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Continúa el misterio de Leonardo da Vinci

Continúa el misterio de Leonardo da Vinci

Leonardo da Vinci es al Renacimiento lo que Voltaire a la Ilustración. Uno y otro, respectivamente, constituyen uno de los pilares más sólidos de su tiempo. Sin embargo, así como del francés todo está dicho y asentado secularmente, el italiano, en gran medida, sigue siendo un misterio. “Una vez citada la Gioconda, ¿qué certezas le quedan al admirador de su obra?”, se pregunta el profesor galo Gérard Denizeau. “Máquinas que prácticamente siempre quedaron en bocetos o maquetas y que nunca han llegado a funcionar; grandiosas visiones arquitectónicas o escultóricas que nunca se materializaron; postulados científicos refutados en la posterioridad y, por último, un corpus pictórico que, si no ha sufrido la maldición del deterioro, plantea problemas insalvables de documentación y atribución, pese al escaso número de obras que lo componen”.

"Denizeau es un divulgador cultural que, entre otros temas, ha explicado la Biblia desde una perspectiva pictórica"

Ante semejante panorama, no es de extrañar la copiosa bibliografía que han inspirado las incógnitas que rodean a Leonardo. El código Da Vinci (2003), el best seller de Dan Brown es harto sabido. Pero también harto elocuente a este respecto. Antes que Brown, uno de los pilares del siglo XX, Sigmund Freud, se refirió al florentino en Un sueño de infancia de Leonardo (1910), última incursión en el género biográfico del austriaco. Y antes que Freud, el poeta y ensayista francés Paul Valéry publicó en el París de 1894 Introduction à la méthode de Léonard de Vinci. En fin, la bibliografía es copiosa. Se remonta a Las vidas de los más excelentes arquitectos, pintores y escultores italianos (1550), obra original de Giorgio Vasari aparecida aún en vida de Leonardo. Considerado el primer historiador del arte —amén de arquitecto y pintor sobresaliente el mismo—, se dice que fue Vasari quien acuñó el término “Renacimiento”.

En lo que al lector español de nuestro siglo XXI se refiere, llegado el momento de conmemorar el quinto centenario de la muerte de Da Vinci —acaecida el dos de mayo de 1519—, hay un título que parece destacar entre la bibliografía que inspira el florentino, aún más numerosa desde el best seller de Brown. Leonardo da Vinci, el genio visionario, es el texto en cuestión y su autor, el ya citado Gérard Denizeau. Larousse publicó su primera traducción, de Ana Peris, en 2017. La segunda apareció el año pasado y la tercera acaba de llegar a las librerías.

Edición primorosa

Además de profesor y escritor que cultiva los géneros más variados, Denizeau es un divulgador cultural que, entre otros temas, ha explicado la Biblia desde una perspectiva pictórica, las diferencias entre los géneros musicales o los tesoros que protege el patrimonio mundial de la Unesco. De edición primorosa, destaca por la abundancia y cantidad de sus ilustraciones, hay en su propuesta sobre el florentino algo que recuerda tanto a aquellos libros de cuentos troquelados como a la Gran Enciclopedia del Mundo de Durvan Ediciones. Aquéllos, entre sus páginas, sorprendían a sus pequeños lectores con siluetas pop-up, transformaciones, sonidos, discos giratorios, solapas que se levantaban, pestañas que se deslizaban, imágenes emergentes… Por su parte, la Gran Enciclopedia del Mundo, incluía entre sus páginas láminas de papel celofán que se superponían para mostrar en sección las diferentes partes de un motor de cuatro tiempos y otras curiosidades para el lector pretérito. Leonardo da Vinci, el genio visionario recuerda esas virguerías de las ediciones de antaño porque, en cada uno de sus capítulos, se inserta una bolsa de papel cebolla que guarda un facsímil de alguno de los dibujos o documentos del genio.

"El florentino escribía tantas notas explicativas para sus “estudios” (dibujos) que el lector llega a preguntarse si éstos no serán la ilustración de aquéllas antes que esas explicaciones a los bosquejos que de antiguo vienen considerándose"

Por encima de las incógnitas que rodean a la vida y a la obra del visionario renacentista, hay un dilema: el de la imagen y las mil palabras. El florentino escribía tantas notas explicativas para sus “estudios” (dibujos) que el lector llega a preguntarse si éstos no serán la ilustración de aquéllas antes que esas explicaciones a los bosquejos que de antiguo vienen considerándose.

De una u otra manera, la escritura de Leonardo da Vinci es a menudo especular. Mediante este procedimiento, las notas anatómicas de El hombre de Vitruvio (1490), su dibujo más conocido, están escritas en dirección opuesta a la utilizada por la mayoría de los amanuenses. Esto obliga a su lectura mediante un espejo. Pero, además, mezclaba el italiano con el latín y los dialectos locales. Tampoco faltan anagramas y diversos símbolos. Mediante estos sistemas, en sus textos pueden llegar a distinguirse hasta tres estratos de escritura. Ahora bien, salvo error u omisión, el florentino no diseñó ningún “criptex”, el cilindro cifrado para guardar el secreto del Priorato de Sion en El código Da Vinci. Aunque bien podía haberlo hecho, dicho artilugio no es sino una licencia que se toma Dan Brown para que Robert Langdon, el profesor de Harvard que protagoniza sus novelas, demuestre sus habilidades. Con todo, atribuírselo al florentino resulta menos descabellado que pretender que Juan, el apóstol que Leonardo nos muestra sentado a la derecha de Cristo en La última cena (1495-1498), es en realidad María Magdalena, la esposa de Jesús, según propone en su ficción el novelista estadounidense.

Los textos de Leonardo

Para descubrir a Da Vinci, nada mejor que acceder a sus códices, sus cuadernos de páginas manuscritas recopilados por Franceso Melzi, su fiel discípulo, tras el óbito del maestro. Dispersos tras la muerte de Melzi (circa 1570), cuando se volvieron a encontrar empezaron a ser conocidos por el nombre de las instituciones que los guardan. El Códice atlántico, el de mayor formato y uno de los más extensos, se conserva en la Biblioteca Ambrosiana de Milán y sus hojas están fechadas entre 1478 y 1519. En ellas se trata de temas como el vuelo, el armamento, los instrumentos musicales, las matemáticas y la botánica.

"El interés del florentino por las aves culminaría en uno de los estudios previos a La batalla de Anghiari "

En la Biblioteca Real de Turín se guarda el Códice sobre el vuelo de las aves. Escrito en 1505, entre el 14 de marzo y el 15 de abril, en su texto y sus dibujos Leonardo se refiere a la resistencia al aire, la anatomía de los pájaros y su plumaje. El interés del florentino por las aves culminaría en uno de los estudios previos a La batalla de Anghiari (1503-1506), un fresco pintado en el Salón de los Quinientos del Palazzo Vecchio (Florencia), que el maestro dejó sin terminar cuando abandonó la ciudad. No ha llegado a nuestros días. Su pérdida bien pudiera deberse a un mural posterior, Batalla de Marciano en Val di Chiana, que Vasari, el primer biógrafo de Leonardo, pintó allí en 1563, dentro de una remodelación del salón ordenada por Cosme I de Médici. Mas, entre esas anotaciones de los estudios previos al mural de Leonardo que sí han llegado hasta nosotros, Da Vinci apunta: “He dividido el Tratado de los pájaros en cuatro partes, de las cuales la primera concierne a la forma de volar batiendo las alas; la segunda, al vuelo sin batir las alas, a favor del viento; la tercera, a lo que hay de común entre el vuelo de los pájaros, de los murciélagos, de los peces voladores y de los insectos, y la última, al movimiento merced a un mecanismo”.

El Códice Arundel (1480-1518), del Museo Británico de Londres, el Códice Hammer (1508-1510), también conocido como el Códice Leicester, propiedad de Bill Gates… No falta, entre los seis cuadernos que destacan entre el resto de los documentos de Leonardo, el Códice de Madrid. Tras toda una peripecia española iniciada en 1556, cuando lo trajo a nuestro país Pompeo Leoni, el escultor de Felipe II, actualmente se guardan en la Biblioteca Nacional. En realidad, el Códice Madrid son dos tomos. Fechados, respectivamente, entre 1491 y 1493 y 1503 y 1505, en ellos se trata sobre el arte de la fortificación, las mareas o las puertas batientes.

"De estos códices, y de algún otro de los tratados no catalogados entre ellos, suelen extractarse los cuadernos de notas de Leonardo que se ofrecen al común de los lectores"

De estos códices, y de algún otro de los tratados no catalogados entre ellos, suelen extractarse los cuadernos de notas de Leonardo que se ofrecen al común de los lectores. Como era de esperar, las ediciones resultantes del procedimiento se prodigaron entre las colecciones del fin del pasado siglo que celebraron las obras maestras del milenio que acabó entonces. Este también ha sido el método seguido por Denizeau en su propuesta. Pero sólo tangencialmente. De este modo, donde los estudiosos del Códice Madrid se esfuerzan por demostrarnos cómo los inventos del florentino pueden funcionar perfectamente, rebatiendo así a quienes sólo le consideran un genio ocurrente, Denizeau —imbuido por su afán divulgativo— se inclina por las amenidades. Y no son pocas considerando quienes fueron los mecenas de Leonardo —Lorenzo de Médicis, Ludovico Sforza, César Borgia—, sus contemporáneos y sus rivales.

Puesto a seguir con los enciclopedistas, habrá que recordar que fue Montesquieu, ni más ni menos, quien marcó la pauta para el acercamiento a Leonardo que nos propone Denizeau, entre sus coetáneos y su tiempo: “Para hacer grandes cosas no hace falta ser un gran genio, no se ha de estar por encima de los hombres, sino entre ellos”.

El magnetismo del enigma

En efecto, se cumplen en estos días los quinientos años del fallecimiento de Leonardo y todavía planean las incógnitas sobre su técnica del sfumato, el procedimiento por el que obtenía la difuminación de los contornos de los dibujos. Pintor, anatomista, arquitecto, paleontólogo, artista, botánico, científico, escritor, escultor, filósofo, ingeniero, inventor, músico, poeta y urbanista, nadie duda de la variedad de sus talentos. Acaso fuese la persona más dotada de toda la historia de la humanidad. Pero no se sabe a ciencia cierta si el célebre autorretrato conservado en la biblioteca de Turín (circa 1513) nos muestra en verdad el rostro del polímata florentino. Desde la concepción de La última cena para el refectorio del convento dominico de Santa Maria delle Grazie (Milán), su magisterio está por encima de cualquier otra consideración. Ahora bien, nadie ha conseguido explicar su última extravagancia: por qué se hizo acompañar a su morada postrera, la colegiata de San Florentino del castillo de la localidad francesa de Ambroise, que le vio morir, por un cortejo de sesenta mendigos.

"Esa fascinación por el enigma que inspiró al florentino es la misma que guía ahora a sus estudiosos"

“Logré el uso de razón. / Perdí el uso del misterio. / Desde entonces, la evidencia, siempre rara, / me da miedo”, escribe Gabriel Celaya en El niño que ya no soy, uno de sus poemas más recordados. El mismo Leonardo ya fue a exaltar el magnetismo que ejerció sobre él el misterio en el Códice Arundel: “Llevado por mi ardiente deseo de contemplar la gran manifestación de las diversas y extrañas figuras formadas por la naturaleza, me adentré entre lúgubres rocas hasta llegar a la entrada de una gran caverna ante la cual me detuve un tiempo, estupefacto y sin comprender lo que veía […]. De repente, dos sentimientos, el temor y el deseo, surgieron en mí: el temor a la amenazadora oscuridad de la caverna; el deseo de ver si en su interior había algo maravilloso”.

Esa fascinación por el enigma que inspiró al florentino es la misma que guía ahora a sus estudiosos. Hace apenas unos días, los expertos de la Galería de los Uffizi, la pinacoteca florentina donde se guarda el primer dibujo fechado de Leonardo (cinco de agosto de 1473), un paisaje del valle del Arno titulado sencillamente Paesaggio, concluyeron que el artista era ambidiestro. Sería fácil apuntar que fueron tantas sus industrias, y tanto su afán por llevarlas a cabo, que era capaz de hacer las cosas con las dos manos. Pero sólo cabe decir que continúa su misterio.

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