Santander, la casa que estaba varada en una playa.

Una pequeña casita de apenas 40 metros cuadrados situada en lo alto del acantilado en la Playa de Portio (Liencres) en Cantabria. Allí es donde le hubiese gustado vivir, pero la abuela ya tenía a sus tres primeros hijos (Juan Ramón, Margarita y Marian) y carecía la casa de electricidad y agua potable. Era el lugar de los fines de semana y pasaban muchos días de verano. Al final, muy a pesar de su deseo de mantenerla, la vendieron antes de irse a vivir a Madrid (azules más hondos), a la calle Fuenterrabía nº 4 (en morado), su casa hasta su muerte.

Esta casa no es la que era.
En esta casa había antes
lagartijas, jarras, erizos,
pintores, nubes, madreselvas,
olas plegadas, amapolas,
humo de hogueras…

Esta casa
no es la que era. Fue una caja
de guitarra. Nunca se habló
de fibromas, de porvenires,
de pasados, de lejanías.
Nunca pulsó nadie el bordón
del grave acento: «nos queremos,
te quiero, me quieres, nos quieren…»

No podíamos ser solemnes,
pues qué hubieran pensado entonces
el gato, con su traje verde,
el galápago, el ratón blanco,
el girasol acromegálico…

Esta casa no es la que era.
Ha empezado a andar, paso a paso.
Va abandonándonos sin prisa.
Si hubiera ardido en pompa, todos,
correríamos a salvarnos.

Pero así, nos da tiempo a todo:
a recoger cosas que ahora
advertimos que no existían;
a decirnos adiós, corteses;
a recorrer, indiferentes,
las paredes que tosen, donde
proyectó su sombra la adelfa,
sombra y ceniza de los días.

Esta casa estuvo primero
varada en una playaLuego,
puso proa a azules más hondos.
Cantaba la tripulación.
Nada podían contra ella
las horas y los vendavales.
Pero ahora se disuelve, como
un terrón de azúcar en agua.

Qué pensará el gato feudal
al saber que no tiene alma;
y los ajos, qué pensarán
el domingo los ajos, qué
pensarán el barril de orujo,
el tomillo, el cantueso, cuando
se miren al espejo y vean
su cara cubierta de arrugas.

Qué pensarán cuando se sepan
olvidados de quienes fueron
la prueba de su juventud,
el signo de su eternidad,
el pararrayos de la muerte.

Esta casa no es la que era.
Compasivamente, en la noche,
sigue acunándonos. 

Campanile y Panteón de hombres ilustres

Real Fábrica de Tapices

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Mi agradecimiento a Mª Ángeles Romero, nieta de José Hierro e hija de Margarita, la segunda hija del poeta.

Agradecimientos a la Fundación Centro de Poesía José Hierro

*“El campanile” hace referencia a la torre de 70m, construida en 1902, y que formaba parte del proyecto de la reconstrucción de la Basílica de Atocha, y el Panteón de Hombres Ilustres. El proyecto se queda a medias, y la torre se queda aislada del Panteón y de la Iglesia, en medio del patio del colegio, Virgen de Atocha. Estos edificios, y la Real Fábrica de Tapices, están situados en barrio de Pacífico. Al lado de la Calle Fuenterrabía.

**José Hierro es elegido miembro electo de la RAE el 8 de abril de 1999 para ocupar el sillón de la letra G. No pudo tomar posesión, ya que murió el 21 de diciembre de 2002 antes de leer su discurso de ingreso..

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