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Noventa minuti sono molto longo

Noventa minuti sono molto longo

Fuimos canciones. Así reza, al menos, en el título de un conocido libro de enorme éxito, y, asimismo, de una película española de hace un par de años cuyo argumento está basado en esa obra. Se sabe que el cuerpo humano está compuesto, en su 60 por ciento, de agua, y se sabe también que la superficie de la tierra está cubierta por otro 70 por ciento de ese mismo elemento. Sin embargo, aún queda por averiguar, para conocernos mejor y saber de qué pasta estamos hechos, cuánto espacio ocupan en nuestro cerebro todas esas canciones que han dado ritmo a nuestra vida y que nos acompañarán hasta la muerte.

Oché Cortés, que es un manchego afincado en Murcia y educado, durante un tiempo, en Andalucía, aborda un género en el que ya había hecho sus pinitos con anterioridad, y no le había ido mal del todo. Hace unos pocos años, en 2019, tuvimos ocasión de degustar, como un caldo de gallina en medio del más crudo invierno, una obra ensayística, una verdadera crónica sentimental de los 70 —como reza en el subtítulo— en donde el autor se comprometía a adentrarse en la memoria que, según sus propias palabras, es un campo de minas que, en ocasiones, se atraviesa sin plano.

"Nunca es suficiente la libertad de cabalgar a lomos de un estupendo Dos Caballos ni de un Cuatro Latas y mover el esqueleto mientras atacamos el dulce sabor de una Mirinda o nos hinchamos a llorar frente a la gran pantalla ante todo un Love Story"

Música y más música. Alusiones a esas canciones de nuestra vida. Y a intérpretes y conjuntos inolvidables como Nino Bravo, Cecilia, la Carrá, Víctor Jara, Camilo Sesto, Georgie Dann, Fórmula V o el Dúo Dinámico, que tanto animaron los guateques de hace unas décadas, cuando —como diría el gran García Márquez— éramos felices e indocumentados. Pero aún hay más. Juegos —como el de Antón Pirulero—, películas —como las de Paul Naschy, el mejor hombre-lobo mundial—, recuerdos imborrables del mundo escolar, como los Cuadernos Rubio de caligrafía, o del ocio futbolero, con un recuerdo muy especial al malogrado Juan Gómez “Juanito” (“Noventa minuti sono molto longo”), ponen la guinda a esta novela un tanto fragmentaria, configurada como una historia en pedazos, de un cierto sabor vanguardista y posmoderno.

De aquellos polvos, estos lodos, pero en forma de hermoso y sugerente relato, compuesto de dos partes, una que da el título a la obra; la otra Los rockeros no saben bailar, unidas, sobre todo, por el estilo inconfundible de su autor, por el clima que se respira, por el lenguaje preciso y la prosa elegante hecha para la ocasión, y con unos inequívocos toques de humor que mezcla, con la limpieza y sabiduría de un viejo alquimista, con ciertos momentos dramáticos que conmueven al lector. Porque no todo es éxito en la vida, y nunca es suficiente la libertad de cabalgar a lomos de un estupendo Dos Caballos ni de un Cuatro Latas y mover el esqueleto mientras atacamos el dulce sabor de una Mirinda o nos hinchamos a llorar frente a la gran pantalla ante todo un Love Story.

"Oché Cortés que, en sus tiempos mozos y hasta hace bien poco, fue un conocido radiofonista de éxito, con su discurso encantador y su voz grave de cuentacuentos, pone a prueba la capacidad intelectual del lector"

Con no demasiado material y en menos de un centenar de páginas de que se compone este volumen, Oché Cortés monta un verdadero espectáculo, entre visual y auditivo, sacándose, de vez en cuando, un conejo de la chistera. Estamos ante un firme andamiaje con el que es capaz de elaborar toda una teoría de la existencia, a base de “gente que necesita a mucha gente. Gente que no necesita a nadie. Gente que es muy solicitada por los demás. Gente a quien nadie necesita”.

En este relato, con personajes como Simón Korda, vocalista de un conjunto, la cautivadora Mari Carmen, Roland Garros Fernández, que odia el tenis y es recogepelotas, Charo, puro corazón, que trabaja en la costa atendiendo a los que atraviesan el Estrecho y Javier Doménech, alias el Guapo, soldador autónomo en una  empresa de perfiles de ventanas y bajista todas las noches que hicieran falta, el azar juega un papel fundamental, porque, en ocasiones, nuestra vida no pende de un hilo, sino que depende de un error, del envío de un correo que llega no con un curso de francés, en 20 singles y cinco volúmenes, sino con una guitarra, tipo jamón de jabugo, que no había pedido nadie, y que va a cambiar nuestra vida para siempre.

Oché Cortés que, en sus tiempos mozos y hasta hace bien poco, fue un conocido radiofonista de éxito, con su discurso encantador y su voz grave de cuentacuentos, pone a prueba la capacidad intelectual del lector, que se ve obligado, para saborear, aún más si cabe, estas páginas, a hacer un pequeño esfuerzo y poner de su parte para completar, como si estuviera en un estudio de grabación, lo que queda en el aire, sin que nos parezca molto longo.

“Soy —asegura uno de estos personajes, enamorado hasta las cachas— tu paracaidista solitario, el mismo que cualquier día, cuando dejemos de mirarnos y saludarnos con una sonrisa y una calle entre los dos, aterrizará en tu vida”. Por lo que conviene estar siempre atentos y mirar, de vez en cuando, hacia arriba.

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Autor: Oché Cortés. Título: La soledad del paracaidista. Editorial: La Fea Burguesía. Venta: Todostuslibros, Amazon y Casa del Libro.

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