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Cómo surgió mi novela

Un francotirador ha empezado a matar a los ejemplares del parque zoológico de Valencia. El código penal no considera que matar a un animal sea un asesinato, pero es obvio que alguien tiene que parar los pies a ese malnacido. Los encargados de investigar este extraño caso serán un veterano de la UDEF y una joven inspectora, y los sospechosos girarán en torno a una de las veterinarias del lugar.

En este making of Manuel Ríos San Martín cuenta el origen de El olor del miedo (Planeta).

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Todo empezó con un wasap

No sé por qué extraño motivo, hasta hoy, la idea para mis nuevas novelas me ha surgido durante la gira de promoción de las anteriores. Es como si en esos agotadores viajes se me liberase el cerebro y me sintiera preparado para pensar en nuevas historias.

El olor del miedo se concretó en Valencia. Acudía a una entrevista en la radio y, antes de mí, intervino Pepa Crespo, la directora de comunicación de Bioparc, un zoológico situado en esa ciudad. Me interesó lo que contaba, hablaba del parque y de los animales con pasión y yo ya andaba dándole vueltas a un concepto relacionado. A la salida charlamos un rato y un par de días después le envié un wasap diciendo que me encantaría visitarlo. Me dijo que cuando quisiera.

Nada más terminar la gira saqué los billetes de tren para toda mi familia y nos fuimos a Valencia, recorrimos el parque de arriba abajo y me sorprendió. En mi cabeza está siempre, aunque he visitado otros parques más modernos como Cabárceno y la Casa de Fieras del Retiro, con la que me crie. No vivía lejos, y una de mis ocupaciones preferidas por las tardes era que me llevasen. A pesar de ser muy pequeño, sentía fascinación por la presencia del elefante, tengo un recuerdo borroso de que había un chimpancé enjaulado que fumaba y un león que daba vueltas sobre sí mismo en un espacio imposible. Un despropósito, visto con ojos actuales. También estaba el foso de los monos, excavado en el suelo. A los niños nos sentaban en la valla con los pies colgando. Era otra época, y pasábamos terror ante la posibilidad de caernos a ese inframundo de monos chillones e hiperactivos (de hecho, he aprovechado esta imagen para una escena de mi novela).

Pero Bioparc no tiene nada que ver con esto. Habrá gente que discuta la existencia misma de los zoos (da para un debate interesante), pero si existen, que sean como este. El espacio de los elefantes es impresionante, una sabana recreada con enormes baobabs, cascada, lago en el que se bañan… Me interesó mucho como espacio escénico para situar la trama que llevaba un tiempo pergeñando. Pero una breve visita no bastaba, por lo que les pedí convivir tres o cuatro días con los cuidadores y veterinarios del parque. Me lo permitieron, lo que me dio confianza; si me abrían sus puertas es que estaban seguros de lo que hacían con los animales y cómo los trataban. Ante mí se me abrió un espacio insospechado, casi tan grande y complejo como el propio zoo. Todos los animales duermen bajo techo en cobijos, unos espacios inmensos en el caso de los más grandes, en los que se aseguran de que comen la cantidad exacta, les administran las medicinas si las precisan o les hacen pruebas médicas.

Volví a Madrid con la certeza de que debía ambientar ahí mi siguiente novela. Siempre busco espacios estéticamente sugestivos, que hagan volar la imaginación del lector. Y aquel lo era, no solo por lo espectacular, sino también por la cantidad de lugares que podían resultar misteriosos, llenos de recovecos, vegetación, soledad y rugidos por la noche…

Pero una novela no nace de un único suceso, al menos en mi caso.

Desde que era muy pequeño siempre me han fascinado los animales. Ni que decir tiene que me veía todos los programas de Félix Rodríguez de la Fuente y mi madre me leía su enciclopedia, Fauna, en vez de cuentos infantiles. Mi pasión no ha sido tanto por las mascotas como por entender sus comportamientos y desentrañar en qué nos parecemos, qué queda de ellos en nosotros. He viajado a ver ballenas, cachalotes, refugios de chimpancés, osos blancos, he leído libros y me he visto todos los documentales existentes sobre el tema. ¡Incluso los de pulpos (aunque sean muy tramposos)!

Veo el interés que generan los animales en las redes sociales y también lo superficiales que son los conocimientos de la mayoría, tan solo desde la emoción. Se dicen cosas sorprendentes y se repiten lugares comunes como que el ser humano es el único animal que mata por placer. ¿De verdad? Lo primero: el ser humano NO mata por placer en el 99% de los casos; lo hace por venganza, drogas, sexo, dinero, poder… Tal vez hayamos visto demasiadas películas de psicópatas. Si tuviera que citar un animal que sí lo hace por placer diría que algunos gatos (y los leopardos). Tal vez sea por diversión, por entrenamiento, pero los gatos no suelen dejar pasar la oportunidad de cazar un ratoncillo o un pájaro que se cruce en su camino, y en rara ocasión se lo comen. ¿Son malos por eso? No, es su naturaleza.

Con todo esto en mente decidí que mi nueva novela, la que me ocuparía los siguientes dos años de mi vida, tratase sobre animales, sin olvidar que el ser humano también lo es (de hecho, el narrador nos trata como a uno más). No era fácil encontrar una historia que me permitiera colocar estas reflexiones de manera natural. Tuve cientos de conversaciones con amigos y, sobre todo, con Victoria Dal Vera, colaboradora habitual en mis guiones. Poco a poco fui perfilando una trama que aunase lo que rondaba por mi cabeza. Y necesitaba un buen detonante, claro. Hoy en día, una novela policiaca sin un arranque potente no es nada: el asesinato de una elefanta albina (Blanca) en el parque de animales, a la vista de los visitantes, entre los que estaría un colegio de niños pequeños. Necesitaba descolocar al lector. Todos hemos escrito “chica muerta en lugar emblemático”, y hay historias fantásticas con esa premisa, pero yo quería algo distinto, chocante. Parece que si asesinan a un ser humano podemos intuir las razones, pero si matan a un paquidermo… las opciones en la cabeza del lector se disparan.

¿Por qué lo habrían hecho?

Lo primero que hice fue preguntar a la policía sobre cómo investigarían ellos este suceso y me comprometí (conmigo mismo) a asumir lo que me dijeran. Me contestaron que por las circunstancia lo harían como si fuese el asesinato de un ser humano y que lo llevaría la UDEV. Después hablé con una amiga juez, a la que le pareció que, de ser así, se emplearían excesivos recursos. Perfecto: ya tenía conflicto.

Una de las primeras decisiones fue la de colocar al frente a un policía de la vieja escuela, un chapas irónico a punto de jubilarse, al que investigar el asesinato de un “bicho” le cabrease.

Para equilibrarlo, hice que su nieta de siete años adorase a los animales y que se sintiera muy afectada por la muerte de Blanca. Eso le haría tambalear todas sus creencias. Pretendía que la novela fuera muy emocional, por lo que desarrollé una segunda línea de investigación: la veterinaria que más relación tenía con la elefanta se debía implicar, no estar de acuerdo con la dirección seguida por la policía y arriesgarse con acciones ilegales que comprometieran su vida. Quería dejar espacio a los personajes para que se desarrollaran, contar también su intimidad.

Los escritores y guionistas tendemos a investigar «nuestros crímenes» como nos conviene, y me parece muy bien: metemos giros cuando queremos, un personaje confiesa o no, o aparece un dato imprevisto. Yo prefiero basarme en la situación real y plantearme qué haría si fuera policía y me encontrara con lo que narra la novela. ¿Cuáles serían mis primeras pesquisas? En este caso: ¿desde dónde han disparado a la elefanta? Y eso hice, me moví por Bioparc buscando una altura suficiente como para abatir al animal. Y la encontré: en las inmediaciones del parque había una torre alta de la que se veían los últimos dos o tres pisos. Ya tenía el lugar. Pero ¿quién podría haber hecho algo así?

A partir de aquí, el artículo contiene spoilers.

Lo primero que pensé fue en un cazador (otra cosa serían los motivos). Indagué sobre caza de elefantes: a qué distancia disparan, con qué escopetas, qué calibre. Leí artículos, hablé con amigos que sabían del tema, visité armerías… al igual que hará el policía en la novela. Tras esos pasos, mi conclusión fue que la distancia era excesiva para un cazador y tuve una crisis; sus escopetas no harían blanco desde tan lejos y no atravesarían el cráneo del elefante. ¿Y entonces? Me había prometido ser fiel a la realidad. ¿Tendría que cambiar la historia?

Había otra posibilidad: un francotirador o, como me puntualizaron después, un tirador de precisión. En Internet hay muchas leyendas sobre ellos, pero quería testimonios reales, preguntar cómo es la profesión por dentro y también averiguar si había opciones creíbles de matar a un elefante a esa distancia (unos 800 metros). De casualidad di con uno en una armería, ya retirado, que me contó su experiencia. Me fue muy útil, sobre todo a nivel emocional: qué se siente al disparar o si se ve la sangre de la víctima. Detalles (a veces un tanto morbosos) que no son fáciles que se le ocurran a un escritor. Quería saber más, así que, a través de otro amigo, contacté con las fuerzas especiales españolas. Me dieron el contacto de un instructor que vivía en la base de Alicante y me fui a verlo: un militar muy profesional que me enseñó mucho sobre el tema. Son una élite muy capacitada, y la puntería extrema solo es el final de una preparación más amplia, que implica salto en paracaídas, escalada, nado, templanza… entre otras muchas características. Y me dio una buena (aunque triste) noticia: se podía derribar a un elefante a esa distancia, al igual que se podía atravesar un carro blindado. Me explicó el procedimiento a emplear, el proyectil, la medición de la distancia, del viento, el rifle, la postura…

Ya tenía un espacio espectacular, una víctima chocante, un narrador no humano, un culpable, un arma, un calibre y una posición desde la que ejecutar el disparo. Ahora faltaba el por qué, lo esencial de la novela, lo que le da sentido. Y siento deciros que para saber eso tendréis que leeros El olor del miedo. Y es que el porqué es lo más importante para mí. A veces los lectores adivinan el culpable: es hasta lógico, no suele haber más de tres o cuatro razonables, pero como escritor me interesa sorprender en los motivos de por qué ha pasado lo que ha pasado. De hecho, no desvelo el asesino en la escena final como si fuera un último giro, una gran sorpresa, sino que cuido mucho toda la evolución y doy pistas al lector para que sea él el que vaya sacando conclusiones junto con los policías, que poco a poco le entre el resquemor… ¿No será este?… A ver si… ¡Lo sabía!

En definitiva: una visita a un zoológico, unos documentales de Félix Rodríguez de la Fuente, la pasión por conocer el comportamiento animal, unos personajes intensos y un ritmo frenético son la esencia de la novela.

Pero todo el esfuerzo de dos años no tendría sentido si no me hubiera servido para plantearme algunas preguntas que me hicieran reflexionar: ¿En qué nos parecemos a los animales? ¿Son capaces de amar? ¿Tienen sentido de la justicia? ¿Vale más nuestra vida que la del resto de las especies?

¿Somos de verdad la más peligrosa?

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Autora: Manuel Ríos San Martín. Título: El olor del miedo. Editorial: Planeta. Venta: Todos tus librosAmazonFnac y Casa del Libro.

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